Visionado: ‘Calvary’, de John Michael McDonagh. ‘Un dios que no comprende todo’

129931.jpg-r_640_600-b_1_D6D6D6-f_jpg-q_x-xxyxx

cuatro estrellas

La película abre con el plano fijo de un confesionario. En penumbra, para que los pecados puedan salir con discreción. En la imagen sólo vemos a un sacerdote. Al otro lado, fuera de plano, se escucha una voz que puede ser de cualquiera, aunque el cura sabe que tiene un nombre. “Probé semen, por primera vez, a los siete años de edad”, se oye. En seguida, el ‘pecador’ confiesa haber sido violado de manera sistemática por otro sacerdote. El dolor que asoma por el rostro del padre James Lavelle (inmenso Brenda Gleeson) es amargo. La tragedia le suena demasiado. Pero el hombre sigue con su relato y acaba despidiéndose dejando un desafío en el aire: “Le mataré porque es usted inocente”. Y le da una fecha, lo hará el próximo domingo.

El arranque de Calvary es demoledor. Impactante, pero también temerario, nos dice mucho del espectáculo ante el que estamos a punto de rendirnos sin condiciones. Porque Calvary es una película ante la que es muy difícil pasar de largo. Resulta desoladora sin dejar de mostrar un gusto peligroso por el humor negro y sórdido. Y es una rareza dentro de la cartelera, entre otras razones, porque cuenta con algunos de los diálogos más brillantes que se han dejado escuchar en los últimos tiempos.

El sacerdote tiene siete días para dejar las cosas en orden, cerrar una conversación con su hija, que siempre parece quedar pendiente, e intentar ayudar a algunos de los habitantes de la aldea irlandesa donde está su parroquia. El espectador, además, tiene dos horas para descubrir quién está detrás de la amenaza. Un interrogante que pronto queda en un segundo plano ante el patético espectáculo que comienza a desarrollarse. Y es que el calvario del sacerdote no anda muy lejos, porque supone recorrer los infiernos que encierran las almas de los habitantes del pueblo. Feligreses que nunca tiraron de Fe, precisamente, para ‘tomarle las medidas’ a su dolor, como diría John Lennon.

Seguir leyendo

Disección: ‘La buena estrella’, de Ricardo Franco. ‘En brazos de la bondad’

cartel la buena estrella

EN BRAZOS DE LA BONDAD

PANORÁMICA: 1997. Nace la oveja Dolly en las proximidades de Edimburgo, el primer mamífero clonado traído a este mundo gracias a los avances de las investigaciones de un equipo de científicos británicos. Ante el miedo a lo desconocido, Europa reacciona suscribiendo el Convenio para la protección de los Derechos Humanos con respecto a las aplicaciones de la Biología y la Medicina, donde se expresa, categóricamente, la prohibición de clonar seres humanos. Mientras tanto, en la Isla, el laborista Tony Blair barre a los conservadores de John Major y al otro lado del Atlántico, otra innovación desafía al ser humano; en concreto, ante un tablero de ajedrez: el ordenador de IBM Deep Blue derrota al mejor jugador de todos los tiempos, Gary Kasparov. Fue también el año en el que murieron personajes mediáticos tan queridos, admirados y lejanos entre sí como la madre Teresa de Calcuta, la princesa Diana de Gales y Jacques Yves Cousteau. Además, el año tuvo una cosecha dispar, cinematográficamente hablando. Se estrenaron títulos taquilleros y complacientes de la talla de Titanic, Mejor… imposible o La vida es bella. Aunque también pudimos disfrutar de hallazgos como Martín (Hache) o Abre los ojos.

los tres

EL MEOLLO: Rafa (Antonio Resines) es un carnicero que una noche, al regresar de recoger su mercancía, salva a Marina (Maribel Verdú) de la paliza que le está propinando en plena calle Daniel (Jordi Mollá). Al ver que ella no tiene dónde ir y tras enterarse de que está embarazada y comprobar su desamparo, decide acogerla bajo su techo. Ella, una mujer tuerta, maltratada y asustada, se deja cuidar y decide entregarse a la bondad de su salvador, un hombre herido, mutilado y bondadoso al que llena la vida de alegría y llega a amar por encima de casi todo. Solo de casi todo. Al pasar los años, la vida pondrá a prueba a la pareja cuando Daniel, herido por una paliza tras salir de la cárcel, llama a la puerta de ambos para pedir ayuda. Comienza así una historia de soledades cruzadas, una situación casi imposible de compasiones humanas, una explosión de sentimientos desgarradores. Marina enganchada a dos formas de amar a las que no encuentra salida. Rafa movido por su caridad cristiana y atenazado por la ternura de aquello que nunca llegó a conocer. Daniel superviviente de todas sus desgracias, alguien a quien “nunca nada nadie” ha querido, un pobre desgraciado disfrazado de orgullo y chulería, condenado al fracaso. Ganadora de cinco Premios Goya en 1997, esta historia fue casi el testamento cinematográfico de su director Ricardo Franco, a quien acompañó en el guion la cineasta y ex ministra de Cultura, Ángeles González Sinde. Basada en hechos reales, un suceso que apenas tuvo cabida mediática, Franco alumbró uno de los dramas más duros, íntimos y desgarradores del cine español, una historia sin concesiones sobre las buenas acciones y los delgados límites del amor, de las convenciones y de la bondad elevada al infinito.

