Visionado: ‘Grace de Mónaco’, de Olivier Dahan: ‘Que el mito descanse en paz’

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Aterrizamos en Mónaco en los años 60, momento en el que Francia y sus ansias expansionistas amagan con anexionar el Principado a su territorio. Por aquel entonces, Grace Kelly llevaba algunos años casada con Rainiero III e intentaba volver a Hollywood, pero a hurtadillas, a espaldas de su pueblo y de su marido. Y con la complicidad de un Alfred Hitchcock menos interesado en su regreso que lo que esta película quiere subrayar. Con estos mimbres, que bien pudieron valer para realizar una película entretenida, Olivier Dahan, director del fantástico biopic de Edith Piaf La vie en rose, intenta relatar un episodio biográfico de la maravillosa actriz norteamericana, que no despierta ningún interés.

Gracia de Monaco es ya una madre de familia que pretende hacerse a la vida de soberana y permanece alejada de todo cuanto había logrado por sus propios méritos. Además, comparte palacio con un marido ocupado y muy centrado en gobernar un país de opereta. (Por cierto, ¿qué demonios hace Tim Roth en la piel del anodino Rainiero?) Nos sitúa, en definitiva, a una Grace Kelly, carne de cañón para una crisis existencial de tipo vip. Sin embargo, cualquier asomo de conflicto emocional en la película pasa prácticamente inadvertido. Sencillamente, porque a nadie al frente de la producción le ha interesado lo más mínimo trabajar un poco el material dramático que tenía delante. Era más fácil recrearse en el glamour de una época, en un escenario y unas gentes que vivieron un momento de esplendor.

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Visionado: ‘Tú eres el siguiente’, de Adam Wingard. ‘Slashers sí, bodrios no’

 
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Entre los numerosos subgéneros cinematográficos que han ido apareciendo en las últimas décadas debido a la multiplicación de los estrenos y producciones, se encuentra el ‘slasher’. Su digna inclusión dentro de la categoría del terror y su identificación con psicópatas enmascarados que se dedican a matar jóvenes en plena efervescencia sexual, ha convertido esta etiqueta en una de las mejores garantías de taquilla. Con raíces temblorosas en la serie B, y desde Pesadilla en Elm Street hasta las sagas de Scream y Destino final, los adolescentes sometidos a las burradas de un loco también se han ido sofisticando con el tiempo.
 
Pues bien, por mucho que nos digan, ni por asomo es el caso de Tú eres el siguiente. Estrenada en el Festival Internacional de Toronto hace dos años, pero recién llegada a nuestro país, esta cinta del escritor y cineasta Adam Wingard es uno de los engaños publicitarios más solventes de los que hemos sido víctimas en mucho tiempo. No es solo que la historia de una familia numerosa que se ve atacada y masacrada por un grupo de enmascarados provoque desde el principio un bostezo tamaño elefante, es que conforme avanza, todo empeora casi de forma inverosímil.
 
La historia es predecible hasta el infinito, los actores se comportan como si estuvieran en la casa del terror viendo a un muñeco dar vueltas sobre sí mismo (hacía tiempo que no asistíamos a una interpretaciones tan terribles), las que se suponen que son las escenas violentas están resueltas con planos cortados y elipsis que eliminan cualquier gusto por el gore, y el guion se cae y se levanta tantas veces que acabas queriendo empalar a los buenos, a los malos, a los del sonido y, sobre todo, a la script (innumerables los fallos de racord).
 
Seguimos insólitos por algunas de las críticas que no paramos de leer sobre este bodrio incatalogable. Que si hay homenajes y que si recupera la esencia de no sabemos muy bien qué. Se nos tiene que haber escapado absolutamente todo, pero está claro que no vamos a volver a verla para comprobarlo. Con lo fetichistas que somos y lo en serio que nos tomamos siempre los símbolos, y hasta las caretas ovinas nos hacían reír al mínimo movimiento. Y esa falta de empatía iconográfica no puede ser solamente culpa nuestra. Eso sí, muy chula versión que el grupo bilbaíno Mind the Gup hace del tema , de Dwight Twilley Band, y que se repite en bucle en un alarde de sistematización musical que te deja más frío que otra cosa.
 
