Visionado: ‘Antes del anochecer’, de Richard Linklater. ‘Un ocaso que deslumbra’

 cuatro estrellas

Casi 10 años después, los espectadores volvemos a encontrarnos con Jesse (Ethan Hawke) y Celine (Julie Delpy) inmersos en su ‘orgánica’ historia de amor. Los vemos, en esta ocasión, al sur del Peloponeso (Grecia), en un bello paraíso del Mediterráneo, compartiendo una vida juntos y siendo padres de dos niñas gemelas.  Están de vacaciones, en casa de un grupo de intelectuales donde Jesse saca adelante su última obra y la feminista Celine intenta ‘meterse’ en el único traje que tiene disponible en aquellos lares: el de madre, cocinera y ama de casa.
Sin embargo,  ese plácido verano que funciona como telón de fondo para la historia, se convierte en un momento catártico donde irán apareciendo las miserias que la pareja ha ido alumbrando a lo largo de su relación. Aquellas que  se han ido dejando por el camino y que les enfrentan, cara a cara, a sus propias decisiones. Las que no tienen vuelta atrás o exigen la felicidad como único sacrificio.
Y es que Antes del anochecer nos muestra la imagen del paso del tiempo en el reflejo de una relación sentimental que se creía invencible, mientras la pasión alimentaba fantasías e ignoraba las diferencias. Sin embargo, con el desgaste inevitable de los años, las experiencias comunes de Celine y Jesse fueron atrincherándolos, a cada uno, en sus propios miedos o en lo que quedaba de su propia identidad. Y en ese punto, explota el detonante.
La intensidad emocional de la película bebe de pequeños instantes llenos de humor, de amargura, pero también de fruslerías. De conversaciones íntimas y seductoras, compartidas por una pareja que parecía haber perdido la capacidad de sorprenderse, o bien junto a un grupo de amigos, durante una buena sobremesa. El sexo y los primeros instantes de un flechazo, las historias agotadas, el egoísmo de los hombres, las mujeres que viven para los demás, el sentimiento de culpa que no logra esquivarse o esa vida empeñada en escaparse mientras nos deja al margen. Son muchos y muy interesantes los temas que fluyen a lo largo de la película con una naturalidad abrumadora. 
Y es así gracias a unos diálogos que se las saben todas para resultar convincentes y convertirse en cómplices del espectador. Hay mucho esfuerzo, mucha  estudiada creatividad detrás de las palabras. Quizás  también demasiada experiencia vital de los tres autores del guión (Richard Linklater, Ethan Hawke y Julie Delpy) fundida con la vida paralela que han llevado los personajes, en la imaginación de este trío creativo, a lo largo de los años. El resultado final, en cualquier caso, es impresionante.
La película reserva momentos muy especiales. Como aquel en el que la anciana comensal reconoce que ha olvidado los rasgos del marido fallecido, mientras brinda por ‘los que estamos de paso”. O aquel otro en el que Julie Delpy tuerce amargamente el gesto mientras contempla cómo se oculta el sol. Y, por supuesto, el final, para nosotros más abierto y enigmático que nunca, aunque pudiera parecer que la cámara se aleja definitivamente de los protagonistas.

Píldoras cinetarias: Exposición sobre la magia de George Méliès

 
Probablemente sea George Méliès uno de los mayores protagonistas de nuestro planeta Cinetario. Su luna tuerta es nuestra bandera y gracias a su poder ilusionista descubrimos en el cine una nueva forma de vivir, sufriendo y disfrutando en otros cuerpos. Por estas letras se ha paseado en numerosas ocasiones y de nuevo se acerca de la mano de la exposición que la Obra Social “la Caixa” dedica al ilusionista francés, padre absoluto de la ciencia-ficción.
 
Bajo el nombre George Méliès. El primer mago del cine, la muestra, en el CaixaForum de Madrid desde mañana hasta el próximo 8 de diciembre, repasa la diversidad de toda su obra y el valor que tuvo en la evolución de la historia del celuloide, recientemente recordado por la maravillosa La invención de Hugo (2011), de Martin Scorsese. 
 
