Visionado: ‘Insidious’, de James Wan. ‘El encanto de pasar un mal rato’

cuatro estrellas


A todos los que tenemos ese punto masoquista que nos hace buscar como locos nuevas y punzantes películas de miedo, mediante las cuales poder pasarlo mal durante el mayor tiempo posible, para que se instalen en la memoria y en los sueños durante muchas noches oscuras, nos resulta por tanto más que gratificante encontrar historias frescas, absolutamente escalofriantes y terroríficas como la que representa Insidious.
 
Todo un soplo de aire nuevo, sin nada del otro mundo (entiéndase sin nada original, porque algo del “más allá” sí que hay), reciclando lo mejor del miedo psicológico, intuido primero, contemplado después, y totalmente antisanguíneo, que tan cómodamente se ha instalado en el género de terror en los últimos años. Solo que en esta ocasión, concentrado en 90 minutos de buen hacer que no dan un segundo de descanso entre una amalgama de ruidos acuchillantes (impresionantes títulos de crédito al principio y al final), voces, ectoplasmas, semi-posesiones y apariciones, redondeadas con un ritmo narrativo que echábamos de menos desde la primera entrega de Paranormal Activity (no en vano, son los mismos creadores) y más intensamente desde La señal (salvando diferencias).
 
Director y actores no muy conocidos, pero una promoción de diez. Suena a anteriores experimentos fallidos de fabricadores de sustos fáciles, pero en esta ocasión hay algo en la cinta de James Wan (cineasta que inició la saga Saw y que se permite la licencia de darse un poco de pisto poniendo su nombre en una pizarra durante una secuencia de la película) que sabes que te está encandilando desde el principio. Cierta intimidad en la cámara, cierta implicación, incluso emoción y simpatía en la creación de la familia protagonista, recién mudada a una casa enorme donde comienzan a suceder cosas extrañas. No podemos adentrarnos más en nuestras disquisiciones ya que buena parte de la magia de esta historia se encuentra en el factor sorpresa y en los hasta cuatro giros argumentales que tiene. Todos sobresalientes menos uno, muy rojo y muy fuera de lugar. Estamos seguros de que en su visionado estaréis de acuerdo con nosotros. De cualquier forma, ya la frase de presentación de la película marca distancias al afirmar “no es la casa la que está encantada”. Está claro.
Como compartiréis, dependiendo de vuestras exigencias al submundo de lo paranormal, la admiración al empeño de Wan por quitarse su etiqueta de maestro de ceremonias de los festivales sanguilonentos, adentrándose en esta ocasión en lo mental, con fotogramas que por sí solos ya ponen los pelos de punta, como alguna que otra fotografía ultravioleta, algún que otro paseo al lado de la ventana y alguna que otra oscuridad asfixiante. Todo en claridades regateadas, que se dan de leches con numerosos focos, linternas y velas que juegan a ponernos de los nervios.
 
Podemos hablar de su inicio, ese rostro femenino en la cama que recuerda al arranque de Los otros, de Alejandro Amenábar, y del inmenso legado que tiene de la maravillosa Poltergeist (los tres secundarios del último tramo son algo más que un guiño a la cinta de Spielberg), aunque buscándole la originalidad de lo contemporáneo en una explicación algo menos festiva.  A lo mejor nos pueden las ganas que teníamos de pasarlo mal. Pero en esta ocasión, ha funcionado. Un poco de pirotecnia final, una parte algo friqui pero aceptable en la antesala de su desenlace, y un the end para quedarse con la boca abierta conforman todo su encanto. El encanto del miedo, del mal rato, de las imágenes registradas en una cámara fotográfica mental, que se irán repetiendo, unas tras otra, en cuanto volvamos a cerrar los ojos.

Homenaje: Al Pacino. ‘El enigma de una mirada’


Louis Restaurant. Tres comensales a la mesa. Michael Corleone comparte mantel con el capitán de policía MC Cluskey y con el turco Sollozzo. Pacino, al borde del abismo emocional, elude la mirada del mafioso narcotraficante. Sus ojos prefieren removerse inquietos, inmensos, crispados, asustados por la violencia que está a punto de desatarse, conscientes de que no hay marcha atrás y toca reconciliarse con su destino. Después, el frenazo chirriante del metro o del tranvía señala el momento: el pequeño de los Corleone se levanta de la mesa y comienza a disparar. La venganza y la transformación de Michael están servidas.

