Atado en corto: ‘El ladrón de caras’, de PrimerFrame. ‘Contra el peor enemigo’

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En una oscura noche, una mujer corre desesperada agarrada a una carpeta por las calles de una ciudad. Algo a alguien la persigue, quizás para arrebatarle algo sagrado, algo que es fundamental que no se pierda ni se olvide. Un desgarrador saxofón nos transporta después al despacho de Paul F. Gimbal, un detective solitario, aburrido y taciturno, que recibe la visita de la misteriosa muchacha. Su caso es tan extraño como su desesperación, y ambos deciden resolverlo pese al impredecible y enorme peligro que correrán, enfrentados al enemigo menos piadoso de todos.

Los alumnos del Master en Animación de la Escuela PrimerFrame son los autores de este sensacional cortometraje mudo y de animación que lleva cerca de año y medio levantado pasiones en las redes sociales, debido a su inesperado y emocionante mensaje final. Finalista de la edición de Mundos Digitales 2013, entre otras muchas menciones, El ladrón de caras es solamente un ejemplo del enorme talento juvenil que se fragua en la animación española, y que cada año despunta con mayor proyección en el extranjero.

Incluimos su visionado a continuación para descubráis quién es el villano sin escrúpulos que pone a sus dos protagonistas ante una lucha sin cuartel:

Visionado: ‘Magia a la luz de la luna’, de Woody Allen. ‘Rebosando encanto y prisas’

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tres estrellas

En Magia a la luz de la luna viajamos, una vez más, a otro de los paraísos remotamente perdidos de Woody Allen. En concreto, al sugestivo Berlín de los años 30 donde nos presenta a un célebre mago inglés, Stanley Crawford (Colin Firth), que se esconde tras un disfraz de chino mandarín (Wei Ling Soo) para dar rienda suelta a sus sofisticados números de ilusionismo. Malhumorado, egocéntrico, descreído y bastante desencantado con aquello de la vida, decide desenmascarar a una médium (Emma Stone) que aparentemente ha hecho presa fácil de una familia de multimillonarios en plena Costa Azul.

Woody Allen lleva a la gran pantalla uno de sus divertimentos ligeros, revestido de comedia sofisticada que sabe deshacerse en diálogos y reflexiones brillantes, llenas de ingenio a los que, sin embargo, les falta una buena percha. Y no es que el planteamiento de la película no sea estimulante, que lo es y mucho, pues Allen enfrenta dos maneras de entender la existencia: la de aquellos que prefieren contemplarla rodeada de cierto halo de misterio (un cajón de sastre donde bien pueden alternarse las casualidades cargadas de intenciones, la magia o las almas en pena y con incontinencia verbal) o presentada a las bravas, sin un más allá que nos redima del absurdo. Pero lo cierto es que los personajes no tienen verdadera garra cómica y este Woody Allen, tan aferrado a los ‘grandes existenciales’ (demasiado desconcierto) no llega a soltarse, a relajarse en el humor inteligentemente disparatado con el que, en otras ocasiones, ha sabido brindarnos grandes obras maestras.

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Visionado: ‘Ciutat morta (Ciudad muerta)’, de Xavier Artigas y Xapo Ortega. ‘En el nombre de Patri’

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cinco estrellas

No resulta cómodo para ningún periodista con cierta sensibilidad a la actualidad social, o con un mínimo apego a la investigación comprometida y honesta, adentrarse en el inquietante y terrorífico recorrido del documental Ciutat morta. Es imposible quitarse de encima esa sensación de impotencia al encontrarse ante unos hechos silenciados a los que nunca se prestó la suficiente atención mediática y que ahora explotan en las narices de un gran público que se siente indignado por lo que ahí se relata, gracias a su emisión en televisión y tras un doloroso periodo de censura e ignorancia. El mejor documental de la última edición del Festival de Cine de Málaga es un asombroso torrente de datos, testimonios y hechos casi probados que se desencadenaron porque varios jóvenes estaban donde no debían en el momento equivocado. Así de simple, pero tremendamente complejo al mismo tiempo.