 
La exposición recoge por primera vez las raíces culturales, estéticas y técnicas de Méliès y demuestra que los orígenes de su mundo son simple y llanamente el origen del propio cine: sombras animadas, linterna mágica, fantasmagoría, cronofotografía, ilusionismo, magia y fantasía. 
 
Marcarán el ritmo de la muestra proyecciones, aparatos cinematográficos en funcionamiento y objetos únicos como la primera cámara del cineasta francés o el vestuario original que se utilizó para Viaje a la Luna. Los objetos presentes en la exposición pertenecen a la Cinémathèque Française, fundada en 1936 y que cuenta con la colección mundial más importante de dibujos, películas, aparatos y objetos de Méliès así como un extenso y valioso fondo de objetos e imágenes relacionados con los inicios del cine. 
 
Os dejamos de nuevo con una de sus historias. En esta ocasión, Le manoir du diable, de 1896, considerada la primera película de terror de la historia del cine:

Disección: ‘El milagro de P. Tinto’, de Javier Fesser. ‘Esta noche tralarí, tralarí’

 
ESTA NOCHE TRALARÍ, TRALARÍ
 
PANORÁMICA: 1998. Mientras en España decíamos adiós a la peseta, nacía en Estados Unidos el motor de búsqueda Google. Durante este ‘cambio de era monetaria’, en nuestro país se condenaba a dos ‘celebridades patrias’, Mario Conde y Luis Roldán. En el pleno del Congreso también se hacía justicia aprobando por unanimidad la supresión de penas de cárcel para los insumisos. En el resto del continente, se creaba el Banco Central Europeo para, presuntamente, diseñar y materializar la política monetaria de todos los países de la UE. En Londres, Scotland Yard detenía a Augusto Pinochet, por orden de Baltasar Garzón, y en Irlanda del Norte, en Omagh, estallaba un coche bomba. Una tragedia mayúscula que se cobró un total de 29 muertos y 200 heridos. La violencia también se desataba en la República Democrática del Congo comenzando allí la Segunda Guerra Regional. En Centroamérica, un fenómeno natural, el huracán Mitch, provocó la muerte y desaparición de 20.000 personas mientras el caos seguía campando a sus anchas cuando Titanic ganó 11 Oscars de Hollywood. 1998 también fue el año en el que nos dejaron La Voz/Sinatra, Akira Kurosawa, Alan J. Pakula y Octavio Paz.
 
 
EL MEOLLO: P. Tinto tiene un objetivo sagrado en su vida: tener una numerosa descendencia. Desde la más tierna infancia alumbra este deseo y pronto encuentra a la mujer con la que desea compartir su sueño. Se trata de Olivia, una niña ciega y algo atolondrada que se convierte en la media naranja perfecta, mientras los años pasan y ambos crecen seguros y confiados en la vida que les espera. Se hacen mayores, P. Tinto se hace cargo de la empresa familiar, en la que se fabrican obleas para el Vaticano, y se establecen en una vieja estación, un lugar olvidado del mapa donde un expreso pendular pasa cada 25 años. Allí, afincados en su tranquila vida, esperan infructuosamente la llegada de un hijo hasta que un par de marcianos, simpáticos y caraduras, aterrizan en su jardín y un enorme huérfano, de dos metros y apetito insaciable, se oculta en su casa tras escapar de un manicomio.
 
