Atado en corto: ‘Berta y Luis’, de David Castro. ‘Curso de amor matemático’


El resultado de una historia es muchas veces la solución a un problema. Así pasa en este cortometraje del polivalente David Castro, donde se nos plantea un problema matemático de casuística avanzada sobre las casualidades, encuentros y desencuentros, en clave de humor, de un par de jóvenes tímidos y condenados a enamorarse. En realidad, es un cuento con su planteamiento, nudo y desenlace, pero que sorprende con un conglomerado de elementos de dirección y guión realmente brillantes, anárquicos y algo destartalados, que no responden precisamente a las ciencias exactas. 

Ganador del Primer Premio al mejor cortometraje en formato vídeo del VII Festival Internacional de Cortometrajes de Torrelavega, del Primer Premio al mejor cortometraje del VII Certamen de vídeo de la Universidad de Burgos, y del Premio al Mejor Guión en la VIII Muestra “Cortos de Aquí” de Elda (Alicante), además de menciones en numerosos festivales internacionales, encontramos el mayor mérito de esta historia en el cariño con que su director trata a Berta y a Luis, sus dos protagonistas, en base a un realismo mágico marcado por un excelente guión, montaje y música (todo obra del cineasta).

En sus casi 15 minutos de duración, hay mucha ternura, mucho friquismo, mucha burla y mucha empatía con situaciones cotidianas en las que la mayoría de las veces ni nos fijamos.  Y aunque se trata de un problema matemático, como siempre, la variable –en forma de destino– rompe todo el proceso ecuacional y nos da hasta la solución servida en bandeja, junto con alguna que otra sorpresita final. Quedamos contentos y sonrientes. ¿Para qué más?


Visionado: ‘Mátalos suavemente’, de Andrew Dominik. ‘El crimen también es capitalista’


cuatro estrellas

El verano se ha acabado con un conjunto de thrillers sin desperdicio. Aquí lo hemos finalizado con el visionado agradable y divertido de Mátalos suavemente, el tercer largometraje del cineasta y guionista neozelandés Andrew Dominik, algo inferior a la desasosegante y perfecta El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Redford. Lo bueno es que volvemos a encontrarnos con un Brad Pitt que sigue demostrando que probablemente sea uno de los mejores actores de su generación, y que disfrutamos de una historia bastante entretenida, plenamente de autor, muy bien trabajada y pincelada, que bebe de lo mejor del género tragicómico del crimen organizado tan embellecido por las escuelas de Sam Peckinpah, Quentin Tarantino, Guy Ritchie y los hermanos Coen.

 
Un amable, honesto y resolutivo asesino a sueldo, Jackie Cogan (Brad Pitt), debe encargarse del rocambolesco atraco a una timba de póquer, que un pequeño comerciante ha encargado a dos auténticos tarados y heroinómanos (menudo descubrimiento Scoot McNairy y Ben Mendelsohn), para hacerse con el dinero e intentar cargar el muerto a Markie Trattman (Ray Liotta), rey de las timbas que ya simuló en el pasado el atraco a una de sus propias partidas. Los capos se remueven en sus tronos, y Jackie, ante la enfermedad de su jefe y rey del crimen organizado, Dillon (Sam Sheppard), decide hacerse cargo de la situación, en la que irá encontrando no pocas dificultades  a cual más absurda y desquiciante, mientras negocia con un dubitativo y antipático mediador sin nombre (genial Richard Jenkins). 
 
La dirección echa chispas en algunos momentos determinados (atentos al primer asesinato) en lo que sin duda es un ejercicio de estilo de Dominik, pero que le sale de maravilla y no desentona con el conjunto, si bien convierte a la película en eso: en cuatro momentos estelares entre los cuales asistimos a algunos estupendos diálogos pero sin solución de continuidad y en los que se ve, casi se toca, su milimetrada confección. Es lo que sucede con la que consideramos la mejor parte de la película: la aparición en escena de Mickey (ese Tony Soprano cuyo verdadero nombre dice ser James Gandolfini), sicario decadente, alcoholizado, putero y renegado, y único capaz de sacar de sus casillas al tranquilo Jackie. 
 