ricardo_franco_efesptwo175904-29443.jpg_1306973099DETRÁS DE LAS CÁMARAS: Fue uno de los cineastas españoles que junto a Luis García, Berlanga, Juan Antonio Bardem y Carlos Saura mejor simbolizaron el compromiso de la cultura cinematográfica española contra la ya agonizante dictadura franquista. Ricardo Franco nació en Madrid en 1949 y tras terminar el Bachillerato inició varias carreras que acabarían haciendo aguas. No estaba hecho para los libros y apuntaba maneras con su interés por la fotografía. Sobrino del realizador “maldito” Jesús Franco y primo de los escritores Javier y Julián Marías, su interés por el cine quedó latente cuando entró a formar parte de la denominada Escuela de Argüelles. Se trataba de un grupo jóvenes realizadores madrileños entre los cuales encontró el apoyo suficiente para sacar adelante su primer cortometraje, Gospel, el monstruo (1969).  Fue un año después cuando comenzó a adquirir cierta notoriedad tras el rodaje de su primer largometraje, El desastre de Annual, que nunca llegó a exhibirse tras sufrir una inapelable censura por “motivos políticos”. Sin embargo, con ello despertó el interés de ciertos productores y pudo alumbrar algunos cortometrajes experimentales que llegaron a las manos del productor guipuzcoano Elías Querejeta, uno de los mayores cazatalentos de nuestro cine. Él le dio la oportunidad y los medios para rodar la adaptación cinematográfica de La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela, que se estrenó en 1975 con el nombre de Pascual Duarte. El premio que recibió su protagonista, el actor José Luis García Gómez, en el Festival de Cannes hizo que su compromiso con la narración cruda y realista se hiciera más firme conforme pasaban los años.

Repitió con éxito su buena entrada en el festival francés cuando la curiosa historia de Los restos del naufragio (1977), que él mismo protagonizó junto a Fernando Fernán Gómez, fue seleccionada para la sección oficial. Desde entonces decidió ahondar en el drama y en las pasiones humanas con una dirección limpia y honesta que impregnó algunas de sus mejores películas y también sus numerosas colaboraciones televisivas como La mujer de tu vida, La huella del crimen y Crónicas del mal.  En 1994, el documental Después de tantos años, continuación de El desencanto, retrato cinematográfico de la familia Panero que Jaime Chávarri realizó en 1976, recibió una mención especial de Cannes, confirmando su proyección internacional. Con La buena estrella, Ricardo Franco, ya bastante aquejado de algunos problemas de vista (la peor enfermedad para un cineasta), alcanzó la cumbre de su carrera. Realizó una de las obras maestras del cine español y luchó contra sí mismo para sacar adelante su siguiente proyecto, Lágrimas negras (también escribiendo el guion con Ángeles González Sinde). Murió de un infarto en pleno rodaje y la película fue terminada por el cineasta Fernando Bauluz, que falleció también unos años después.

Seguir leyendo

‘Qué bello es vivir’, de Frank Capra: ‘¿Y si no hubieras nacido?’ vs ‘Bajo cristianas ilusiones’

que bello es vivir

¿Y SI NO HUBIERAS NACIDO?

“La vida de cada hombre afecta a muchas vidas. Y cuando él no está, deja un hueco terrible”. Un abismo. Mucho más grande que el que se abría, con el ímpetu de un río, ante un tipo llamado George Bailey (James Stewart). Un hombre que, amargado, desea una y otra vez no haber nacido. Hasta que la frase hecha y deshecha por la desesperación se escucha en el cielo donde deciden darle una lección. Le envían a Clarence (Henry Travers), un ángel cachazudo, sin alas, más extraviado que caído y algo tontorrón y le dan una misión: mostrarle a Bailey qué es lo que le hubiera ocurrido a su pueblo y a sus gentes si él jamás hubiera existido. El resultado es Qué bello es vivir, de Frank Capra, una fantasía loca, bella, cristiana y sentimental, pero con la suficiente imaginación y mala leche como para convertirse en una inmortal obra maestra.

en el banco

George Bailey es un hombre ingenuo, simpático, que vive en un pueblo llamado Bedford Falls y que se quedó sordo del oído izquierdo cuando, de niño, salvó a su hermano de morir ahogado. Y ahí comenzó su condena. Empezó a recorrer una vida, que sentía como prestada, porque tuvo que renunciar a todos y cada uno de sus sueños. Y es que siempre entorpecían los planes de otros, de muchos otros. Incapaz de escapar de su buen corazón, George dirige con muchas dificultades la empresa familiar de préstamos y consigue que muchos vecinos sin recursos de su localidad tengan su propio hogar. En su camino, siempre se cruzará con los intereses del despiadado banquero, el Sr. Potter (un malo de manual, tremendo Lionel Barrymore) el hombre de negocios cínico que, en realidad, no soporta la visión de George, quizás el tipo que podría haber llegado a ser él mismo si le hubiera tenido menos miedo al mundo.  En cualquier caso, Potter aprovecha el ‘oportuno’ descuido de un tío de Bailey, compañero de trabajo, para conducirle a la idea del suicidio.

desesperado

Qué bello es vivir!es, precisamente, una película superviviente. Un film creado por el imprescindible Frank Capra que soporta, con el paso de las décadas, la insistencia de los programadores de televisión, que la pasan una y otra vez por la pequeña pantalla, los chascarrillos de los espectadores que nunca la vieron, o el sambenito de historia gravemente edulcorada que le persigue sin hacerle justicia. Y, sin embargo, quien se acerca a ella sin prejuicios, se encuentra con una película inteligente e irónica. Ágil, llena de guiños ingeniosos sobre el amor, las diferencias sociales y las cosas de la vida, es una película que toca la fibra sensible con descaro y sin ningún tipo de complejos. Tiene, además, un gusto visionario por mezclar géneros (ese cuento que se topa con el melodrama bien humorado) y una crítica tan ingenua como imprescindible hacia un capitalismo insaciable que devora a sus propios hijos.

Seguir leyendo