El origen de todo: la madrugada del 4 de febrero de 2006 se produjo una carga policial en los alrededores de un teatro ocupado del centro de Barcelona, y entre un gran momento de confusión un agente de la Guardia Urbana resultó gravemente herido tras impactarle un objeto en la cabeza. Horas después, el entonces alcalde de la Ciudad Condal, Joan Clos, dice en la radio que el agente recibió el golpe de una maceta arrojada desde cierta altura. Sin embargo, son varios los detenidos a pie de calle (no en las azoteas ni en los balcones), entre ellos tres latinoamericanos que son llevados a dependencias policiales, donde, según sus propios testimonios y denuncias, se declaran inocentes y son torturados, insultados y vejados. Posteriormente son atendidos por médicos en el Hospital del Mar, donde acuden en ese mismo momento Patricia ‘Patri’ y Alfredo, lesionados por un aparatoso accidente de bicicleta. Su forma de vestir, y un mal interpretado mensaje en el móvil de ella, provocan la detención también de estos dos jóvenes, a quienes se acusa de participar en los altercados del teatro ocupado, sin ni siquiera encontrarse allí en esos momentos.

Una ciega venganza policial, un conjunto de testimonios falsos de los agentes acusándoles de haber arrojado piedras, de los médicos que miraron hacia otro lado y la connivencia de la juez encargada del caso hicieron el resto: prisiones preventivas de hasta dos años (lo máximo permitido por la ley) para los tres primeros jóvenes, y sentencia inculpatoria posterior para Alfredo (finalmente indultado) y para Patri. Esta última es el tema central de Ciutat morta: Patricia Heras. una joven de Madrid, escritora premonitoria en su blog Poeta Muerta, estudiante de literatura y amante de la estética ‘queer’ y post-punk, que acudió a Barcelona a ganarse la vida y que se dejó todos sus ahorros en pagarse la defensa de un juicio injusto, plagado de veneno institucional y que finalmente acabó con ella. Tras obtener un permiso penitenciario en tercer grado, Patri sale de la cárcel en abril de 2011 y pocos días después se suicida arrojándose por una ventana.

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‘Avatar’, de James Cameron: ‘En la piel del indígena’ vs ‘Miedo al vacío’

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EN LA PIEL DEL INDÍGENA

En el año 2154, Pandora no es la hija de Zeus encargada de propagar los males por el mundo, sino el nombre de una luna repleta de vegetación y magia donde habitan los na’vi, una raza de humanoides que viven apegados a la espiritualidad que emana de la tierra y a la fuerza de una religiosidad anclada en la naturaleza, dividida en diferentes clanes. El hombre también ha llegado hasta allí, y permanece en constante conflicto con los indígenas en operaciones dirigidas desde unas instalaciones científico-militares, con la intención de hacerse con un mineral necesario para la supervivencia energética del planeta Tierra. Pero el mayor yacimiento del mismo se encuentra bajo el asentamiento de un poblado de nativos, un inmenso árbol-madre que no están dispuestos a ceder a los que ellos consideran los alienígenas, los que no entienden nada, la “gente del cielo que no sabe ver”.

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Un marine que ha quedado parapléjico, Jake Sully (Sam Worthington) es enviado a Pandora con la misión de participar como conductor en el programa Avatar, a través del cual los humanos han conseguido crear cuerpos de nativos que pueden controlar a distancia. La doctora Grace Augustine (Sigourney Weaber), pacifista, amante de la biología y sensibilizada con la vida de los indígenas dirige esta operación, que los militares quieren utilizar en su beneficio para destruir el poblado sagrado. Sully consigue infiltrarse en el todopoderoso grupo de los Omaticaya tras conocer a la nativa Neytiri (Zoe Saldana), momento a partir del cual, sumido en la piel del indígena, su conciencia comienza a partirse en dos entre su deber como marine y su pasión por la libertad de lo que consigue amar y vivir dentro de su avatar. Aparece aquí la figura del elegido, del mesías, del destinado a hacer pervivir toda una raza.


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Esta es la compleja síntesis de la fábula ecologista, antiimperialista, mística y fantástica con la que James Cameron reventó las taquillas en 2009 tras numerosas especulaciones y otras tantas expectativas. Crítica y público quedaron absolutamente rendidos a la originalidad e innovación del diseño de ese nuevo universo preñado de animales mitológicos, ancestros que susurran a través de las raíces de los árboles y seres azules conectados por energías espirituales. Ante todo, un espectáculo visual sin precedentes en el cine del nuevo siglo, pero por debajo de ese caparazón en tres dimensiones, una maravilla de la otredad y de la iconografía que todavía hoy resulta difícil de resumir debido a la gran cantidad de cuestiones que aborda: desde su hostil mensaje contra el colonialismo y a favor de los derechos de los pueblos, hasta la duplicidad de la mente, la filosofía descartiana, el chamanismo, las nuevas tecnologías y las tesis sobre los mesías y profetas que todas las religiones tienen en común.

