Atado en corto: ‘Pitahaya’, de Albert Espinosa. ‘Cómo ser valiente’

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No es fácil ser niño, por mucho que así queramos recordarlo. Y lo es mucho menos cuando a tan temprana edad nos enfrentamos a un reto desconocido hasta entonces: afrontar un acto heroico, por muy nimio que parezca a ojos de un adulto. De la infancia sabe mucho el escritor, guionista y director Albert Espinosa, este polifacético creador que se ha hecho mundialmente conocido por su fabulosa serie Polseres Vermelles (Pulseras rojas), dirigida en tándem con Pau Freixas y basada en su propia experiencia personal, y por amables y mágicas novelas como Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no hubiéramos sido tú y yo o Si tú me dices ven, lo dejo todo… pero dime ven.

Tras su incursión en la televisión y también en el cine con No me pides que te bese, porque te besaré, Espinosa ha recalado en el cortometraje con Pitahaya, protagonizada por el niño Rubén Sánchez, habitual de varios cortometrajes, y por el consagrado actor Francesc Garrido. Cuenta la aventura de un niño que acude de excursión con su clase a un mercado mayorista donde se verá enfrentado a una prueba de valentía.

Rodado en catalán, este sencillo cortometraje, que refleja la fidelidad de su autor con las causas tan cotidianas como relevantes, ha sido galardonado con el premio al Mejor Corto Narrativo en el Urban Film Festival de Nueva York, gracias al cual ha conseguido ser preseleccionado para la próxima edición de los Premios Oscar en esta categoría.

A continuación lo proyectamos con subtítulos en castellano, por si todavía a nuestra edad aprendemos, que nunca es tarde, a ser valientes:

Visionado: ‘Relatos salvajes’, de Damián Szifrón. ‘La grandeza de no contenerse’

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cinco estrellas

Uno de los avales más reveladores con los que esta antología de seis historias ha llegado a España ha sido el masivo apoyo del público, tanto en su clamoroso recorrido por varios festivales como en su sucesivo estreno en salas comerciales. Porque Relatos salvajes ha despertado en todo el mundo esa necesidad de zafarse del letargo cotidiano, del hastío de un continuo dejarse llevar-reprimir-silenciar, para alzarnos como dueños de cualquier situación, aunque sea a través de la más exacerbada pérdida de control. Creemos que ahí reside toda su magnética esencia, en nuestros instintos animales, aquellos con los que su director y guionista Damian Szifrón ya se encarga de retratar a sus personajes en los créditos iniciales.

Coproducción hispano-argentina de la mano de los hermanos Almodóvar a través de El Deseo y del todopoderoso empresario porteño Hugo Sigman, la película se compone de seis historias vertebradas en torno al estallido mental, la gota que colma el vaso, la paciencia que encuentra su límite y el desahogo vital en aquellas situaciones que nos sobrepasan. Es un altavoz por el que vocear a través de toda su perturbadora violencia y un ejemplo de lo bien que le sienta al cine la comedia negra repleta de humor inteligente, astucia y un algo muy grande de esa magia que tiene el cortometraje cinematográfico cuando se pone al servicio de las necesidades humanas.

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Visionado: ‘Perdida’, de David Fincher. ‘Este hombre ¿podría? matarme’

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cuatro estrellas

Cada uno se hace sus propios almacenes vídeo-mentales. En ellos, somos libres de decidir qué películas o series vemos, cuándo lo hacemos, en qué orden o desorden, y conforme a qué actitudes y estados de ánimo. Y si de algo nos hemos dado cuenta a lo largo de los años es de que nuestra fascinación por algunos cineastas es mayor de lo que incluso pensábamos antes de escribir sobre ellos. Porque irrumpen saltándose esos límites que pretendemos poner, fronteras mentales que nos construimos para no ser inquietados en nuestros gustos. Y en esa liga va ganándonos David Fincher. En la de no dejarnos tranquilos pensando que un thriller es un thriller por esto, por aquello y por lo de más allá. Porque no se limita a cumplir unas reglas de protocolo y ajustarse el vestido para la ocasión. Para nada.

