San Valentín. Hoy es el día en el que se supone que todo el mundo celebra estar enamorado. Pese a que no nos gusta que esta jornada se haya convertido más en un eslogan de publicidad, como casi todas las conmemoraciones basadas en el consumo, hemos querido aprovecharla para hacer un nuevo tributo de género, en esta ocasión a uno que además ha tenido gran espacio en este blog: el cine romántico. Ha sido una selección difícil, y sabemos que como en todas las listas habrá discrepancias y debates. Nos dejamos muchas, estamos seguros, pero se trata de un ranking realizado desde la más profunda admiración a las que están y a otras muchas que no encajaron.
En este caso el medidor aplicado está basado en las emociones que nos despertaron esas historias de pasión, unas felices, otras imposibles, alguna de risa, pero la mayoría tan reales como la vida misma. Navegando de nuevo por ellas, hemos comprobado que el amor sea quizás el arma más poderosa y el verdadero engranaje del mundo. Y si no fuera así, este estupendo viaje nos permitirá que así lo creamos durante una buena temporada.
Nº 20. Casablanca, de Michael Curtiz (1942). Arrancamos con el clásico de los clásicos, en el altar de las grandes películas de Hollywood, laureado hasta el infinito (por no decir hasta el aburrimiento) y un golpe de fortuna para sus dos protagonistas. La historia de amor perdida y reencontrada entre Ilsa (Ingrid Bergman) y Rick (Humphrey Bogart), en un bar de la ciudad marroquí durante la Segunda Guerra Mundial, forma parte desde hace décadas de los grandes iconos del cine, junto con el tema As Time Goes By que el pianista Sam tocaba siempre que se lo pedían, y con ese final de sombreros ladeados y sueños en París entre la niebla de un aeropuerto. Dicen que no se puede amar el séptimo arte si no se ha visto esta película. Pese a sus cansadas reposiciones, solo podemos afirmar con la cabeza una y otra vez. Es indudable que es la esencia de su género y nada ni nadie la destronará.
Nº 19. Tiempos modernos, de Charles Chaplin (1936). Sí, tenemos que esperar mucho a que avance el metraje para encontrar el pequeño cuento de amor y amistad que el maestro Chaplin alumbró en esta fábula sobre la deshumanización, la injusticia, la pobreza y la miseria moral. Hay que seguir al pobre obrero por todas sus vicisitudes, el hospital, la cárcel y finalmente la calle, para comprender su entrañable encuentro con la joven huérfana (Paulette Godard) con la que iniciará un alocado intento de supervivencia. Despojados de todo, después de haber intentado adentrarse en una modernidad que no tiene sitio para ellos, la secuencia de los dos jóvenes en mitad de un camino, andando alegremente hacia no se sabe dónde, siempre nos pareció el rostro del amor más desinteresado.
Nº 18. The Artist, de Michel Hazanavicius (2011). Nos situamos en el cine contemporáneo con la que consideramos una de las películas románticas más asombrosas del nuevo siglo. Comenzó con un boca a boca, después pasó a recoger premios por toda Europa, y el público terminó por convertirla en un clásico moderno. Muda, en blanco y negro, con simpáticos cameos, adorables secuencias y bailes, y con olor a sueños de Hollywood y a homenajes cariñosos. Magia emanada por todos sus poros, con el mítico ascenso y derribo del actor de cine mudo George Valentin (Jean Durjardin) y su tierna relación con Peppy Miller (Bérénice Bejo), primero su pupila y después su redentora. Una sencilla y sofisticada historia de amor sin palabras que nos recordó hace un año todo lo que puede haber tras la música y los gestos.
Nº 17. Brokeback Mountain, de Ang Lee (2005). Retrocedemos solo unos años, cuando el romanticismo pareció eclipsar especialmente a los académicos de Hollywood. En los años 60, entre montañas escondidas, dos vaqueros contratados temporalmente para vigilar rebaños (Jake Gyllenhaal y Heath Ledger) se dejan arrastrar por una pasión que marcará sus vidas para siempre. Tras despedirse, cada uno forma su propia familia, con esposas e hijos al uso. Todo funcionará de perlas hasta el reencuentro, cuando el deseo irrefrenable de verse pueda con todo, o con casi todo. Sorprendente, atractivo, lírico y apasionado resultó este oscarizado filme del siempre imprevisible Lee, que ayudó además a derribar los humillantes tabúes que la fábrica de los sueños había remendado malamente en torno a la homosexualidad.