Después de ver esta magistral secuencia con detenimiento, que seguramente todo amante del cine recordará como si hubiera acontecido anteayer, sobran las palabras para describir la grandeza de este monstruo de la interpretación, nacido en el East Harlem y de nombre Alfredo James Pacino. A punto estuvieron de malograrnos el placer de disfrutar de su intensidad y su arte, pues cuentan que los productores de El Padrino, no le querían en la piel de Michael Corleone. Francis Ford Coppola probaba a todos los candidatos que le enviaban pero, como él mismo explicaría, ya era tarde, la cara de Al se le había metido en la cabeza. Y no se impuso a sus jefes hasta que la mujer de George Lucas, Marcia, quien por aquel entonces editaba las pruebas cinematográficas, le dijo que no había otra opción: sencillamente, porque Pacino “desnudaba con la mirada”. Después de escribir las páginas más fascinantes de la historia de la interpretación, Alfredo, se encontró el estrellato a la vuelta de la esquina.

Pero este italoamericano neoyorkino, cuyos abuelos, por cierto, eran de Corleone, no las tuvo todas consigo antes de abandonarse a su gran pasión. Aunque de niño se le escapaban las maneras. Él mismo contó, en una de las escasas entrevistas que se ha dejado hacer a lo largo de su trayectoria, que iba frecuentemente al cine con su madre. Al término de la película, el pequeño Alfredo rememoraba con mímica algunas de las escenas para sus tías sordomudas. El bicho, el instinto de buen impostor ya se le había metido en el cuerpo. Siendo adolescente comenzó a coquetear con las tablas y cuando hacía sus primeros pinitos en distintos montajes teatrales, empezó a ganarse la vida como acomodador de un cine. Después vendrían un ramillete de oficios ‘de barrio’ hasta que, por fin, a los 26 años, entró en el Actor’s Studio. Y como a él mismo le gusta recordar, Lee Strasberg le infundió valor para enfrentarse a esa ilusión a la que no se atrevía a mirar de frente.

Después de revelarse en el primer Padrino y antes del beso fraticida que le regaló a Fredo (John Cazale), en la segunda parte de esa impresionante catedral del Séptimo Arte, se fue a las antípodas del personaje para meterse de lleno en las tribulaciones del íntegro y chivato Serpico, en la película del mismo nombre, de Sidney Lumet. Una interpretación quizás más cerebral y metódica, pero igualmente inolvidable. Quedó patente, desde entonces, que no había registro que se le resistiera. Ni el crédulo y arrogante Carlitos Brigante (Atrapado por su pasado / Brian de Palma) antes de perder el último metro, ni ese Lucifer humanista con el que el supersticioso Pacino (antes que creyente) desafió a su Dios católico en El abogado del Diablo (Taylor Hackford).

Así, nos gusta recordarle inquieto, visceral, inmerso en una montaña de cocaína, ávido de locura y riqueza fácil en El precio del poder (Brian de Palma). O entregado y fascinado con Shakespeare en su particular y fantástica declaración de amor al teatro en Looking for Richard. El ávaro Sylock (El Mercader de Venecia / Michael Radford) supo sacarle sus maneras interpretativas más exquisitas y perfeccionadas, una formidable fuerza expresiva, pero también hemos disfrutado de su carisma y de su atractivo animal en un buen número de cintas menores, como en la enrarecida Melodía de Seducción (Harold Becker) o en Esencia de Mujer (Martin Brest) gracias a la cual, por fin y tras otras siete candidaturas, consiguió un Oscar. Una gran ironía, después de las películas que llevaba a sus espaldas, que se lo concedieran por un producto tan complaciente, a lo ‘Made in Hollywood’ de los 90.

Recientemente, la prensa nos contaba que Pacino pronto se las va a ver con el personaje de un viejo rockero, en una película de la Warner. Rodeado de lujos y fama, la vida del músico dará un vuelco al abrir una carta que guarda de John Lennon desde hace 40 años. Por ella se entera de que es padre y decide emprender la búsqueda de su vástago. Independientemente del reclamo Beatle y, a priori, del anodino argumento, seguramente nos pasaremos por el cine para volver a encontrarnos con el actor.

