Disección: ‘Amanece, que no es poco’, de José Luis Cuerda. ‘Y nos dio lo mismo un so que un arre’

Y NOS DIO LO MISMO UN ‘SO’ QUE UN ‘ARRE’

PANORÁMICA: 1989. Termina la década más festiva del cine. El Dalai Lama recibe el Premio Nobel de la Paz. En contraste, centenares de personas mueren tras una movilización estudiantil en la plaza de Tiananmenn de Pekín. Fallece el ingobernable, ególatra y genio de los genios Salvador Dalí, y el activista del teatro del absurdo Samuel Beckett. En el fin del fin de la Guerra Fría, George Bush asume la Presidencia de Estados Unidos y la Unión Soviética retira sus tropas de Afganistán. Alemania vuelve a ser un solo país. Comienza la emisión de Los Simpsons. En España, la policía francesa detiene a Josu Ternera, se aprueba la plena incorporación de la mujer a las Fuerzas Armadas, El Dioni roba un furgón con 320 millones de las antiguas pesetas y Camilo José Cela recibe el Premio Nobel de Literatura.

 
EL MEOLLO: La decisión es vuestra. Éste es el planteamiento: Teodoro es un ingeniero español que trabaja en la Universidad de Oklahoma y está de año sabático. Se va de ruta con su padre, en un sidecar que éste le ha comprado para que olvide que asesinó a su madre “porque era muy mala”. Llegan a un pueblo sin nombre donde, en un principio, no hay ni el tato. Pero tras la aparición del catecúmeno Ngé Ndomo, que camina haciendo eses porque así tiene más tiempo para decidir a dónde va, comienzan a ser testigos y partícipes de multitud de situaciones disparatadas. Y ahí es donde podéis o no entrar en el juego.
 
Opción A: si le dais luz verde, obtendréis de recompensa un vodevil absurdo, pero luminoso y humano, y con una lógica-cosmo-lógica. Os desternillaréis así con los aplausos enfervorecidos al levantamiento de hostia del cura, con la ocupación pacífica que hacen los del pueblo de al lado, con un profesor (“rural, nada más”) que examina sobre las ingles y revienta a sus alumnos a base de musicales, con un alcalde que se ahorca porque el pueblo quiere que su novia sea “comunal”, con el encarcelamiento de un intelectual por plagiar a William Faulkner, con inmigrantes que unos días huelen bien y otros días van en bicicleta, y con elecciones de un día para otro (porque “ya nos conocemos todos”).
 
Opción B: si le cerráis la puerta a esta obra maestra de la comedia (y de la filosofía) española, no os merecéis por tanto disfrutar de un flash-back en la plaza del pueblo, de un sacristán que levita, de hombres que nacen de los bancales, del alcoholismo organizado por la Guardia Civil, de amables anfitrionas interesadas en Dostoyevski, de gente que se preocupa por el aspecto teórico de los hechos, de borrachos cornudos que se desdoblan, de suicidas inasequibles al desaliento, y de alergias a la luna llena. Y no veréis cómo amanece por donde no debe, ni os cagaréis en el misterio. Saldréis perdiendo, entonces, sin las proclamas de este cuento de estampas mágico-costumbristas, de este tratado de aires mundanos y aplastantes. Y si aún así pensáis que no, que no cuela, solo podemos desear que os lluevan higos y que los dioses os manden conformidad.
 