DETRÁS DE LAS CÁMARAS: De la cocina de artistas de los tardíos años 80. De familia de escritores, guionistas, cómicos y magos de los rayos catódicos. Javier Fesser Pérez de Petinto (ahí queda el guiño) se entrenó en la publicidad cuando en España aun era una forma de soñar, un motor de creatividad que generó una escuela de ilusiones exportable y competente. Desde sus inicios como creativo y director de spots, Fesser se encontró con una marca personal que le salió de su visión absurda del mundo. Ya entonces nos encontramos con personajes alucinoides y algo bobos que se reciclarían en Películas Pendelton, la productora que fundó en 1992 junto a Luis Manso y con la que continúa trabajando. Cuando se proyectaron en los cines, como teloneros de películas españolas de cierto renombre, los cortometrajes Aquel ritmillo (1995) y El secdleto de la tlompeta (1996) no dejaron indiferente ni a los apáticos amanuenses del purismo. Sus desorbitadas historias, herederas de alguna que otra revolución estética a la francesa y del humor más cañí, comenzaron a funcionar por el boca a boca, y ambos se convirtieron en los dos cortos más premiados del cine español. De la mano de la paternidad de Fesser y con ayuda en el guion de su hermano Guillermo (componente del inigualable dúo Gomaespuma) vendría también al mundo la historia de El milagro de P. Tinto, hilarante, conmovedora, socarrona, esquizofrénica, única en el cine español. La recolección de premios fuera y dentro del país permitió al cineasta madrileño afrontar proyectos como la puesta en marcha del Festival de Cortometrajes Online Notodofilmfest, uno de los más prestigiosos del país, así como la aplaudida serie para Internet Javi y Lucy. Con La gran aventura de Mortadelo y Filemón, basada en los cómics de Francisco Ibáñez, apuntaló en 2003 su capacidad para hacer un cine español fresco, animado y de nueva hornada. Sin embargo, fue con el corto Binta y la gran idea (2007), nominado a los Oscar, y con el largometraje Camino (2008), triunfador de los Goya ese año, y a los que ya hemos adorado aquí, cuando Fesser dejó de ocupar la esquina izquierda de las páginas impares de los medios y dejó al respetable entre la risa y el llanto. Su nueva aventura es la película colectiva y apocalíptica Al final todos mueren, dividida en bloques y donde Fesser dirige el prólogo y el epílogo.
 
PRIMER PLANO
 
LUIS CIGES: Aquí un actor que no fue tal, un tipo sin método o con el método de improvisar a borbotones y con mucho ingenio, pero sin dejar de ser él mismo. O al menos aquel personaje de culto que siempre pensamos que debía ser en la vida real. Luis Ciges era muy grande sin ser un gran intérprete y un artista de “creatividad inmediata”, como sospechaba Berlanga. Las miradas siempre le seguían en busca de sus cejas levantadas, de su cara de asombro resignado o a la espera de que soltara un nuevo dislate. Poco importaba si la escena principal tenía lugar delante de nuestras narices y él no participaba en ella. Nunca dejamos de seguirle la pista porque tenía un carisma singular, el que tienen los tipos graciosos por naturaleza, esos que te alegran la vida sin el más mínimo esfuerzo. Este señor naíf, sobrino de Azorín, de dicción atropellada y tan culto que encontró en el absurdo su medio natural de expresión, tuvo una infancia desgarrada por el fusilamiento de su padre (escritor y gobernador republicano). A los 14 años se hizo perito mercantil y, más tarde, decidió convertirse en director porque como actor se veía “muy feo”. 
 
Sin embargo, a partir de los años 60 se introdujo de lleno en el mundo de la interpretación y llegó a trabajar con los realizadores más destacados. Por ejemplo, con Camus en La colmena, Almodóvar en Laberinto de pasiones y con Berlanga en muchísimas producciones, comenzando por Plácido. Siempre le recordaremos, eso sí, en películas inolvidables como El bosque animado (José Luis Cuerda); en la cama, junto a su hijo Resines, y explicándole con la mayor naturalidad que mató a su madre porque “era muy mala” (en Amanece que no es poco, también con Cuerda), en Patrimonio Nacional (Berlanga) como Segundo, el criado salido de un rijoso señorito interpretado por José Luis López Vázquez, o en Así el cielo como la tierra (triple round con Cuerda), mientras era perseguido por el Apocalipsis (ganó el Goya por esta película). Y cómo no, como el protagonista imprescindible en la película que nos toca. Encarnando a P. Tinto desplegó toda su humanidad y encanto surrealista para ponerse en la piel de un fabricante de obleas que siempre supo que había venido a este mundo para procrear, sin tener la más remota idea de cómo manejar el manual de instrucciones de semejante asunto. Un despiste existencial que, en manos de Ciges, se convierte en auténtico jolgorio interpretativo.
 