En abril cumplió 71 años y parece estar más en forma que nunca. Haciendo balance de la vida y la carrera de Pacino, hay algo que nos intriga, que no deja de tener su misterio. La sangre siciliana de Corleone, la linterna con la que dirigía sus pasos por la sala de cine donde trabajaba, las tías expectantes, Marcia Lucas sintiéndose seducida por su mirada… Todo parecen señales, luces de neón de su querido Broadway, que marcan, desde el inicio de su carrera, su camino hacia la leyenda. Aunque al principio pensara que no las tenía todas consigo.

Nuestra escena predilecta de la primera parte de El Padrino. El momento interpretativo que más nos ha fascinado.

 

 

Y a continuación, la muestra de que no hay personaje ni registro que se le resista. Pacino, en la piel de Lucifer, reivindica su condición de humanista.

 

Píldoras cinetarias: El futuro del cine on-line se ensaya en Filmin

No somos de hacer política sobre descargas, ni de construir publicidad gratuita. Política, hacemos la nuestra propia mediante la visión particular de las historias que trasegan por este barco interactivo y cinéfilo. Y publicidad, la que nos sale del amor (o el odio) hacia lo que consideramos el mundo más maravilloso del arte, el del cine. Y hasta ahí llegan nuestras intenciones. No obstante, queremos hacer una excepción porque la iniciativa lo merece, porque sus pioneros son españoles, y porque pensamos que sus creadores han sido valientes, audaces y humildes. Hablamos de Filmin (www.filmin.es), una de las principales plataformas para ver películas on-line de forma legal y por precios muy asequibles a todos los bolsillos.
Esta gran sala virtual de cine, basada en el streamming como modelo de negocio (distribución de documentos audiovisuales de canal continuo por Internet), ya tiene en catálogo los derechos de más de 1.000 películas y se ha ido ganando poco a poco el beneplácito de una parte de la industria, principalmente porque la mayoría de su fondo audiovisual lo conforman películas de productoras y distribuidoras independientes. No obstante, la proyección de esta empresa y el éxito progresivo que ha ido consiguiendo la están convirtiendo en uno de los referentes en Internet de la fórmula del neo-video-club. Ahora, sus principales objetivos son ampliar su espacio en un mercado de competencia desleal y conseguir apoyo institucional, que por lo visto brilla por su ausencia, debido al corte indie de su catálogo y a su poca comunión con las multinacionales.
De momento, en la web encontraréis películas que podéis comprar de manera individual, previo registro gratuito en el website, y también la posibilidad de un Servicio Premium con tarifa plana desde los 10 euros al mes. Asimismo, también disponéis de información sobre directores, películas y especiales, junto con un blog sobre cine, críticas y numerosas opiniones.
Con esto no queremos decir, ni que ésta sea la única alternativa posible, ni tampoco que el cortacésped puesto en marcha por la nada dialogada y autoritaria Ley Sinde nos parezca el remedio de todos los males. Como todo en la vida, hay matices entre ambas posturas, entre los reaccionarios del “todo gratis” y los dictadores de la propiedad intelectual, que requieren pausa, cautela e interlocución. Tres ingredientes que han brillado por su ausencia desde que los tweetteros, por un lado, y el Gobierno, por otro, se atrincheraron en sus respectivos frentes. Filmin es simplemente la prueba de que el cine on line tiene futuro y de que no podemos anquilosarnos en un pasado que desaparece, por mucha nostalgia que tengamos del olor a butacas. Si realmente amamos el cine, ayudémoslo a crecer.
Pinchad aquí si queréis conocer más sobre este proyecto. Es el programa Cámara Abierta 2.0 del Canal 24 Horas de TVE. La parte de Filmin se encuentra aproximadamente en el minuto 3.