DETRÁS DE LAS CÁMARAS: A nuestro amigo José Luis Cuerda, director y guionista de esta historia para mentes abiertas, le debemos nuestra receptividad al surrealismo desde temprana edad. Fueron la asombrosa Total (un mediometraje hecho para la televisión) y la onírica y cuasi-siniestra El bosque animado (adaptación de la novela de Wenceslao Fernández Flórez), el precocinado de lo que luego se convertiría en la obra que nos ocupa. Le consideramos un estupendo ingeniero de las cámaras y poseedor de una sensibilidad reflejo involuntario de su campechanismo, pero lo único que sentimos es que nunca haya querido volver a abrazar su capacidad para el absurdo. Si bien con La marrana demostró un pulso narrativo mejorado y tecnificado, y con La lengua de las mariposas nos hizo llorar de impotencia, nunca más volvió al principio del camino. Lo intentó sin éxito con Así en el cielo como en la tierra, y luego parió a Alejandro Amenábar, y nos dejó tristemente interruptus y denostados con La educación de las hadas y Los girasoles ciegos. Pero aún así, por habernos proporcionado nuestro particular manual de super-surrealismo a la española, nos atrevemos a decirle, pese sus derrapes estilísticos, lo mismo que le dicen los habitantes del pueblo a su alcalde. “Nosotros somos contingentes, pero tú eres necesario”.
PRIMER PLANO: Luis Ciges (Jimmy).Disparatado en la pantalla, bohemio, erudito e imprevisible en la vida real, Ciges es un actor de culto para todo incondicional de la comedia patria. En El Milagro de P. Tinto se reveló como un gran protagonista cuando ya llevaba tiempo subido al pedestal de esos secundarios que se comen la película sin piedad (algo así como una Thelma Ritter, pero en absurdo). Dignas de recordar son sus interpretaciones como criado de los Marqueses de Leguineche en La escopeta nacional y en Patrimonio Nacional. Berlanga lo había fichado, tiempo atrás, cuando iba para médico y justo después de hacer de leproso en una cinta de Luis Lucía, de enigmático nombre, Molokay. Fue por aquel entonces cuando Ciges tropezó con el Instituto de Investigación y Experiencia Cinematográfica, lugar en el que se propuso ver qué era aquello del cine. Gracias a aquel experimento hizo sus pinitos como realizador, pero también le permitió conocer al gran director, recientemente desaparecido, pues allí ejercía de maestro. De ahí a Plácido fue todo uno y, entonces, la vocación se le puso seria. Gracias a una película de José Luis Cuerda, (Así en el cielo como en la tierra) ganó un Goya, pero es interpretando al padre que suplica respeto a su hijo, mientras comparte sábanas con él, como nos gusta recordarle en Amanece, que no es poco. Y es que ya se sabe, “un hombre en la cama es un hombre en la cama”.
Antonio Resines (Teo). Siempre nos ha caído bien el tipo y han sido muchas las veces que nos lo hemos pasado en grande viéndole encarnar papeles de ex, futbolero y periodista deportivo (Todos los hombres sois iguales), de cantinero sordomudo (Los ladrones van a la oficina) e incluso durante su periplo como padre de familia en continuo estado de perplejidad en Los Serrano. Sin embargo, Resines, ha dado lo mejor de sí mismo en personajes dramáticos donde es capaz de arrebatarnos una intensa ternura. En La buena estrella (Ricardo Franco) nos emocionó como el manso-castrado que resiste los embistes del amor esquivo (su interpretación bien le valió un Goya). También sufrimos junto a él cuando se puso el mundo por montera para vengar la muerte de su hija desvelando una compleja trama de corrupción en la Costa del Sol. La excusa para su precisa interpretación, un brillante thriller made in Spain, La Caja 507. En Celda 211 se atrevió además con un personaje sádico y sin escrúpulos, el policía asesino de la prisión donde se desencadena la trama. En Amanece, que no es poco aparece de año sabático, con la guitarra al hombro, el padre senil en el sidecar y esquivando a un Quique San Francisco que le quiere cambiar el personaje. Quizás, si se hubiera dejado, también nos hubiera resultado convincente. Ahora le tenemos en cartelera de la mano de su amigo Jesús Bonilla en La daga de Rasputín.
 
