Visionado: ‘Dolor y dinero’, de Michael Bay. ‘Comedia negra sin estimulantes’

dos estrellas

Quizás lo mejor que tiene Dolor y dinero es su pinta de peli ‘pasota’, su aire de no tomarse nada en serio a pesar de estar contando una historia truculenta que, en muchas ocasiones, pone los pelos de punta. Y, sin embargo, está basada en unos hechos reales tan sumamente disparatados e increíbles que el propio cineasta, Michael Bay, se ve obligado a recordárselo a sus espectadores en algún que otro momento del metraje. A su favor cuenta con un suceso increíble como base del guión y con unos personajes muy estrafalarios, auténticas ‘prima donnas’ del mundo del culturismo. Son tres pringados que se sienten los ‘amos del universo’ cada vez que se miran al espejo, por el simple hecho de haber cincelado sus músculos a base de hormonas y sufrimiento en el gimnasio. En su contra, es una película que pasará sin pena ni gloria porque le falta algo de sarcasmo fino servido con auténtica mala leche.
En esta banda de ‘macizos’ descerebrados protagonistas destaca Daniel Lugo (Mark Whalberg) quien es uno de los entrenadores del Sun Gym, un gimnasio de moda en Miami a mediados de los 90. Tiene éxito con las mujeres y un ramillete de admiradores del  mundo del fitness, sin embargo, no es feliz. Piensa que a su vida le falta tener un sentido y se siente fracasado. Así que un buen día, este tipo con contadas luces en la cabeza, pero con la ‘lección bien aprendida’ en un cursillo de superación personal, decide hacer justicia secuestrando a Victor Kershaw (Tony Shalhoub), uno  de los clientes ricos de su gimnasio, para quedarse con su patrimonio. Necesitará la ayuda de compinches, por ello, reclutará a otros dos de los clientes del gimnasio: un ex delincuente que además de farlopero e hiperhormonado se ha visto iluminado por la ‘verdad’ de Cristo (Dwayne Johnson) y un simplón amante de las mujeres rotundas (Anthony Mackie).
Michael Bay, autor de las titánicas entregas de Transformerscambia de registro para meterse en la cocina de una peli de bajo presupuesto y cierto recorrido independiente. Se ríe de forma abierta y muy sana del ‘Sueño Americano’ además de estas nuevas religiones fundadas por los charlatanes de la superación personal, amigos de regalar reflexiones de saldo para legiones de incautosconvencidos de que podrán superar sus inseguridades.
Sin embargo, para resultar auténticamente demoledora en su crítica le sobra músculo y le falta algo de sutileza, algo de ingenio y por supuesto el talento desbordante de otros autores contemporáneos que dominan los resortes de la comedia negra (los hermanos Cohen o Quentin Tarantino). Comparación que no haríamos si no fuera porque hay quien ha visto semejanzas entre los estilos de todos estos cineastas. A lo mejor es así porque Bay no supo encontrar su propio lenguaje cínico a la hora de construir la historia y se apoyó demasiado en el filtro de otro narrador. El director cuenta que sacó el tono para abordar la película de unos artículos del periodista Pete Collins quien supo, en sus palabras, “combinar lo cómico y lo macabro” en su narración de los acontecimientos de los sucesos protagonizados por Lugo y los suyos.
Y desde luego, fruto de esta mezcla explosiva son algunos de los mejores momentos de la película. Las andanzas de esta banda son tan escandalosamente torpes (esos intentos múltiples de asesinato al rico cliente que no hay manera de lograr; ese ‘secuestro Ninja’, la increíble buena suerte que acompaña a los protagonistas…) que uno no puede dejar de divertirse durante la primera mitad de la película. Después, el guión parece mostrarse un tanto errático y con ganas de encontrar un desenlace cinematográfico que se ajuste a la vitalidad de sus comienzos y de la historia real.
Buena parte de los logros del film se los debemos a un Mark Whalberg que últimamente no desentona en la piel de ninguno de los personajes que se le ponen por delante. A Daniel Luengo sabe darle vitalidad, inconsciencia, y hasta cierta dignidad patética. Es uno de esos actores que no saben disimular que se lo pasan en grande en su horario de trabajo. Más allá del método o de la interiorización visceral de un personaje, a él ,lo que le va, es transmitir la alegría de ser cualquier otro.

