Homenaje: Kate Winslet. ‘Inventora de mundos nuevos’

 

 
Lo que más nos gustó de ella, la primera vez que la vimos, fue el hecho de que nos dejara asomarnos a su imaginación con tanta facilidad. Tuvimos la oportunidad de contemplar un universo extraño de caballeros y princesas, de lances, amores y despropósitos, que se cruzaban y mezclaban con mitos de Hollywood y de la canción ligera. Esta jaula de grillos, cocinada en una mente adolescente, era el país inventado de Juliet Hulme,  el primer rostro que tuvo para nosotras Kate Winslet,  una de las dos protagonistas de Criaturas Celestiales (1994). Juliet Hulme era una quinceañera, de buena familia, que mantuvo una apasionada relación de amistad con otra chica. Ésta se llamaba Pauline Palker era menos agraciada, más pobre, pero eso sí, la compañera perfecta para refugiarse, junto a ella, en un paraíso creado a la medida de sus insatisfacciones.
El talento de Peter Jackson creó en Criaturas Celestiales una película fascinante, pero no nos engañemos, la expresividad y la pasión con los que Kate Winslet  abrazó su personaje fueron  lo que definieron, en buena medida, su magnetismo. También la clave que nos permitió adentrarnos en una historia extraña, mitad fantástica, a ratos dramática y cómica, pero con el desenlace de un trhiller basado en hechos reales.
Tras la película del neozelandés, supimos que había llegado una de las grandes, una actriz destinada a hacer historia. Y no nos equivocamos.
En Sentido y Sensibilidad (1995, Ang Lee) fue el personaje secundario que ‘se come’ la película, a pesar de los protagonistas, y quedó envuelta en ese halo de romanticismo que crea adición en las producciones de época. Y si en ella encarnó a una enamoradiza y contestataria joven,  repitió rebeldía al ajustarse otro corpiño, el de Rose DeWitt Bukater, la heroína de la gran superproducción Titanic (1997, James Cameron). El hundimiento más célebre de la Historia fue el trampolín que la llevó al estrellato.  Lo bueno que tuvo para ella lograr la fama  fue que le dio alas, a temprana edad,  para elegir con calma y tiento sus personajes venideros. Una bendición para el resto de su carrera. Entre sus títulos ‘menores’, frecuentó películas anodinas, como The Holiday (2006, Nancy Meyers), filmes bélicos ingeniosos, como Enigma(2001, Michael Apted) o un morboso alegato a favor de la libertad artística, como Quills (2000, Phillip Kaufman) . Sin embargo, el  talento de Winslet también se ha hecho notar en películas de mayor calado y en interpretaciones memorables.
 
 
En Iris (2001, Richard Eyre), Kate fue el recuerdo de una juventud al que se aferraba con desesperación la gran escritora británica Iris Murdoch, para no olvidar quién era.  Encarnó a una mujer de  vida apasionante, rica de experiencias vitales e intelectuales que desafiarían a la buena sociedad antes de que la madurez de la artista calmara definitivamente sus ansias de aventura… y el Alzheimer comenzara a jugar al despiste con su mente.
Llegaría también su año prodigioso, 2009, aquel en el que recibió multitud de premios  (entre ellos, un Oscar), porque estuvo, sencillamente soberbia en Revolutionary Road y en  El Lector (Stephen Daldry). En la primera, bajo las órdenes de su ex marido, Sam Mendes, y de la mano de su gran amigo, Leo DiCaprio, Winslet se metía en la piel de April Wheeler, una mujer soñadora y con una vida interior plena que se da de bruces con la mediocridad de la existencia burguesa, versión años 50, que le rodea.
 
 
Sin embargo, en la polémica El Lector es donde nos ofreció su lección magistral de interpretación contenida y, al mismo tiempo, vorazmente apasionada. Winslet fue Hanna Schmitz, una mujer derrotada, analfabeta y, sin embargo, ‘enganchada’ a la lectura de oídas porque le permitía escapar de una realidad que le atormentaba, pero aceptaba. El dolor, la culpa, la transgresión moral y sexual… Winslet pudo recoger todo ello y mucho más en sus gestos, en su carnalidad y en su mirada grande para componer un retrato duro, trágico y resignado, el de una extraña superviviente.
Últimamente la hemos visto en Un dios salvaje(2011, Roman Polanski) y logramos satisfacer nuestra curiosidad al comprobar cómo se las apañaba trabajando bajo las órdenes de un un genio. También la encontramos en los medios echando la vista atrás, promocionando su gran superproducción, Titanic, en 3D y en otra estampa simpática: recibiendo su ‘Denominación de Origen’, o lo que es lo mismo, la Orden del Imperio Británico de manos de Isabel II. A ojos de su Majestad, ya se encuentra a la altura de The Beatles. 
Risueña, extrovertida, multipremiada, guapa, pero sin el hieratismo de otros bellezones del Séptimo Arte y siempre reivindicando las curvas, porque no se avergüenza de su naturaleza, Winslet dice que para actuar necesita “sentir miedo”, el que producen los nuevos retos.
Y aunque pertenece a una tercera generación de actores, nunca olvida por qué está en esto de la interpretación. Como explicó en una entrevista publicada en la revista Fotogramas: “me da libertad para inventarme un mundo nuevo cada día…”. 
 
Os dejamos con una de las secuencias más emocionantes de El Lector donde Winslet nos dejó con la boca abierta.
 
 

 

Píldoras cinetarias: fiesta y romance para la nueva versión de ‘El gran Gatsby’


Scott Fitzgerald se dio de bruces con la sociedad norteamericana de entreguerras cuando publicó El gran Gatsby en 1925. La novela apenas tuvo éxito y no fue hasta su reedición, una vez pasadas las dos guerras mundiales, cuando llegó a ser conocida en todo el mundo. No es una novela fácil. Elogia y critica a las clases altas estadounidenses, dibuja a un protagonista enigmático pero ambiguo y atormentado, y traza una historia de amor llena de claroscuros y pasión incomprendida. Sin embargo, tiene ese toque de diálogos y situaciones que la convierten en ‘cinematografiable’. Ahí tenemos sus tres adaptaciones precedentes: la de Elliot Nugent en 1949, la muy interesante versión de Jack Clayton con guion de Francis Ford Coppola y protagonizada por Robert Redford y Mia Farrow en 1974, y una revisión de la obra hecha para la televisión británica en el año 2000 protagonizada por Mira Sorvino y Toby Stephens.
 
Ahora, el libro ha caído en manos del loco, apabullante y colorinero Baz Luhrmann, y a la vista ya del tráiler, podemos afirmar que el australiano ha decidido explotar al máximo este personaje de naturaleza inquietante a través del contexto de los felices años 20. Le ha montado una fiesta a Gatsby, y seguro que entre fuegos artificiales y bailes elevará a los altares la historia de amor que es el hilo de la novela. Amante del romance dramático, como ya demostró en Romeo + JulietaMoulin Rouge y Australia, el cineasta ha elegido para la ocasión a un trío ganador: el incombustible y cada día más admirado Leonardo DiCaprio como El gran Gatsby, la maravillosa e imparable Carey Mulligan como su amor imposible, y Tobey Maguire como el tercero en discordia.
 
Nos encanta Baz Luhrmann, su grandiosidad, su golpe de varita para convertir lo real en serpentinas y cajas mágicas, pero todavía no sabemos si el enigmático personaje de Gatsby creado por Fitzgerald encajará con esa visión tan rumbosa que el australiano pone a todo su cine. De momento, el reparto y el tráiler son para quitarse el sombrero. Así que ahí lo dejamos:
 

Visionado: ‘Moonrise Kingdom’, de Wes Anderson. ‘Exquisita, rara, genial’

 
cuatro estrellas
 
Estimado Sr. Anderson: es usted muy raro. Ya lo sabemos. Se encuentra usted abducido por un método de dirección cinematográfica que suponemos es algo más que una forma de ver la vida. Entendemos que no hay otro mecanismo para usted que ver el mundo a través de una cámara, como no la hay para Tim Burton, David Lynch, Jean Pierre Jeunet o Terrence Malick, por mencionar a algunos. Desde Viaje a Darjeeling y el Fantástico Mr. Fox, o desde las vicisitudes de Los Tenenbaums, entramos hace años de lleno en las rarezas de su cine hasta el punto de pensar que esas historias no podían haber sido llevadas al cine de otra manera. Así descubrimos su universo de cuentos raros, con personajes raros, diálogos raros y comportamientos raros, con un estupor del que llegamos a disfrutar tanto como lo hemos ahora con Moonrise Kingdom, con la que tuvo el placer de abrir la pasada edición del Festival de Cannes.
 
Es usted tramposo, Sr. Anderson. Una historia de amor de dos pre-adolescentes, que se fugan juntos para vivir una aventura en el contexto de una isla llena de personajes a cual más esperpéntico, es un atajo para meterse a todo el público en el bolsillo. Y aunque por aquí sabemos que no lo ha conseguido del todo (ya sabemos el dañito que la Eurocopa hace a nuestros cines) por nuestra parte no nos queda otra que admirar su canto emotivo a la infancia. Porque hemos rascado por encima de ese espectacular reparto (caramba, Bruce Willis, Frances McDormand, Bill Murray, Edward Norton y Tilda Swinton, no todos aprovechados como debieran), y lo que más nos gustó fue ver a esos dos mini-friquis (ella huida de su casa y él de un campamento esquizofrénico de boy-scouts) recorrer los bosques, los ríos, los campos de maíz, y charlar sobre su relación, sobre los libros, sobre sus vidas y sobre su futuro. Hasta que escogen su hogar, una playa maravillosa donde aparece el fenómeno del casi intraducible título de la película: el Reino de la Salida de la Luna.
 
Estupendos los chavales, por otro lado, querido cineasta. Esa niña (Kata Hayward) de boca torcida, con cara de psicópata y ojazos de párpados permanente azules, y ese niño (exótico Jared Gildman) apocado, culto, hablador, desgraciado y aventurero, son los instrumentos con los que nos ha ganado esta vez. Encantados con sus diálogos, con su historia de amor, con las consecuencias que trae, y con su forma de ser héroes de mil cuentos y del suyo propio: ser libres, amarse (qué carnalidad entre los dos más conmovedora, Sr. Anderson) y estar eternamente juntos. Estupenda ayuda la suya esta vez de la mano de Roman Coppola, que como su hermana Sofía, es tan dado a los guiones de corazón y azúcar.
 
Y aunque también nos sabemos sus manías con la cámara y la fotografía, no podemos explicarnos cómo ha conseguido usted que esos travellings en todas direcciones, ese colorido naif y edulcorado, nos siga resultando tan especial, tan sugestivo. ¿No nos cuenta el secreto, verdad? Porque los cinco primeros minutos de la película, donde se presentan prácticamente todos los personajes, son tan magnéticos y chispeantes que desde el principio ya nos resignamos a que caíamos de nuevo en sus redes. Claro, y es que pese a ese reparto de lujo decaído por momentos, y alguna que otra pifiada incongruente, nos regala usted una banda sonora apabullante, mezclando las subidas y bajadas musicales de los fascinantes Leonard Bernstein y Alexander Desplat, y un compendio de canciones perfectamente encajadas como Le Temps de l`Amour de Françoise Hardy que nos recuerda la pasión por las canciones francesas de la  adolescente Carey Mulligan en An Education.
 
Así que un aplauso, Sr. Anderson. Nos queda verla otra vez porque tenemos la sensación de que nuestra retina apenas captaba un montón de detalles escondidos en objetos, personajes, escenarios y diálogos. Sabemos que están ahí, y necesitaremos descubrirlos algún día para llegar del todo a esa playa de los dos enamorados. Con ello, habremos completado la admiración de su cine, y estaremos preparados para el siguiente cuento, subidos al raíl del travelling como en una montaña rusa.


A continuación el tráiler subtitulado y después la maravillosa Mademoiselle Hardy cantándole al amor con planos de la película.
 

Visionado: ‘Hysteria’, de Tanya Wexler. ‘Un guion poco estimulante’

 

dos estrellas



Si vais al cine para ver esta película, asistiréis al nacimiento del primer vibrador de la Historia. El ingenio fue inventado en plena Inglaterra Victoriana para intentar calmar, con una dosis de placer eléctrico, las frustraciones y altibajos emocionales femeninos, ‘dolencia’ que en otros tiempos se calificaba como histeria. Dicho así la película podría parecer prometedora por su audacia. Sin embargo, conforme vamos dejándonos llevar por el metraje, nos vamos dando cuenta de que estamos ante una producción británica, más bien complaciente, que arranca discretas sonrisas entre el respetable mientras nos cuenta una historia romántica que no depara grandes sorpresas.
El filme nos habla de un joven doctor, Mortimer Granville (Hugh Dancy) quien  inventa el primer consolador eléctrico, junto a su amigo Edmund St. John- Smythe (Rupert Everett), para tratar la histeria femenina. Aplicará su nueva terapia en una consulta donde un médico de mayor edad, Dr. Robert Dalrymple (Jonathan Pryce), ya trataba a sus pacientes con estimulaciones manuales, de las de toda la vida. El veterano doctor tiene dos hijas: una de ellas, bellísima, Felicity Jones (Emily Dalrymple) es una joven que encarna los ideales de la perfección; mientras que la mayor, (Maggie Gyllenhaal), es una mujer temperamental que mantiene un centro social donde asiste a los más desfavorecidos. Las dos despertarán el interés de Mortimer Granville por diferentes razones.
Es una película curiosa. Por un lado, nos devuelve a la memoria un capítulo bastante triste en la historia de la condición femenina. Es decir, nos recuerda aquellos tiempos donde cualquier alteración emocional le podía costar a una mujer su ingreso en un psiquiátrico, ‘acusada’ de histérica. Pero por el otro lado, no puede evitar que los personajes femeninos caigan en la propia caricatura que parece denunciar. Presenta un argumento con infinitas posibilidades que, con buen humor, podría haber hecho justicia sin necesidad de ponerse  melodramático o solemne. Para compensar y distraer la atención de cualquier estereotipo sospechoso de machismo,  se nos presenta el personaje atractivo de Gyllenhaal, una feminista, solidaria con los  desfavorecidos, y una mujer de armas tomar que tiene muy claro su destino.
El punto de partida es fresco, podría haber resultado una gran comedia, pero esta aspirina reivindicativa del placer y la identidad femeninos se deshace en un guión endeble, donde el interés de los espectadores no sabe muy bien hacia donde mirar: si hacia las secuencias, tirando a cómicas, de las mujeres estimuladas en una consulta médica o hacia la historia romántica entre dos antagonistas que sienten demasiada simpatía entre sí, quizás muy pronto. Porque ambas cuestiones ni son suficientes ni se complementan para hacer el entretenimiento redondo. 
Los interpretaciones cumplen con su cometido sin grandes aspavientos. Gyllenhaal le pone entusiasmo, pero hay momentos en los que sobreactúa y el contrapunto vital que ofrece junto al joven doctor  podría haber hecho saltar chispas, si la película no hubiera estado en manos de unos guionistas algo desorientados. El protagonista, Hugh Dancy, también hace un trabajo digno, al igual que su colega y jefe en el filme, Jonathan Pryce. Por cierto, y a modo de cotilleo inevitable. Cuando veáis la película, tendréis también la oportunidad de ‘admirar’ unos rasgos masacrados e inexpresivos por obra y gracia del Botox. El carismático y, en otros tiempos, atractivo Ruppert Everett se nos convierte así en un inquietante anacronismo.    


