AHOGO DE VIRTUD, MORAL Y FE
PANORÁMICA: En 1961, la historia del mundo cambia junto con Estados Unidos una vez que el presidente electo John F. Kennedy pide a los ciudadanos que sean ellos “los que hagan” algo por su país. En abril, su incursión desastrosa en Bahía de Cochinos hace que Cuba le ponga contra las cuerdas y la Guerra Fría se “caliente” cada vez más. En el club de Liverpool The Cavern, The Beatles actúa por primera vez cuando todavía Ringo Starr no había sustituido a Pete Best. Sierra Leona y Kuwait obtienen su independencia del Reino Unido. Comienza en Berlín la construcción del “Muro de la vergüenza”, símbolo de un mundo dividido absurdamente entre el capitalismo y el comunismo. España inicia su década de “aperturismo” con la inclusión de ministros tecnócratas, y retira sus tropas de Marruecos, dejándolas únicamente en Ceuta y Melilla. Nacen Diana de Gales y Barack Obama.
EL MEOLLO: Luis Buñuel siempre dijo que La edad de Oro y Viridiana eran las dos películas que dirigió con mayor libertad. Abandonada Francia y ya asentado en México, el cineasta aragonés se inspiró en la novela Halma de Benito Pérez Galdós para contar la historia de un viejo rico, Don Jaime (Fernando Rey) que vive junto con su criada Ramona en su mansión, atormentado por el recuerdo de la muerte de su esposa, que murió la noche de bodas. En este contexto aparece la virginal novicia Viridiana (Silvia Pinal), su sobrina, con un tremendo parecido a la fallecida. Esta situación desencadenará que la bondad de la muchacha le haga caer en el laberinto envenenado, en la moral ahogada, de su traumatizado y lunático tío, con un giro argumental inesperado después del cual, la devota protagonista tratará de redimirse haciendo el bien a los que están dispuestos a pagar con diferente moneda, y a burlarse de la caridad y la bondad. Trasuntos y fantasmas del mejor Hitckcock, de Vértigo y Rebeca, surrealismo, humor negro, herejía, tragedia, simbolismo y un final irrepetible, se pasearon por esta obra maestra del cine español, la única que ha conseguido ganar la Palma de Oro del Festival de Cannes, y que ha pasado a convertirse en todo un referente de la cinematografía mundial.
DETRÁS DE LAS CÁMARAS: Luis Buñuel dijo en una ocasión: “En algún lugar entre el azar y el misterio, se desliza la imaginación, libertad total del hombre”. Y es ahí donde nos gusta encontrarnos con el genio aragonés. En su cine, un territorio virgen donde todo es posible. Allí querremos vernos atrapados porque la imponente realidad habita junto a los sueños incoherentes, que se confunden con los recuerdos. Donde descubrimos la mirada, sarcástica y humana, de un cineasta que disecciona injusticias o se ríe de los convencionalismos. Tras la gran campanada surrealista que supusieron Un perro andaluz (1929) y La edad de Oro (1930) y marcharse a EEUU para ocupar un puesto casi funcionarial, en el MOMA de Nueva York, Luis Buñuel aterriza en México. Despiertan entonces sus primeras grandes películas como la obra maestra Los Olvidados (1950), un descarnado retrato de la vida de unos niños en un barrio de mala muerte de Ciudad de México. Con ella conquistó Cannes gracias al entusiasmo que despertó en Octavio Paz. De esta fantástica época cinematográfica suya, en tierras americanas, nos maravillan varias películas. En Él (1952) retrató hasta la locura, la obsesión enfermiza que son los celos, y en Ensayo de un crimen (1955) se sirvió de la comedia negra para comentarnos las andanzas de un criminal frustrado que se excita sólo con imaginarse unos asesinatos que nunca salen bien. Nazarín (1958) adaptó una novela de Galdós y nos descubrió a un Paco Rabal con las hechuras de un sacerdote, un Cristo venido a menos en tiempos impíos, que se cuestiona la propia Fe. Más tarde llegaría El Ángel Exterminador (1962), nuestra película preferida, y en la que un grupo de burgueses se ven atrapados en una habitación, de la cual no pueden salir y no saben muy bien por qué, pero eso sí, acaban dejando al aire las vergüenzas de la buena sociedad. En su etapa francesa, Belle de Jour (1966) y El discreto encanto de la burguesía (1972) siguen produciendo asombro y cumplen con la máxima del cineasta que rezaba: “jamás hay que aburrir”. Sin embargo, sería la perversa e inquietante Tristana la película que nos devolvería al cineasta en su salsa, al creador obsesivo en estado de gracia. Y es que Buñuel solía afirmar que todo lo justifica la pasión.