Para nosotros, solo el arranque de la película organizando el atraco, las escenas de Pitt y Gandolfini, y la forma en que, solo con una cerveza y unos argumentos aplastantes, al final el protagonista consigue su objetivo, ya le otorgan a esta historia sus cuatro estrellas. Parece que a la crítica especializada no le han gustado esos mensajes que llegan por radio y televisión durante todo el relato sobre las elecciones presidenciales de Estados Unidos y la situación financiera del país, en una crítica no tan velada al sistema económico mundial. Por aquí no molestó en absoluto, sino que más bien nos dimos cuenta de algo tan simple como inevitable: que el crimen también es capitalista, y que la mafia funciona como el mundo, añadiéndole sangre al dinero, pero dándole el mismo valor como moneda de cambio.
 
Requerimos también la atención a su banda sonora, un cuidado compendio de temas perfectos y relatores de cada escena, desde The Man Comes Around de Johnny Cash para presentar al asesino Jackie; hasta el chute a ritmo de Heroin de la Velvet Underground; una versión en femenino de Love Letters de Elvis Presley para un ralentizado disparo en la cabeza (guiño no, ‘guiñazo’ al Dennis Hopper de Terciopelo Azul); y los créditos finales a ritmo de la fabulosa (Monney) That`s What I Want del pionero de la Motown, Barret Strong. Puede que no haya nada original, que no salgamos alucinados ni sorprendidos. Por momentos la película es tramposa, se pasa con los homenajes y es algo incoherente, pero la disfrutamos “suavemente” a cambio de esa mirada amable, casi compasiva, con la que Brad Pitt aprieta el gatillo.
 
El tráiler no se anda con tonterías. Prácticamente te cuenta toda la película pero, afortunadamente, se reserva algunos buenos momentos:
 

Y el tema de Barret Strong para terminar. Al fin y al cabo es la moraleja del film:

Píldoras cinetarias: ‘Fear and Desire’, el eslabón perdido de la obra de Kubrick

Hace algún tiempo saltó la noticia de que en un laboratorio cinematográfico de Puerto Rico permanecía olvidada una joya del Séptimo Arte. Allí se encontraban los negativos del primer largometraje de Stanley Kubrick, Fear and Desire (1953), que han sido restaurados. Gracias a ello, esta última semana se está anunciando que, en 2013, la película podrá comercializarse entre el gran público. 
Hasta el momento, sólo se conocían dos copias de baja calidad de la película. Eran el único vestigio de una obra de la que Kubrick se sintió avergonzado. El cineasta, eternamente insatisfecho y perfeccionista … y quizás demasiado consciente del legado inmortal que podría suponer su obra, destruyó todas las copias existentes de la película.  No quiso dejar rastro de una cinta que, curiosamente y en general, fue admirada en su época. La fuerza y la fascinación de las imágenes reunidas en su metraje causaron una viva impresión entre críticos destacados como el del New York Times quién llegó a afirmar lo siguiente: “Ha captado de una manera artística destellos de las grotescas actitudes respecto a la muerte, la ferocidad de los hombres hambrientos y su bestialidad…”.
Y es que Fear and Desire es una metáfora arrastrada por el campo de batalla. Narra la historia de cuatro soldados, inmersos en una guerra desconocida, que tras un accidente de avión se quedan en una posición compleja: detrás de las líneas enemigas. Iniciarán una expedición para ponerse en una situación más ventajosa. Durante el trayecto, conocerán a una mujer que acabará siendo ardientemente deseada y después asesinada por uno de los soldados, en una de las escenas más célebres de todo el filme. Tras el impacto de la secuencia, el destacamento continúa su viaje y sólo se detendrá cuando se dé de bruces con un general y unos soldados enemigos. Cuando los contendientes queden frente a frente descubrirán algo que les dejará completamente desconcertados.
Kubrick se entregó en cuerpo y alma a la creación de esta película. Apenas contaba con un presupuesto exiguo de 50.000 dólares, que fue apoyado económicamente por un tío suyo, empresario de Los Ángeles. De ahí que en el equipo de rodaje sólo hubiera 14 personas y a  cargo del genio quedaran la producción, la dirección, la fotografía y el montaje. Una vez terminada, Kubrick trabajó duro para lograr su exhibición comercial. Todo aquel empuje de su juventud se vería sarcásticamente burlado años después, cuando el cineasta confesara que aquella película tan sólo fue un “balbuceante ejercicio de aficionado”.
Recuperar esta cinta puede ser una oportunidad para intentar resolver algún que otro enigma. Era su primer largometraje y los errores que pudiera contener resultaban fácilmente disculpables. ¿Por que ensañarse entonces con ella?, ¿por qué querría olvidarla y desterrarla de la memoria de los espectadores de todos los tiempos?…  Pero también, ¿por qué deberíamos recuperarla y llevarle la contraria a su autor?
Os dejamos con las imágenes que circulan de la película en la red. Son hipnóticas, extrañas y en ellas se pueden encontrar algunas de las constantes vitales de su obra. La atmósfera de pesadilla, la claustrofobia que produce la violencia velada, el dolor y la angustia fronteriza… Sin duda, están algunas de sus benditas señas de identidad.
 
