Píldoras cinetarias: ‘honest trailer’ de tributo a los 20 años de ‘Forrest Gump’

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Un 23 de junio de 1994, Hollywood dio a luz a una de sus criaturas humanas más queridas, y que hoy en día sigue siendo símbolo cultural de aquella época y referente de lucha existencial para todos. Forrest Gump, de Robert Zemeckis, demostró que la última década del siglo XX avanzaba con mucha imaginación y que el sueño americano seguía siendo importable en cualquier país del mundo, bajo una visión de los sueños algo idealista pero igualmente asumible.

Tom Hanks se coronó como uno de los intérpretes más rentables de la industria del cine con su interpretación de la vida de un joven retrasado mental cuya tenacidad y buen corazón le permiten ser protagonista de grandes hechos históricos durante las décadas más importantes del pasado siglo. El Bubba Gump, el teniente Dann, Jenny y sus “Mama Said” hicieron de esta ‘vital movie’ un producto irrepetible y generacional.

Veinte años después, desde la web de humor cinéfilo Screen Junkies han querido dejar patente el legado de esta película con un ‘honest trailer’, o lo que es lo mismo, una disección audiovisual de la película en clave cómica, donde se repasan sus principales personajes, sus diálogos y donde al final se realiza un guiño al trabajo posterior de algunos de sus actores. Para quien pueda y quiera disfrutarlo (o reírse), como con una caja de bombones:

‘Regreso al futuro’, de Robert Zemeckis: ‘Mi reino por un DeLorean’ vs ‘La paradoja del condensador de fluzo’

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MI REINO POR UN DELOREAN
 
Érase una vez un cuento muy, muy manido, pero imprescindible en el imaginario colectivo, que se convirtió en una película de adolescentes con melodrama familiar incorporado, cierta química incestuosa y, lo mejor: mucho humor ensartado en un guión pletórico de guiños generacionales. La alquimia perfecta para darle un barniz de cultura pop a los míticos viajes en el tiempo creados, originariamente, por el genial escritor H.G. Welles. El film se llamaba Regreso al Futuro, consagró a Robert Zemeckis como uno de los valores en alza del panorama hollywoodiense de mediados de los 80 y nos hizo pensar que, si tuviéramos un reino, por supuesto, lo venderíamos por un DeLorean, el Ferrari para todos los públicos. Steven Spielberg seguramente pensó de esta manera cuando decidió producir esta película que no terminaba de encajar en los gustos de los estudios de la época.
Zemeckis es un artesano del entretenimiento que sabe narrar historias sin perder en ningún momento el entusiasmo del respetable. Para ello contó con el oficio y la idea original de la historia de Bob Gale. En la película nos fascinan, por ejemplo, el ‘travelling’ inicial que nos descubre la personalidad, entre genial y chapucera de Doc, a través del seguimiento de un invento suyo: un complejo mecanismo que sirve para dar de comer al perro. Nos acordamos también de aquel movimiento de cámara que nos descubre la plaza de Hill Valley, centro neurálgico de buena parte de las acciones de la película, escenario de algunos puntos de inflexión de la cinta y, sobre todo, lugar simbólico donde se descubren las huellas que deja el paso del tiempo.
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De la película también nos entusiasman los múltiples malentendidos que se producen por el paso del tiempo. Guiños, en definitiva, a la historia reciente y a esa cultura de masas que ha ido alimentando nuestra identidad y nuestra imaginación en el último siglo. Nos quedamos con ese Darth Vader, el extraterrestre del planeta Vulcano que, con banda sonora de Van Halen, amenaza con exterminar a George McFly si ‘no se pone las pilas’ y seduce a la madre del protagonista. También nos gusta el terror en los rostros de esa familia de granjeros que, con la cabeza contaminada por las historias de alienígenas, tan del gusto de la época, confunden a Marty con un monstruo del hiperespacio cuando aterriza con el DeLorean en un pajar.
 
De la receta mágica de este blockbuster, hoy nos quedamos con las risas que nos echamos a costa de aquello que algunos llaman destino. Y es que, paseando por la cuarta dimensión, a lo Zemeckis, a uno le importa bien poco sentirse insignificante, sin historia previamente escrita; se asumen las cosas como Dios manda, con fe ciega en el poder de nuestra voluntad, alegría de vivir y sin depresiones existenciales. ¿Resulta que podemos viajar en el tiempo y descubrir lo que le depara a la humanidad dentro de 1.000 años? ¿Pero para qué? Como que da un poco de pereza. Mejor nos damos un garbeo por los años 50 para cotillear las torpezas de nuestros progenitores, que siempre servirán para sentirnos menos miserables.
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¿Vemos, por ejemplo, que no somos capaces de soportar el fracaso? Bueno, entonces le echamos un vistazo a nuestro historial genético y comprobamos cómo nuestros complejos también se ceban con el ánimo de nuestro padre. Pongamos por caso que en nuestra época somos unos artistas incomprendidos: pues retrocedamos unas décadas, pero yendo de listillos, y toquemos con la guitarra Johnny B. Goode, no vaya a ser que un pariente de Chuck Berry nos esté escuchando.
 