Avatar fue una revolución cinematográfica en todos los sentidos y aunque no consiguió hacerse con los Premios Oscar de Hollywood más importantes de ese año (curiosamente fueron para En tierra hostil, de Kathryn Bigelow, ex pareja de Cameron), su asentamiento en el fanatismo popular ha sido mayor en cuanto al legado. Comics, publicaciones, videojuegos, teorías y animaciones de todo tipo continúan seis años después defendiendo la alargada sombra de los na’vai, de su gran vínculo con los primeros pobladores indios de las Américas y de la cultura maya. Es esta una característica muy curiosa de la película teniendo en cuenta que, siendo objetivos, hay que reconocer que toda su maestría reside en la técnica: es espectacularidad visual pura y dura.

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Visionado: ‘Birdman’, de Alejandro González Iñárritu. ‘Pájaros en la cabeza’

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tres estrellas

Es una fórmula que no falla. Un cineasta de culto rescatando del ostracismo a un actor ya entrado en años para mostrarlo decrépito, decadente y sincero. La última vez que este sistema nos fascinó fue con Micky Rourke a las órdenes de Darren Aronofosky en El Luchador, y aunque en Birdman el mexicano Alejandro González Iñárritu va incluso un paso más allá con Michael Keaton, ya que parece contarnos buena parte de su verdadera historia, no nos ha acariciado el corazón como aquella. Quizás porque todo el mundo parece haberse puesto de acuerdo en que se trata de una obra maestra de la comedia, cuando nosotros solo vemos a su director huyendo del fabuloso dramatismo de su filmografía anterior con un sentido del humor que, sin embargo, le sigue saliendo amargo, y con un resultado irregular, impostado y algo frío.

Cuatro guionistas, incluido el propio Iñárritu, son los autores de la historia de un actor en horas bajas, famoso por haber interpretado a un superhéroe cinematográfico durante años, que intenta resurgir de sus cenizas sacando adelante nada menos que en los escenarios de Broadway la adaptación teatral de una obra de Raymond Carver. Acosado por las contrariedades que se van sucediendo antes del preestreno, rodeado de personas con serias turbulencias emocionales y martirizado por la voz de su pajarraco interior, Riggan Thomson (Keaton) se regodea en una caída en picado que encuentra su mejor virtud en un falso plano-secuencia que dura toda la película, trucado en barridos, puertas que se abren y cierran, y miradas al cielo. Un revolucionario método de rodaje que se convierte en lo mejor de la película junto con la fotografía de ese genio llamado Emmanuel Lubezki ‘Chivo’.

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Visionado: ‘The Imitation Game (Descifrando Enigma)’, de Morten Tyldum: ‘Héroes matemáticos’

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cuatro estrellas

Solamente el paso del tiempo sirve para hacer verdadera justicia a los héroes que ganaron guerras desde los frentes alejados de tanques y fusiles. Más allá del épico desembarco de Normandía, de las bombas atómicas y de la caída de Berlín, el final de la Segunda Guerra Mundial estuvo también en manos de personas que quizás no arriesgaron sus vidas, ni mancharon de sangre sus manos pero cuyas inquietas y científicas mentes hicieron que la balanza se inclinara por el rumbo de la historia europea que hoy conocemos. Mientras el mundo tiritaba de espanto con el avance casi sobrenatural de las tropas alemanas de Hitler, la instalación militar de Bletchley Park en el condado inglés de Buckinghamshire fue donde Alan Turing, matemático, criptógrafo y pensador, resolvió junto a un equipo de científicos los códigos secretos de operaciones navales nazis escondidos en la máquina Enigma.