CONTRAPICADO: Al igual que nos pasó con Plácido, creemos que el hecho de que esta película haya calado tanto en la memoria colectiva y se haya convertido, más de veinte años después de su estreno, en una obra de culto, se lo debe casi todo a sus actores. Porque Cuerda no solo comparte con Berlanga su pulso coral sino esa capacidad para que alguien diga una barbaridad sin pies ni cabeza con la mayor naturalidad del mundo. Por eso, no dudamos en aplaudir desde aquí a los que dieron rostro a los habitantes del mejor pueblo de España, el que quizás alguna vez soñaron Miguel Delibes, Gonzalo Torrente Ballester o el ya mencionado Wenceslao Fernández Flórez. Y en el ránking, los primeros: José Sazatornil ‘Saza’, Luis Ciges, Antonio Resines, Manuel Alexandre, Chus Lampreave, Casto Sendra ‘Cassen’, María Isbert, Rafael Alonso, Violeta Cela, Gabino Diego, Ovidi Montflor, Miguel Rellán, Pastora Vega, Enrique San Francisco, Tito Valverde y Guillermo Montesinos.
PICADO: Echamos en falta un contrapunto, una vía de escape que marque la normalidad en el maremágnum de gags y escenas surrealistas que se suceden en la vida cotidiana del pueblo o, lo que es lo mismo, a lo largo de la película. Tanto mundo al revés, en ocasiones, abruma. Lo decimos porque quizás así, ante la atenta mirada de, por ejemplo, un personaje virgen de excentricidades, o al menos, con fácil capacidad de asombro, el contraste podría haber generado situaciones de humor nuevas y contundentes. Algo así como Sazatornil, en su personaje de empresario, prosaico y catalán, cuando se pierde en el ‘sindiós’ de cacería organizada para La escopeta nacional. De este modo, a lo mejor, se podría haber aprovechado mejor el metraje ahorrándonos algunas escenas forzadas y poco afortunadas como las clases del profesor, los pedos psicosomáticos o ese yankee cansino que no termina nunca de hablar (que nos perdone el simpático de Gabino Diego) ¡y sin tener maldita la gracia!
SIMBIOSIS SONORA: De la Kalinka rusa a la percusión rítmica para Nge, del himno universitario a los ‘Madrigales’ de Giovanni Gastoldi, pasando por la taberna, para escuchar a Puccini y Haendel… El mosaico de piezas musicales, de diverso pelaje, se sucede sin ton ni son a lo largo de la película o al menos así lo parece. Pero hete aquí que esa era la única manera que José Nieto tenía para otorgar voz y dimensión a los variados personajes que se dan cita en la película. En Amanece, que no es poco fue el responsable de darle vida al absurdo haciéndose cargo de la música original. Nieto fue batería en Los Pekenikes y durante buena parte su existencia, un gran y respetado autor de bandas sonoras tan fantásticas como las de Sé quién eres,La pasión turca, Beltenebros o El bosque animado. Cuenta en sus estantes con seis Goyas y dice que acabó en esto del cine porque le gusta que lo que escribe “se haga, se interprete y pueda oírlo”; y es que su música no está hecha para dormir el sueño de los justos en un cajón, a la espera de que alguien quiera interpretarla o grabarla.
OJO AL DATO: La película ha envejecido a la manera de un buen vino. Si cuando se estrenó fueron no pocos los que se cebaron con ella, hoy ya no es sólo una película de culto, sino un género en sí mismo que ha creado escuela entre humoristas que triunfan en la pequeña pantalla (véase la banda de Muchachada Nui). Pero además, Castilla-La Mancha ha creado una ruta Amanece, que no es poco para que los incondicionales del filme se pierdan por los escenarios naturales de la película de tres pueblecitos de la Sierra del Segura: Ayna, Liétor y Molinicos. Aunque del rodaje nos quedamos con los recuerdos de Miguel Rellán quien contaba que con tanto trajín de personajes entrando y saliendo en escena, fueron muchas las horas que tenían libres los que esperaban su turno para colocarse ante las cámaras. Algunos, las mataban jugando al billar y ahí, quien no tenía rival, era Manuel Alexandre, quien además de tener una “habilidad innata” ante la mesa, brillaba, como de costumbre, cuando tenía que volver al tajo.
RETRATO DEL HÉROE: Casi imposible nos resulta destacar algo entre tanto festín de frases y personajes. Así que nos decantamos por el que consideramos el “héroe anónimo” de la película, el que lleva a su calabaza en el corazón, putero como ninguno, y filósofo por accidente y ruralidad. Aquel que dijo algo que, en nuestro caso, llevamos repitiendo sin cesar desde entonces: “Yo soy un hombre muy primario y estoy terriblemente sujeto a las pasiones. No pienso casi. Cualquier cosa que les dijera sería una estupidez”. Sin réplica posible.

 

 

El paternal Luis Ciges desvelando sus miedos nocturnos. Sin duda, la secuencia más desternillante de la película.

