Cuando el teórico y fisico Stephen Hawking vio por primera vez La teoría del todo se quedó maravillado por cómo había sabido captar la esencia de los años más importantes de su vida. Así lo afirmó. No sucede con frecuencia en el caso de los biopics, cuando estos se realizan con el personaje narrado todavía vivo, y nunca está claro si eso es bueno o malo. Para nosotros, el hecho de que a Hawking le encantara la película no era un punto a favor, porque significaba que sería complaciente, amable y tremendamente respetuosa. Adjetivos aptos para la vida cotidiana pero no siempre para el cine, o más bien, no para el cine sobre el sacrificio, el esfuerzo y la enfermedad, que requiere de crítica, de matices, de suciedad, por decirlo de alguna manera. Sin embargo, tampoco podía ser de otra forma, puesto que el guion partía del libro que su ex mujer y todavía gran amiga, Jane Hawking, escribió sobre los años que pasaron juntos.
Vaya por delante que La teoría del todo es una película magnífica, brillante en buena parte de su metraje y honesta desde el principio a la hora de identificar por dónde va a descolocarnos. Tiene un arranque majestuoso, de corte clásico y tremendamente emotivo que supone la mejor parte de su metraje: los años de Hawking como estudiante, su inocente y alegre sentido de la vida, su desbordante talento y el inicio de su lucha contra la enfermedad que le postró en una silla de ruedas durante el resto de su vida. Es en ese primer bloque donde todos los elementos más deslumbrantes del filme se despliegan ante nosotros con total transparencia: el vitalismo, el amor o el sentido del humor (de lo mejor de la película). Es de agradecer esta tremenda honestidad, esa desnudez en la realización.
Sin embargo, también desde el principio podemos identificar claramente que este biopic no va a mostrarnos la crudeza, el lado oscuro, los rincones sin limpiar de una vida difícil, por no decir imposible, que tuvo que haberlos en tantos años de desgastada convivencia, sacrificios y enfermedad. Muchos se han empeñado en comparar esta película con Mi pie izquierdo. Y vaya, no. El desgarrador biopic sobre el pintor y escritor irlandés Christy Brown contó con la apuesta del realizador Jim Sheridan y del actor Daniel Day-Lewis por una visión descarnada y dolorosa de este genio, un elemento que no encontramos en La teoría del todo, que con su acabado perfecto prescinde educadamente de la parte menos enseñable de su existencia.
Esta limpieza en los fotogramas, junto con otras cuestiones como su falta de erudición, la carencia de teorías científicas mejor expuestas y elaboradas, incluso para el gran público, es un detalle aún más curioso si conocemos la carrera como documentalista de su realizador. James Marsh es un tododoterreno del realismo reportajeado, tal y como ha demostrado en maravillas como Man on Wire o Proyecto Nim, por lo que interpretamos que la pulcra ecuación que la ha salido en La teoría del todo responde al deseo de no incomodar, de apelar únicamente a la comprensión y empatía del espectador, de hacer al personaje entrañable y aún más querido, objetivo que, todo sea dicho, cumple con creces.
Además, sobre toda esa inmaculada delicadez reina la escalofriante interpretación del joven actor inglés Eddie Redmayne, nominado al Oscar por esta proeza. Está absolutamente perfecto, sin más. Muchos de los que criticamos los gorgoritos y blandenguería con los que adornó al Marcus de Los miserables nos hemos quedado asombrados con su mimetización, con la fuerza de su mirada y con el cariño que vierte en la interpretación de un papel para el que se preparó durante años. Suya es la película, seguido muy cerca por la espectacular Felicity Jones, reina de los silencios y de las miradas más conmovedoras de la historia. Ambos transmiten a la perfección la sensación de que, a fin de cuentas, La teoría del todo no deja de ser una película simplemente humana, llena de vida y esperanza, defensora de no poner límites al esfuerzo humano y digna de una de las mentes más brillantes de la historia de la humanidad. Quizás con eso baste.
Os dejamos el trailer y seguidamente nuestra pieza favorita de la inmejorable banda sonora de la película, obra del compositor islandés Jóhann Jóhannsson: