Jasmine es una perdedora envuelta en alta costura. Adicta a los paraísos artificiales en cápsulas, se trata de una mujer clasista y con clase, por obra y gracia de una ‘genética inventada’. Alguien que lo tenía todo, pero se quedó con lo puesto: su ‘dignidad’, algo escueta, que desentona en el San Francisco de la clase media baja, su nuevo hogar. Millonaria arruinada, se ve obligada a vivir junto a su hermana, una mujer con dos hijos que se gana la vida, como puede, siendo cajera de supermercado. Desterrada de su pasado privilegiado en Manhattan, Jasmine se encuentra en plena caída, en una decadencia originada por la mala suerte o porque quiso ser miope y no mirar más allá de su ombligo.
Esta Jasmine, tan bien retratada por el genial Woody Allen, es la protagonista de su última película, una cinta que no es un drama al uso, tampoco una comedia al más puro estilo de la casa, pero sí un largometraje elegante, mordaz y emocionalmente inquietante sobre una mujer traicionada que intenta remontar su vida en plena espiral de autodestrucción.
A Jasmine no se la llega a compadecer. Aunque ande un poco desequilibrada, tampoco avergüenza, pero lo cierto es que aunque su tragedia se encuentre algo alejada de la del común de los mortales, es inevitable sentirse, en algún momento, identificado con ella de una manera extraña. Como si pudiéramos imaginar perfectamente que, en su pellejo, habríamos vivido toda su odisea, dejándonos llevar, desesperándonos y reaccionando exactamente como lo hizo ella.
Más allá de esta proyección visceral, lo cierto es que, antes, hemos estado durante hora y media sumergidos en una intriga donde Allen ha sabido dosificar con maestría la tensión. Y lo ha hecho brindándonos unos flashbacks que han sabido alimentar la curiosidad de los espectadores ávidos por conocer qué fue de la vida, en alta sociedad, de Jasmine y por qué cayó en desgracia.
Blue Jasminees una película de Woody Allen y al mismo tiempo, algo extranjera dentro su cine. Como en sus grandes obras maestras, cuenta con un guión prodigioso, que explora el alma atormentada de la protagonista, llena de angustias y depresión, de excentricidades y neurosis cómicas, pero no se regodea en el sentimentalismo barato. Más bien parece interesado en dejar abiertos grandes interrogantes sobre su personalidad y sobre los rasgos esquemáticos de aquellos que le ayudaron a ‘destruir’ o ‘desmontar’ su historia. Interrogantes que irán cerrando filas en torno a un desenlace sorprendente donde volvemos a reencontrarnos con las constantes vitales del cine del realizador.
Quizás lo que peor funciona de la película es algo que en otros filmes de Allen ha resultado ser un gran acierto, nos referimos al perfil de los secundarios. Como el personaje que hace de contrapunto de la protagonista, su hermana, una mujer paciente, de buena madera que tiene la ‘maldita’ costumbre de ser feliz con los pobres diablos con los que se enrolla. El carisma arrollador de Jasmine eclipsa, como en la ficción, a un personaje que, aunque tiene sus momentos de gloria, queda más allá del segundo plano.
Por supuesto, no se podría cerrar este comentario sobre Blue Jasmine sin hablar de la interpretación de una Cate Blanchett monumental, maravillosamente abrazada a un personaje con el que podría haber caído en desgracia, es decir, en el cliché más absoluto de los personajes neuróticos del universo Allen. Blanchett, sin embargo, ha comprendido la singularidad de Jasmine y le ha dado vida con una generosidad y una entrega artística apabullantes.
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