 

Visionado: ‘También la lluvia’, de Icíar Bollaín. ‘Talento social en dos mundos’



cuatro estrellas


Cristóbal Colón llegó a América y se supone que la conquistó. O la sometió. O la masacró. En el nombre de Dios y de sus mercenarios en la Tierra. Ahí está lo que hoy es Hispanoamérica, y sus nuevos conquistadores, los que tendieron sus redes imperialistas desde los nortes. Ahí están los regímenes heredados de la revolución bolivariana, la que soñó el coronel en su laberinto. Ahí están, en el siglo XXI, los últimos indígenas impidiendo que les quiten también la lluvia. Y ahí está el argumento de la película: en el año 2000 comienza en Cochabamba (Bolivia) el rodaje de una película sobre la historia del dominico Fray Bartolomé de las Casas y su revolución personal contra los inicios del colonialismo español, y que se rueda en paralelo a los incidentes que ese año se produjeron en esta ciudad por el intento de privatización del agua.
Estos son los hechos que Icíar Bollaín recrea en un cuadro perfecto y que demuestra su maestría casi generacional. No en vano, la madrileña presenta una película difícil, ambiciosa, perturbadora por momentos, y llena de contrastes y de matices. Un auténtico torrente narrativo de dos películas en una. El cine dentro del cine. Y dentro del cine los actores que hacen de actores. Y dentro de éstos un director idealista (¿cómo hace Gael García Bernal para elegir siempre tan buenos papeles?), un productor pragmático (¿cómo lo hace Luis Tosar para estar siempre y no hacerlo nunca mal?) y un actor peleado con su personaje (¿cómo lo hace Karra Elejalde para mimetizarse tan bien?). Y transformándoles a ambos el héroe de los indígenas, tanto en la película de dentro como en la de fuera.

Con ello, Bollaín, la revolucionaria trastabillada que Ken Loach abrió los ojos en Tierra y libertad, se pone al frente de su propio talento audiovisual. Sin desvanecimientos, sin reservas, con sinceridad y honestidad, deja firmada su crítica social a un momento histórico, eterna vergüenza de la España de los isabeles, fernandos y posteriores, en un paralelismo perfecto con las servidumbres que el pueblo latinoamericano contemporáneo sigue padeciendo, y contra las que sigue luchando. Si en Te doy mis ojos demostró su buena mano para el drama con doble fondo, y en Mataharis su visión catenaria, en ésta, como ya lo hizo más tímidamente en Flores de otro mundo, uitiliza lentes de amplia visión y despliega una historia en la que se nota que creía, que la atormentaba y conmovía.

Por todo ello le deseamos abundantes Premios Goya, al igual que a Buried, de Rodrigo Cortes. Con permiso del presidente de la Academia y de su triste y fallida balada.

Píldoras cinetarias: Brad Pitt y Sean Penn, juntos gracias al pausado Terrence Malick

Le han catalogado como el cineasta menos prolífico y más esquivo de toda la historia del cine. Y con razón. Prácticamente no hay fotografías suyas y pese a tener 67 años, Terrence Malick solo tiene en su haber cinco largometrajes. Se lo toma con calma, pero su fama no es gratuita. Desde la maltratada y preciosísima Días del cielo hasta el furibundo flagelamiento del belicismo que hizo en La delgada línea roja, este director estadounidense acusa un perfeccionismo enfermizo que ha llevado a muchos a compararle con Stanley Kubrick.
 
En 2011 volverá a resurgir de su (esperemos que no último) letargo con The tree of life, su última criatura, y con la que prevé abrir el próximo Festival de Cannes. La historia reúne nada menos que a Brad Pitt y Sean Penn, símbolos de una bi-generación de actores.
 
Intimista y global, y declarado amante de la naturaleza, el cineasta aborda en esta historia el retroceso a la infancia en busca de las claves del fracaso personal. Intuimos que, como en todas sus películas, hay algo más, algo mágico, astrológico, ancestral, pero poco o nada se sabe todavía de la película. Hermetismo de genio.
 
Sea como sea, a nosotros el tráiler nos ha dejado con una inquietante y anticipada emoción.

 

Homenaje: Elena Anaya. ‘Pasión soñada’