SILVIA CASANOVA: Ingenua, cándida, entrañable, despistada, un rato agarrada, una mujer ciega que lo ve todo, con una imaginación tozuda que le hace dibujar el mundo a su manera. De esta guisa, Silvia Casanova confunde, encandila y divierte, de manera arrebatadora, en El milagro de P. Tinto. Interpreta a la mujer del protagonista, pero a esta actriz palentina, nacida en 1933, ya la habíamos visto en infinidad de películas y, sobre todo, en series de televisión. Más allá de las pantallas, su carrera ha sido mucho más prolífica puesto que es una de las actrices más prestigiosas de la escena nacional donde, a lo largo de los años, ha desarrollado una importante trayectoria teatral. En el cine, la recordamos especialmente en títulos formidables como ¡Ay, Carmela! (Carlos Saura), La Comunidad (Álex de la Iglesia) y, más recientemente, en la comedia irreverente Que se mueran los feos (Nacho G. Velilla) . En la pequeña pantalla, llevamos años disfrutando de su arte. Ha aparecido en Farmacia de guardia, La casa de los líos, Raquel busca su sitio, Periodistas, Los Serrano, 7 Vidas, Hospital Central o en Aída, entre muchos otras. Hace algunos años Casanova publicó Trozos de mi vida, una biografía alumbrada por la Asociación de Artistas e Intérpretes (AISGE), donde la actriz se reunía con los recuerdos más queridos y también los más difíciles de su carrera.
 
 
CONTRAPICADO: El milagro de P. Tinto es de esas películas que amas o aborreces, como en su momento destacamos de Amanece, que no es poco, aunque tengan poco (aunque sí algo) que ver. No hay medias tintas, y se ha demostrado. Es un juego de acidez, imaginería, planos, colores y música que te dan un respingo en el trasero para salir espantado o te embaucan en su canallada de historias. Y pese a su visible y jactanciosa técnica, a todo ese espectáculo y enamoramiento, en nuestro caso, contribuyen sus maravillosos personajes. Dejando a un lado al adorable matrimonio protagonista y a su forma de buscar su sueño con el tralarí tralarí de los elásticos de los pantalones, pasamos por los conmovedores, macarras y gorrones marcianitos Emilio Gavira y Pablo Aller, con su OVNI-Seiscentos descapotable, y por el pobre Pancho (Pablo Pinedo), personaje también protagonista (junto a Pepe Viyuela) del cortometraje que precede a la película. Es Pancho una especie de niño grande rescatado de El secdleto de la tlompeta, escapado de un manicomio, enquistado a una bombona de butano, y confundido con el niño africano que los ancianos protagonistas quieren adoptar. Su papel en la historia es determinante a cada segundo y culminante (o penetrante) en la vida de su madre adoptiva. Y entre curas trinitarios de grandes bigotes y apáticos fabricantes de obleas, el ñapas y ufólogo Usillos (Janfri Topera) sea quizás la dinamita más desternillante del cuento. Obsesionado por la procedencia de las piezas mecánicas, determinado en sanear los alicatados hasta las profundidades, y lanzado al pasado para admirar los contrapeados de Brunelleschi, este gran hombre, por lo que sea, provocó la mejor parodia de E.T. nunca vista, y se convirtió en esos desquiciados y maltratados no tan ficticios cuyas voces resuenan seguramente en más de un taller español.
 