Nº 16. Memorias de África, de Sidney Pollack (1985). Imprescindible resulta en esta lista una de las mejores películas de la década de los 80. La inolvidable partitura de John Barry, una de las mejores de la historia del cine, conmovió a todo el planeta mientras descubríamos la pasión oculta de la infelizmente casada Karen (Meryl Streep) quien descubre en el aventurero y libre Denys (Robert Redford) el amor de su vida. Los paisajes de Kenia, sus diálogos sobre la libertad, la conciencia y la confianza, y el irreparable destino de ambos personajes, trazados con la sensibilidad de un impresionista, la hicieron la mejor de su género durante toda una década, mientras seguimos repitiendo aquello de “Yo tenía una granja en África…”.
Nº 15. Eduardo Manostijeras, de Tim Burton (1990). Y esto es lo que pasa. Que debemos saltar al filo del inicio de la siguiente década para avanzar en el ranking, con la gran obra maestra de Tim Burton. La original revisión del mito de Frankenstein, reconvertido en la triste vida de un hombre inacabado, con imagen a lo The Cure y tijeras en vez de manos, ya forma parte de lo mejor del cine fantástico. Pero todos sabemos que lo que queda de ella es el gran amor de Edward (iconográfico Johnny Depp) por la hija de su madre adoptiva, una jovencísima y rubísima Winona Ryder. Eso es lo que hizo funcionar este gótico, colorido y tragicómico cuento. Resulta igualmente placentero ver lo bien que esta historia ha envejecido después de más de 20 años, y que aún nos haga soñar con bailes bajo la nieve, esculturas de hielo y amores que no pudieron ser.
Nº 14. Amor, de Michael Haneke (2012). La más actual de las películas que conforman esta lista, es una cinco estrellas de Cinetario. En esta fecha aún no sabemos su destino en la próxima edición de los Premios Oscar, pero sí estamos seguros de su indudable posición entre las mejores de la historia del cine. Ningún otro título ha definido mejor a una película: amor es lo que empieza y acaba en la devastadora exhibición de emociones sacadas de un matrimonio anciano (grandiosos Emmanuelle Riva y Jean-Louis Trintignant) cuando llega la enfermedad, bajo el encuadre dramático, frío y áspero del director austriaco. Todo narrado, sentido y sufrido entre cuatro paredes, medicinas y desolación. Repetimos la frase que incluimos en el texto de la crítica y que mejor resume el papel de este filme entre las grandes del romanticismo: no hay amor más grande que el que encontramos al final del camino.
Nº 13. El paciente inglés, de Anthony Minghella (1996). También objeto de un versus particular en Cinetario, la gran heredera de Casablanca y triunfadora de los Oscar de ese año, tiene para nosotros el valor de haber sabido salir indemne de sus injustificadas comparaciones con otras películas épicas. No tuvo por qué ser así. Solo cuenta la triste historia de amor adúltero entre el conde Laszlo Almasy (Ralph Fiennes) y la sofisticada Katharine Clifton (Kristin Scott Thomas), recordada por boca del primero en los últimos momentos de su vida, y mientras recibe los cuidados de la enfermera Hana (Juliette Binoche) en un monasterio abandonado de la Toscana italiana. Pese a su ambientación en plena guerra, y sus magníficos guiños a los desiertos de Lawrence de Arabia, esta historia simplemente contribuyó a hacer más grandes las historias atemporales, que nacen y mueren en apenas tres horas y que se quedan con nosotros para siempre.
Nº 12. West Side Story, de Robert Wise y Jerome Robbins (1961). Acababa de conocer a una chica llamada María y todo tomaba sentido para él. El amor a primera vista más rotundo de la historia del cine lo encontramos en este portentoso musical que adaptaba los amores imposibles de Romeo y Julieta, sustituyendo a las familias por pandillas callejeras enfrentadas por territorios en pleno oeste de Nueva York. Entre los diálogos de encuentros y despedidas de Tony (Richard Beymer) y María (Natalie Wood), la composición melódica de Leonard Bernstein, la ambiciosa producción y decorados, y unas coreografías urbanas, circenses y enérgicas todavía difíciles de imitar, dieron al traste con dramas anteriores, a golpe de navaja y despropósitos, denunciando los prejuicios, e impidiéndonos ver la consumación del flechazo más sencillo nunca filmado.
Nº 11. Moulin Rouge, de Baz Luhrmann (2001). De un salto de 40 años nos plantamos en otro musical que rompió los moldes del género y a la vez prendió la mecha de la exaltación, la pirotecnia y los artificios de videoclip para contarnos la conmovedora y triste historia de amor entre el escritor Christian (Ewan McGregor) y la cortesana y cabaretera Satine (Nicole Kidman) en el París de principios de siglo. Canciones del glam, del pop rock, y del folclore mundial se remezclaron en coreografías aceleradas y planos imposibles para regalarnos la primera revolución cinematográfica del siglo, que mantiene hoy en día tantos detractores como admiradores. Nosotros simplemente nos quedamos con ese romance bohemio y agrio entre los dos protagonistas, y con el lema que se repite durante toda la película y que resume el devenir de su apabullante final: “Lo mejor que te puede pasar es que ames y seas correspondido”.
