Fue probablemente una de las figuras políticas y humanamente más admirables del siglo XX. Un líder, una suerte de mesías moderno para un continente castigado por las consecuencias del ambiguo y cruel colonialismo de Occidente, un hombre hecho a sí mismo a base de muchos sacrificios personales y sufrimiento, castigado injustamente y elevado después a lo más alto por los mismos que casi propiciaron su muerte en vida. Por ello, siempre partiremos del hecho de que Nelson Mandela, incluso después de muerto, será más grande que cualquier libro, película o ensayo que se realice sobre su biografía.
Sin embargo, y al igual que ha sucedido con otras grandes figuras de nuestra más reciente historia, como Mahatma Gandhi o Martin Luther King, son pocos los complejos de aquellos productores cinematográficos que ven el filón de la taquilla mundial cuando todavía resuena el último suspiro de quien también demuestra ser mortal. Y aunque en el caso de Mandela. Del mito al hombre se trata de una producción británica y sudafricana, muy lejos del gafe de Hollywood con todos aquellos biopics que traspasan sus fronteras, la película no deja de ser una antología de buenas intenciones donde apenas se reconoce a Madiba debido a la carencia de todos esos matices y detalles que enriquecieron su legado político y su construcción humana como líder masivo y mensajero de la tolerancia, el pacifismo y la libertad.