‘Juego de lágrimas’, de Neil Jordan: ‘Necesitarse perdidamente’ vs ‘Errores de vocación trascendente’

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NECESITARSE PERDIDAMENTE

Fergus (Stephen Rea) es un voluntario en el Ejército Republicano Irlandés que parece defender la causa equivocada. Y no puede haber nada más disparatado que abrazar la lucha armada con la precariedad ideológica del que no termina de convencerse. Pero es que Fergus es un buen tipo que, en el fondo, parece querer vivir tranquilo, hablar lo justo, compartir unas risas y pasar por la vida sin grandes sobresaltos. Aunque tenga sus convicciones y sepa que los ingleses, sencillamente, no deberían estar en su país.

rea y whitaker

Juego de lágrimas (1992, Neil Jordan) arranca con un secuestro, el que realiza la banda de Fergus, miembro del IRA, para atrapar a un soldado británico y mantenerlo encerrado hasta que otros decidan su suerte. Y en esa espera, Jody (Forest Whitaker), la víctima, se entromete en su vida sin contemplaciones para contarle muchas cosas y, con ello, espantar el miedo a la muerte. Le  dice que lo suyo es el cricket, que anda locamente enamorado de una bella mulata, de nombre Dil (Jaye Davidson) y le cuenta también un cuento con moraleja. Sobre un escorpión, ‘naturalmente’ asesino, y una rana. Y lo curioso es que el roce entre víctima y secuestrador hace el cariño y también el resto y ambos acaban convirtiéndose en una especie de amigos. Sin embargo, estaba escrito que Jody tenía que morir y que  Fergus, aunque no fuera el verdugo en el sentido estricto de la palabra, se iba a hacer un lío con el sentimiento de culpa. Perseguido por su mala conciencia, intentará buscar la redención cumpliendo  la última voluntad de Jody: cuidar a su amor.

Juego de lágrimas es una película muy bella, un tanto estrafalaria, que abunda sobre las ironías que entraña la vida y sobre un amor accidental que sucede sin condicionamientos de raza, género ni, por supuesto, de sexualidad. Es un canto a la libertad, una provocación hecha cine que invita a romper completamente con cualquier corsé en forma de tabú o prejuicio y lo hace con mucho sentido del humor, con un puntito de tragedia (que no termina de amenazar), pero con una intensidad apasionada, terriblemente romántica. Es además, un film donde aparece un fabuloso trío de personajes que arrastran su poesía en la sencillez de su retrato, en la originalidad del vínculo fortuito que les une.

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‘Qué bello es vivir’, de Frank Capra: ‘¿Y si no hubieras nacido?’ vs ‘Bajo cristianas ilusiones’

que bello es vivir

¿Y SI NO HUBIERAS NACIDO?

“La vida de cada hombre afecta a muchas vidas. Y cuando él no está, deja un hueco terrible”. Un abismo. Mucho más grande que el que se abría, con el ímpetu de un río, ante un tipo llamado George Bailey (James Stewart). Un hombre que, amargado, desea una y otra vez no haber nacido. Hasta que la frase hecha y deshecha por la desesperación se escucha en el cielo donde deciden darle una lección. Le envían a Clarence (Henry Travers), un ángel cachazudo, sin alas, más extraviado que caído y algo tontorrón y le dan una misión: mostrarle a Bailey qué es lo que le hubiera ocurrido a su pueblo y a sus gentes si él jamás hubiera existido. El resultado es Qué bello es vivir, de Frank Capra, una fantasía loca, bella, cristiana y sentimental, pero con la suficiente imaginación y mala leche como para convertirse en una inmortal obra maestra.

en el banco

George Bailey es un hombre ingenuo, simpático, que vive en un pueblo llamado Bedford Falls y que se quedó sordo del oído izquierdo cuando, de niño, salvó a su hermano de morir ahogado. Y ahí comenzó su condena. Empezó a recorrer una vida, que sentía como prestada, porque tuvo que renunciar a todos y cada uno de sus sueños. Y es que siempre entorpecían los planes de otros, de muchos otros. Incapaz de escapar de su buen corazón, George dirige con muchas dificultades la empresa familiar de préstamos y consigue que muchos vecinos sin recursos de su localidad tengan su propio hogar. En su camino, siempre se cruzará con los intereses del despiadado banquero, el Sr. Potter (un malo de manual, tremendo Lionel Barrymore) el hombre de negocios cínico que, en realidad, no soporta la visión de George, quizás el tipo que podría haber llegado a ser él mismo si le hubiera tenido menos miedo al mundo.  En cualquier caso, Potter aprovecha el ‘oportuno’ descuido de un tío de Bailey, compañero de trabajo, para conducirle a la idea del suicidio.

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Qué bello es vivir!es, precisamente, una película superviviente. Un film creado por el imprescindible Frank Capra que soporta, con el paso de las décadas, la insistencia de los programadores de televisión, que la pasan una y otra vez por la pequeña pantalla, los chascarrillos de los espectadores que nunca la vieron, o el sambenito de historia gravemente edulcorada que le persigue sin hacerle justicia. Y, sin embargo, quien se acerca a ella sin prejuicios, se encuentra con una película inteligente e irónica. Ágil, llena de guiños ingeniosos sobre el amor, las diferencias sociales y las cosas de la vida, es una película que toca la fibra sensible con descaro y sin ningún tipo de complejos. Tiene, además, un gusto visionario por mezclar géneros (ese cuento que se topa con el melodrama bien humorado) y una crítica tan ingenua como imprescindible hacia un capitalismo insaciable que devora a sus propios hijos.

