EL SUEÑO DE LA RAZÓN
PANORÁMICA: 2001 amanece con una buena nueva: científicos estadounidenses presentaron al primer primate modificado genéticamente. Al poco tiempo, George W. Bush toma posesión de su cargo como presidente de los Estados Unidos de Norteamérica y en Afganistán, los talibanes destruyen con tanques, lanzacohetes y todo proyectil que se pusiera a su alcance las estatuas milenarias de los Budas gigantes de Bamiyan. En la Red, aparece por primera vez Wikipedia en español mientras que Erik Weihenmayer (32 años) y Sherman Bull se convierten, respectivamente, en la primera persona ciega y en la persona de mayor edad (64 años) que logran escalar el Everest. En la Cumbre del Clima, por otro lado, celebrada en Bonn, se llega a un acuerdo mundial para continuar limitando la emisión de gases de efecto invernadero. Lo ratificaron 178 países y solamente recibió el voto en contra de EEUU. En Argentina, se producen manifestaciones, saqueos , con decenas de muertos, a raíz de los disturbios que se originan por la grave crisis económica. Fernando de la Rúa se ve obligado a dimitir y el Perú inaugura un nuevo período político al convertirse Valentín Paniagua en Presidente de Transición de la República, tras la ‘renuncia a distancia’ de Fujimori, que se encontraba en Japón. En septiembre, se produjeron los ataques terroristas a las Torres Gemelas de Nueva York, el Pentágono y Somerset (Pensilvania). Poco después, comienza la guerra de Afganistán. 2001 fue también el año en el que dijimos adiós a Stanley Kramer, Anthony Quinn, Paco Rabal y Jack Lemmon.
EL MEOLLO: Alguien con respiración entrecortada se acerca a una almohada granate y se produce un fundido en negro. Hay un accidente de coche en Mulholland Drive del que se salva una mujer desmemoriada (Laura Harring) que acaba refugiándose en una casa. Una risueña y dulce Betty (Naomi Watts) llega a Los Ángeles con la gran ilusión y propósito de convertirse en actriz. En casa de su tía ausente, donde se alojará, encuentra a la mujer amnésica, que decide llamarse Rita tras mirar un cartel de Gilda a través de un espejo. La amable anfitriona se compadece de ella y decide ayudarla a descubrir su pasado, que va apareciendo en pequeños retazos de recuerdos: primero un número de teléfono, luego un nombre (Diane), luego una casa, luego una llave azul y un montón de dinero en un bolso, y luego el deseo nocturno de acudir al Club Silencio. En paralelo, asistimos al chantaje mafioso sufrido por un director de cine para que contrate a una actriz en su próxima película, a las torpes peripecias de un asesino a sueldo, y a una conversación sobre alguien que tiene visiones. Tras abrirse una caja azul, todo cambia, Betty ahora es Diane, su aspecto es decrépito y horrible, y se levanta de la cama, parece desesperada y entre atormentados pensamientos rememora su relación amorosa con Camila (Laura Harring) entre las bambalinas de los platós de Hollywood. Pero una traición, una fiesta en Mulholland Drive, un encargo, una llave azul sobre una mesa y numerosos fantasmas se entrecruzarán para un terrible desenlace. Un final que nos despierta, o nos mete en otro sueño. Un enigma.