PICADO: Ideas luminosas, palabras que significan otra cosa, idiomas tergiversados, marcianos gorrones y con el síndrome del príncipe destronado, un hermoso huérfano de solemnidad, con bombona de butano al hombro. El mundo al revés, que aterrizó en la película de Fesser, está lleno de hallazgos cómicos que, sin embargo, se atropellan en una película a la que le falta un hilo argumental que podría haber sido más interesante. No todo vale en un film cuyo objetivo es arrancar carcajadas, donde el disparate se convierte en el auténtico leit motiv. El cine es entretenimiento y, si estamos ante una buena comedia, no hay que darle tregua al aburrimiento. Y lo malo es que en El milagro de P. Tinto son frecuentes las escenas y secuencias largas que no llevan a ninguna parte, donde algunas situaciones surrealistas y descoloques varios se suceden sin que suceda nada. Y en ocasiones, logran lo imposible: que en algún que otro momento las ideas o situaciones rabiosamente divertidas, inventadas por los hermanos Fesser, pierdan su capacidad para sorprender y despertar una sonrisa.
 
SIMBIOSIS SONORA: Celia Cruz y Jarabe de Palo llenaron durante muchos años algunas fiestas friquis con el tema A lo loco que compusieron como canción original de la película, con guiños a sus personajes y a sus frases. Pero además, la banda sonora de esta historia se convirtió en todo un halo de nostalgia latina muy propio de la melanomanía gomaespumera, con temas de Los Tres Carino, Jorge Sepúlveda, Raphael, Rocío Dúrcal, Los Bohemios, Los Tres Sudamericanos o Billy Cafaro. Un espectáculo auditivo de radio fórmula que se mezcla, en la que fue su primera edición, con frases originales de la película (“el pasado es una mierda”, “los romanos, una mierda al lado de los etruscos” y nuestra bandera “esta noche tralarí, tralarí”) con la sintonía del NODO y con la del Festival de Eurovisión, acontecimiento relevante y cáustico de la película. Como colofón, el insigne Juan Luis Cano, compañero de aventuras radiofónicas y televisivas de Guillermo Fesser, se marcó una opereta con el tema Tengo un ovni formidable, versión de la canción popular Tengo una vaca lechera, de Jacobo Morcillo. El soundtrack español más raro y menos acomplejado de la historia.
 
OJO AL DATO: Si algo hemos admirado siempre de Javier Fesser es el haber compartido a través de su cine detalles de su vida cotidiana. Tanto en muchos de sus spots como en sus películas, dio la oportunidad a intérpretes de lo más variopintos de formar parte de la factoría Pendelton. En el caso de esta película, a Javier Aller (el enanito flipado de la gaseosa) simplemente se lo encontró por la calle, habló con él y le dio el papel. Más difícil lo tuvo con Luis Ciges, quien se veía muy mayor para interpretar un protagonista y al que tuvo que convencer sabiamente. También de su propia vida importó algunos diseños de la película, como el del platillo volante, una idea que le sugirió una visita con su hija al Parque de Atraciones. Además, como ya sucedió en sus cortometrajes, los miembros de la familia Fesser pululan como extras durante toda la película, y el propio cineasta se encargó de poner la voz en off del NODO que se emite en una escena. Implicación máxima en un milagro irrepetible. 
 
 
RETRATO DEL HÉROE: P. Tinto siempre fue Luis Ciges. Fue el único papel totalmente protagonista que realizó este gran actor en toda su carrera y en él vertió toda su conformidad, estoicismo y humilde lucha. En la piel del fabricante de obleas enamorado de una ciega rácana, habitante de una estación de tren donde el tiempo se cuenta en cuartos de siglo, encontramos uno de los más entrañables personajes del cine español. Con su filosofía extemporánea e investigadora de las costumbres de batusis y mandingas, su forma de pasar por encima de las dificultades, su resignación al encontrarse de repente con una familia numerosa e ingobernable, y con el poder de su sabiduría de padre amoroso, P. Tinto consiguió su sueño, esperó toda su vida para contemplar el milagro y la satisfacción de su paternidad, y se quedó en nuestra memoria de surrealismo realista. Al son de su sencillez adornada y para siempre acostumbrada a vivir.
 