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‘En la ciudad’, de Cesc Gay: ‘Elogio de la incomunicación’ vs ‘Realismo disimulado’

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ELOGIO DE LA INCOMUNICACIÓN

Cuando en España no rugía el ogro miserable de la crisis, todavía quedaba espacio para que el cine sobre los sentimientos urbanos no fuera tachado de poco comprometido con lo social. En la ciudad es seguramente uno de los retratos de la madurez amorosa más honestos y descarnados de esa etapa de la vida en que todo se pone en duda aunque estemos rodeados de certezas. Es una película metida en sí misma y en sus personajes sin más ambición que la de mostrarnos su resignación y decadencia, sin más (ni menos) escenario que esa gran urbe que es Barcelona, capaz de ahogar con su humedad la escasas decisiones y esperanzas que todos ellos pueden fabricarse para sobrevivir. Cesc Gay la compuso en 2003 tras las tragicomedias que alumbró en Hotel Room (a medias) y en Krámpack (en solitario), al borde de su propia madurez y de un giro hacia el cine mundano y dialogado que sigue hasta nuestros días.

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No es gratuita nuestra decisión de reivindicar con esta película la figura de este cineasta catalán. Valiente, realista y sencillo, con los óleos corales de En la ciudad se atrevió a contarnos los secretos de un grupo de amigos en el que nadie sabe nada de nadie. El director decidió que fuéramos los espectadores el cajón donde guardar sus vidas ocultas, sus frustraciones, infidelidades y mentiras, sabiendo de nuestra no intervención ni traición a ninguno de ellos, más allá de querer identificarnos con algunos de sus actos, buscando nosotros también una salida como inexpertos optimistas.

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Siempre nos resultó magnífico que Gay vertiera sobre esta historia la honestidad de no dejar malparada la incomunicación. Es decir, que el hecho de que Mario (Eduard Fernández) se resignara al romance de su mujer Sara (Vicenta N’Dongo), de que Sofía (María Pujalte) diera tumbos por su necesidad de ser amada o de que Irene (Mónica López) se permitiera el lujo de la tristeza incluso con una familia perfecta, no nos hiciera detestarlos o repudiarlos sino comprenderlos. Hablamos de un mundo reciente (hace poco más de una década) en el que no había redes sociales amenazando nuestra vanidad y egolatría. Es más, hablamos de la última forma de ser amigos que existió antes de las relaciones 2.0. No tan diferente como pudiéramos pensar pero sí sometida a las leyes de la vergüenza y el silencio, de la pérdida de la confianza y de la empatía con aquellos que alguna vez fueron importantes en nuestra vida.

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‘El ángel exterminador’, de Luis Buñuel. ‘El purgatorio de la calle Providencia’ vs ‘Surrealismo hecho parodia’

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EL PURGATORIO DE LA CALLE PROVIDENCIA

Todo empieza en una casa señorial de la calle Providencia. Es donde, de alguna manera, el servicio lo sabía, sin saber muy bien el qué. Los criados tenían claro que la noche en la que sus señores volvían de la ópera, ellos tenían que abandonar la casa cuanto antes.  No se trataba de una maldición, ni de una espantada por motivos laborales, tampoco parecía ser una epidemia sin diagnosticar. Sencillamente, sus personajes de clase humilde ponían tierra de por medio mientras entraban sus patronos a la mansión. Donde los ricos se hicieron ‘náufragos’. Allí, los burgueses disfrutaron de una deliciosa velada hasta que decidieron retirarse a sus casas. Es entonces cuando descubrieron que no podían salir del salón en el que se encuentran. Así, sin más. Y a partir de entonces, pasaron las horas y los días. Comenzaron a mirarse con recelo y a sentir hambre, les envolvió la desidia, se les acercó la enfermedad, aparecieron los ataques de histeria,  las pulsiones sexuales insatisfechas, incluso el deseo atávico de ‘matar al padre’ o, en su defecto, al anfitrión de la casa.

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“¿Por qué no se entienden? (…) ¿Por qué no llegan juntos a una solución para salir de la casa?”. Cuando le preguntaban por su película El ángel exterminador, Luis Buñuel se lo planteaba. Y es que en esta producción, el cineasta se metió de cabeza en una poética encerrona para que un grupo de burgueses cayera en una espiral de degradación y perdieran la “etiqueta” que les humanizaba. Sin embargo, Buñuel no supo muy bien por qué se inventó aquella historia, aunque tampoco le importaba demasiado. Parecía querer jugar con el espectador y, ya de paso, invitarle a la reflexión. Y es que esta obra se ubica entre el territorio absurdo del surrealismo y las obsesiones retorcidas del director aragonés (un vasto y fascinante universo). Pero es un film que huye, como alma que lleva el diablo, de los símbolos comprometidos, aquellos que, a la fuerza, han de tener significados que van a misa. El cineasta, conciliador o más bien socarrón, solía decir que cada cual era muy libre de interpretar todo lo que estaba viendo en ella. Por muchas preguntas que él también se hiciera.

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A fin de cuentas, adentrarse en esta obra maestra, donde la imaginación campa a sus anchas, en completa e insultante libertad, supone abandonarse con la mente virgen a una historia con un planteamiento simple, pero de una fuerza dramática arrolladora. Implica dejarse llevar por una creatividad fascinante, que tira de la madeja de ese detonante parco hasta enredarse en un desarrollo y un desenlace ricos en matices y en lecturas que seguramente no sientan ninguna cátedra.

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