Visionado: ‘La gran familia española’, de Daniel Sánchez-Arévalo. ‘Es hora de ganar’

 
cuatro estrellas
 
Hay una forma de hacer cine de humor en España de la que se ha apropiado sin casi competencia el madrileño Daniel Sánchez-Arévalo, tras un intenso año de thrillers, dramas y fábulas apocalípticas. No es un pionero, que son muchos los referentes (desde Luis García Berlanga hasta Billy Wilder, Stanley Donen o Blake Edwards) que se asoman por sus fotogramas, pero sí el único que ahora mismo puede erigirse en España como el mejor constructor de la comedia familiar, costumbrista y moderadamente tierna. Desde que echó el resto de las intimidades sociales en su despertar taquillero, Azuloscurocasinegro, este cineasta no solo no se ha desinflado, sino que después de Primos, ha creado con La gran familia española la mejor película de su carrera hasta el momento.
 
Un breve prólogo, marcado por la relevancia que para su familia tuvo la película Siete novias para siete hermanos, adentra de lleno al espectador en la historia de Efraín (Patrick Criado), el más pequeño de cinco hermanos. La acción se sitúa en el día en que, recién estrenada la mayoría de edad, va a casarse con el amor de su vida. Entre los muros de una finca, vamos conociendo todos los pilares humanos que sostienen la vida del joven: su padre (Héctor Colomé), enfermo del corazón y todavía enamorado de la madre que los abandonó; y sus hermanos Adán (Antonio de la Torre), Benjamín (Roberto Álamo), Caleb (Quim Gutiérrez) y Daniel (Miqel Fernández). Como una más de todos ellos es también Cris (Verónica Echegui), antigua novia de Caleb y actual pareja de Daniel.
 
El gran acontecimiento no solamente coincide con la final España-Holanda del Mundial de Fútbol de 2010, sino con una serie de circunstancias inesperadas, estimuladas por una angina de pecho del cabeza de familia. De esta forma, y narrada casi en tiempo real en paralelo al transcurso del partido, hasta cinco historias diferentes se entrecruzan en un fabuloso collage rodado con honestidad y sentimientos, dejando a cada personaje su desarrollo, y con una carga de simpatía inmediata hacia todos ellos que resulta muy difícil de conseguir en los complicados terrenos de la comedia coral.
 
Por ello, no es secundario que sea en unas interpretaciones fuera de serie donde reluzca todo el brillo de esta película. Ya sabemos de la solvencia y garantía que supone contar con la naturalidad cada vez más admirable que De la Torre y Gutiérrez aportan a todos sus personajes, pero es que además el filme nos regala sorpresas tan agradables como las del personaje de Benjamín (discapacitado mental y auténtico líder de la historia que huele a Premio Goya para Álamo) y algunos cameos que sirven como esqueches autónomos protagonizados por Raúl Arévalo y la prima tetona Marisa (si no fuera tan breve su papel, pediríamos otro galardón para Alicia Rubio). Igual de asombrosos, por su magnífica traslación de la chavalería sin imposturas ni sobreactuaciones están las guapísimas Arantxa Martí (en el papel de la novia, Carla) y Sandra Martín (su hermana melliza, Mónica).
 
Un robo improvisado, un par de tríos amorosos, charlas familiares contrapuestas en un perfecto montaje, y algunos secretos hacen que esta tragicomedia vaya creciendo en velocidad, ritmo y calidad. Sánchez-Arévalo ajusta al máximo la utilización de los flashbacks y de recursos estilísticos como la música y los efectos pictóricos, de forma que nada empache y todo se digiera bien cocinadoY para la ocasión, nos reserva un acercamiento nada dogmático a valores como la soledad, los sueños, el sacrificio, el amor y la familia que se alejan de lo convencional, sueltos de costuras cristianas (nada que ver con ese tufo opusino de las “familias” sesenteras de Fernando Palacios) y que se montan y desmontan hasta el gran epílogo final. Nos recuerda en este caso a la fabulosa Moorise Kingdom, de Wes Anderson, algo menos raruna y quizás sugestionados por el cartel casi idéntico de ambas películas
 
Es cierto que la complacencia y algunos clichés cazadores de emociones también resuenan en algunas escenas, pero es muy curioso que, por ejemplo, ese facilón contexto futbolero no resulte al final tan manido. Como en todas las grandes familias, no siempre todo es lo que parece, y al contrario que casi todos los españoles, que ese día de julio de 2010 hicimos nuestro algo simbólico, abstracto e intangible, los protagonistas de esta historia sienten al final que es la hora de ganar de verdad, en sus vidas y con su gente.