PRIMER PLANO
FERNANDO REY: Carismático, perfecto caballero y versátil, este actor liberal de voz enigmática iba para arquitecto, pero la Guerra Civil trastocó sus planes. Con su padre hecho prisionero, decidió mantener a su madre y a su hermana buscándose las habichuelas en el cine como extra. La necesidad marcó su destino para bien, puesto que se empleó a fondo en el oficio de actor durante 55 brillantes años. Aunque en la primera parte de su carrera, las producciones para las que trabajaba no estuvieron a la altura de su talento. Comenzó a darse a conocer con Eugenia de Montijo y en 1948 alcanzó la fama con Locura de Amor en la que compartía cartel con una jovencísima y tentadora Sara Montiel. Rey se prodigó en numerosas producciones historicistas hasta que con la legendaria productora UNINCI comenzó a frecuentar un cine de mayor calidad. En Viridiana interpreta a un viejo educado y patético, asustado de sus propios deseos, y tan retorcido que se sale con la suya con un gesto póstumo, consiguiendo apartar a su sobrina de su virtuoso camino. Fernando Rey, a partir de entonces, saltó a la esfera internacional y trabajó con otro gran genio de la historia del cine, con Orson Welles, en Campanadas a Medianoche (1965). En 1970, volvió a ponerse a las órdenes de Buñuel en Tristana, nueva adaptación de Galdós, donde nos regaló una de sus mejores interpretaciones al encarnar a Don Lope, un trasnochado caballero ‘comecuras’ y manipulador que seduce a su jovencísima protegida (Catherine Deneuve). Inolvidable es también ese adiós, entre canalla y atildado, con el que Rey / Charnier deja atrás, a bordo de un vagón de metro, al rudo Popeye (Gene Hackman) en The French Connection (1971). Fernando Rey hizo de la distinción y de la sutileza gestual sus señas de identidad.
SILVIA PINAL: La última leyenda viva de las grandes actrices de México, Silvia Pinal es actualmente todo un símbolo para su país, para cuya cinematografía ha regalado los papeles más intensos, contradictorios y emotivos. Descendiente de uno de los políticos que iniciaron el proceso de independencia de México, su trabajo como administrativa en una agencia de publicidad le permitió ponerse en contacto, desde muy joven, con profesionales de la radio, que le dieron la oportunidad de grabar algunas comedias con las que comenzó a darse a conocer. Su entrada en el mundo del teatro precedió al cine, casi inevitable gracias a una belleza cuya explotación le recomendaban sus allegados, y que vino de la mano del director cubano Rafael Banquells. Una tormentosa vida personal también la hizo protagonista de las revistas del corazón, con tres matrimonios fallidos, una hija fallecida (de nombre Viridiana) y madre de artistas (entre ellas la polémica cantante Alejandra Guzmán). En el séptimo arte, trabajó con actores como Jorge Mistral o Mario Moreno Cantinflas, y estuvo bajo la batuta de Tulio Demicheli (su papel en Un extraño en la escalera fue ampliamente aplaudido), Tito Davison y Vittoria de Sica, hasta desembarcar en la trilogía que finalizaría la etapa mexicana de Buñuel, encarnando los papeles protagonistas de Viridiana, El Ángel Exterminador y Simón del desierto, producidas por el que entonces era su marido, Gustavo Alatriste. Tras darse a conocer mundialmente, la Pinal alcanzó el nivel de María Félix o Dolores del Río, y llegó a rodar con Anthony Quinn Los cañones de San Sebastián. Durante los 80 siguió realizando trabajos entre España, México e Italia, e incluso participó en telenovelas como Los caudillos, hasta su retirada profesional.
CONTRAPICADO: Viridiana es un sueño extraño que fluye entre dos películas que son una, pero atrapan y envuelven en una misma tela de araña hecha de pura fascinación. La que suscita la lucha entre el deseo y la realidad, un humor negro inteligente y unas secuencias cargadas de símbolos y de un surrealismo bastante coherente. Ahí está la imagen de esa cuerda que sirve para saltar y para quitar la vida, o esa Viridiana sonámbula, penitente y agorera. O la escena del Angelus de los pobres, entonado al son de las herramientas de trabajo y del progreso. El filme también nos apasiona porque nos convierte a una religión irreverente, que condena la beatería por hipócrita y se ríe con grosería e inteligencia hasta de la Santa Cena. Pocas películas ‘embrujan’ como Viridiana y despiertan tanta admiración por la imaginación que desborda. Desde su comienzo, gótico, teatral y decadente, con esa pasión absurda y necrofílica del melancólico Don Jaime, al momento en el que se abren las ventanas del viejo caserón del gran señor y entra un soplo de aire fresco. Es entonces cuando la figura de Jorge, lleno de vida, llega para inquietar y para esperar que Viridiana abandone sus fantasías cristianas. Esa segunda parte es brillante, en ella aparecen los mendigos estrafalarios, hijos del esperpento y de un submundo atragantado en una España muy pía, que supieron campar a sus anchas por la ‘podrida beatería’ de la joven santa.
Todavía no hemos encontrado una secuencia que nos haya resultado más hipnótica que la de la borrachera de los pobres, con ese caos como atmósfera, el Mesías de Haendel como telón de fondo, un velo y un corpiño en el grotesco cuerpo de un falso leproso que se deja llevar por una danza macabra. Un ciego enloquecido por los celos arremete contra la vajilla y la buena mesa para que tengamos todos la fiesta en paz. Sencillamente, sublime.