 

Visionado: ‘Todos tenemos un plan’, de Ana Piterbarg. ‘Ni con Mortensen al cuadrado’

dos estrellas

 
Lo que venimos llamando en el cine el tempo narrativo lento o pausado es una pieza esencial con la que muchos directores han sabido marcar auténticos estilos que les han catapultado como creadores de género, llegando además al público de masas. Pero pasa que muchas veces encontramos también, perfectamente visualizada, esa frágil línea que separa el relato tenso, expectante, generador de angustia, del simplemente soporífero y aburrido. Y con tal circunstancia hemos topado en Todos tenemos un plan. Ana Piterbarg, debutante en el largometraje, ha querido contar una historia de buen fondo e interesante planteamiento bajo la cadencia del thriller oscuro y silencioso. Pero le ha salido una película de buen arranque donde sin embargo la incomprensión de diálogos, personajes y situaciones, aumenta en proporción al bostezo incipiente y al agotamiento.
 
Esta producción hispano-argentina cuenta la historia de un hombre hastiado, no sabemos muy bien por qué, que decide asumir la identidad de su hermano mellizo (ambos son Viggo Mortensen), sin sospechar que está asumiendo el rol de un criminal, un hombre oscuro residente en la Argentina profunda, que fabrica miel mientras planea secuestros y crímenes. Pues ni siquiera con este actorazo al cuadrado, la película se sostiene. El personaje de Pedro/Agustín queda limitado a una mirada rasgada e impenetrable que pretende ser misteriosa e inquietante pero que solo produce perplejidad. ¿Por qué hace lo que hace? Es la pregunta que nos agobia todo el rato. No sabemos qué le pasa con su mujer Claudia (una breve pero inmensa, eso sí, Soledad Villamil) ni por qué se adentra voluntariamente en la sordidez de la vida impostada de su hermano.
 
A partir de aquí todo se convierte en un gran interrogante en el que tratamos de abrir los ojos de par en par para encontrar la clave, si acaso, en el resto de personajes, otro compendio de buenas interpretaciones, si los aislamos en sí mismos, porque interactuando entre ellos, todo se convierte en una página en blanco sin pies ni cabeza. Ni en el liderazgo mafioso, criminal y seudo-filosófico de Adrián (Daniel Fanego), ni en la engañosa inocencia de Rosa (Gala Castiglione) ni en la “pelotudez” y supuesto rencor de Rubén (somos incapaces de ver a Javier Godino fuera de los límites de su papel en El secreto de sus ojos). Insistimos, no es que lo hagan mal, es que simplemente planean por encima o por debajo del personaje principal como veletas sin rumbo, y al final quedan atascados en la indiferencia y desapego emocional que provocan.
 
Pero como somos sensibles al preciosismo y a la fotografía, quizá debamos rescatar del fuego algunos muebles: algo de esa fabulosa ambientación en el espectacular Delta del Tigre, donde está ambientada la mayor parte de la película, cuyas acciones transcurren entre barcas que recorren una y otra vez sus estuarios, sus juncos, hasta convertirse en una película tremendamente húmeda y permeable cuya plasticidad produce las sensaciones que no consigue la historia. También debemos destacar en ese papel de generador de emociones al bloque de piezas musicales del compositor español Lucio Godoy, así como las breves referencias, aunque metidas con calzador, al admirado cuentista y poeta uruguayo Horacio Quiroga.
 