Os dejamos el arranque de la vida matrimonial del matrimonio P. Tinto y el advenimiento de la vida extraterrestre. En el segundo vídeo, una de las escenas más aplaudidas por los fans:
 

 
 

Visionado: ‘La mejor oferta’, de Giuseppe Tornatore. ‘Una bella quimera como obra de arte’

tres estrellas

La mejor oferta, de Giuseppe Tornatore, es una película que recorre diversos géneros de una manera un tanto confusa: resulta mágica, en ocasiones, y desconcertante en otras. De este modo, cuando nos adentramos en la historia fantástica, casi sobrenatural, con la que comienza, llevándonos por un tortuoso y misterioso camino argumental, la película se hace grande y cautiva. Es el momento en el que vamos descubriendo a los personajes reflejados en su singularidad, en el temor que nos produce su rareza, en el extrañamiento que nos provocan sus mentes inestables. Sin embargo, cuando el argumento da un giro hacia el thriller, en su etapa final, llegando a un desenlace predecible y, sobre todo, que se hace esperar tanto, caemos en la desconfianza y no podemos evitar quedarnos con cierta sensación de haber sido víctimas de un delicioso engaño.
La mejoroferta nos habla de Virgin Oldman (Geoffrey Rush), un prestigioso experto en arte y subastador que decide aceptar la labor de tasación de las obras y piezas de mobiliario de una mansión aparentemente abandonada. Allí, oculta en pasadizos y salas secretas llegará a conocer a su cliente, la joven dueña del caserón, Claire (Sylvia Hoeks), una mujer de increíble belleza que sufre agorafobia.
Es una película que tiene elementos y momentos ‘mágicos’, líricos, maravillosos, como la presencia inquietante de la enana matemática, un personaje que es una auténtica inspiración y encierra, en sí misma, un sinfín de significados; o el ambiente que se respira en el caserón; o la extraña enfermedad de una muchacha que vive enterrada en los muros de su mansión por voluntad propia. Y en especial, la mejor secuencia: la primera vez que descubrimos el único gesto de amor que se permite, en su vida solitaria, el misántropo protagonista cuando levanta la vista hacia su interminable galería de retratos femeninos.
Como contrapartida, es un film que quizás plantea demasiados enigmas en una historia, de por sí, compleja: ahí están por ejemplo, las piezas de un autómata que, poco a poco, camina hacia su ‘elocuente’ y decorativa reconstrucción; o el motivo que enclaustró, de por vida, a Claire; o la soledad monacal y artística en la que se aísla Virgin, una condena autoimpuesta por alguien incapaz de relacionarse sentimentalmente con ningún ser humano. La película comete otro pecado imperdonable, anticipa con poca delicadeza el fraude que será el tema central de la trama. A través de ciertas relaciones incomprensibles, ‘antinaturales’, por ejemplo, que establece el protagonista.
La banda sonora es monumental, se trata de una composición bellísima del maestro Ennio Morricone donde existe un tema recurrente hechizante, a lo largo del film, en el que se escuchan unas voces angelicales. Es el acorde perfecto con el que envolver el misterio de la trama. Por cierto, el compositor logró uno de los seis David de Donatello que recibió el film (entre los que se encontraban el de Mejor Película y Mejor Director).
Mucho se ha escrito ya sobre la extraordinaria capacidad de Geoffrey Rush para encarnar los más diversos y apasionantes personajes. Sin embargo, en La mejor oferta asume con extraordinaria naturalidad el pulso vital de un tipo emocionalmente nulo. Alguien que se abre al mundo a través de una obsesión enfermiza y que sublima como si fuera una obra de arte. Un hombre desagradable que rechazamos, en un principio, para acabar empatizando con él por misericordia, cuando somos testigos de su debilidad. Le acompañan un vitalista Jim Sturgess, quien sigue consolidando una buena carrera de la mano de grandes directores y el siempre carismático Donald Sutherland.  
Y el final, la secuencia con la que Tornatore cierra su bella y enrevesada historia es una muestra más del instinto artístico del cineasta, de la capacidad que tiene para crear atmósferas extraordinarias, aunque enrarecidas o envenenadas por las obsesiones o los sueños imposibles o por un pasado condenado a desaparecer. Esa es la grandeza de Giuseppe Tornatore, ese es su poder de fascinación. Siempre enamora aunque no termine de convencer, aunque sepamos que lo que hay de auténtico en su falsificación tiene mucho de endiablada quimera.

