Cada uno se hace sus propios almacenes vídeo-mentales. En ellos, somos libres de decidir qué películas o series vemos, cuándo lo hacemos, en qué orden o desorden, y conforme a qué actitudes y estados de ánimo. Y si de algo nos hemos dado cuenta a lo largo de los años es de que nuestra fascinación por algunos cineastas es mayor de lo que incluso pensábamos antes de escribir sobre ellos. Porque irrumpen saltándose esos límites que pretendemos poner, fronteras mentales que nos construimos para no ser inquietados en nuestros gustos. Y en esa liga va ganándonos David Fincher. En la de no dejarnos tranquilos pensando que un thriller es un thriller por esto, por aquello y por lo de más allá. Porque no se limita a cumplir unas reglas de protocolo y ajustarse el vestido para la ocasión. Para nada.
El cineasta norteamericano lleva casi dos décadas empeñado en retorcernos el cuello con su cínica visión de la perturbación social, la que guarda la apariencias y solo ve la luz porque alguien es capaz de adentrarse en su oscuridad. Perdida, su última y sofisticada criatura, es la lección magistral del nuevo thriller: una sinopsis que suena a tópica y sacada de los albores de Twin Peaks se convierte en sus manos en una historia socarrona, elegante, sangrienta y erótica, de muchas verdades y otras tantas mentiras, con una de las construcciones narrativas más inteligentes que se han realizado en los últimos años.