No sirve nada de esto para quitarnos la decepción por el desaprovechamiento de Viggo Mortensen. Casi podemos imaginar la ilusión que le hizo al actor realizar este papel, y deleitarnos con ese susurrante acento argentino heredado de su infancia. Lo que pasa es que no basta con eso, como no bastó con las serpentinas y absurdeces con las que Agustín Díaz Yanes le cubrió en Alatriste. Lo mismo queremos ser jueces de algo que no somos capaces de entender, pero después de los personajes de sus dos trilogías, la de El Señor de los Anillos y la protagonizada bajo la batuta del canadiense David Cronenberg (Una historia de violencia, Promesas del Este y Un método peligroso), junto con la asfixiante The Road, no hemos sido capaces de amarle en este desdoble argentino, en esta historia sin plan, sin fuste, sin corazón.
 

‘Ninotchka’, de Ernst Lubitsch. ‘La Divina y la Comedia’ vs ‘La carcajada vendió el cliché’

 
LA DIVINA Y LA COMEDIA
 
Allá por los años 30 La Garbo, ‘La Divina’, era una de las actrices más prestigiosas y cautivadoras de Hollywood. Era una diva distante, misteriosa, pero cuya carrera no iba precisamente viento en popa. Llevaba algunos años interpretando a grandes heroínas inmersas en grandes gestas históricas o dramáticas –La Reina Cristina de Suecia (1931), Anna Karenina (1935) o Margarita Gautier (1936)– y aquellos filmes, concebidos para su grandeza, no resultaron convincentes entre el público norteamericano. Corrían otros tiempos y las gentes pedían otro tipo de entretenimiento más ligero y mundano, en los que el glamour sofisticado del star system dejara de brillar con tan abierta frivolidad. Al fin y al cabo el mundo estaba a punto de entrar en guerra.
 
En esas, un caballero de origen alemán, Ernst Lubitsch, un genio inventor de la conocida “comedia sofisticada”, acudió en rescate de Greta Garbo acercándola al común de los mortales. Lo cierto es que el director hacía tiempo que se moría de ganas de trabajar con ella. Ya sólo faltaba la coartada perfecta con la que redimir a la diosa y la Metro Goldwyn Mayer tuvo buen ojo a la hora de encontrarla. Se trataba de la película Ninotchka (1939), una deliciosa comedia que cuenta con un guión chispeante, terriblemente ingenioso y lleno de secuencias que destilan la esencia del cine. Fue obra de un equipo de guionistas entre los que se encontraba, ni más ni menos, que Billy Wilder.
 
Ninotchka parece una envenenada propaganda capitalista, pero sólo se trata un divertimento antisoviético maravillosamente confeccionado. Nos cuenta la historia de tres agentes enviados a París por el Gobierno Soviético para vender las joyas de la gran duquesa rusa Swana (Ina Claire) y conseguir con ello liquidez para las arcas nacionales. Allí, el amante francés de la noble, Leon (fantástico Melvyn Douglas), conducirá a los burócratas por el ‘lado oscuro del consumismo’, de los placeres de la buena vida y del lujo. Con ello, Leon pretende distraerlos de su misión y recuperar las joyas de su amiga. Sin embargo, el tiempo pasa y la noticia de la venta en París nunca llega, por lo que Moscú decide enviar a la implacable agente Ninotchka (Greta Garbo) para reconducir la situación. Entre el francés y la rusa surgirá una irremediable e inconveniente atracción.
 