Os dejamos con el trailer. Vosotros veréis si con esta ‘cita previa’,  os quedáis satisfechos. 

Disección: ‘Viridiana’, de Luis Buñuel. ‘Ahogo de virtud, moral y fe’

AHOGO DE VIRTUD, MORAL Y FE 

 

 

PANORÁMICA: En 1961, la historia del mundo cambia junto con Estados Unidos una vez que el presidente electo John F. Kennedy pide a los ciudadanos que sean ellos “los que hagan” algo por su país. En abril, su incursión desastrosa en Bahía de Cochinos hace que Cuba le ponga contra las cuerdas y la Guerra Fría se “caliente” cada vez más. En el club de Liverpool The Cavern, The Beatles actúa por primera vez cuando todavía Ringo Starr no había sustituido a Pete Best. Sierra Leona y Kuwait obtienen su independencia del Reino Unido. Comienza en Berlín la construcción del “Muro de la vergüenza”, símbolo de un mundo dividido absurdamente entre el capitalismo y el comunismo. España inicia su década de “aperturismo” con la inclusión de ministros tecnócratas, y retira sus tropas de Marruecos, dejándolas únicamente en Ceuta y Melilla. Nacen Diana de Gales y Barack Obama.
EL MEOLLO: Luis Buñuel siempre dijo que La edad de Oro y Viridiana eran las dos películas que dirigió con mayor libertad. Abandonada Francia y ya asentado en México, el cineasta aragonés se inspiró en la novela Halma de Benito Pérez Galdós para contar la historia de un viejo rico, Don Jaime (Fernando Rey) que vive junto con su criada Ramona en su mansión, atormentado por el recuerdo de la muerte de su esposa, que murió la noche de bodas. En este contexto aparece la virginal novicia Viridiana (Silvia Pinal), su sobrina, con un tremendo parecido a la fallecida. Esta situación desencadenará que la bondad de la muchacha le haga caer en el laberinto envenenado, en la moral ahogada, de su traumatizado y lunático tío, con un giro argumental inesperado después del cual, la devota protagonista tratará de redimirse haciendo el bien a los que están dispuestos a pagar con diferente moneda, y a burlarse de la caridad y la bondad. Trasuntos y fantasmas del mejor Hitckcock, de Vértigo y Rebeca, surrealismo, humor negro, herejía, tragedia, simbolismo y un final irrepetible, se pasearon por esta obra maestra del cine español, la única que ha conseguido ganar la Palma de Oro del Festival de Cannes, y que ha pasado a convertirse en todo un referente de la cinematografía mundial.
DETRÁS DE LAS CÁMARAS: Luis Buñuel dijo en una ocasión: “En algún lugar entre el azar y el misterio, se desliza la imaginación, libertad total del hombre”. Y es ahí donde nos gusta encontrarnos con el genio aragonés. En su cine, un territorio virgen donde todo es posible. Allí querremos vernos atrapados porque la imponente realidad habita junto a los sueños incoherentes, que se confunden con los recuerdos. Donde descubrimos la mirada, sarcástica y humana, de un cineasta que disecciona injusticias o se ríe de los convencionalismos. Tras la gran campanada surrealista que supusieron Un perro andaluz (1929) y La edad de Oro (1930) y marcharse a EEUU para ocupar un puesto casi funcionarial, en el MOMA de Nueva York, Luis Buñuel aterriza en México. Despiertan entonces sus primeras grandes películas como la obra maestra Los Olvidados (1950), un descarnado retrato de la vida de unos niños en un barrio de mala muerte de Ciudad de México. Con ella conquistó Cannes gracias al entusiasmo que despertó en Octavio Paz. De esta fantástica época cinematográfica suya, en tierras americanas, nos maravillan varias películas. En Él (1952) retrató hasta la locura, la obsesión enfermiza que son los celos, y en Ensayo de un crimen (1955) se sirvió de la comedia negra para comentarnos las andanzas de un criminal frustrado que se excita sólo con imaginarse unos asesinatos que nunca salen bien. Nazarín (1958) adaptó una novela de Galdós y nos descubrió a un Paco Rabal con las hechuras de un sacerdote, un Cristo venido a menos en tiempos impíos, que se cuestiona la propia Fe. Más tarde llegaría El Ángel Exterminador (1962), nuestra película preferida, y en la que un grupo de burgueses se ven atrapados en una habitación, de la cual no pueden salir y no saben muy bien por qué, pero eso sí, acaban dejando al aire las vergüenzas de la buena sociedad. En su etapa francesa, Belle de Jour (1966) y El discreto encanto de la burguesía (1972) siguen produciendo asombro y cumplen con la máxima del cineasta que rezaba: “jamás hay que aburrir”. Sin embargo, sería la perversa e inquietante Tristana la película que nos devolvería al cineasta en su salsa, al creador obsesivo en estado de gracia. Y es que Buñuel solía afirmar que todo lo justifica la pasión.
PRIMER PLANO