Píldoras cinetarias: Escenas de diez en diez con el proyecto WatchMojo


En 2006 el productor, ejecutivo y empresario Ashkan Karbasfrooshan decidió poner en marcha un magazine digital que también funcionara como cadena de producción de vídeos online, y que además de informar sobre la actualidad cinematográfica recogiera decenas de momentos de la historia del cine según diferentes clasificaciones, siempre en coherencia con la formación de la denominada cultura pop

 
Nació así en Montreal (Canadá) la plataforma online WatchMojo, que en siete años se ha convertido en uno de los canales temáticos más visitados en la red, con numerosos premios, reconocimientos y una importante labor en distribución, juegos y herramientas interactivas para cinéfilos de todo el mundo. Es uno de los pocos canales de la red social de Youtube que se actualiza prácticamente todos los días, incluso los fines de semana.
 
Una de las joyas de su trabajo, que también incluye producción de cortometrajes, son los montajes creados sobre escenas de la historia del cine agrupadas de diez en diez en función de temáticas varias. La mayoría de los vídeos alcanzan hasta un millón de visitas a los pocos días de ser publicados y llaman la atención por su montaje, locución y selección, alejados de otros rankings más “comerciales” e incluyendo películas de culto o de serie B.
 
Os dejamos a continuación tres ejemplos de estas estupendas producciones. Un Top 10 de los asesinos en serie de ficción, otro de las criaturas más ridículas de filmes de terror y el último sobre películas centradas en el fin del mundo. Las narraciones están en inglés pero hay herramientas en su web para ver algunos de ellos traducidos al castellano. A disfrutar:

Visionado: ‘Trance’, de Danny Boyle. ‘Espejismos de la mente’