El cineasta norteamericano lleva casi dos décadas empeñado en retorcernos el cuello con su cínica visión de la perturbación social, la que guarda la apariencias y solo ve la luz porque alguien es capaz de adentrarse en su oscuridad. Perdida, su última y sofisticada criatura, es la lección magistral del nuevo thriller: una sinopsis que suena a tópica y sacada de los albores de Twin Peaks se convierte en sus manos en una historia socarrona, elegante, sangrienta y erótica, de muchas verdades y otras tantas mentiras, con una de las construcciones narrativas más inteligentes que se han realizado en los últimos años.

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Homenaje: Lauren Bacall. ‘El misterio de una voz rota’

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El sarcasmo se le escapaba de su voz grave, embriagadora, como de mala vida. Una voz rota que hacía juego con su mirada de gata y con una seguridad equívoca que paseaba en sus personajes, aquellos con los que llenaba la gran pantalla. Lauren Bacall sabía que era una leyenda y se fue en agosto de este año dejando tras de sí ese rastro de inmortalidad que pocos animales cinematográficos han sabido abandonar, tan vivamente, en la memoria de generaciones de espectadores asombrados.

Son muchos los que han celebrado su belleza, quizás demasiado sofisticada para todos los gustos, pero no todos recuerdan que fue una actriz con paciencia y un talento inconmensurable. Y es que de sus féminas noir, arrogantes e inteligentes, pasó a llevar con dignidad interpretativa ciertos melodramas mediocres y, además, resurgir de manera irresistible en las comedias, allá por los años 50. El teatro le dio el prestigio en los 60 y 70, que le resultó un tanto esquivo en el cine y, en los últimos años de su vida supo conquistar a cineastas que tenían algo que decir a nuevos y malcriados espectadores.

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Bacall fue descubierta por Howard Hawks en la portada de la revista Harper’s Bazar. Y el cineasta lo tuvo claro. Aquella extraña belleza, que no terminaba de superar la timidez, le intrigó sobremanera. Quiso conocerla y dicen que se quedó algo decepcionado porque se encontró con una joven de voz nasal y chillona. El director le obligó a leer en voz alta como terapia para hacer más interesantes sus cuerdas vocales y al poco tiempo a la voz le nació la “gravedad”. Así que consiguió su primer papel en Tener y no tener, donde Bacall conoció a Humphrey Bogart. Ella tenía 19 años y él 43. Cuentan que ‘La Flaca’ se sentía tan intimidada por el tipo duro que no se atrevía a despegar la cabeza del cuerpo por lo que la mirada se le quedaba medio entornada. Aquel acto reflejo de novata se convirtió en todo un  hallazgo visual que sigue enamorando a generaciones de espectadores  y, ya de paso, por aquel entonces, a su compañero de reparto. La tensión sexual entre ambos se apoderó de una producción brillante y el duelo de personajes que se retan,  a través de diálogos y miradas, se repitió en la obra maestra, por antonomasia, del cine negro, El sueño eterno (1946, Howard Hawks).

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Visionado: ‘Locke’, de Steven Knight. ‘Punto de inflexión al volante’

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cuatro estrellas

Un hombre, su vida personal y laboral enredada entre numerosas fatalidades y el coche que conduce. Ya está. Road-movie, thriller psico-emocional o monólogo sin paliativos, Locke forma parte de esas películas de autor (de autoría absoluta nos gusta más llamarlas) que fue vista y no vista en el gran circuito taquillero español pero que ha encandilado a los afortunados que hemos tenido la oportunidad de disfrutar de su innovador formato. Lenguaje revolucionario no por aquello de encerrar a un personaje en un coche durante la travesía nocturna que abarca toda la historia, sino por la manera de jugar con esa claustrofobia narrativa mediante la sencillez y una pequeña dosis de buen gusto y suspense del que hiere en su simpleza. Que tampoco hace falta más.