Candidata a la Mejor Interpretación Femenina. Premios Goya 2011. Elena Anaya (Palencia, 1975) contaba en una entrevista que sueña con los personajes que interpreta, tal es la intensidad con la que quiere atraparlos, para luego ‘habitar su piel’ frente a las cámaras. Quizás de estos encuentros furtivos, de este ‘método noctámbulo’, con el que adivinamos a la artista obsesiva, surge su talento para hacernos tan reales sus interpretaciones de mujeres caídas en desgracia.
De esta guisa, doliente, la encontramos hace ya una década. Era el momento en el que la bella y menuda palentina tuvo el coraje suficiente de enfrentarse a Belén, la niñera morbosa y trágica, a partes iguales (como su mirada bicolor) en Lucía y el Sexo (Julio Medem). El suyo fue todo un reto pues debía encarnar de manera convincente a una ‘Scherezade’ que erotizaba al protagonista a base de relatos porno con acento maternal; a una ‘Lolita’ martirizada por el sentimiento de culpa.
Elena ya contaba con una interesante trayectoria, pero fue en esta mágica película cuando supimos con certeza que no era tan sólo una cara bonita. Descubrimos a una actriz joven española, de fabulosa expresividad, para quien usar la voz a la hora de interpretar era un añadido que redondeaba un talento, en lugar de suponer problema. Sin embargo, alguna otra intérprete, con una dicción más atropellada, ha sabido incluso hacer las Américas con fortuna y alcanzar la gloria globalizad. Lo suyo con Hollywood no ha pasado del coqueteo; encarnó, por ejemplo, a una vampiresa voladora en una superproducción: Van Helsing. Nos encanta saber que, si cruza el charco, es también para asumir retos tan fascinantes como encarnar a Gelsomina en la versión teatral de la La Strada, que se estrenó en Nueva York en 2005. Volvió a demostrar que tenía los arrestos suficientes como para interpretar un papel que hizo inmortal a Giulietta Masina, en la película del gran Fellini. Y cuentan que estuvo a la altura.
El pasado año, Elena Anaya sorprendió por su osadía en Habitación en Roma (Julio Medem), donde se pasa casi toda la película como dios la trajo al mundo. Así, nos contó cómo sucumbió a un flechazo, por culpa de una bella rusa, una noche de borrachera y sexo de alto voltaje. A medida que iba sucediéndose la historia, comprendimos que aquella desnudez era anecdótica, pues ambas protagonistas se descubrían realmente vulnerables cuando transitaban por sus biografías inventadas y sus pequeños infiernos vitales. De esta película intimista le viene su nominación a la Mejor Interpretación Femenina en la próxima gala de los Premios Goya. Y es que Elena, a corazón abierto, está fantástica, como acostumbra.
Almodóvar acaba de trabajar con la actriz. Ya lo hizo hace años cuando le concedió un rol secundario en Hable con Ella. En septiembre podremos ver cómo se adentra en el universo del manchego por la puerta grande, como protagonista de La piel que habito, un filme negro, que bordea la ciencia ficción y el terror: una extraña y prometedora alquimia. El papel iba destinado, cómo no, a Penélope Cruz, pero los compromisos internacionales de la madrileña hicieron inviable su participación en el rodaje.
Un sueño prestado que Elena, seguramente, habrá hecho suyo pues nadie se deja ‘atormentar’, con tanto talento y tanto gusto, por los personajes que interpreta.

‘Eva al desnudo’, de Joseph L. Mankiewicz: ‘De dioses, advenedizos y brillantes diálogos’ vs ‘Cría cuervos y se atreverán a triunfar’

DE DIOSES, ADVENEDIZOS Y BRILLANTES DIÁLOGOS
“Aunque no existiera nada más, está el aplauso. He oído entre bastidores aplaudir al público. Es como oleadas de amor que pasan sobre las candilejas y la envuelven a una. Imagine que cada noche, cientos de personas distintas te quieren, te sonríen, les brillan los ojos. Sí, eso no se paga con nada”. Eva Harrington (Anne Baxter) dixit.
 
Eva es un ser hambriento, seguramente herido, que disimula el vacío de su existencia con una ambición mundana: ser primera dama de la escena norteamericana. El teatro es su religión y el ansia de éxito, su coartada para dar rienda suelta a su naturaleza y convertirse en una de las arpías más inquietantes de la historia del cine. Eva Harrington es la protagonista de una de las películas más perfectas que hemos tenido el placer de disfrutar, una y otra vez, con el ansia sistemática de un adicto. Hablamos de Eva al Desnudo. Es la invención de un genio, Joseph L. Mankiewicz (dirección y guión), basada en una historia de Mary Orr que fue publicada en la revista Cosmopolitan, y que hasta no hace muchos años figuraba como el filme con más nominaciones a los Oscar de la Historia (14 es la cifra). En concreto, hasta que el Titanic se hundiera a bordo de una ‘taquillera-superproducción’, momento en el que se equipararon ambas películas evidenciando las diferencias de criterio de académicos de distintas épocas.
 
Y es que, sin desmerecer la cinta de Cameron, a Eva al desnudo “sólo” le hizo falta para estar en lo más alto un par de interpretaciones fascinantes (Bette Davis / George Sanders) y un guión que ronda la perfección, donde las escenas encajan al milímetro gracias al mecanismo preciso de unos diálogos brillantes, cínicos, sin vuelta atrás y que nos conducen, con el vaivén de una montaña rusa, por las emociones frágiles de las gentes del teatro. Así, descubrimos el principal talento de Eva: ser capaz de viajar por los egos cebados de artistas de diversa índole dejando huella con halagos estudiados, una devoción afectada y con el disfraz de personaje trágico de opereta. Entre sus víctimas, el retrato más logrado, el de Margo Channing (Bette Davis), una diva que la acoge entre su ‘servidumbre’, una primera dama del teatro en el presunto ocaso de su vida artística. Soberbia, egocéntrica, ahogada en sus propias inseguridades, ‘la Channing’ acabará buscando la redención en la piel de una mujer cotidiana. Entre sus aliados circunstanciales, contará con el sin par Addison DeWitt (George Sanders), un crítico teatral de mordacidad implacable que no es “el bufón de nadie”, aunque sí la perdición de todo aquel que sea objeto de su columna crítica. Los buenos retratos que confeccionó Mankiewicz nos dejan otras dos perlas magníficas: la estupenda presencia de Birdie (Thelma Ritter, secundaria de lujo en muchos filmes inmortales) y el paso cimbreante de Miss Casswell, una jovencita Marilyn Monroe que comienza a balbucear un personaje que poco después perfeccionaría (en Los caballeros las prefieren rubias o Cómo casarse con un millonario).
 
La película atrapa desde el minuto cero de metraje, con esa presentación de personajes, tan deslumbrantemente irónica, que se hace durante la entrega de premios donde Eva Harrington será homenajeada como mejor actriz de la temporada. Hay una voz en off, la de Addison DeWitt, que retrata, a golpe de cinismo, el reparto que protagonizará la historia que se nos va a contar. Mientras DeWitt nos deja sin aliento en una sucesión de frases chispeantes, paseamos por los rostros de los personajes, pura expresividad, entre la contención y la sobreactuación, pero en cualquier caso siempre contando que han sido víctimas colaterales del huracán de talento, ambición y sensualidad que les acaba de arrasar. Dos lecturas y toda una sinfonía de matices, descripciones, rumores y confesiones puestas en escena de forma prodigiosa y en escasos minutos.
 
Eva al desnudo es, además y en nuestra memoria, el recuerdo de una interpretación inolvidable. A Bette Davis nunca la hemos visto tan frágil dentro de su coraza, tan tierna sin perder su indómita independencia, tan impredecible, a pesar de su naturaleza vehemente. La actriz es capaz de componer un fabuloso y complejo mosaico de actitudes, gestos y presencias diferentes ante la cámara, sin apenas despeinarse. Y qué decir de Sanders, único del reparto que se llevó el Óscar a la estantería (también estuvieron nominadas Anne Baxter, Bette Davis y Thelma Ritter), más comedido, gélido e inquietante en su perfecta interpretación, según cánones de la vieja escuela británica.
 
Para finalizar, queremos ponerle un ‘pero’ a nuestra película, por aquello de dejar un mal sabor de boca. A pesar de su bella factura, hemos de decir que nos sobra el epílogo porque nos resulta un tanto simplón, no está a la altura del resto del metraje. Nos referimos a la secuencia en que Eva conoce a otra depredadora, una joven con el mismo afán de éxito que tuvo ella. Dicen que la culpa de este falso apéndice la tuvo el Código Hays que por aquel entonces censuraba los finales donde los villanos se salían con la suya y no recibían su correspondiente castigo. Nos gusta pensar que fue así porque, por supuesto, Eva, con toda su singularidad, no era sino una muchacha más, una de tantas, que sueña con devorar a sus dioses para encontrarle un hueco a su anodina vida. Después de todo, ésto parece ser lo único que hemos llegado a saber con certeza de Eva, su ‘pecado original’

Margo Channing en la frase más lapidaria de la película:

 

CRÍA CUERVOS Y SE ATREVERÁN A TRIUNFAR

Cómo disfrutaban los que dirigían el Star System sabiendo que en los años de oro, en la edad madura y creciente del cine, los diálogos frenéticos, rápidos, llenos de consignas fabricadas, con personajes que sabían recitarlas de memoria, habían acabado para siempre con el drama que sale después de la alzada del telón. Y precisamente por eso, cómo agotaron los últimos cartuchos del género dramático sobre el escenario, cuando precisamente el teatro había quedado relegado a una élite que vivía en su propio mundo, alejada del ruido, admirando un talento solo destinado a unos pocos. Eva al desnudo representa el intento (solo el intento) de aprovechar estos recursos ya conocidos del teatro en el cine, solo que con la mala mano de no conseguir eclipsarnos con el brillo de recetas cuyos ingredientes no son bien mezclados y llevan oscuras intenciones, dando lugar a un pastiche de genios escuchándose a sí mismos.

El polifacético Joseph L. Mankiewicz tuvo muy clara esta regla de tres desde el principio, y no tardó en condimentar un relato, basado en una historia real ya novelada, y coger de la mano al todopoderoso Darryl F. Zanuck, cuando los productores aparecían en los títulos de crédito en caracteres más grandes que los directores, para dirigir este ascenso en el mundo del teatro de un pobre corderillo que de buenas a primeras resulta ser una tigresa de garras afiladas, la malvada de las malvadas.
Y es indudable que desde el principio, Eva al desnudo olía a éxito. La lobezna Bette Davis compartiendo cartel con el salomónico George Sanders y nuestra Nefertari preferida, Anne Baxter, en la escalada de una, primero desvalida pero luego maquiavélica, estrella, no parecía indicar otra cosa. Pero un imperdonable inconveniente es que esta película transcurre entre diálogos de taller de cine, donde la cámara apenas se mueve y algunas palabras suenan falsas, exaltadas o cursilonas. Con exteriores pobres tirando a cutres (y pensar que después Mankiewicz alumbró Cleopatra…), actitudes incomprensibles y gestos excesivamente teatrales (no sabemos si involuntarios o no). Como una mal dirigida obra de teatro pero desde el cine. No creemos que los Óscar sean la prueba irrefutable de nada pero no podemos por menos que coincidir con la Academia en esta ocasión, ya que de los seis galardones que obtuvo, prácticamente ninguno fue de interpretación, pese a su reluciente elenco.
Si tales desmanes hubieran estado puestos al servicio de una crítica destructora de clichés, reverencias haríamos, pero resulta que Mankiewicz al final solo consiguió transmitir la reafirmación de aquello que supuestamente criticaba: una sociedad megalómana formada por actores, escritores, directores y críticos, cuyo engranaje a base de amiguismos y absurdas lealtades parece justificar en cada secuencia, considerando una traición imperdonable que un autor teatral amigo tuyo no te dé un papel o que un crítico con el que coincides en fiestas te haga una mala reseña. Tan mal le salió la acusación, que halaga y ensalza este micromundo.
Incluso perdonables serían también tales desbarres técnicos, de dirección y de intenciones, si no fuera por lo peor de todo, que se une a la defensa de la endogamia teatral: nuestra falta de identificación con la supuestamente agraviada Margo Channing (Bette Davis). Parece que quieren decirnos que tenemos que tener cuidadito con quién metemos en nuestra vida y acogemos en nuestro seno, porque ya se sabe, te puede sacar los ojos, y sin embargo, por aquí solo entendemos que Eva Harrington (Anne Baxter) trepa sin miramientos por escaleras que han sido puestas para ella, y criada como cuervo y viendo cómo funciona el mundo en que se ha metido, intenta mostrar lo que vale y enseña a su benefactora cómo es realmente bajarse del pedestal de plata. Bienvenida al mundo real, señora de la interpretación metida entre bambalinas y con conflictos de edad. Seguro que ni la Davis, lista como ninguna, se creyó esta historia y que rabió de envidia cuando ese mismo año Billy Wilder sí que se atrevió a morder la mano que le daba de comer e hizo un demoledor retrato de estrellas apagadas en El crepúsculo de los dioses, con una portentosa Gloria Swanson.
El caso es que en la historia que nos ocupa, al final, la que nos venden como ambiciosa y malvada Eva, vivirá castigada por lo que ha hecho. Y el grupúsculo de actrices, autores, directores y productores teatrales seguirá su camino alegremente, una vez que la mala de la película, el cuervo que criaste, el que se atrevió a querer triunfar, ha sido castigado y puede poner su gran trofeo en el lugar que antes ocupaba su corazón. Qué bonito. Pues moralinas las justas, la verdad. Que, como decíamos, el cine ya andaba madurito en 1950 y estamos seguros de que tampoco entonces, como ahora, existía un código de buenas damas para penalizar a quien trepa en el mundo del séptimo arte. Eva triunfa pero es chantajeada por haber tenido una vida oculta, con un romance adúltero (oh, sacrilegio) y algunas medias verdades. Queda desnudada con una sentencia que no comprendemos y que por tanto, apelamos.