‘Forajidos’, de Robert Siodmak. ‘La condena de un perdedor’ vs ‘La pareja invisible’

 
LA CONDENA DE UN PERDEDOR
 
“El Sueco” (Burt Lancaster) hace tiempo que aceptó su destino. Espera tumbado en la cama el momento en el que le van a quitar de en medio. Un conocido le acaba de avisar de que vienen a matarle, pero él no se mueve, no hay nada que hacer. Ya nada le importa. Algo que ocurrió tiempo atrás le arrebató las ganas de vivir. Y aquello no fue tan sólo una torpeza por la que ahora tenga que pagar. Al poco tiempo, una puerta se abre con violencia y de la oscuridad surgen los rostros de dos matones que se iluminan mientras descerrajan una ráfaga de metralla sobre el cuerpo sólido de “El Sueco”. Los asesinos desaparecen y, en el siguiente plano, los últimos instantes de una vida, agarrados a una mano moribunda, se aferran a la pata de una cama hasta que se desvanecen.
 
 
Pocos momentos de emoción han logrado dejar sin aliento a los espectadores como el desconcertante comienzo de Forajidos (The Killers). Un inicio basado en un relato de Ernest Hemingway, que da paso a la historia de un perdedor y su condena. Y es que esta obra de arte, del maestro del cine negro Robert Siodmak, es una de esas películas que creen en el destino. En un destino inexorable y urdido a base de flashbacks que tienen el aire claustrofóbico de una tela de araña donde los personajes acaban encontrando su perdición.
 
De la misma manera que Orson Welles (Ciudadano Kane) y tantos otros cineastas construyeron las historias de sus protagonistas a base de los relatos de aquellos testigos que pasaron por sus vidas, Siodmak hilvana la trama de Forajidos con los más variados e interesantes recursos. Así, el relato en primera persona de un viejo amigo, el improbable delirio de un moribundo, la declaración cínica y tramposa de una superviviente y la lectura de una crónica periodística forman parte del entramado de secuencias que hacen avanzar la acción y, sobre todo, retratan la pasión fatal que siente el protagonista hacia la mujer equivocada. Una mujer arrebatadora con el rostro increíblemente bello y felino de Ava Gardner. La variedad de relatos le da un dinamismo y una originalidad a la película pocas veces vistas en la gran pantalla.
 
De este modo, Forajidos cuenta la investigación que emprende un astuto inspector de seguros, Reardon (Edmond O´Brien) sobre el asesinato de Ole Andersen, “El Sueco”. Es uno de los clientes de su compañía que legó todo su dinero a una anciana camarera de un hotel que le salvó de un suicidio. Investigando en su pasado, descubre que es un antiguo boxeador, en una perpetua mala racha, que acaba dando con sus huesos en una banda de criminales. Junto a ellos, “El Sueco” descubre a una ‘mujer fatal’, más buscavidas arrastrada que pérfida (Ava Gardner), que le enamorará hasta hacerle perder el juicio.
 
Forajidos cuenta con secuencias magistralmente elegidas, perfectamente retratadas con economía de recursos cinematográficos y desarrolladas con unos diálogos secos y cáusticos muy ingeniosos, tan logrados que saben prestarle el alma a los protagonistas. La fantástica banda sonora de Miklós Rózsa, la fotografía que envuelve en ambientes cargados y el uso de la iluminación, con abundantes claroscuros capaces de acentuar o deformar los rasgos de los personajes, en momentos cumbre de la historia, son algunas de las herramientas que esta producción de cine negro desarrolla con mucha habilidad.
 
 
Hay muchos momentos realmente inolvidables y líricos en la película. Desde aquellos que son un auténtico alarde de la habilidad técnica del cineasta, como el plano secuencia del atraco a la fábrica (una narración rítmica y perfectamente acompasada con la voz en off que detalla la acción) al momento donde “El Sueco” ve por primera vez a Kitty Collins en una fiesta, enfundada en un vestido de satén negro y marcando distancias con su fingida indiferencia y su voz rota y sensual.
 