FERNANDO REY: Carismático, perfecto caballero y versátil, este actor liberal de voz enigmática iba para arquitecto, pero la Guerra Civil trastocó sus planes. Con su padre hecho prisionero, decidió mantener a su madre y a su hermana buscándose las habichuelas en el cine como extra. La necesidad marcó su destino para bien, puesto que se empleó a fondo en el oficio de actor durante 55 brillantes años. Aunque en la primera parte de su carrera, las producciones para las que trabajaba no estuvieron a la altura de su talento. Comenzó a darse a conocer con Eugenia de Montijo y en 1948 alcanzó la fama con Locura de Amor en la que compartía cartel con una jovencísima y tentadora Sara Montiel. Rey se prodigó en numerosas producciones historicistas hasta que con la legendaria productora UNINCI comenzó a frecuentar un cine de mayor calidad. En Viridiana interpreta a un viejo educado y patético, asustado de sus propios deseos, y tan retorcido que se sale con la suya con un gesto póstumo, consiguiendo apartar a su sobrina de su virtuoso camino. Fernando Rey, a partir de entonces, saltó a la esfera internacional y trabajó con otro gran genio de la historia del cine, con Orson Welles, en Campanadas a Medianoche (1965). En 1970, volvió a ponerse a las órdenes de Buñuel en Tristana, nueva adaptación de Galdós, donde nos regaló una de sus mejores interpretaciones al encarnar a Don Lope, un trasnochado caballero ‘comecuras’ y manipulador que seduce a su jovencísima protegida (Catherine Deneuve). Inolvidable es también ese adiós, entre canalla y atildado, con el que Rey / Charnier deja atrás, a bordo de un vagón de metro, al rudo Popeye (Gene Hackman) en The French Connection (1971). Fernando Rey hizo de la distinción y de la sutileza gestual sus señas de identidad.
SILVIA PINAL: La última leyenda viva de las grandes actrices de México, Silvia Pinal es actualmente todo un símbolo para su país, para cuya cinematografía ha regalado los papeles más intensos, contradictorios y emotivos. Descendiente de uno de los políticos que iniciaron el proceso de independencia de México, su trabajo como administrativa en una agencia de publicidad le permitió ponerse en contacto, desde muy joven, con profesionales de la radio, que le dieron la oportunidad de grabar algunas comedias con las que comenzó a darse a conocer. Su entrada en el mundo del teatro precedió al cine, casi inevitable gracias a una belleza cuya explotación le recomendaban sus allegados, y que vino de la mano del director cubano Rafael Banquells. Una tormentosa vida personal también la hizo protagonista de las revistas del corazón, con tres matrimonios fallidos, una hija fallecida (de nombre Viridiana) y madre de artistas (entre ellas la polémica cantante Alejandra Guzmán). En el séptimo arte, trabajó con actores como Jorge Mistral o Mario Moreno Cantinflas, y estuvo bajo la batuta de Tulio Demicheli (su papel en Un extraño en la escalera fue ampliamente aplaudido), Tito Davison y Vittoria de Sica, hasta desembarcar en la trilogía que finalizaría la etapa mexicana de Buñuel, encarnando los papeles protagonistas de Viridiana, El Ángel Exterminador y Simón del desierto, producidas por el que entonces era su marido, Gustavo Alatriste. Tras darse a conocer mundialmente, la Pinal alcanzó el nivel de María Félix o Dolores del Río, y llegó a rodar con Anthony Quinn Los cañones de San Sebastián. Durante los 80 siguió realizando trabajos entre España, México e Italia, e incluso participó en telenovelas como Los caudillos, hasta su retirada profesional.
CONTRAPICADO: Viridiana es un sueño extraño que fluye entre dos películas que son una, pero atrapan y envuelven en una misma tela de araña hecha de pura fascinación. La que suscita la lucha entre el deseo y la realidad, un humor negro inteligente y unas secuencias cargadas de símbolos y de un surrealismo bastante coherente. Ahí está la imagen de esa cuerda que sirve para saltar y para quitar la vida, o esa Viridiana sonámbula, penitente y agorera. O la escena del Angelus de los pobres, entonado al son de las herramientas de trabajo y del progreso. El filme también nos apasiona porque nos convierte a una religión irreverente, que condena la beatería por hipócrita y se ríe con grosería e inteligencia hasta de la Santa Cena. Pocas películas ‘embrujan’ como Viridiana y despiertan tanta admiración por la imaginación que desborda. Desde su comienzo, gótico, teatral y decadente, con esa pasión absurda y necrofílica del melancólico Don Jaime, al momento en el que se abren las ventanas del viejo caserón del gran señor y entra un soplo de aire fresco. Es entonces cuando la figura de Jorge, lleno de vida, llega para inquietar y para esperar que Viridiana abandone sus fantasías cristianas. Esa segunda parte es brillante, en ella aparecen los mendigos estrafalarios, hijos del esperpento y de un submundo atragantado en una España muy pía, que supieron campar a sus anchas por la ‘podrida beatería’ de la joven santa.
Todavía no hemos encontrado una secuencia que nos haya resultado más hipnótica que la de la borrachera de los pobres, con ese caos como atmósfera, el Mesías de Haendel como telón de fondo, un velo y un corpiño en el grotesco cuerpo de un falso leproso que se deja llevar por una danza macabra. Un ciego enloquecido por los celos arremete contra la vajilla y la buena mesa para que tengamos todos la fiesta en paz. Sencillamente, sublime.