‘Origen’, de Christopher Nolan. ‘Pura creación’ vs ‘El sueño se viene abajo’

 

PURA CREACIÓN

Algo así tenia que ser inventado. Esta increíble película de Christopher Nolan deslumbra, plantea infinidad de lecturas y de desafíos metafísicos a todos aquellos espectadores que alguna vez se sintieron intrigados por los misterios que encierran nuestros sueños y por el frágil refugio de nuestra memoria. El Nolan de Memento volvía, hace un año, con su lenguaje barroco y apasionado a proponernos Origen, un difícil juego para el que hay que estar dispuesto a dejarse llevar por laberintos existenciales, espejos enfrentados y escaleras que conducen a ninguna parte con el fin de encajar todas las piezas que nos completen la historia. No es nada fácil en un primer visionado, pero la película cuenta con tantas imágenes hipnóticas, con un ritmo tan vertiginoso y una historia de amor trágico de tal intensidad, que cualquier tropezón a la hora de seguir la trama, apenas tiene importancia, pues navegamos por ella como por instinto, comprendiendo lo esencial, aprehendiendo lo universal. Cada secuencia es una joya que asombra, cada miseria y tragedia, destapada del pasado del protagonista, una droga de emociones fuertes.

Todo comienza con un ladrón, un mercenario de lujo que irrumpe en el subconsciente de las personas mientras sueñan para robarles secretos corporativos muy codiciados por grandes multinacionales. Cobb (Leonardo DiCaprio) tiene un pasado o quizás alguna vez creyó que lo tuvo; en cualquier caso, el hecho de intentar escapar del mismo le conduce a aceptar un último trabajo, su camino a la redención. Tendrá que profundizar en el subconsciente de un rico heredero para dejar la semilla de una idea que habrá de germinar consiguiendo, con ello, ni más ni menos que la destrucción de un imperio energético.
La ciencia-ficción se pone al servicio de Origen para hablarnos del inconsciente, de la memoria, de los recuerdos que se confunden con los sueños pero, por encima de todo, del sentimiento de culpa como único asidero para sentirse vivo. Cobb sueña compulsivamente para aferrarse al recuerdo idealizado de su mujer (Mal / Marion Cotillard), un decadente acto necrófilo producto de la desesperación que produce la pérdida, pero también fruto del inevitable atractivo que puede llegar a tener torturarse para ajustar cuentas con uno mismo. Al fin y al cabo “todos ansiamos la reconciliación, la catarsis”.

No estamos seguros, pero quizás la clave de la efectiva narración del guión de Nolan consiste en focalizar en objetos, en imágenes, en pequeñas ideas repetidas como un mantra, las claves de su historia. Así, nos encontramos con una caja fuerte en la que se esconde un secreto, también el desenlace de la película; con un laberinto como estrategia de asalto, con los rostros esquivos de unos niños como ideal de una felicidad que creímos codiciar, con una peonza para preguntarnos si somos intrusos de un sueño ajeno.

Las escenografías y los efectos especiales que las rodean son un auténtico prodigio visual. Quién no recuerda las explosiones detenidas y acompasadas alrededor del café, los edificios señoriales de París, encajando unos sobre otros, en un giro de 270 grados, como un extraño puzzle arquitectónico que nos vuelve a recordar al dibujante Escher o los rascacielos hechos jirones del mundo soñado que se desmorona. Más sencillas y determinantes: a quién no se le han quedado grabadas en la memoria las inquietantes cortinas que ondean para anticiparnos el Mal sueño.

El reparto es impecable. Leonardo DiCaprio, Marion Cotillard y Cillian Murphy lo encabezan, pues son ellos los que recorren los estados emocionales más vulnerables. Nunca deja de asombrarnos la capacidad expresiva de un Leonardo DiCaprio que nunca ha parecido un intérprete al uso, sino una especie de antropófago que devora sus personajes con una naturalidad que sólo puede salirle de lo mas oscuro de las vísceras, como los grandes, como Brando. No parece método sino pura intuición. Una vez más, pura creación, origen.

Siempre que revisitamos esta película nos sentimos un poco niños. No deja de ser una historia irresistible que deja al descubierto algunos de nuestros deseos más ocultos. Como los ‘yonkis’ africanos de Origen, nos encantaría despertarnos en los sueños, en instantes sin principio ni fin, en estepas vírgenes donde cualquier placer o sufrimiento es posible, lugares perfectos para ocultarnos de la realidad aunque nos persiga la mala conciencia

La explicación más clara de la filosofía onírica sobre la que se asienta toda la película la aporta el siempre sorprendente DiCaprio en una de las secuencias más didácticas.