Nuestra perplejidad por haber asistido a una película de un cutrerío tan perfecto nos obliga a volvernos pancarteros por una vez: slashers sí, bodrios no, gritamos desde aquí. Que viva el terror a los borbotones de sangre creados para el gusto del público y que avanzan en originalidad e incluso en métodos de tortura. Pero que mueran las tomaduras de pelo, el marketing ya no engañoso sino manipulador, y el insulto a la inteligencia exigible para saber dar miedo, para saber cazarnos de verdad.
 

Visionado: ‘Más allá de la vida’, de Clint Eastwood. ‘Experiencias cercanas al aburrimiento’

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Sentimos mucho que la primera vez que vayamos a referirnos a Clint Eastwood en este blog sea para darle un coscorrón por su injustificado canto a una espiritualidad sin pies ni cabeza. Entendemos que ya está llegando a una edad en que ciertas preguntas sobre las expectativas post-mortem se hacen más que necesarias, pero no podemos evitar que nos guste más que sus inquietudes cinematográficas sean sobre la moral, la conciencia, el arrepentimiento y el tesón, a ser posible con una película que no nos haga dar cabezadas de aburrimiento. Porque este manual de languideces y soserías que se ha sacado de la chistera bebe de un género totalmente respetable, pero que el cineasta ha molotovizado con lo peor de El sexto sentido y lo mejor de Ghost. O sea, con nada.
 
Estamos llegando a la conclusión de que su tándem con el angelito Matt Damon no está cumpliendo las previsiones, porque tampoco con Invictus tiramos fuegos artificiales. Y en la que nos ocupa, su personaje de parapsicólogo, en la versión masculina de la alegre y superpeinada protagonista de Entre fantasmas, nos deja con una sensación de desconexión instantánea a la terrenalidad que ninguna experiencia médium debiera proporcionar. En cuanto a las otras dos historias que forman el núcleo de la cinta, ni la de la sorprendente doble francesa de Jane Fonda, traumatizada por el tsunami, ni la del niño cazafantasmas con la misma expresividad que un soldadito de plomo, nos han transmitido nada.
No obstante, rescatamos del naufragio los diez minutos del tsunami inicial (parece que Spielberg, productor ejecutivo de este filme, le inyectó el “impacta desde el principio” que él utilizó en Salvar al soldado Ryan) y le agradecemos a Eastwood que haya intentando contarnos estas tres historias sin recurrir a ninguna extravagancia ni regodearse en ramificaciones friquis, con una gran naturalidad, una visión crítica de los engañifas del más allá e incluso una duda semi-razonable sobre lo que nos espera al otro lado. Pero si quería rendir homenaje a los sueños negros de su amado Charles Dickens, tendría que haber esperado a una historia que latiera con más fuerza y nos dejara inquietos, con algo en lo que pensar. ¿Por qué no la incluyó en Gran Torino, Mystic River o Million Dollar Baby?
También tendríamos que pedir que dejaran de traducir al castellano los títulos de determinas películas. Hereafter, su etiqueta original, no es una expresión difícil, sintetiza para los anglosajones la idea  de un antes y un después (“en lo sucesivo” o “de aquí en adelante”), y creemos que no hubiera pasado nada si lo hubieran dejado así, como el nexo de unión de todos sus protagonistas. Así habrían evitado que esta película parezca cualquier capítulo de Historias de la cripta.