Forajidos es un film que mantiene un idilio con los espectadores porque tiene una gran capacidad para mostrarnos la pasión desmedida y los bajos instintos de los personajes. Siodmak es, además, un cineasta que nos deja una visión del mundo quizás dramatizada, pero que todos sospechamos como cierta. Un lugar en el que sólo hay dos clases de personas, los tipos sin escrúpulos, astutos, que viven en una continua huida hacia adelante y los pobres diablos que cometen el pecado de tomarse en serio la vida. Pobres “moribundos que acaban entregando su alma al diablo”.
 
A continuación, un extracto de lo mejor de la banda sonora que Rózsa realizó para la película:
 

 

LA PAREJA INVISIBLE
 
Cuando lees el relato corto The Killers, del maestro Ernest Hemingway, en el que está basada la película Forajidos, hay una sensación de aceleramiento en la narración que hace que la caída en desgracia del ex boxeador Ole Andersen se convierta en una de las radiografías post-mortem más interesantes de la literatura. No es que las adaptaciones tengan que seguir al dedillo la cadencia narrativa de sus originales, pero en el caso de este filme de Robert Siodmak, un cineasta nada desdeñable, hay un alejamiento destacable de las emociones plasmadas en la historia de base.
 
 
Ya hemos mencionado en alguna ocasión que en los años cuarenta, la década festiva del cine negro como píldora contra los traumas de la Segunda Guerra Mundial, comenzaron a apelotonarse una serie de clichés de género que en muchas ocasiones han provocado la confusión de referencias entre unas películas y otras. Con más motivo si, como en este caso, volvió a realizarse otra adaptación de este relato en 1964, con Código del hampa, en manos de Don Siegel.
El Forajidos que hoy nos ocupa cumple con su cometido de generación de misterio, y retoma algunos vínculos con el pasado: la construcción de un personaje muerto mediante la narración en flashbacks, con la que Orson Welles hizo historia en Ciudadano Kane, y la imposibilidad de deshacerse de las sombras, como en la fabulosa Retorno al pasado, de Jacques Tourneur.

 

 
El problema es que Siodmak, consiguiendo unos encuadres casi perfectos, rueda la historia sin soltar el trípode y con un regusto escénico algo lánguido, frío y sin apenas emociones. El mafiosismo no se presta de ninguna forma a la teatralidad, pero no por eso es necesario que los villanos actúen como si estuvieran incrustados en una pala.
Tampoco es que queramos exaltaciones sin sentido, pero tratar un personaje tan rico en matices como “El Sueco” (Burt Lancaster) como un pelele medio aletargado no resulta muy eficaz. Su desaprovechamiento, sin embargo, carece de importancia si lo comparamos con el tándem que forma con su amada y causante de todas sus desgracias, Kitty Collins (Ava Gardner), en el papel de mujer tarántula. Es posible que se trate del salvajismo menos explotado de la historia del cine, una pareja prácticamente invisible, con papeles casi de reparto, y con tres miradas, dos frases y un beso en toda la película. Demoledor. Emanaban más química en las fotografías que les realizaron haciendo acrobacias en la playa durante las pausas del rodaje, como la que sigue a continuación.
También tenemos serios problemas para asimilar la indómita investigación de ese inspector de compañía de seguros, interpretado por Edmond O´Brien, paseándose, preguntando y enfrentándose al mal, como si Philip Marlowe se hubiera escapado de El sueño eterno (estrenada también en 1946) y se le hubiera quedado cara de no entender. La historia al final es igual de enrevesada y triangular, pero vamos a considerar que no le llega ni a la suela de los zapatos a la legendaria obra de Howard Hawks. También, para alojarnos en dramas con seguros de vida de por medio hacemos nuestro propio flashback hasta la fabulosa Perdición (1944), de Billy Wilder, que para eso están las cinefilias, los rankings y una cantidad casi inasumible de cartonajes en el cine negro.