Nº 10. Olvídate de mí, de Michel Gondry (2004). De título horrorosamente adaptado al castellano (atentos al original: Eternal Sunshine of the Spotless Mind) este bello cuento sobre la ruptura, la memoria y el destino, relatado como un rompecabezas y protagonizado por unos estupendos Kate Winslet, Jim Carrey, Elijah Wood, Kirsten Dunst y Tom Wilkinson, fue promocionado como una comedia romántica al uso que dejó con la boca abierta a quienes solo buscaban eso. Algo mucho más complejo estaba encerrado en esta película, cuando una pareja se reencuentra después de que ambos hayan decidido borrar de su memoria los recuerdos de su relación, envenenada por el odio y los celos. El derribo paulatino del mundo que vivieron, la desintegración de sus sueños a través de una máquina revolucionaria y la forma en que asistimos a la dolorosa verdad, la convierten en una rara avis del cine que forma parte de nuestras favoritas por su defensa del amor a prueba de bombas.y reproches.
Nº 9. Lo que el viento se llevó, de Victor Fleming (1939). La majestuosa soberana de los grandes dramas épicos del cine. Amor y guerra, actores en estado de gracia, una ambientación espectacular, frases inolvidables y un final nada comercial son las claves que hicieron de esta adaptación de la novela de Margaret Mitchell una indiscutible obra maestra. En el bando sureño y esclavista de la Guerra de Secesión norteamericana, los vaivenes amorosos de la caprichosa y valiente Scarlett O´Hara (Vivien Leigh) y del crápula y cínico Rhett Butler (Clark Gable) a lo largo de varios años, dejaron para el recuerdo frases inolvidables que todavía hoy resuenan en la imaginería popular. La orquestal banda sonora de Max Steiner, y el “quiero y no puedo” de esta mítica pareja, concluido con la indiferencia masculina y la esperanza femenina, seguirá siendo la luz influyente de cuantos amores en tiempos de guerra queden por contar.
Nº 8. Encadenados, de Alfred Hitchcock (1946). Imposible no incluir en este ranking el beso más apasionado, largo y astuto de la historia del cine. El que durante varios minutos inician e interrumpen Ingrid Bergman y Cary Grant en los comienzos de su enamoramiento, antes de que todo se vaya al traste cuando él la convenza de infiltrarse como espía en la vida del jefe de los nazis en Brasil, y su vida quede en manos del peligro, de la sospecha y del debate entre el deber y el amor. Una de las mejores películas del mago del suspense se convirtió también en una trágica y emocionante relación entre dos grandes personajes, quienes durante todo el metraje juegan a no quererse con las palabras y a amarse con los ojos, en un fabuloso juego de diálogos y mímica que nos puso un nudo en la garganta e hizo estallar por los aires la química de ambos.
Nº 7. Breve encuentro, de David Lean (1945). La película más intimista y particular del gran artífice del cine épico de los 60, es igualmente una de las más bellas, sencillas e intensas historias de amor del cine. Una mujer felizmente casada y con hijos (Celia Johnson) tiene por costumbre pasar un día a la semana en el centro de su ciudad para lo que utiliza siempre el mismo tren. Una anécdota provoca que conozca a un apuesto médico (Trevor Howard) en la estación, iniciando ambos una simpática amistad que, prácticamente sin remedio, acaba transformándose en una pasión en la se sienten tan enamorados como desgraciados, atormentados y a la deriva. Una dirección muy personalista y dramática hizo de esta pequeña historia un clásico sobre la honradez moral, el poder de los sentimientos, el daño de la rutina y la radiografía de la pasión.
Nº 6. El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella (2009). El director argentino no venía de nuevas. Ya nos había tocado la fibra sensible con El hijo de la novia y El mismo amor, la misma lluvia, pero con este maravilloso collage, donde se entrecruza la esencia del cine negro y lo mejor del trhiller policiaco, llegó a lo que consideramos el punto álgido de su fantástica carrera. Objeto también de un análisis en este blog, fueron dos las grandes historias de amor de este filme: primero la del joven banquero que pierde a su esposa, violada y asesinada brutalmente, y segundo, la de aquel que recrea la investigación que años atrás se hizo del caso, Benjamin Expósito (Ricardo Darín), quien al regresar al pasado para escribir una novela sobre estos hechos, se reencuentra con la mujer a la que siempre ha amado (Soledad Villamil) y con un desenlace totalmente inesperado, asombroso, y que supera las barreras de lo imaginable.