Ninotchka es una sofisticada lección de narración cinematográfica con economía de recursos. Ahí están, por ejemplo, los tres agentes dando vueltas en la puerta giratoria de un gran hotel parisino para cotillear y dejarse fascinar por su lujoso interior, un arranque de película muy agudo. O los tres sombreros de piel soviéticos que se diluyen para convertirse en tres fastuosos sombreros de copa, una simpática manera de mostrarnos que los bolcheviques pronto sucumben a la vida refinada. Por no hablar del trajín de cigarreras de buen ver y de puertas que se abren y se cierran, pero que ocultan la ‘juerga padre’ que se están corriendo en el interior de su habitación de hotel los tres agentes rusos y el francés. No vemos nada, pero intuimos mucho. El famoso ‘Toque Lubitsch’, menos pendiente de darle esquinazo a la censura, buscaba la complicidad del espectador. Era su su hábil manera de hacer partícipe en la película a nuestra imaginación. Sabía de sobra que no había mejor manera de llevarse al público ‘al huerto’.

Ninotchka es también un alegre compendio de secuencias inolvidables como aquella en la que nuestra heroína, con alguna copa de más, incita a la huelga a las trabajadoras del tocador de un lujoso restaurante. Por no hablar de la escena en la que, demasiado sobria, pide informes técnicos de obra de ingeniería de la Torre Eiffel al pobre vendedor de tickets. Por su parte, los diálogos están llenos de vida cómica, son juguetones, pizpiretos, agudos, en especial los de la primera escena en la que Leon seduce de una manera divertidísima y definitiva a Ninotchka.
 
La Metro Goldwyn Mayer se inventó un eslogan publicitario para que la película no pasara inadvertida. ‘Garbo ríe’, dijeron, y la fórmula mágica tuvo el final feliz esperado en la taquilla. En realidad, había reído muchas veces en la gran pantalla, pero quizás nunca para despojarse deliberadamente de su aura. La diosa era una actriz dramática impresionante, muy buena en comedia, y una mujer de carne y hueso, con una psicología algo torturada, que decidió consagrar su vida a su leyenda. Después del éxito de Ninotchka (supuso su tercera nominación al Oscar, que nunca consiguió), Garbo rodaría la comedia La mujer de las dos caras (1941), una película que fracasó estrepitosamente. La actriz, de 36 años, creyó que le había llegado su hora y se retiró para siempre del cine. Aunque fue una viajera incansable, oficialmente se escondió tras la puerta de su apartamento neoyorquino. Lo hizo para que la dejaran en paz, pero también para cuidar su mito. Como Lubitsch, ella también comprendía muy bien el enorme poder que tiene la imaginación ajena.
 
La escena de los agentes soviéticos sucumbiendo a los encantos del alcohol capitalista es la más ‘Lubitsch’ de la película y quizás todo un homenaje al ya casi olvidado cine mudo:
 
 
 
LA CARCAJADA QUE VENDIÓ EL CLICHÉ 

Los años 30 fueron una década de deliciosas comedias básicamente elaboradas como churros por el incombustible Ernst Lubitsch, en las que las confusiones, las parodias, los líos y el amor eran siempre las claves principales, dejando muchas veces de lado la dirección y las interpretaciones. Aunque Ninotchka es una de sus películas más conocidas, pensamos que no es, ni por asomo la mejor de ellas, reinando muy por encima otras maravillas como Una mujer para dos, La viuda alegre, El bazar de las sorpresas (imitada hasta la saciedad) o la obra maestra Ser o no ser. Se puede incluso afirmar que, salvo las películas de los Hermanos Marx, y algún que otro relato puntual, el director germano-americano se hizo con el monopolio de la comedia romántica durante esta década.

Pero ocurre que en Ninotchka se dieron dos ingredientes fundamentales que la hicieron especial y notoria. El primero de ellos es que el cineasta unió una de sus nacionalidades (fue ruso, alemán y estadounidense) en una trama donde el Gobierno ruso se ve obligado a enviar una agente especial a Paris (Ninotchka – Greta Garbo) para resolver un pleito a cuenta de las joyas de la Gran Duquesa Swana, que un trío bastante inútil de agentes soviéticos no ha conseguido vender, tras caer en la trampa del amante de la Duquesa, Leon (Melvyn Douglas). Es decir, en 1939, y a las puertas de la Segunda Guerra Mundial, Lubitsch se recreó en burlar los ideales de la revolución bolchevique frente a las democracias europeas, sin apenas sospechar que Rusia acabaría siendo aliada de los aliados, valga la redundancia. El caso es que para el público estadounidense, sumido ya en la propaganda anti-soviets que se recrudecería tras la contienda, no pudo resultarle más divertido ver cómo el comunismo era ridiculizado en cada escena, con tan solo cierta comprensión del mismo al final de la historia.