Os dejamos con el tráiler original de la película. En los años cuarenta, el marketing promocional ya estaba muy trabajado:

Visionado: ‘Tú eres el siguiente’, de Adam Wingard. ‘Slashers sí, bodrios no’

 
una estrella
 
Entre los numerosos subgéneros cinematográficos que han ido apareciendo en las últimas décadas debido a la multiplicación de los estrenos y producciones, se encuentra el ‘slasher’. Su digna inclusión dentro de la categoría del terror y su identificación con psicópatas enmascarados que se dedican a matar jóvenes en plena efervescencia sexual, ha convertido esta etiqueta en una de las mejores garantías de taquilla. Con raíces temblorosas en la serie B, y desde Pesadilla en Elm Street hasta las sagas de Scream y Destino final, los adolescentes sometidos a las burradas de un loco también se han ido sofisticando con el tiempo.
 
Pues bien, por mucho que nos digan, ni por asomo es el caso de Tú eres el siguiente. Estrenada en el Festival Internacional de Toronto hace dos años, pero recién llegada a nuestro país, esta cinta del escritor y cineasta Adam Wingard es uno de los engaños publicitarios más solventes de los que hemos sido víctimas en mucho tiempo. No es solo que la historia de una familia numerosa que se ve atacada y masacrada por un grupo de enmascarados provoque desde el principio un bostezo tamaño elefante, es que conforme avanza, todo empeora casi de forma inverosímil.
 
La historia es predecible hasta el infinito, los actores se comportan como si estuvieran en la casa del terror viendo a un muñeco dar vueltas sobre sí mismo (hacía tiempo que no asistíamos a una interpretaciones tan terribles), las que se suponen que son las escenas violentas están resueltas con planos cortados y elipsis que eliminan cualquier gusto por el gore, y el guion se cae y se levanta tantas veces que acabas queriendo empalar a los buenos, a los malos, a los del sonido y, sobre todo, a la script (innumerables los fallos de racord).
 
Seguimos insólitos por algunas de las críticas que no paramos de leer sobre este bodrio incatalogable. Que si hay homenajes y que si recupera la esencia de no sabemos muy bien qué. Se nos tiene que haber escapado absolutamente todo, pero está claro que no vamos a volver a verla para comprobarlo. Con lo fetichistas que somos y lo en serio que nos tomamos siempre los símbolos, y hasta las caretas ovinas nos hacían reír al mínimo movimiento. Y esa falta de empatía iconográfica no puede ser solamente culpa nuestra. Eso sí, muy chula versión que el grupo bilbaíno Mind the Gup hace del tema Looking for the magic, de Dwight Twilley Band, y que se repite en bucle en un alarde de sistematización musical que te deja más frío que otra cosa.
 
Nuestra perplejidad por haber asistido a una película de un cutrerío tan perfecto nos obliga a volvernos pancarteros por una vez: slashers sí, bodrios no, gritamos desde aquí. Que viva el terror a los borbotones de sangre creados para el gusto del público y que avanzan en originalidad e incluso en métodos de tortura. Pero que mueran las tomaduras de pelo, el marketing ya no engañoso sino manipulador, y el insulto a la inteligencia exigible para saber dar miedo, para saber cazarnos de verdad.
 

Visionado: ‘Elysium’, de Neill Blomkamp. ‘Fallido paraíso escapista’