 

 

EL SUEÑO SE VIENE ABAJO

Nunca está de más darle una nueva vuelta de tuerca, crear un nuevo punto de partida para recrearnos en ese filón creativo que pueden ser los sueños así como la realidad alternativa que construyen: el salvaje y prometedor territorio de lo irracional. Sin embargo, tras ver Origen no podemos evitar pensar que los sueños están mejor tranquilos y dormitando en el limbo del subconsciente y no tratando de imponerles reglas o puertas de fácil acceso, ni mucho menos encorsetarlos en un guión plagado de excesos narrativos que buscan desesperadamente rodearlos de un cerco de lógica. Sí, ya sabemos que son churras y son merinas, pero una película como El Ángel Exterminador (Luis Buñuel) funciona, asombra, desarma y se disfruta con naturalidad, sin necesidad de grandes fanfarrias ni señores que nos expliquen la fantasía. Las dos tienen ‘lo onírico’ como coartada.

Nos dicen que Origen es un soberbio ejercicio de inteligencia y no somos quién para desmentirlo. Como gimnasia neuronal, nos parece muy respetable. Pero hasta el espectador más pintado, el que ha resistido el primer visionado cazando todo lo que se le cuenta, se siente agotado después del viaje por los laberintos oníricos que propone y encima, sin disfrutar del buen cine (ese que se desarrolla con economía de recursos) ni tampoco de las fabulosas imágenes que nos ofrece esta misma película. Y es que Origen abruma al espectador con una sobrecarga de información sobre el mecanismo de la fantasía concebida por Christopher Nolan. Sobran conceptos, sobran paradojas, sobran lecciones aceleradas de psicoanálisis y, en definitiva, sobran explicaciones, de esas que se han metido con calzador en unos diálogos de enciclopedia.

Excesivo es también ese largo y sostenido desenlace en el que convergen cuatro niveles de sueños con sus laberintos, con sus propias batallas y con una bella historia de redención que se nos ahoga entre el estruendo de los tiros, explosiones y una Edith Piaf que no tiene por qué lamentarse de nada (menuda era ella). Prácticamente la única concesión al humor para una película a la que le sobra solemnidad. ¿No os parece que los personajes resultan demasiado rígidos, demasiado ensimismados en su homérica misión o en sus asignaturas pendientes vitales? No es que reivindiquemos a un Han Solo en toda película que se nos tercie, pero un poquito de humor sarcástico se habría llevado a las mil maravillas con una historia de estas características, de corte grandilocuente. Más allá de la distracción de las escenas de acción, no hubiera estado de más humanizar el sueño o la pesadilla para aligerarnos de la enorme responsabilidad que supone asumir este complejo argumento y sus paradojas…

Llama la atención contemplar cómo Nolan se ha esmerado en la construcción de la historia de corte más fantástico, mientras todo ese arrebato creativo languidece en la idea idiota de que un tipo echará abajo un inmenso imperio energético para darle gusto a un padre senil y superar, ya de paso, un complejo de inferioridad de adolescente.

Lo mismo le sucede a la fantástica banda sonora de Hans Zimmer, imponente, poderosa, de órdago si su presencia hubiera sido más discreta y hubiera servido para enfatizar tan solo ciertos instantes de la narración. Hay momentos en que su omnipresencia resulta un chiste.

Sin embargo, hemos de ponernos en la piel de ese genial cineasta que es Christopher Nolan (y lo decimos con el corazón en la mano, sin sorna) después de haberse convertido en un cineasta de culto tras Memento y en el salvador de un Batman que regresa a la oscuridad que le es propia. Nolan ha debido sentirse una especie de elegido, tocado por los dioses, a quien sólo le quedaba rematar su entrada en el Olimpo de los mejores cineastas del momento. De ahí que Origen fue concebida a lo grande, para marcar una época en la historia del cine, un objetivo que perdió su horizonte en la ampulosidad de su propuesta. Eso sí, nos quitamos el sombrero hacia la idea original de la que parte, ante su intención de llevarla al ámbito de un futurible espionaje industrial, así como ante lo laborioso que le ha debido resultar construir el armazón argumental sobre el que se sostiene. Y sobre todo, nos rendimos ante ese Nolan de 16 años que comenzó a rumiar esta idea que nunca abandonaría a pesar de las grandes superproducciones y las nuevas historias fascinantes que, seguramente, le habrán hecho cosquillas en la imaginación durante todos estos años.