Para terminar, unas anécdotas muy curiosas sobre la película:

 

Visionado: ‘El discurso del Rey’, de Tom Hopper. ‘Tartamudos de empatía’

 

cinco estrellas


¿Cómo se consigue que un ciudadano de lo más normal sufra y viva como propio el enorme tormento de un monarca británico retraído y tartamudo? Preguntad a Tom Hooper, genio de los rayos catódicos de la Gran Bretaña, que ha sacado a la palestra esta excepcional tragicomedia sobre el difícil y traumático ascenso al trono, en los turbulentos años que precedieron a la II Guerra Mundial, del rey George VI de Inglaterra. O directamente acercaos a visionar El discurso del Rey, espléndido retrato de un hombre acomplejado pero valiente, y de su tesón por superar sus miedos y coger la medida del camino que le marcaba la Historia.
 
Añadid además a la soberbia interpretación de Colin Firth dando vida al monarca tartaja, la presencia deslumbradora del señorial monstruo de la tablas británicas Geoffrey Rush, como su antiprofesional terapeuta en trastornos del habla, y la de la camaleónica Helena Bonham Carter. La X quedará además totalmente despejada si agregamos una intimísima dirección, un guión fresco, rápido, lleno de humor inteligente, ironías y críticas sublimes a los anacronismos de los sistemas monárquicos.
 
Comprenderéis que el resultado no puede ser otro que el de uno de los mejores retratos de la monarquía que se han hecho en el séptimo arte, que se columpia sin complejos por encima de la magnánima Hellen Mirren en The Queen. Así que no nos cortamos en afirmar que tales combinaciones hacen que esta película tenga vocación de ganadora, se quede donde se quede finalmente. Porque tiene voz y se pronuncia, como el propio protagonista grita furioso en una de las mejores secuencias del film.
 
No queremos hacer boicot a los estupendos actores de doblaje que tiene nuestro país, pero tenemos la obligación de ordenaros (sí, por imposición) que la veáis en versión original subtitulada. El duelo interpretativo entre los sires Firth y Rush, el constante tartamudeo de Su Majestad, y los numerosos juegos de palabras, diálogos brillantes y guiños al humor inglés, pasarán inadvertidos de otra manera. Es el último ingrediente necesario para comprender nuestra empatía, como plebeyos, con esta solemne y regia historia de superación personal.

Píldoras cinetarias: Música para visitar el infierno en ‘Réquiem por un sueño’

Al hilo del próximo estreno (con architamborileadas expectativas) de Cisne negro, dirigida por el apabullante Darren Aronofsky, queremos hacer memoria: es imposible dejar de sentir escalofríos con la escucha de la épica e insuperable banda sonora de la historia de vidas destrozadas que este cineasta estadounidense retrató hace diez años en Réquiem por un sueño, con Ellen Burstyn, Jared Leto y Jennifer Connelly. Como ya hiciera también en Pi, Aronofsky encargó a su amigo el compositor Clint Mansell el corazón musical de la historia, quien sacó a la luz el tema Lux Aeterna.
 
Esta pieza suena a intervalos durante toda la película pero es durante los últimos 20 minutos cuando se despliega toda su fuerza, acompañando de manera contundente a uno de los mejores y más apocalípticos finales del cine contemporáneo. Os dejamos la pieza musical interpretada por el Kronos Quartet, pero sin las últimas escenas de la cinta, por si no la habéis visto. Si así fuera, estamos convencidos de que su escucha no os dejará indiferentes y apuntaréis en vuestra lista de pendientes este crudo retrato de drogas y locura. Y esperamos que Cisne negro la supere, claro.
 
Seguramente a algunos os sonarán de algo estas notas musicales. Tiene una explicación: se ha utilizado posteriormente para numerosos trailers, como la remezcla que se fraguó para el de Las dos torres, segunda parte de El Señor de los Anillos.