PICADO: Dado a pocos personalismos, la dirección de actores nunca fue el fuerte de Buñuel. Para hacerles sentir lo que salía de su cabeza requería de un esfuerzo sobrehumano y empático del que se sentía totalmente incapaz. Por eso, las interpretaciones de sus películas puedan parecer siempre tan planas, frías o recitadas. Viridiana no es una excepción. La locura cortés de Don Jaime roza la parodia por la elegancia de la misma, las palabras de Viridiana suenan igual durante toda la película, y lo grotesco de los mendigos del segundo bloque más bien parece un vodevil subido a un carro con caballo desbocado. Sin embargo, esta circunstancia hace todavía más increíble la película. En sus variadas biografías, cuentan de Buñuel una macabra intencionalidad en estas interpretaciones acartonadas y agrias, para crear cierta sensación de desasosiego. Y así, sin contar con unos actores dejándose la piel en sus roles, sin unas interpretaciones fuera de serie, la película sigue siendo un complejo puzzle de elementos emocionales que nos deja sin armas y acorralados ¿Cómo es posible?
SIMBIOSIS SONORA: Algo atormentado por su sordera, Luis Buñuel llegó a decir en una ocasión al escritor y guionista Guillermo Cabrera Infante que detestaba la música en el cine porque le parecía “deleznable su utilización para subrayar un sentimiento”. Y de hecho, en Viridiana, la música no es un mero acompañamiento sino que cobra un protagonismo esencial en algunas de las secuencias clave de la película. Por ejemplo, es la que excita los ánimos en la famosa bacanal de los mendigos o la que envuelve en una ensoñación placentera a Don Jaime, mientras toca el órgano, justo después de que Viridiana desnudara para nosotros sus piernas. Buñuel encargó a su amigo, el compositor Gustavo Pittaluga, músico perteneciente a la Generación del 27, que hiciera la selección musical, eligiendo éste, finalmente, fragmentos del Réquiem de Mozart, del Mesías de Haendel y de la Novena Sinfonía de Beethoven. El final de la película, la liberación, rompe con los clásicos y se invita a jugar al tute teniendo como banda sonora el tema roquero Shake your cares away.
OJO AL DATO: Le debemos uno de los mejores finales de la historia del cine a la mirada escandalizada de un censor de la España de Franco. Buñuel quería cerrar su película con la imagen de Viridiana llamando a la puerta de la habitación de Jorge, su primo. El abriría, ella entraría y se volvería a cerrar la puerta para que la elipsis final se adueñara de nuestra imaginación. Sin embargo, el censor advirtió que aquello no era apropiado. Y nada pudo ser más estimulante para el genial aragonés que aquella muestra de onanismo mental. Se inventó entonces un final donde Ramona, la criada y amante de Jorge, ya estaba en la habitación y a punto, según el descarado Jorge, de echar una partida a las cartas. Viridiana acepta el juego y se sientan los tres a la mesa. Jorge reparte las cartas mientras dice, insolente, sexual: “La primera vez que te vi pensé: mi prima Viridiana, terminará por jugar al tute conmigo”. La cámara se aleja del sugerente trío dejándonos asombrados ante la extraordinaria inteligencia de un director que sabía, como pocos, hacer del sarcasmo una obra maestra. La película fue prohibida en España durante muchos años.
RETRATO DEL HÉROE: Buñuel nunca renunció a su forma de entender el cine. Desde Calanda hasta el estrellato mundial, y siempre rodeado de su aureola de hombre sobrio, callado y algo intratable, el aragonés tejió en Viridiana toda su colección de fetichismos, desde el destape de piernas de la sonámbula protagonista, pasando por su mano temblorosa hacia una ubre de vaca, hasta la recreación de la última cena de Leonardo. En esta tragedia negra no dejó títere con cabeza, cerró todas las puertas a cualquier tipo de virtud judeocristiana y burló la censura de mentes burras que no sabían censurar lo que no sabían entender. Por aquí tuvimos la suerte de ver Viridiana a edad muy temprana, y eso no solo nos llevó a empaparnos de toda la cinematografía de este cineasta incatalogable, sino a viajar más allá de su simbolismo mil veces traducido e incomprendido, y simplemente aprender con rudeza que la acción-reacción no siempre se cumple, que la vida te da sorpresas, que poco o nada puede controlarse, que impera el caos. Y podríamos seguir hablando del sentido de sus imágenes, de sus planos fijos sobre detalles aparentemente intrascendentes, pero Buñuel, siempre lo explicó mejor: “La historia es también una secuencia de moral y estética surrealista. El instinto sexual y el sentido de la muerte forman su sustancia”. Ahí queda.
Nos resulta tan imposible elegir alguna de sus secuencias magistrales, que os dejamos una compilación de sus mejores escenas bajo el Mesías de Haendel:

 

Visionado: ‘Blancanieves y la leyenda del cazador’, de Rupert Sanders. ‘Charlize salva el refrito’

 
tres estrellas
 
Sorprenden mucho estos productos tan bien empaquetados y brillantes que salen de las manos de directores desconocidos, nombres de cortometrajistas y publicistas que de repente se hacen con un cheque y en menos de un año te plantan la revisión de uno de los cuentos más famosos del mundo, en plan gótico y batallesco. No es que la sorpresa sea ingrata, pero ya hemos comentado en alguna ocasión que la trilogía de El Señor de los Anillos dejó en su momento el listón tan alto que encontrarnos de nuevo con una heroína en un caballo blanco perseguida por jinetes negros, batallas panorámicas digitales, trolls y bosques encantados con lluvias de hadas color Rivendel, nos gusta, pero no cuela.
 
Este remake, homenaje, alucinación (o lo que sea) del mito de la madrastra mala obsesionada con la belleza y la princesa-doncella guapísima e inocente que se ve obligada a huir de sus garras, no es abominable, a ver si nos entendemos. Ese puntillo de negrura evanescente que desprenden sus escenarios está construido con inteligencia y buen gusto. Hay escenas algo emocionantes y de brevísima belleza como la “bendición” de Blancanieves y la entrada de la caballería por la playa. Tiene un ritmo que más quisieran otras que dicen llamarse “de aventuras” y gotea un misticismo mágico que hace que por momentos te creas que realmente el bien y el mal tienen esa polaridad tan simple.
 
Pero no hay nada realmente escalofriante, excesivamente emotivo, sobrecogedor, dramático o espectacular. Ni en su guion de frases hechas ni en sus interpretaciones. Solo Charlize Theron, que está espléndida, es capaz de hacer que la amemos y la odiemos casi a partes iguales, porque sale bellísima y malísima, pero con un personaje que merecía más planos (el doble, por ejemplo). E incluso con sus breves escenas, ella sola salva este compendio de refritos bienintencionados A Kristen Stewart, por mucho que quieran convertirla en Juana de Arco, no hay quien le quite el mohín “crepuscular” de boca abierta y mirada cansada, y Chris Hemsworth… pues es que solo constata sus limitaciones. En cuanto a los enanitos, son tan encantadores como irritantes, así que casi que te sobran, excepto por Muir, el ciego, donde reconocimos a nuestro amado Bob Hoskins.
 