A continuación, un montaje de lo más interesante sobre los cuatro niveles de sueños que se suceden en tiempo real y en paralelo durante el segundo bloque de la película. Solo es un ejemplo de la comedura de tarro que supone ingerir este culebrón sobre la arquitectura de la ciencia onírica.

Visionado: ‘X-Men: Primera Generación’, de Matthew Vaughn. ‘El mundo y sus desencuentros, en clave mutante’

tres estrellas


Bryan Singer vuelve a la saga X Men y, por ello, estamos de enhorabuena. No lo ha hecho como director, pues otros proyectos le han mantenido alejado del acontecer diario del rodaje, pero su mano creativa, envuelta en el guante de hierro de productor, su nuevo rol en la franquicia, está en muchos de los detalles argumentales y estilísticos de la película. Matthew Vaughn (Kick – Ass. Listo para machacar), amante de los cómics, marido de Claudia Schiffer y gran amigo artístico y personal de Guy Ritchie ha sido el encargado de llevar a buen puerto esta fantástica película en torno a la cual existían muchas reservas y muchos miedos al fracaso en la taquilla.

X-Men: Primera Generación, ante todo, deja un buen sabor de boca y no sólo por la pequeña sorpresa que se nos reserva en los títulos de crédito, un fantástico tema (Love Love) de unos Take That completamente inesperados; por cierto, no son, precisamente, santo de nuestra devoción. Lo decimos, en realidad, porque durante más de dos horas hemos podido disfrutar de un auténtico espectáculo de fuegos artificiales, en forma de efectos especiales, de una estructura narrativa cuyo objetivo es mimar el interés del espectador, pero sobre todo, del morbo que suscita conocer, con mayor profundidad, la historia de esa víctima del holocausto judío, Erik Lehnsherr, alias Magneto. Lo mejor de X-Men: Primera Generación es contemplar cómo se nos va desgranando con sutileza e inteligencia el camino hacia la decisión final que llevará a este personaje a convertirse en el villano más sugerente de la factoría Marvel. Un personaje, a fin de cuentas, que no engaña, nunca traiciona sus principios ni objetivos, se mueve por venganza y protagoniza un comprensible giro hacia la intolerancia mutante. Y en esta historia de individuos ‘re-evolucionados’, como en la vida misma, mientras el miedo a la diferencia genera comportamientos humanos intransigentes y verdugos, los verdugos, aún cuando se encuentren en un estadio más avanzado de la evolución, también se gestan en sentimientos humanos como la tristeza y la desesperación. El mismo mundo y sus desencuentros. Una fantasía que nos resulta muy cercana. Más que nunca en esta película se ponen de relieve las reflexiones que sostienen el espíritu de la saga, las propuestas morales que acompañan a la trama y a los personajes desde la primera viñeta concebida.

Mientras los profanos marvellianos se dejan asombrar por la carga dramática que acompañan el pasado de los personajes y sus relaciones, los entendidos en la materia, tienen ante sí el aliciente de comprobar que sus mitos y sus identidades, las que explican sus comportamientos en las viñetas, no caen en el más espantoso de los ridículos, como le sucedió a todo un icono, Lobezno, en el spin off que protagonizó hace unos años (X Men: Orígenes).

Más allá de los pilares del filme, también ha habido muchos detalles que nos han parecido ramplones e insufribles (dada la calidad desplegada en la mayor parte del metraje) en ciertos momentos. Ahí está, por ejemplo, esa ‘pasarela’ de mutantes que se monta en medio de una fiesta teenager, donde obligatoriamente tenemos que observar y admirar sus increíbles cualidades, aun cuando los vamos a ver, muy pronto, entrando en acción. Ahí están también ciertos giros argumentales pergeñados a toda prisa y demasiado condescendientes con los fans de la saga que han de ver reflejadas buena parte de las señas de identidad de las tramas del cómic y sus superhéroes. Salvando las distancias, en algunos momentos nos acordamos de Alatriste y su vocación de condensar varios argumentos de diversas novelas en una sola película.