PICADO: Dado a pocos personalismos, la dirección de actores nunca fue el fuerte de Buñuel. Para hacerles sentir lo que salía de su cabeza requería de un esfuerzo sobrehumano y empático del que se sentía totalmente incapaz. Por eso, las interpretaciones de sus películas puedan parecer siempre tan planas, frías o recitadas. Viridiana no es una excepción. La locura cortés de Don Jaime roza la parodia por la elegancia de la misma, las palabras de Viridiana suenan igual durante toda la película, y lo grotesco de los mendigos del segundo bloque más bien parece un vodevil subido a un carro con caballo desbocado. Sin embargo, esta circunstancia hace todavía más increíble la película. En sus variadas biografías, cuentan de Buñuel una macabra intencionalidad en estas interpretaciones acartonadas y agrias, para crear cierta sensación de desasosiego. Y así, sin contar con unos actores dejándose la piel en sus roles, sin unas interpretaciones fuera de serie, la película sigue siendo un complejo puzzle de elementos emocionales que nos deja sin armas y acorralados ¿Cómo es posible?
SIMBIOSIS SONORA: Algo atormentado por su sordera, Luis Buñuel llegó a decir en una ocasión al escritor y guionista Guillermo Cabrera Infante que detestaba la música en el cine porque le parecía “deleznable su utilización para subrayar un sentimiento”. Y de hecho, en Viridiana, la música no es un mero acompañamiento sino que cobra un protagonismo esencial en algunas de las secuencias clave de la película. Por ejemplo, es la que excita los ánimos en la famosa bacanal de los mendigos o la que envuelve en una ensoñación placentera a Don Jaime, mientras toca el órgano, justo después de que Viridiana desnudara para nosotros sus piernas. Buñuel encargó a su amigo, el compositor Gustavo Pittaluga, músico perteneciente a la Generación del 27, que hiciera la selección musical, eligiendo éste, finalmente, fragmentos del Réquiem de Mozart, del Mesías de Haendel y de la Novena Sinfonía de Beethoven. El final de la película, la liberación, rompe con los clásicos y se invita a jugar al tute teniendo como banda sonora el tema roquero Shake your cares away.
OJO AL DATO: Le debemos uno de los mejores finales de la historia del cine a la mirada escandalizada de un censor de la España de Franco. Buñuel quería cerrar su película con la imagen de Viridiana llamando a la puerta de la habitación de Jorge, su primo. El abriría, ella entraría y se volvería a cerrar la puerta para que la elipsis final se adueñara de nuestra imaginación. Sin embargo, el censor advirtió que aquello no era apropiado. Y nada pudo ser más estimulante para el genial aragonés que aquella muestra de onanismo mental. Se inventó entonces un final donde Ramona, la criada y amante de Jorge, ya estaba en la habitación y a punto, según el descarado Jorge, de echar una partida a las cartas. Viridiana acepta el juego y se sientan los tres a la mesa. Jorge reparte las cartas mientras dice, insolente, sexual: “La primera vez que te vi pensé: mi prima Viridiana, terminará por jugar al tute conmigo”. La cámara se aleja del sugerente trío dejándonos asombrados ante la extraordinaria inteligencia de un director que sabía, como pocos, hacer del sarcasmo una obra maestra. La película fue prohibida en España durante muchos años.
RETRATO DEL HÉROE: Buñuel nunca renunció a su forma de entender el cine. Desde Calanda hasta el estrellato mundial, y siempre rodeado de su aureola de hombre sobrio, callado y algo intratable, el aragonés tejió en Viridiana toda su colección de fetichismos, desde el destape de piernas de la sonámbula protagonista, pasando por su mano temblorosa hacia una ubre de vaca, hasta la recreación de la última cena de Leonardo. En esta tragedia negra no dejó títere con cabeza, cerró todas las puertas a cualquier tipo de virtud judeocristiana y burló la censura de mentes burras que no sabían censurar lo que no sabían entender. Por aquí tuvimos la suerte de ver Viridiana a edad muy temprana, y eso no solo nos llevó a empaparnos de toda la cinematografía de este cineasta incatalogable, sino a viajar más allá de su simbolismo mil veces traducido e incomprendido, y simplemente aprender con rudeza que la acción-reacción no siempre se cumple, que la vida te da sorpresas, que poco o nada puede controlarse, que impera el caos. Y podríamos seguir hablando del sentido de sus imágenes, de sus planos fijos sobre detalles aparentemente intrascendentes, pero Buñuel, siempre lo explicó mejor: “La historia es también una secuencia de moral y estética surrealista. El instinto sexual y el sentido de la muerte forman su sustancia”. Ahí queda.
Nos resulta tan imposible elegir alguna de sus secuencias magistrales, que os dejamos una compilación de sus mejores escenas bajo el Mesías de Haendel:
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