 

El segundo ingrediente son apenas unos segundos de la película. Leon, que ha conocido por casualidad a la rusa Ninotchka, y que se siente fascinado por su pragmatismo, materialismo e insensibilidad, intenta hacer que ésta sonría en un restaurante a cuenta de un compendio de chistes malísimos. Ella ni se inmuta, pero cuando él se cae de la silla (el gag más antiguo, el más simple, el más básico) irrumpe en una sonora carcajada que se convirtió en uno de los eslóganes más famosos de la historia del cine. “Garbo Laughs! (¡Garbo ríe!)” rezaban los carteles de las películas para atraer a las masas, acostumbrados al gesto adusto y serio de la actriz sueca en La dama de las camelias, Anna Karenina o La Reina Cristina de Suecia. Con ello se vendió el cliché, que es lo que finalmente resulta ser la película. Una comedia fácil llena de diálogos atropellados y sí, muy ingeniosos, pero que juega con estrepitosas casualidades, con estigmatizaciones de civilizaciones enteras frívolas y superficiales, y con un mensaje que viene a decirnos que al final la Rusia férrea y comunista se rinde a los encantos de la Francia bohemia y capitalista. Parece que la sonrisa de la Garbo, y con ello, la profunda e inverosímil transformación que sufre su personaje a partir de ese momento, fue suficiente para el público.
Encontramos así en las conversaciones entre Leon y Ninotchka algunos tópicos con los que llegamos a arquear las cejas por lo inocentes que resultan: que una mujer de armas tomar (que hasta ha sido sargento) se rinda ante un relamido conde y vividor francés, al final no es más que otro estereotipo que apunta a ese “falso sentimentalismo” que tanto odia ella al principio de su papel. El paso de la frialdad más glacial al amor más apasionado que pueda vivirse es tan ridículo que solo puede entenderse en ese contexto que señalábamos al principio, y en la absurdez en la que nadan el resto de los personajes: los tres agentes rusos que parecen de cómic, la Gran Duquesa zarista que no mueve un músculo de la cara, e incluso la breve y nada destacable aparición de Bela Lugosi como el comisario ruso Razinin.
Queremos decir que al final, con toda su ironía, con toda su aparente inocencia, y con esos diálogos tan eternamente elogiados, Ninotchka no es más que la crítica a una ideología radical, pero curiosamente desde un guión tremendamente ideológico, muy de occidente, muy de ideales americanos (ni siquiera europeos), aunque encorsetado, eso sí, en un registro perfecto de tópicos rusos y franceses. También podemos pensar que la risa de la Garbo todo lo vale, y que nunca la vimos tan alegre y chisposa como en esta comedia, y rendirnos así a su carisma como auténticos fanáticos y enamorados de su apasionada sumisión.
Finalizamos con el tráiler de la película como prueba de cuánto supuso una inocente carcajada. “Todo el mundo reirá con ella”:

 

Píldoras cinetarias: la marcha persa de la revolución Satrapi


La historietista iraní Marjane Satrapi lideró su propia revolución cuando entre 2000 y 2004 publicó los cuatro tomos que componen la novela gráfica Persepolis, el compendio de sus vivencias desde que, con diez años, vivió de primera mano la caída del Sha de Persia dando paso a la República Islámica de Irán que retrocedería un siglo en el tiempo y convertiría al país en una autocracia y sangrienta dictadura. Su exilio a Austria con 14 años, su regreso, sus éxitos y fracasos, convirtieron este libro en un auténtico fenómeno similar al sucedido con Maus, de Art Spigleman. 

 
Su popularidad hizo que en 2007, este cómic fuera adaptado al cine de animación de la mano de Vincent Paronnaud, ayudado en el guión por la propia Satrapi. La cinta obtuvo una estupenda acogida entre el público y consiguió el Premio del Jurado del Festival de Cannes. La historia ha vuelto a repetirse este verano con otra obra de notable éxito de la historietista iraní, Pollo con ciruelas, que ha cosechado críticas más modestas pero también ha encandilado al público.
 