Por lo demás, hay que reconocer que ha sido todo un hallazgo de Singer situar la acción en los años 60 y en pleno conflicto de los misiles de Cuba. Fue buena idea la de incrustar las batallas de mutantes en plena Guerra Fría y ofrecer una explicación demasiado lúcida, dentro de la fantasía obligada, de la tensión que vivió el planeta aquellos años.

No queremos cerrar este post sin destacar el fabuloso trabajo que realizan los dos protagonistas: James McAvoy y su apuesta por un desenfadado y vitalista Profesor X y, en especial, Michael Fassbender, un reconcentrado, torturado y seductor Magneto, lleno de matices y registros dando vida a todo un ‘humanista’ que odia a la humanidad.

Atado en corto: ‘Binta y la gran idea’, de Javier Fesser. ‘Incluso los niños tubab’

Un día Javier Fesser conjugó el norte y el sur en 30 minutos. Acunó los valores más universales entre centro y periferia, puso su creativo pulso al servicio de la igualdad, la solidaridad y el derecho a la educación, y plasmó como nadie el sentimiento más necesario pero menos global: la tolerancia. Se trasladó durante seis meses a Casamance, en el sur de Senegal, y dejó que se fuera contando la fábula luminosa de una niña cuyo padre quiere que le escriba en una carta una gran idea para solventar los males del codiciado primer mundo. En paralelo al viaje de su padre para que su plan llegue a altas instancias, se cuenta la historia de su prima Soda, a la que su progenitor impide ir a la escuela. Con ello, desmontó de una atacada de sinceridad todos los tópicos del mal llamado Tercer Mundo.
En este filme, nominado como Mejor Cortometraje en los Premios Oscar de 2005, este cineasta inclasificable y genio publicitario, se atrevió a contraponer morales mediante un cóctel de escenas cotidianas, de humor y de magia pegada al terreno, que se incluyó dentro de un conjunto de historias que formaron la película En el mundo a cada rato, en colaboración con Unicef, para concienciar sobre la situación de la infancia en todo el mundo. Solo que en su caso fue más allá y narró, por boca de la pequeña Binta, uno de los cuentos más enternecedores ambientados en el África subsahariana.
No alabamos a Fesser solo por su sensibilidad y arrojo en un tema delicado y con enormes facilidades (que evitó con ligereza) para deslizarse por lo manido y moralista. Le alabamos porque ha sido y es un maestro del corto, maestría difícil, poco recompensada, muchas veces anónima. Desde su productora Películas Pendelton han salido a la luz auténticas genialidades, como el rompecabezas gomaespumaniano que se montó en el corto El secleto de la tlompeta, o su valentía controvertida en el ya largometraje Camino. Da igual si habla de extraterrestres gorrones y sidecars que viajan en el tiempo como en el Milagro de P. Tinto o si asume hacer de carne y hueso a Mortadelo y Filemón. Siempre está su sello personal, un tren que pasa a velocidad astronómica o alguien que se estampa contra una pared.
Con Binta y la gran idea nos dejó boquiabiertos. Recogió lo mejor de un mundo que la mayoría desconocemos, pero haciéndonos sonreir. Empleó instrumentos como las dramatizaciones teatrales que muchas ONGs utilizan para fomentar valores como la igualdad de género y la tolerancia, pero dejó un hueco para imaginar fuegos artificiales a plena luz del día, y para que entendiéramos que incluso un niño tubab puede ser feliz entre todos los que son diferentes, pero también completamente iguales. Para ello, tuvo una genial idea, la contó y queremos que se sepa. Averiguad quiénes son los tubab y el plan del padre de Binta para sostener el mundo.

