Eric Packer (Robert Pattison) es un gurú de Wall Street, un asesor de inversiones que no ha llegado a los 30 años, pero sí a las más altas cumbres del éxito y de la gloria profesional. Una mañana, aquella en la que le conocemos, se embarca en su limusina y decide atravesar la ciudad para visitar a su barbero. Necesita un corte de pelo. Poco importa que ese día el tráfico esté imposible por la visita del presidente de la nación y por el funeral de una estrella musical. Tampoco le hace cambiar de opinión la amenaza de atentado que pesa sobre su persona ni el hecho de que su fortuna comience a desmoronarse por una predicción desafortunada en torno al yen. Packer seguirá adelante con sus planes y logrará llegar a su destino final, tras ser visitado por asesores, amantes y por un doctor que dictará sentencia sobre su próstata. Todo un signo de mal agüero.
Basado en la novela homónima del escritor norteamericano Don DeLillo, Cronenberg nos asoma a un mundo pre-apocalíptico (anterior a nuestro cambio de ciclo económico) a través de un atasco en pleno Manhattan. Con auténtica visión clarividente, DeLillo había escrito la novela en 2003, cuando todavía no había estallado la crisis de nuestros tiempos, que convirtió en el telón de fondo de su obra. A Cosmopolis la fama le precede, pero para confundirnos. Se ha dicho de ella que es un filme complejo, prácticamente inaccesible para el común de los mortales que no dominan el lenguaje financiero. Sin embargo, no es así. La película se puede entender perfectamente, aun siendo un perfecto analfabeto bursátil. Esa no es precisamente la razón por la que resulta antipática.
Produce aburrimiento. Cuenta con secuencias aisladas interesantes, pero en general, abusa de la paciencia de los espectadores y, sobre todo, de los despistados que acudieron al cine siguiendo el reclamo de un trailer completamente alejado de la película. Da la sensación de que el cineasta se dejó fascinar por la obra literaria, pero sin respetar el hecho de que la historia que cuenta debería haberse movido en otra esfera, respetando ciertas máximas del lenguaje cinematográfico. Vaya por delante que nunca nos ha molestado la inclinación de Cronenberg hacia las historias intrincadas, difíciles de narrar, al contrario, es una de las señas de identidad de su maestría. Al fin y al cabo es un realizador capaz de afrontar cualquier tipo de desafío intelectual, de abordar cualquier oscuridad del alma y librar con ellos absorbentes batallas en la gran pantalla. Sin ir más lejos, fuimos espectadores de su habilidad en Un método peligroso (estrenada hace un año). En Cosmopolis, sin embargo, parece haberse desorientado. Lo que en la novela funciona y causa admiración (la incontinencia verbal de los personajes, el mecánico y existencial ardor sexual del protagonista o, especialmente, la ‘erótica’ revisión anal), en cine conforma un espectáculo indolente, carente de misterio o pasión.
Tal y como la vemos en la gran pantalla, Cosmopolis llega a convertirse un carrusel de personajes sin vida, con el nervio ausente de un autómata. Son personajes que suben y bajan de una limusina para entrar en escena y soltar, en ocasiones, vomitar, una serie de monólogos y diálogos de complejo significado. Algunas frases son fascinantes, algunas reflexiones ahondan en los vicios de un mundo enloquecido por la tecnología y los negocios sin alma. Sin embargo, las palabras, insertadas en secuencias que se hacen eternas, llegan a provocar indiferencia.
A esta sensación se añade el hecho de que conduce la historia Robert Pattison, quien promete ser un digno heredero de los grandes actores de rostro inexpresivo de la historia del cine. No entendemos cómo un actor, sin el más mínimo encanto físico ni interpretativo, puede provocar tanto entusiasmo entre el público juvenil de todo el mundo.
Más allá de la estrella mediática, el reparto está plagado de actores de primera (Binoche, Almaric), los cuales no consiguen levantar el interés por la película. Salvo dos honrosas interpretaciones: las piruetas filosóficas que realiza una espiritual Vija Kinsky (Morton) y la aparición final de Benno Levin (Paul Giamatti), el personaje-destino que precipitará el desenlace. El momento en el que la película parece despertar de su sueño virtual y adquirir ciertos rasgos de humanidad.
A continuación, pasen y vean uno de los diversos trailers realizados para promocionar Cosmopolis. Todos ellos hablan de una película que nada tiene que ver con la filmada por Cronenberg. Es la magia interesada del montaje.
Me gusta:
Me gusta Cargando...
A mí es que el vampiro de los colmillos en la frente siempre me ha caído bastante gordo, la verdá.
Me gustaMe gusta
Otra criatura pretenciosa del Sr. Cronenberg (por qué no seguir el camino de 'Promesas del Este'?), perdido en sus masturbaciones capitalistas y apocalípticas disfrazadas de vampiros…
Me gustaMe gusta