En definitiva, que la película entretiene, y probablemente otorga lo que ofrece, mucho mejor que la cursilada sin gracia de la otra versión del 2012 protagonizada por Julia Roberts, pero su aportación al cine fantástico es tanto como el tiempo que tardéis en olvidarla. Y la verdad, todavía no sabemos muy bien qué pensar de la versión que el bilbaíno Pablo Berger ha rodado en España con Maribel Verdú. Es muda, en blanco y negro, y ambientada en los años 20. Y hay toreo, tricornios y folclore. A saber lo que saldrá de ahí.


A fin de cuentas, los que idolatramos los mitos de los mundos fantásticos, aquellos que todavía sentimos que no estamos de vuelta de todo, los que seguimos esperando que los mundos de la Tierra Media, de Narnia, de Fantasía, sigan inspirando pero no siendo imitados, confiamos en no quedarnos eternamente sentados esperando que los creadores (porque nosotros no lo somos) encuentren algo, dentro o fuera de la literatura universal -¿qué pasa con el guión original en esta categoría?- y demuestren al mundo que hay un relevo creativo para este género. O eso, o nada.

Visionado: ‘Profesor Lazhar’, de Philippe Falardeau. ‘Aprender lo inevitable’

 

cuatro estrellas


¿Cómo entiende un niño, que despierta a la vida, la tragedia de un suicidio?, ¿cómo lo incorpora a su universo lleno de luz y de miedo irracional, de sentimientos extremos y de puro asombro? ¿Cómo puede un profesor inmigrante, que arrastra en sus recuerdos una pesadilla, librar a su alumnado de la presencia inoportuna de la muerte?

Un joven realizador canadiense, Philippe Falardeau, ha sido capaz de responder a todo ello, pero sin cerrar del todo los interrogantes, en una fantástica película, Profesor Lazhar, que se está proyectando en poquísimos cines de nuestro país.
El filme nos presenta a Bachir Lazhar (Fellag), un inmigrante argelino que acepta un trabajo como profesor que no quiere nadie. Se convierte en el sustituto de una profesora que acaba de quitarse la vida en clase dejando a sus alumnos, aparentemente indiferentes ante el suceso, en un estado traumático. Lazhar es un maestro de escuela de los de antes, empeñado en recuperar a Balzac en clase (al parecer, políticamente incorrecto en nuestros tiempos) y en educar, además, de enseñar, a unos alumnos atrincherados en un sistema de aprendizaje que les  ha ofrecido demasiada libertad.
Estamos ante una historia intensa, vibrante y, sin embargo, muy medida y calmada. Habrá muchos que la encuentren algo fría, pero está llena de matices ricos y de comprensión humana. Entre muchos otros dilemas que plantea, habla del aprendizaje que supone la aceptación de la muerte y de la responsabilidad que conlleva educar en una sociedad donde muchos niños están demasiado acostumbrados a la soledad y en la que se tambalean valores que, alguna vez, fueron fundamentales.
A pesar de los temas que frecuenta, el filme huye del exceso y se aferra a una narración donde los acontecimientos suceden de forma natural. La trama orbita en torno al profesor Lazhar, un personaje que resulta a la vez misterioso y reconfortante. Es un extraño que viene de otro mundo y se cuela en nuestras vidas casi sin darnos cuenta, dando una lección de  templanza y de serenidad ante el dolor. Es un buen samaritano que busca la paz de espíritu entregándose a una causa cualquiera, en este caso, educar a una clase con niños que son víctimas de un encuentro brutal, antinatural con la madurez.
El filme, nominado a los Oscar en la categoría de Mejor Película Extranjera, es una adaptación de una obra de teatro, Bashir Lazhar, cuya autora es una mujer canadiense también actriz y novelista, Évelyne de la Chenelière. Fue ella quien recomendó a Fellag como el intérprete ideal para encarnar a su protagonista literario. 
Precisamente la elección del casting es uno de los mayores aciertos. Empezando por el propio Fellag, un hombre que vivió una experiencia cercana a la de su personaje (de hecho, tiene una condena pendiente en su país, Argelia, pesando sobre él una Fatwa). Y siguiendo por Sophie Nélisse, quien encarna a Alice, su alumna preferida, una niña en una edad equivocada. Una criatura devoradora de aventuras literarias y tan espabilada como para asomarse a las almas de las personas que le rodean, comprenderlas y juzgarlas también con terrible severidad.


En el trailer, veréis un avance de la película que despista bastante. No le hace mucha justicia a la bellísima historia que cuenta.