Para finalizar, es de justicia recordar las interpretaciones certeras de Michael J. Fox, pero sobre todo, de Christopher Lloyd. Para siempre quedan en nuestra memoria ofreciendo el tono perfecto ante un guión frenético y rebosante de buen humor. Dicen que Eric Soltz fue la primera apuesta de los productores para el papel protagonista. ¿A quién se le ocurrió la genial idea de que un ‘actor de método’ hurgara en la psique de un extrovertido, temerario, pero siempre ‘pizpireto’ Marty McFly? Menos mal que Zemeckis se dio cuenta a tiempo de que la suya era otra historia.
 
La historia a ritmo de Chuck Berry. Marty casi la caga al presentarla en los 50 como: “¿An oldie?”
 
 
LA PARADOJA DEL CONDENSADOR DE FLUZO
 
Disculpen, pero no nos acordamos: ¿qué fue antes, el huevo o la gallina? La respuesta, o más bien la paradoja, la tiene el condensador de fluzo, que es la madre del cordero que nos explica parte del argumento de ‘Regreso al futuro’ o más bien nos embrolla la historia. Difícil cuestión la que se nos plantea cada vez que nos sentamos para disfrutar de la primera película de la trilogía de Zemeckis. Y es que tenemos aquí una historia en la que todo lo que acontece es por obra y gracia de un chaval de instituto, Marty McFly, un viajero del tiempo por accidente, que gracias a una energía puntera, transformada en el susodicho condensador, se inmiscuye en el pasado de sus padres con los peligros que conlleva para el futuro de los acontecimientos.
 
¿Pero qué sería de los acontecimientos sin las meteduras de pata de Marty? ¿Hubiera Doc seguido adelante con su proyecto de inventar la máquina del tiempo, sin haber tenido la seguridad de que funciona gracias a la presencia del joven? ¿Qué final feliz le hubiera esperado a esa familia de ‘mutantes’, los McFly, que lo mismo parecen escaparse de un circo de friquis ‘fellinianos’, en los albores de la película, que se tornan en idílicos parientes de catálogo, casi al final, por obra y gracia de un oportuno puñetazo dado al matón de turno. Como si la cabra nunca tirase hacia el monte.
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En esta película, cualquier desvarío se disculpa con un ramillete de buenos efectos especiales, una banda sonora que planea sobre seguro y su vocación de divertimiento. No hay por qué salirse de madre y rasgarse las vestiduras porque el argumento de ciencia ficción no resulte creíble, que estamos ante una comedia de instituto. Pero esas paradojas espacio-temporales tan repartidas alegremente por la película, esas interpretaciones tan histriónicas que poco saben del buen oficio del comediante, esos chascarrillos que a duras penas fuerzan nuestra sonrisa, nos siguen pareciendo una tomadura de pelo. Y no hay producción de Steven Spielberg que salve tal desatino.
La película está salpicada de guiños ‘presuntamente’ ingeniosos como ese abuelo McFly que promete desheredar a su hija si tiene un vástago tan absurdo como Levi Strauss, a la sazón su nieto; o ese tío que ya en su más tierna infancia se encontraba a gusto entre los barrotes de un parque infantil anunciándonos su destino como presidiario. Lo dicho: “Explicatio non petita”.
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Todo ello por no hablar de lo más insostenible: la moralina seudo-yanqui que nos martillea insistentemente en diferentes momentos del metraje. Nos referimos a aquel “si te lo propones, puedes conseguir todo lo que quieras”. Es decir, la leyenda del hombre hecho a sí mismo en la tierra donde todo es posible. Salvo contar con un seguro médico universal, por supuesto. Una moralina que parece que tenemos que aprender a golpe de capón en la testa por si alguien hubiera en casa y las dos neuronas que se nos han quedado en la azotea estuvieran tan bien dispuestas como para tomar nota sobre la lección aprendida. Todo un insulto a la inteligencia ajena.
 
Muchos hemos crecido con la trilogía y, ¡qué demonios!, somos unos nostálgicos impenitentes que hemos mamado el cine espectáculo de Spielberg y compañía, con todos los buenos momentos que eso conlleva. Pero esto no disculpa a la cinta, ni el hecho de que seamos sinceros con nosotros mismos y reconozcamos que con Regreso al futuro no se ha hecho historia. Para terminar, sólo una reflexión que nos atormenta: ¿no recuerdan los padres McFly, los del catálogo, que Marty es la alcahueta que les reunió en el pasado? A lo mejor sí, y se lo tomaron como un ‘dejá vu’ más, de esos de andar por casa.
 
Estamos llegando a 2015 y para nosotros que la profecía final de Doc no se cumple. Es decir, we need roads.