Píldoras cinetarias: Tim Burton resucita a un vampiro ‘retro’

Muchos de los seres que han habitado nuestras pesadillas, desde nuestra más tierna infancia, se dieron cita en una serie de culto de mediados de los 60 y principios de los 70 conocida como Dark Shadows (Sombras tenebrosas). Era una producción de la ABC, dirigida por Dan Curtis, y una especie de novela gótica por entregas en la que entraban y salían de escena brujas, zombies, hombres lobo, fantasmas de diverso pelaje y, en especial, vampiros. Los viajes en el tiempo y las dimensiones alternativas también rondaban la trama, puesto que había que alimentar una ‘soap opera’, de consumo frecuente, a la que estaban enganchados un buen numero de telespectadores de todas las edades, ávidos devoradores de ‘fast food’ televisivo. Sin embargo, después de diversas reposiciones en todo el planeta, Dark Shadows sigue sobrecogiendo por su calidad y su fascinante atmósfera lúgubre, misteriosa, romántica. La quintaesencia de la estética gótica.

Si existía un realizador capaz de desenterrar el espíritu de esta serie emblemática para los amantes de un género esquizofrénico, que coquetea con todos los iconos consagrados del terror, éste no podía ser otro más que el genial Tim Burton. Llegan noticias de que ya ha comenzado el rodaje en Londres después de algunos meses en los que dos asuntos han preocupado especialmente a los internautas cinéfilos que le han seguido la pista. En primer lugar, qué estrellas serían finalmente las elegidas para cerrar el reparto final y si se iba a echar o no mano del 3D para sobresaltar al respetable, más allá de la tensión argumental que pudiera encerrar el guión. La primera incógnita se ha ido despejando poco a poco, a medida que se iba comunicando que junto al imprescindible Johnny Depp, quien interpretará al protagonista, se encontrarían Michelle Pfeiffer, Eva Green, Helena Bonham Carter y el último Freddy Krueger, Jackie Earle Haley. Por otro lado, parece que Burton no llegó a encontrar su País de las Maravillas en la tercera dimensión por lo que, a diferencia de su último largometraje, ha decidido prescindir de esta tecnología para recrear su nueva aventura cinematográfica.

Y qué es lo que cuenta Dark Shadows. Tal y como explica Warner Bros. Pictures, la trama comienza en 1752, año en el que la familia Barnabás viaja de Liverpool a Maine (EEUU), para alejarse “de una misteriosa maldición que les persigue”. En el nuevo mundo, el pequeño vástago de la familia, Barnabás Collins, se convierte en un hombre rico e influyente, en un personaje de moda de la alta sociedad con maneras de playboy (Depp). Collins seducirá y abandonará a una bella mujer, Angelique Brouchard (Eva Green) quien, despechada, descubrirá su verdadera naturaleza. Brouchard es una bruja que acaba convirtiendo a Barnabás en vampiro para enterrarle después en vida. Dos siglos más tarde, Barnabás resucitará de entre los ‘no muertos’ de manera casi providencial y volverá a habitar en su gran mansión, Collinwood Manor. Allí, compartirá vivencias con sus extraños y misteriosos descendientes, entre ellos, la matriarca de la familia, Elizabeth Collins (Michelle Pfeiffer), una mujer solitaria, amargada y abandonada por su marido años atrás. Una psiquiatra, la doctora Julia Hoffman (Bonham Carter) aparecerá también en escena para, oficialmente, ayudar a Elizabeth a solucionar los problemas de los miembros de su linaje. El estreno mundial, en un principio, se ha previsto para mayo del año que viene.

Por lo tanto, a la espera quedamos de disfrutar de la fantástica mirada del cineasta a esta telenovela de culto. Ojalá que Burton, además de regalarnos una joya visual, como lo hizo con el País de las Maravillas, nos vuelva a dejar sin aliento, fascinados con una buena narración. Para ello, nos encomendamos a la recientemente fallecida Dolores Fuller, la estupenda actriz fetiche del realizador Ed Wood (¿el peor cineasta de la Historia?) y personaje secundario de una de las obras maestras de Tim Burton. Al fin y al cabo, ella fue toda una musa de los sueños más singulares, cautivadores y extravagantes que imaginación humana pueda concebir. Con o sin jersey de angora.

A continuación, os dejamos con algunas imágenes fascinantes de la serie de televisión de Dan Curtis. El tema principal que escucharéis es, sencillamente, hipnótico.