Visionado: ‘Tron: Legacy’, de Joseph Kosinski. ‘Sopor de neón’


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Seguramente fuimos legión los que nos alegramos de saber que Tron, aquella película de los años 80 que nos fascinó por su estética de neón, volvía a la gran pantalla. La aventura continuaba e incluso resucitaba en 3D para mayor deleite de esos padres que, buscando desesperadamente la complicidad de sus hijos, les inician en sus viejas pasiones… Sin embargo, volvió a suceder. Llegado el momento de que Disney cumpliera con lo prometido, Tron: Legacy nos dejó completamente fríos. Ofrece espectáculo, es cierto, pero ya no tan deslumbrante, dejando al margen un par de escenas de persecución logradas. ¿Su mayor acierto?: explotar al límite las maravillosas imágenes que antaño nos ofrecía ese fantástico universo de los videojuegos, recorrido por nervios de neón, y plagado de bellos retratos que, de alguna manera, nos hacen añorar la estética de Fritz Lang y Metrópolis. Más allá del placer visual, no hay mucho más.

El legado que nos deja el abuelo Tron es el de una película sin ritmo, tediosa, carente de contenido y basada, emocionalmente, en el reencuentro de un padre y un hijo que, lejos de conmovernos, nos incomoda, nos produce una extraña vergüenza ajena. (Menudo papelón el del pobre Jeff Bridges, quien mantiene el tipo como puede…)

Tras una larga ausencia, la trama continúa, pero no comprendemos muy bien para qué, hacia dónde se dirige. Nos quedamos con las ganas de ver nuevos retos, competiciones innovadoras que huyan del revival, echamos de menos un villano con enjundia, que no se nos quede en una mera caricatura. Y nunca mejor dicho, porque para los anales del despropósito permanecerá un Jeff Bridges, en la piel cibernética de Clu, rejuvenecido por obra y gracia de las nuevas técnicas digitales, al que se le ha enquistado una desconcertante cara de palo.

En un entorno Odisea del Espacio, Jeff Bridges cumple con el trámite de reencontrarse con su hijo. ¡Qué cosas tiene el guión!

Visionado: ‘Balada triste de trompeta’, de Álex de la Iglesia. ‘Duelo de payasos sin alma’

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Hay algo que siempre tiene un payaso, sea triste, gracioso, llorón o torpe, y es el alma. Y eso, para alguien como Álex de la Iglesia, experto en dar a luz personajes de comedia negra, con mezclas imposibles entre la mezquindad y lo conmovedor, debería haber sido un axioma inquebrantable. Por eso no terminamos de entender que esta película no tenga alma, corazón. Algo le ha fallado estrepitosamente esta vez. No sabemos si su afán por embarrarse con las escenas de violencia como fin en sí mismas, de manera irregular y exagerada, o la ausencia de Jorge Guerricaecheverría en el guión para justificarlas. Una cosa por la otra, más bien.
 
Quizás pecamos de expectación, pero la Guerra Civil, el franquismo, la venganza, el amor y el duelo entre dos payasos de circo, eran temas lo suficientemente jugosos como para haber sabido dotar a esta historia de latidos consonantes. Porque el cineasta bilbaíno hizo maravillas diacrónicas en las igualmente violentas El día de la bestia, Perdita DurangoLa comunidad, y revisiones modernas de nuestra archirrevivida pre-post-guerra le salieron de diez a otros directores en las pétreas Ay, Carmela de Carlos Saura o El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro. 
 
El colmo es que los actores Carlos Areces, Antonio de la Torre y Carolina Bang, no es que lo hagan mal, es que no llegas a conocerles, ni entenderles, ni sabes por qué hacen lo que hacen. Ni les odias ni les quieres: lo peor que te puede pasar con un payaso. Si quieres hacer guiños al bufón triste que fue Buster Keaton, mejor maltrátales con emoción y sentimiento como Charles Chaplin en Candilejas y Federico Fellini en La Strada, pero no les conviertas en marionetas de madera.
 
La película está tan seca de emoción y es tan extrañamente mala (si es que hasta nos duele escribirlo) que mejor que el trailer o un clip, os dejamos la desgarradora canción que Raphael interpretó en Sin un adiós, de Vicente Escriva, que da título a la cinta que nos ocupa y que Álex de la Iglesia mete en su historia con guantes de carnicero.
 
 
“Con tanto llanto de trompeta mi corazon desesperado va llorando recordando mi pasado”. Pues eso, que para balada triste, la nuestra.