DETRÁS DE LAS CÁMARAS: Ni Freud, ni Jung, ni Bergman, ni los instintivistas ni conductistas han conseguido jamás desentrañar el mundo de los sueños, el subconsciente, las imágenes mentales, las alucinaciones, como lo ha hecho el estadounidense David Lynch a través del cine. Odiado y amado a partes iguales, su estilo surrealista no solo bebe de los oscurantismos de Werner Herzog, y de las corrientes dadaístas, no aptas para el gran público, sino que bebe de sí mismo, tal y como ha ido perfeccionándose con el tiempo, creando su sello de desconcierto e incomprensión narrativa, y marcando la tenue línea que separa lo real de lo irreal, solo superada por nuestro Luis Buñuel. Cortometrajista durante los sesenta, cuando se pasó al largometraje con las tremendamente perturbadoras Eraserhead (1977) y El hombre elefante (1980), también se abrió camino a bastonazos entre un cine mundial que andaba preocupado en exceso por las grandes políticas y los grandes hombres. Lynch apostó entonces por lo deforme, lo imperfecto, lo degradado, incluso en su incursión en la ciencia-ficción ochentera con Dune (1984), con la que dejó a todos petrificados con una odisea espacial y extravagante imposible de clasificar. Lo mismo que le pasó con la serie Twin Peaks (1990), que naufragó sin rumbo, pero que generó el mejor capítulo piloto de la historia de la televisión.
Ya antes se atrevieron incluso a llamarle “maduro” al decir que por fin hacía cine “comprensible” cuando rodó las esquizofrénicas y maravillosas Terciopelo Azul (1986) y Corazón Salvaje (1990), y Hollywood se frotaba las manos creyendo que lo había cogido en sus redes cuando en Una historia verdadera (1999) alumbró una impresionante tractor-movie con principio, desarrollo y final, algo inaudito en su carrera. Pero después llegó Mulholland Drive (2001), donde no solo rescató los traumas y dobleces de Carretera Perdida (1997), sino que mandó un dardo envenenado a la industria cinematográfica. No obstante, la película fue ampliamente reconocida, lo que le dio lo mismo, porque con Inland Empire (2006) se volvió más loco que nunca y hoy, de nuevo de vuelta a los cortos y a las series, dicen que es un director de culto. Nosotros no lo creemos así. Simplemente nos fascinan sus escenas absurdas, sus saltos dimensionales y el haber encontrado siempre entre los sueños robados la explicación a los sentimientos más escondidos. Aunque esa no haya sido su pretensión, ni lo más mínimo.
PRIMER PLANO
NAOMI WATTS: Como su personaje de Betty en Mulholland Drive, Naomi Watts llegó a Hollywood con los sueños a flor de piel, aunque pronto se le quebró la ilusión para convertirse en una superviviente. Durante 10 años se las tuvo que ver con malos guiones, desplantes y rechazos, alternando papeles sin sustancia con trabajos alimenticios como el de niñera de los hijos de Nicole Kidman, una buena amiga. Cuando le llegó el guión del episodio piloto de Mulholland Drive, cambió su suerte. Y es que Watts demostró un talento arrollador para encarnar a Betty/Diane, una ingenua, entusiasta e indómita aspirante actriz y, al mismo tiempo, una mujer entregada al despecho más brutal, a un dolor sin remisión. Estuvo inmensa, aunque más aún cuando, dos años después, González Iñárritu, le dio el papel de su vida, el de Cristina, en 21 gramos (el peso del alma), una mujer desgarrada por la muerte de sus hijos, muerta en vida en una película bellísima sobre la fatalidad, el amor y la venganza. Obtuvo sendas nominaciones a los Oscar y a los BAFTA. Naomi además fue la ‘mujer de oro’ codiciada por King Kong (Peter Jackson, 2005) y una esposa inquieta, adúltera, en El velo pintado (John Curran, 2006) que emprende un camino a la inversa, en los confines del mundo, para enamorarse despacio, pero profundamente y en el último momento. Un año después, Cronenberg le ofreció la oportunidad de trabajar en una impresionante película, Promesas del Este (2007), donde se vistió de comadrona londinense y se puso a investigar la extraña muerte, durante el parto, de una adolescente relacionada con la mafia rusa. El genio Haneke la sometió a la más exquisita de las torturas, en su auto-remake de Funny Games (2008), para que el mundo reflexionara sobre la violencia y fue Woody Allen quien le puso en bandeja un gran reto: participar en una comedia de salón en Conocerás al hombre de tus sueños (2010). Quedamos a la espera de sus próximos proyectos entre los que se encuentra Blonde (Andrew Dominik), donde Watts será Marilyn Monroe, la criatura por excelencia de esa fábrica de sueños que pare mitos, llamada Hollywood.