tres estrellas

Trance alimentó mi lado oscuro, que sigue ahí y exige su parte”. El polifacético Danny Boyle definió, de este modo, la fuerza inspiradora que le ayudó a crear su última película en un momento en el que se encontraba inmerso en la preparación de la ceremonia de inauguración de los pasados Juegos Olímpicos, en Gran Bretaña. Fue una vía de escape providencial que le salvó de un trabajo que, para él, era novedoso y lleno de desafíos, pero también una labor que le exigía demasiados sacrificios.
De este modo, Boyle se refugió en los laberintos de la mente para contarnos la historia de un subastador, Simon (James McAvoy), que pone a salvo la obra Vuelo de Brujas, de Goya, ante el intento de robo perpetrado por una banda de mafiosos. Sin embargo, Simon recibe un fuerte golpe en la cabeza que le hace olvidar dónde la ha escondido. Franck (Vincent Cassel), el jefe de los ladrones, tras observar que con la tortura es incapaz de sacarle una confesión al subastador, intentará ahondar en su mente hasta alcanzar sus recuerdos olvidados gracias a la ayuda de una competente hipnotista, Elizabeth Lamb (Rosario Dawson).
Trance es un trabajo de orfebrería pergeñado en la sala de montaje, fruto de la endiablada labor de un tipo con agudo ingenuo que, hilvanando secuencias, sabe cómo tocar los resortes de la sorpresa, aquella que se produce en nuestro ánimo al descubrir la vaga frontera que se establece en la película entre la realidad y la ficción, entre el recuerdo y el pensamiento condicionado, entre las luces y las sombras de un inquietante trío protagonista.
Sin embargo, Trance no es una película redonda. A buen seguro que a más de uno le habrá irritado el exceso de giros argumentales y de expectativas truncadas que ofrece. Son demasiados conejos escapando de la chistera de Danny Boyle y de su guionista de los primeros tiempos de su carrera, John Hodge (A tumba abierta, Trainspotting). Pero además, hay otras cuestiones dudosas como que el  protagonista, en ocasiones, tenga comportamientos incoherentes con su lucha por la supervivencia. Todo ello por no hablar de la borrachera de violencia que invade el filme, sobre todo en la parte final, que a más de uno le habrá parecido una sospechosa maniobra de distracción para que las nuevas e impactantes revelaciones, que se nos van desgranando a velocidad de vértigo, apenas tengan tiempo de reposar en la cabeza del espectador. Tras los títulos de crédito y el éxtasis visual que deja como poso la película, es más fácil asimilarlas como una verdad convincente…
Pero lo cierto es que Boyle tiene mucho de mago y tanto el vigor con el que irrumpen dichos quiebros argumentales  como la originalidad que presentan son capaces de vencer cualquier tipo de reticencia. Además, como sucede en muchas de las películas del cineasta, es inevitable sentir fascinación ante su habilidad para crear imágenes sugestivas,  envolvernos en lugares cuya plasticidad inventa nuevos espacios, en este caso, con cierta ‘estética underground’, de claroscuros de neón. Imágenes, además, acompañadas de una impecable ambientación musical. 
Buena parte de la eficacia de la película reside en las interpretaciones: en un McAvoy maravillosamente entregado a un personaje  barroco, inmerso en su propio y tortuoso baile de mascaradas; un Vincent Cassel campando a sus anchas y con demasiada elegancia en la piel de un mafioso de los bajos fondos. Y en especial, se debe una Rosario Dawson sensual, astuta, superviviente y quizás… vulnerable. Solo con observar a sus criaturas, el lado oscuro de Boyle, seguramente, se habrá visto ampliamente recompensado.

Píldoras cinetarias: el sueño de ser mujer y montar en una bicicleta

 
Es la primera vez que una mujer ha conseguido rodar íntegramente una película en Arabia Saudí. Tal y como suena, creemos que muchas veces ni nos damos cuenta de la abigarrada concepción occidental que aplicamos a nuestro criterio cinematográfico, olvidándonos de forma más o menos voluntaria de que existen lugares donde cuestiones que damos por sentadas se convierten en noticia.
 
Así ha sucedido con La bicicleta verde, la opera prima de la cineasta árabe Haifaa Al Mansour, una mujer de 37 años que ha conseguido convertirse en la primera que rueda una película en ese país, donde su género vive arrinconado y ensombrecido. Precisamente de esta manera tuvo que rodar Al Mandour algunas de las escenas de su historia. Debido a las prohibición saudí que impide que las mujeres puedan portar una cámara, lo hizo escondida tras un muro, invisible en zonas concurridas, o dentro de una furgoneta para poder localizar su relato en las áreas más conversadoras de Arabia Saudí y comunicarse con sus actores vía walkie-talkie.
 
Pero la película no es solo importante por lo que representa o por la carga simbólica que le otorga el mero hecho de existir. Es una pequeña historia que cuenta mucho con una sencillez abrumadora sobre la falta de derechos de las mujeres saudíes en actos tan cotidianos como montar en coche. La bicicleta verde es el sueño vetado de una niña que quiere pedalear y competir con un amigo. De esos dramas contados desde lo pequeño ante los que nos sentimos extrañamente conmovidos y avergonzados.
 
Lo relevante es que esta humilde joya que nos llega desde Oriente Medio ya se ha hecho un hueco importante en las salas de cine tras recibir varios premios en Venecia, Dubai, Friburgo o Innsbruck, y está suponiendo una revolución para todos aquellos que han hecho de la pedagogía sobre la igualdad de género su lucha diaria. “Es una historia sobre el poder que pueden llegar a tener las mujeres y la importancia de no rendirse”, ha explicado Al Mansour. Cine de protesta que necesita ser visto, como un deber moral. Casi una imposición.