Un magnético y sobrio Tom Hardy, ese actor británico que se encuentra multiplicado en taquilla desde que Christopher Nolan le apadrinó en Origen y El caballero oscuro: la leyenda renace, es el único ser humano al que contemplamos en primer y medio plano durante 85 minutos de alto voltaje, desde que se monta en el coche en la primera secuencia, abandonando los primeros cimientos de una gran construcción. Es Ivan Locke, un capataz de construcción al que la vida le ha puesto a prueba la misma noche: su mujer y sus hijos le esperan en casa para ver un partido de fútbol, pero pronto sabemos que donde acude es a un hospital desde donde una mujer triste y frágil le llama desesperadamente, al tiempo que debe controlar que el gran volcado de cemento del que será uno de las mayores edificios del mundo se realice al día siguiente con total profesionalidad.

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Más que mil palabras: ‘El sur’, de Víctor Erice (1983)

Por

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– “¿Ves lo que son las cosas de este mundo? Palabras y nada más que palabras”.

Milagros (Rafaela Aparicio) a Estrella (Icíar Bollaín) en El sur.

 

Diego Cobo Ilustración: 

 

 

‘El jardinero fiel’, de Fernando Meirelles: ‘Hasta que la verdad nos una’ vs ‘Exceso de sentimiento’

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HASTA QUE LA VERDAD NOS UNA

Superar los clásicos no es dejar de amarlos. Reconstuir la imaginería de un cine que siempre contempló algunas cuestiones desde un punto de vista platónico, pero nunca real ni comprometido, es darle un valor añadido a lo que por entonces solo fueron sueños de imperialismo. Si Memorias de África, La reina de África o Cuando ruge la marabunta, por poner algunos ejemplos, propiciaron el instinto colonial de una sociedad que necesitaba zafarse de fantasmas bélicos, con la llegada del nuevo siglo comenzaron a sucederse otras historias cinematográficas más conscientes de la sangre que corre por las venas del mal llamado tercer mundo. Es el caso de esa fiebre que hizo sucederse en taquilla obras maestras como El último Rey de Escocia, Diamante de Sangre, Hotel Rwanda o El jardinero fiel.

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Esta última, adaptación de la obra maestra de nuestro idolatrado John Le Carré, The Constant Gardener, supuso hace tan solo diez años una convulsión en el impenetrable mundo de las multinacionales farmacéuticas, ya que se inspiró en los ensayos ilegales de fármacos que se realizaron en los años 90 entre sectores de la población de Nigeria. El gran cineasta brasileño Fernando Meirelles fue el encargado de adaptar a la gran pantalla, bajo producción británica, lo que a su vez suponía un mazazo para las políticas de neocolonización de Inglaterra. Un magnífico ejercicio de autocrítica que además se convirtió en una revelación mundial, por la belleza de su trama, su asombrosa fotografía de blancos, azules y ocres en un África casi siempre estereotipada, y su golpe en la mesa contra la barbarie más sutil.

Desde las favelas de la magnífica Ciudad de Dios, Meirelles trasladó sus rugosos y desenfocados planos al continente africano para poner el rostro de Ralph Fiennes a la historia de Justin Quayle, un diplomático inglés destinado en Kenia cuya esposa Tessa, activista de derechos humanos (Rachel Weisz), es asesinada, supuestamente víctima de un crimen pasional. Destrozado por la pérdida y por los celos, despechado y profundamente incapaz de enderezar su sentido de la existencia, el protagonista decide tirar del hilo de una madeja que no encaja con lo que le cuentan, que no sirve para el consuelo y que no cuadra con nada de la magnífica labor que su mujer hizo en vida. Aunque le cueste dejar de ser todo lo que representaba para el mundo civilizado, su pasión de jardinero paciente y aparentemente indolente.

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