LAURA HELENA HARRING: Luce el título de ex- condesa (estuvo casada con el noble Carl Von Bismarck), fue trabajadora social en la India y Miss USA en 1985. Esta actriz norteamericana, de origen mexicano, tiene una trayectoria vital de telenovela y una misteriosa caja azul en su currículum, donde encerró una joya llamada Mulholland Drive. En la actriz, Lynch encontró la materia de la que siempre han estado hechas las féminas de pasado fatal o, al menos, sospechoso. Vio en ella a su Rita/Camila, menos bella, aunque más neumática que la inolvidable Gilda. Desconcertada y despiadada, aterrorizada y lúbrica, Laura Elena tuvo una oportunidad única para exhibir en la película sus dotes para la versatilidad interpretativa aunque, en el intento, se quedara a medio gas. Posteriormente, en su carrera vendrían algunos títulos menores como El Castigador (John Hensleigh, 2004) donde se reunió con John Travolta para ‘animar’ el cómic de la Márvel; se adentró en El amor en los tiempos del cólera (Mike Newell, 2007), para encamarse con un joven Florentino Ariza, en los rasgos duros de Javier Bardem. Además, Laura ha trabajado con Denzel Washington en John Q (Nick Cassavetes, 2002) y en El Álamo: 13 días de gloria (Burt Kennedy, 1987), junto al magnífico Raúl Juliá. Últimamente la hemos visto en una serie pija, Gossip Girl, y recientemente, su nombre se ha asociado al reparto de una película que llevará a la gran pantalla la vida de Charles Manson, fundador de la secta de satánicos iluminados, La Familia, tristes ‘autores’ de varios asesinatos, incluido el de la actriz Sharon Tate.
CONTRAPICADO: Entre la sobredosis de cine dentro del cine, de las entrañas más envenenadas de Hollywood, de secuencias en estado puro, del collage entre cine negro, de suspense, romántico y surrealista que el maestro Lynch maneja en esta película, resulta casi imposible elegir una escena que la defina y explique. Solo podemos resaltar su hipnótico halo de misterio, su rastro de pistas, su pausada entrada en un túnel cada vez más mágico, sus toques de humor en torno al café de los mafiosos, el patoso asesino, la venganza adúltera de las joyas, y su autohomenaje a Twin Peaks con un capo de la mafia interpretado por el enano bailarín, esta vez sobre una silla, pero también rodeado de rojos cortinajes. Pero si tenemos que decantarnos, encumbramos toda la secuencia de Betty/Diane y Rita/Camila llorando por su amor en el Club Silencio así como la escena del director de cine con el cowboy que le hace ceder en sus pretensiones tan fácilmente como espetándole: “La actitud de un hombre le conduce al modo en que va a ser su vida”.
PICADO: Lynch es un director exigente con los espectadores. Hay que abrazar sin remilgos y con paciencia su propuesta: una autentica orgía de espejismos argumentales y de personalidades múltiples que mudan de piel con la incoherencia de una pesadilla. El problema es que pide demasiada y no todo el mundo está dispuesto a esperar la bendita caja mágica que nos abrirá los ojos del entendimiento brindándonos una posible explicación, que quizás no sea tal o sea muchas otras. Durante la mayor parte de la película se suceden demasiadas subtramas, aparentemente sin conexión alguna, que rodean la principal. La idea no es nueva y ha funcionado en otras ocasiones, lo que ocurre es que en Mulholland Drive, algunas de estas pinceladas, hechas historias, son tan absurdas, pero por carentes de interés, que no son capaces de mantenernos en éxtasis el tiempo suficiente como para llegar a ese desenlace que el propio Lynch quiso abierto a todo tipo de interpretaciones.