tres estrellas

En septiembre de 2009 asistimos a una especie de renacimiento del género de ciencia-ficción. Se estrenaba por aquel entonces Distrito 9, una película desconcertante, misteriosa y magníficamente narrada, que tenía cierto aire documental e instantes maestros de tensión. La película se desarrollaba en una Johannesburgo cuyo cielo se veía cubierto por una enorme nave espacial llegada de otro planeta y donde los alienígenas acabaron por convertirse en refugiados recluidos en una amplia área denominada Distrito 9. Así, el film llegaba incluso a recordar, de una manera inteligente, mordaz y emocional, la segregación racial de la época del Apartheid, mientras que no abandonaba una historia de sci-fi completamente subyugante.
Aquel soplo de aire fresco estaba firmado por un cineasta sudafricano, Neill Blomkamp, quien tras aquel éxito de crítica y público, tardó tres años en escribir el guión que le ha permitido dar forma a su nueva criatura, Elysium, junto a un generoso presupuesto de más de 100 millones de dólares. Y así, sumergido el cineasta en esta nueva órbita de las superproducciones, Elysium llegó hasta nosotros convertida en una película que promete en su alegórico planteamiento para acabar decepcionando en su desarrollo y entrar en barrena en un previsible desenlace.
Elysium es una película con un punto de partida fascinante. En 2154 los habitantes del Planeta Tierra viven desesperados en un mundo superpoblado, asolado por las enfermedades, la insalubridad y la falta de  alimentos mientras sueñan, mirando al cielo, con un nuevo satélite. Es una estación espacial llena de lujo y esplendor, de mansiones donde viven, ajenos a la realidad terrestre, una población de privilegiados. En ese paraíso, el bien más preciado no es todo aquello que representa la riqueza ni la ostentación. El bien más preciado que atesora esta élite es, como dice el lugar común, ‘la salud’. El héroe de la historia es Max (Matt Damon), un habitante de la Tierra envuelto en una difícil situación, que decide abordar Elysium para encontrar una cura y, quizás, un futuro más justo para los ‘desheredados’.
En la película es precisamente la presentación del abismo, del contraste, de ese ‘paraíso escapista’ que huye de un planeta superpoblado, por un lado, junto al retrato de esa Tierra que se muere agotando sus recursos, lo más interesante del film. La alegoría construida funciona, pero la historia que le da vida sólo cobra fuerza cuando denuncia, porque pierde brío en su épica, en esa lucha que lleva al protagonista a intentar alcanzar el paraíso soñado. 
El problema es que las explosiones y la acción vertiginosa no hace, en esta ocasión, tan buen y orgánico maridaje como en su momento lo hizo en Distrito 9. Quizás sea que las grandes superproducciones parecen exigir tal nivel de artificiosidad y de pirotecnia que tipos cargados de brillantes ideas y buenas intenciones, como Neil Blomkamp, ven limitado su margen de maniobra creativo. Tampoco contribuye a revitalizar el desarrollo de la película una serie de secundarios flojos y carentes de personalidad (salvo el femenino interpretado por Alice Braga). Damon cumple con las expectativas (aunque le preferimos en la piel de otros héroes más sutiles) y a Jodie Foster no se la ve demasiado emocionada con su personaje, la Sra. Delacourt. Da la sensación de que ya no encuentra tanto placer en la interpretación como en otras formas de exploración cinematográfica.
Hay giros argumentales y momentos trascendentales del argumento, por ejemplo, la misión suicida del protagonista, que se resuelven de manera demasiado simplona, como si el espíritu del ‘caballo del malo’ volviera por sus fueros, con velocidad de vértigo, pero más atolondrado que nunca. 

Píldoras cinetarias: Nuestro propio caníbal

La ovación con la que el público del Festival de Toronto acogió este fin de semana la película española Caníbal no ha dejado indiferente a nadie. Mucha experiencia tenemos con que en los últimos años nuestros directores hayan dado agradables sorpresas en el género del thriller y el terror fuera de nuestras fronteras. De nuevo tenemos un ejemplo en esta “historia de amor” de Manuel Martín Cuenca, un cineasta multigénero que con La mitad de Óscar ya encontró hace dos años en esta ciudad canadiense una plataforma internacional de primer orden.
 
El también realizador de la interesante La flaqueza del bolchevique (2003) se ha abierto ahora la puerta grande de la expectación tras ser también preseleccionada esta película para representar a España en la próxima edición de los Oscar. Caníbal cuenta la historia de Carlos (imparable Antonio de la Torre), un prestigioso sastre de Granada que come, básicamente, carne de mujeres desconocidas, y cuya vida cambiará cuando conozca a Nina (Olimpia Melinte), una joven rumana que busca a su hermana gemela desaparecida y que pide ayuda al protagonista. Suena bien: un depredador moderno sometido al vínculo emocional no buscado.
 
Se trata de una historia que promete, cuyas primeras imágenes de promoción tienen esa oscuridad que el cine español ha sabido imprimir cada vez mejor en la categoría miedo-lágrimas, y que además busca ahondar en el género del psycho-killer, con especial rendición al inigualable Hannibal Lecter, para que también tengamos aquí nuestro propio caníbal. A la espera de su aterrizaje en las salas españolas, previsto para el otoño, os dejamos el primer tráiler. Vayamos preparando la piel:

Visionado: ‘Hannah Arendt’, de Margarethe Von Trotta. ‘Comprender no significa perdonar’

cuatro estrellas

Hannah Arendt lo tuvo muy difícil. Fue una de las pensadoras más brillantes del siglo pasado, y sin embargo, sus ideas tuvieron que enfrentarse al dolor inmenso de las víctimas y de los supervivientes del Holocausto. Precisamente la película de la estupenda directora alemana Margarethe Von Trotta (Las hermanas alemanas), Hannah Arendt, recupera los años más complejos de la vida de esta intelectual, de 1961 a 1964. El momento en el que la filósofa judía, exiliada en Estados Unidos, acudió a Israel para cubrir el juicio del criminal de guerra nazi, Adolf Eichmann,  para la revista The New Yorker. Más allá de la mala bestia que todos quisieron ver en aquel hombre, Arendt comprendió que era un tipo mediocre que se limitó, con una ciega y quizás también interesada lealtad, a ejecutar las órdenes de sus superiores, sin dejar que ningún otro tipo de planteamiento moral empañase el cumplimiento del deber. Fue incapaz de “pensar por sí mismo”, fatalidad y circunstancia que permitió que miles de personas fueran conducidas a los campos de exterminio.
Cuando Arendt regresó a Nueva York para redactar sus artículos siguió reflexionando sobre el lado oscuro del ser humano y creó una nueva idea que explica muchos comportamientos incomprensibles que han escrito las páginas más negras de la Historia de la humanidad. Llamó a aquel concepto “la banalización del mal”. Arendt fue más allá y en su intento de  comprender y ver reflejada la realidad de lo que ocurrió durante aquellos años de horror de la guerra, constató que algunos judíos también colaboraron con los nazis en el exterminio.
La película trata de componer el retrato de una mujer cuya biografía resultaba compleja y enigmática, pero su mente desbordaba una gran sabiduría, para muchos arrogante, pues no pretendía acercarse a la sensibilidad de las víctimas ni tampoco reconciliarse con el conservadurismo ideológico de los intelectuales judíos que arremetieron contra ella enarbolando una campaña de desprestigio y aislamiento atroz. Arendt pretendía encontrar, sencillamente, la verdad a través del pensamiento. Por ello, fue atacada y calificada de enemiga de los judíos, de su propio pueblo, cuando ella misma sufrió las consecuencias del nazismo en sus años de juventud (intuyendo el peligro que suponía la amenaza del III Reich, se marchó a París donde estuvo confinada en un campo de refugiados).
Una serie de flashbacks, además, nos acercan a su pasado y, por lo tanto, hacia algunos de los misterios de la intensa personalidad de esta mujer. En ellos, se nos cuenta la relación que mantuvo con el célebre filósofo Martin Heidegger, mientras éste fue su maestro en la Universidad, un hombre que acabó aceptando el régimen nazi. Fue como tantos y tantos otros alemanes que por cobardía, por vínculos emocionales o por la complejidad que encerraba el hecho de romper con una vida establecida en Alemania, decidieron contemplar la nueva era como un tiempo de oportunidades y esperanzas que jamás llegó a existir.
Lejos de lo que se le viene achacando a este brillante film de Von Trotta, Hannah Arendt es una película inteligente, que apenas resulta sesuda ni pesada intelectualmente hablando. Por el contrario, su principal activo consiste en hacer comprensibles construcciones conceptuales complejas con la sencillez que puede prestar el lenguaje del cine. Y es así porque se ven acompañadas por los acontecimientos vitales de la protagonista y por sus relaciones con su entorno más inmediato. Es  aquí también donde quizás el film no resulta redondo puesto que se hubiera agradecido un mayor y más detenido acercamiento a la sensibilidad de esa gran mayoría de supervivientes y de la comunidad judía que rechazaron de plano los razonamientos de la filósofa. Hay un posicionamiento demasiado definido hacia la protagonista. Así, la dialéctica, la lucha de opuestos, la emoción y la razón completamente enfrentadas, hubieran logrado un material cien por cien dramático y cinematográfico.

En cualquier caso, estamos ante una de las películas más fascinantes y bien realizadas del año. Es de agradecer que existan cineastas valientes capaces, como la propia protagonista, de dirigir una mirada desafiante y humanista hacia lo incomprensible. Una mirada con fuerza para romper con los juicios de valor y la visión del mundo que todos hemos construido o que universalmente hemos acabado aceptando. Al fin y al cabo, el horror puede que tenga alguna explicación y en la mente siempre hay espacio para la búsqueda de la verdad, aquella que pone en entredicho nuestras cómodas creencias.