De la factoría de los todopoderosos hermanos Weinsten, The Imitation Game (Descifrando Enigma) es el esperadísimo biopic de este genio de las ciencias exactas, interpretado por un majestuoso Benedict Cumberbatch que ya se prepara para su más que posible, y desde luego merecida, nominación al Oscar. La encarnación de este genio narcisista, soberbio, introvertido y valiente sobrepasa los límites de la pantalla con la mirada espigada y azul de uno de nuestros Sherlocks más queridos, recubierta de inteligencia y buen gusto, casi a la medida de su creciente talento. Le cortejan en el reparto la frescura de la siempre eficiente Keira Knightley como única cuota femenina, y grandes actores británicos de la talla de Mark Strong, Charles Dance, Matthew Goode o Tuppende Middleton, todos en estado de gracia.

El escritor Graham Moore debuta en el guion con la adaptación de la biografía de Turing escrita por Andrew Hodges, convertida en la gran pantalla en un thriller histórico a las órdenes del cineasta noruego Morten Tyldum, conocido por la gamberra Headhunters y que dirige por primera vez fuera de su país. La sobriedad en las secuencias y un endiablado ritmo narrativo son las marcas personales del relato, que aborda el trabajo desarrollado por Turing y su equipo en la descodificación de Enigma durante la Segunda Guerra Mundial, acosado por las encomiendas del ejército inglés, las presiones de los altos mandos y las estrategias de los servicios de inteligencia. En paralelo se suceden incisivos saltos temporales al pasado (la adolescencia del matemático en un internado) y al futuro (la caída en desgracia del protagonista en los años 50).

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Visionado: ‘El Hobbit: La batalla de los cinco ejércitos’, de Peter Jackson. ‘Siempre nos quedará la Tierra Media’

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tres estrellas

A los que nos declaramos fans del universo Tolkien nos llegó hace mucho tiempo el momento de reconocer nuestra favorable sugestión a cualquier plano de Peter Jackson adentrándose en la Tierra Media o a cualquier partitura de Howard Shore acompañando a un hobbit (el que fuera) en sus aventuras. Que todo nos valía ya. Esa fue la pauta con la que hace dos años iniciamos el camino de esta nueva adaptación al cine del mago neozelandés. Lo hicimos con ilusión y nostalgia, así como con una predisposición de tolerancia a cualquier derrape mental que se permitiera su director, puesto que partía de un libro infantil, precuela de El Señor de los Anillos, que necesitaba ser engordado y del que se empeñó en sacar una nueva trilogía, que ahora ya podemos catalogar de innecesaria en su duración.

No sabemos si la La batalla de los cinco ejércitos es el broche final a las fantasías de Jackson y a su empeño en seguir plagiándose a sí mismo, lo cual nos parece estupendo, dicho sea de paso.  No sabemos si en los Apéndices o en El Silmarillion de Tolkien, ya entremezclados a lo loco con las películas sobre El Hobbit, encontrará dentro de unos años una nueva forma de regresar a este universo. Pero para nosotros sí que ha supuesto el fin de nuestras expectativas. Incluso conscientes de que esta tercera parte ya poco tenía que ver con las andanzas literarias de Bilbo Bolsón, aún confiábamos en que Jackson volviera a sacarnos el grito de asombro con el que asistimos a la traca final de El retorno del Rey. Al no haber sido así, poco nos queda ya salvo agradecerle el intento y alguna que otra innovación en sus secuencias bélicas y en su talento para el entretenimiento.

Lo primero y más importante es que casi no hay Bilbo en esta tercera parte. Su amable y simpática construcción interpretativa en Un viaje inesperado, así como su duelo con el dragón, que tan buen sabor de boca nos había dejado en el final de La desolación de Smaug, queda en esta tercera entrega relegado a su pequeñez, que no es precisamente física, al carecer de toda relevancia para la conclusión de la historia. Nuestro hobbit más querido, salvo en su papel de mediano mediador entre la enfermedad de poder del enano Thorin Escudo de Roble y la búsqueda de la recompensa milenaria de elfos y hombres, no hace sino pasearse por la pantalla como un títere en manos de alguien que parece estar muy aburrido. Tampoco ayuda que la mutilación de su personaje sea en favor de vergonzosos pegotes argumentales como el sinsentido de Legolas o la historia de amor entre la elfa Tauriel y el enano Kili. El magnífico Martin Freeman siempre ha sido el mejor tesoro de esta trilogía y su encarnación de Bilbo hubiera merecido mayor recompensa final.

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