SIMBIOSIS SONORA: No tenemos ninguna duda de que se trata de la película de este cineasta donde la música adquiere mayor protagonismo. Contando de nuevo con su colaborador habitual, el italiano Angelo Badalamenti, desde el Jitterburg sixtie con el que arranca la cinta, hasta las composiciones Mulholland Drive, Silencio y las maravillosas Love Theme y Diane and Camila, este compositor consigue crear en sus melodías un personaje más, aquel que acompaña a las protagonistas en el descubrimiento de la verdad, y que después maltrata y asusta. Todas estas composiciones aparecen mezcladas con otras tan desconcertantes como el pequeño blues de piano The Beast, de Dave Cavanaugh, y con un homenaje al cine y música sesentera en I,ve told every little star, de Linda Scott, en la secuencia de casting donde la mafia gana, y Betty se enfrenta a uno de los primeros fantasmas. En esa misma escena también se interpreta el tema Sixteen reasons de Connie Stevens, pero no se incluyó en la banda sonora por problemas con los derechos de autor. No podemos dejar de elogiar el tema Llorando, versión del Crying de Roy Orbison (al que Lynch adora, y si no, recordemos al lunático Dennis Hopper obsesionado con Dreams en Terciopelo Azul), y que interpreta a capela y en castellano Rebekah del Río en el Club Silencio. Por último, pero no por ello menos importante, destacamos las melodías cincuenteras escritas para la película y la hipnótica y violinesca Mountains Fallings, obra del propio David Lynch mano a mano con su compañero de Blue Bob, John Neff.
OJO AL DATO: Mulholland Drive era material para la televisión. Fue concebida como una serie para la NBC con la que Lynch pretendía alcanzar la gloria pasada que le reportó Twin Peaks. El proyecto no cuajó, pero sin embargo, despertó el interés de Canal Plus Francia, la cual, después de año y medio, hizo posible que se convirtiera en película. El realizador volvió a llamar a los mismos actores. Y puestos a ser fiel a sus colaboradores, se divirtió creando curiosos cameos sin relumbrón. Por ejemplo, la ‘aparición’ de pelo azul, que permanece sentada en el palco del Club del Silencio, es Cori Glazer, la supervisora del guión en la película. Además, Angelo Badalamenti, compositor con el que suele trabajar el Lynch, interpreta a Luigi Castigliane, el productor mafioso que tortura al personaje del director, Adam Kesher (Justin Theroux), con el lamentable espectáculo que ofrece vomitando un café. Además, el personaje de Betty (Watts) se inspira en la vida de una actriz, Jennifer Symea, que perdió la vida en un accidente de coche poco antes de estrenarse la película. Lynch le dio su primera oportunidad en el cine en la cinta Carretera Perdida (1997). Mal agüero.
RETRATO DEL HÉROE: Betty/Diane (Naomi Watts) es el sueño de la razón que produce lo anhelado. Ella es el hilo conductor que nos ayudará a colocar las piezas del puzle una por una, y por eso es la heroína absoluta de este cuento maestro y enrevesado de Lynch. Primero tierna, ilusionada y bondadosa Betty, después destrozada, vengativa y desconocida Diane, sus pasos por los entresijos de la fabulación mental serán fundamentales para que comprendamos su tormento, su amor, su locura. Sus ojos azules compitiendo en amor y estupefacción con los de su partenaire, sus dos papeles y su rol de ordenadora del caos durante los últimos 25 minutos de la película reflejan la mano del propio David Lynch tomando la nuestra para entrar en su mundo. Haber sufrido con ella será haber entrado en esta historia de amor y cine, la comprendamos o no.
Finalizamos nuestra oda a esta joya del cine moderno con la escena del casting de la película, para que veais su perfecta manufactura:
Ya por último el tráiler, de los mejores de la primera década del siglo:
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