Nº 5. Los puentes de Madison, de Clint Eastwood (1995). Si nos hubieran dicho que el rostro inexpresivo del espaguetti western y el personaje rudo y justiciero de Dirty Harry sería el autor de uno de los romances más conmovedores del séptimo arte, no hubiéramos dado crédito. Pero no nos quedó más remedio que reconocer que uno de los grandes cineastas de nuestro tiempo no solo dejaba fluir en sus películas la sangre de la moralidad infantil de Charles Dickens, sino que estaba dispuesto a romper de una tacada los topicazos del adulterio. Solo le hizo falta meter en la vida de un ama de casa solitaria (Meryl Streep) a un veterano fotógrafo de la revista National Geographic (el propio Eastwood). Lo demás se convirtió en una contenida y cuidadísima historia de frases inocentes, temores ocultos, fotografías y decisiones imposibles de tomar. La lluviosa secuencia del final, con ella agarrada al abridor de la puerta del coche mientras su amante permanece delante en otro vehículo, parado y esperándola frente a un semáforo en verde, es de las más desgarradoras que jamás hayamos visto.
Nº 4. El cartero (y Pablo Neruda), de Michael Radford (1994). La esencia del cine italiano volvió a respirar la eternidad de sus clásicos cuando Radford adaptó la novela homónima de Antonio Skármeta sobre el aprendizaje en el amor de un tímido y humilde cartero (el difunto Massimo Troisi) quien a través de su amistad con el poeta chileno Pablo Neruda (admirado Philippe Noiret) consigue conquistar el corazón de la escultural e inalcanzable Beatrize (Maria Grazia Cucinotta). La poesía, en ocasiones desplazada del cine romántico por haber quedado relegada al teatro o a los primeros clásicos de los años 20, adquirió en esta película su papel estimulador del enamoramiento, y nos recordó la importancia de las palabras, del lenguaje lírico y de la literatura en la generación de los primeros mitos de conquistados y conquistadores. Si a todo ello añadimos la hermosa partitura de Luis Bakalov, nos encontramos una soberbia y emocionante historia de amor incondicional.
Nº 3. Tú y yo, de Leo McCarey (1957). Uno de sus planos es la fotografía de portada de este post, quizás porque en las miradas de Cary Grant y Deborah Kerr queda reflejada la impotencia, la supuesta despedida o el imposible que en la mayoría de los casos reflejan los romances cinéfilos. Esta película no fue para menos, pero los años la han convertido en un filme muy especial, no solo por el fuerte simbolismo que tienen en el argumento la conmemoración de San Valentín y el Empire State Building de Nueva York, sino porque en buena parte del inicio de la historia asistimos a un festival de frases irónicas y diálogos chisposos que recuerdan los tiempos en que McCarey dirigía a los hermanos Marx. Así es como se conocen los dos protagonistas, y como inician una relación que queda pendiente de una promesa, la que nunca llegará a cumplirse por la fatalidad del destino.
Nº 2. Esplendor en la hierba, de Elia Kazan (1961). Uno de los filmes más sobrecogedores de los años 60 ocupa el segundo puesto de esta lista. El gran cineasta se remontó a la América rural antes, durante y después de la Gran Depresión para filmar este melodrama donde dos jóvenes ingenuos y apasionados (inmortales Warren Beatty y Natalie Wood) se enamoran para después verse irremediablemente separados por los intereses familiares, los malentendidos, la locura y el transcurso inevitable del tiempo. La ternura de sus interpretaciones, el colorismo inimitable de Kazan y un desgarrado guion compusieron esta manera de manejar las emociones y la nostalgia, resumida en los versos del poeta William Wordsworth: “Aunque nada pueda hacer volver la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no debemos afligirnos, pues encontraremos fuerza en el recuerdo”.
Nº 1. Vértigo (De entre los muertos), de Alfred Hitchcock (1958). No hemos tenido dudas. Desde nuestra humilde atalaya de cinéfilos, consideramos que es en el género del suspense donde encontramos la más bella historia de amor de todos los tiempos. La que no encuentra obstáculos, la que persigue a fantasmas a través de pesadillas y alucinaciones, la que supera la muerte y la demencia para reencontrarse con la persona amada. Y esa es la premisa de esta obra maestra, donde un ex policía (James Stewart) acepta investigar un misterioso caso en torno a la supuesta paranoia de una mujer (Kim Novak), surgiendo entre ambos un apasionada relación que se verá truncada por la muerte de ella. Desde ese momento, el corazón roto del protagonista convertirá en obsesión cada paso, hasta el punto de enamorar a una joven muy parecida a la fallecida y moldearla a su imagen y semejanza para que regrese de entre los muertos, si alguna vez llegó a irse. No hemos encontrado mayor pasión que la que desafía a la muerte, la que se convierte en un trauma imposible de superar y la que se pasea por las habitaciones rojas y innaccesibles de la mente. Así es esta obra perfecta sobre el amor post mortem, la mejor de todas, la reina absoluta.
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