Cuando Persepolis se hizo película, en seguida comprendimos que la aportación fundamental de la adaptación del cómic al celuloide no solo residía en la puesta en movimiento de sus personajes, en darles mayor riqueza, y si acaso emociones (aunque en el libro no estaban exentos de ellas), sino que la música resultaba un protagonista fundamental de la historia. Por eso rescatamos hoy esta Marche Persane (marcha persa) de Olivier Bernet que, junto con otra decena de magníficas composiciones de la película, refleja la revolución interna del personaje principal, Marji, intentando encontrarse a sí misma entre guerras, sinsabores, alegrías y despedidas.

Visionado: ‘Headhunters’, de Morten Tyldum. ‘Un thriller brillante y fanfarrón’

 
tres estrellas
 
Roger Brown (Aksel Henni) es un cazatalentos de mucho éxito especializado en buscar directivos para grandes empresas. Conduce un coche de alto standing, vive en una casa de diseño y, todas las noches, una ‘diosa nórdica’ le recibe en su hogar. Está casado con Diana (Synnove Macody Lund), una alta y bella galerista que expone su primera colección de pintura con la ayuda incondicional y financiera de Roger. En fin… la vida le sonríe, pero según Roger, torciendo el gesto, porque es demasiado consciente de que tiene un pequeño problema. Mide tan solo 1,68 m, lo que le da cierta perspectiva cínica de la vida. De ahí que Roger Brown, alto ejecutivo con posibles, necesite mucho más dinero para continuar con su fabuloso tren de vida. Más allá de su horario laboral, se dedica a robar las obras de arte de los yuppies a los que entrevista.
Roger encontrará la horma de su zapato cuando Clas Greeve, un adonis de más de metro noventa, con los arrestos de un marine (Nikolaj Coster Waldau, el popular Jaime Lannister de la serie televisiva Juego de Tronos), se convierta en la víctima propicia para su próximo golpe, en el amante de su mujer y en la peor de sus pesadillas.
Headhunters es un sofisticado y entretenido thriller que lanza un órdago a los espectadores más escépticos dejando al descubierto, en todo momento, su principal as en la manga: un antihéroe, en la mejor tradición de los cínicos memorables. Pero con un añadido, cuenta con un toque de originalidad muy humano porque nuestro amigo Roger también es un tipo abiertamente inseguro. El arranque de la película donde se nos perfila es soberbio.
La película cuenta con unas reglas de juego muy definidas que o las aceptas o las rechazas de plano, pero sin levantarte de la butaca porque, en el peor de los casos, decides seguir disfrutando de su metraje como si fuera una gran fanfarronada. En ese aspecto nos recuerda, aunque remotamente, a los filmes de la factoría Tarantino o de Guy Ritchie. Tienen su liturgia… nos pueden servir lo que quieran porque con buenas dosis de imaginación y de descaro, lo compramos. En esta película noruega,  por ejemplo, existen muchas casualidades que resuelven parte de la trama, quizás demasiadas, pero funcionan y, mejor aún, entretienen.
También tenemos que hacernos los suecos ante un par de lagunas de información, notables, y sobre las que el argumento pasa como de puntillas, pero sin hacer mella en el conjunto de la narración. No la entorpece, quizás porque Headhunters es un largometraje muy inteligente que se apoya en un ritmo bien llevado, en un humor muy negro y en buenas dosis de adrenalina, pero sin efectos especiales, de andar por casa.
El director del filme, Morten Tyldum, es un realizador que sabe jugar con algunos de los resortes  clásicos que han hecho funcionar a los mejores thriller a lo largo de la Historia. Entre sus atractivos, ofrece una trama que despierta el interés, un juego de espejismos, donde los personajes no son lo que parecen ser, y la amenaza de la traición pesando sobre el ánimo del protagonista. Un personaje angustiado por lograr su supervivencia, pero que solo al límite llega a comprender lo extraordinario que siempre ha sido.