CONSEGUIR ESTAR JUNTOS
PANORÁMICA: 2002 comienza con una nueva cara, la del Euro, que entró en circulación en 12 países de Europa. El continente también estaba de enhorabuena por otras noticias. Mientras un equipo de médicos de la Clínica Universitaria de Navarra realizaba con éxito el primer implante de células madre, para regenerar un corazón que había sufrido un infarto, en Gran Bretaña se autorizaba el nacimiento de un niño probeta para salvar la vida de su hermano. Sumergiéndonos en antiguas civilizaciones, el 2002 fue el año en el que la expedición liderada por el polaco Jacek Palkiewicz descubrió la legendaria ciudad Inca, “El Dorado”, entre los departamentos peruanos de Cuzco y Madre de Dios. En Brasil, el líder de izquierdas Lula da Silva, ganó las elecciones y en África finalizó la Segunda Guerra del Congo. En España, Alejandro Amenábar triunfó en los Goya logrando 8 estatuillas gracias a su película Los otros. En la otra cara de la moneda, en concreto, en Bali, un atentado de Al-Qaeda acabó con la vida de 202 personas e hirió a más de 300 y en Hollywood, murió ‘Dios’, el gran Billy Wilder, a los 95 años. Ya en territorio español, el islote de Perejil fue ocupado por un grupo de gendarmes marroquíes y reconquistado, seis días más tarde, por las tropas españolas. En las costas gallegas, escenario de la película que hoy abordamos, sucede algo mucho más serio: se hunde el petrolero Prestige originando uno de los mayores desastres ecológicos que ha sufrido nuestro país.
EL MEOLLO: Un grupo de antiguos trabajadores de un astillero, que hace años se quedaron sin empleo, se reúnen todos los días en el bar de Rico (Joaquín Climent). Allí, entre caña y caña, comparten confidencias, recuerdan viejos tiempos e intentan soñar con un futuro mejor, aunque sin atreverse del todo. Entre ellos, se encuentra Santa (Javier Bardem), un hombre de mediana edad, astuto y caradura, un ‘arruina ilusiones’ de primera, pero de buen fondo. Malvive de lo que le da su instinto de pícaro mientras ve la tierra prometida en el reflejo de una gotera. Su compañero José (Luis Tosar) es un hombre “sin casa, ni créditos, ni hijos”. Un tipo asustado, de pocas palabras, tranquilo, que sin embargo vive atormentado porque es una mujer, su mujer (Nieve de Medina), la que lleva el pan a casa. Por su parte, Lino (gran José Ángel Egido) aprende informática con su hijo, esconde sus canas con un tinte de supermercado, guarda largas colas en el INEM y no falta a una sola entrevista de trabajo, donde siempre acaba encontrándose con sus demonios internos. Y Amador (inmenso Celso Bugallo) sólo observa y bebe, y vive en una larga espera: la del regreso de una mujer que hace tiempo le abandonó. La amistad les une y les mantiene en pie hasta que la muerte de uno de ellos convulsione sus existencias.
DETRÁS DE LAS CÁMARAS: Cuando Fernando León de Aranoa apareció en la entrega de los Premios Goya de 2003 con su ya famosa chapa de ‘No a la guerra’, junto con otros actores, con motivo de la intervención militar de España en Irak, demostró la mayor coherencia de su carrera, juntando sus dos facetas: la de persona y la de director. Comprometido con las causas sociales, solidario, sin pelos en la lengua y tan locuaz como alto y desgarbado, este cineasta madrileño sorprendió al jurado de festivales de renombre con la proyección, primero del cortometraje Sirenas (1994), y después con su debut en el largo, Familia (1996), un crudo y cínico retrato de esta institución, de la soledad y de las imposturas sociales. Gracias a su enorme éxito, dejó sus primerizos trabajos como guionista de televisión (trabajó para Martes y Trece y para ‘Chicho’ Ibáñez Serrador) y se embarcó en un proyecto de mayor presupuesto con el que terminó de ganarse el favor de público y crítica: Barrio (1998), la historia de tres chavales de las barriadas de Madrid, agotados por su propia y miserable realidad y que sueñan con un mundo mejor. Con esta cinta se introdujo en los Premios Goya (mejor guión y dirección), un palmarés que ampliaría cuatro años después, tanto en los premios de la Academia como con la Concha de Oro del Festival de San Sebastián, tras el estreno de Los lunes al sol (2002). La que hasta ahora ha sido la obra maestra de su carrera nos ofreció una visión del desempleo, la amistad, el miedo y la frustración como no hemos vuelto a ver en el cine español. Pero el que parecía haberse convertido en nuestro Vittorio de Sicca, en nuestro Ken Loach particular, naufragó después al querer convertir su carrera en una muestra de problemas sociales de catálogo, donde al final cayó en el estereotipo y perdió el pulso de su propio naturalismo, como le sucedió con la prostitución en Princesas (2005), y con la inmigración en Amador (2010). No obstante, sabemos que su talento sigue exprimiendo el mundo de los olvidados, maltratados y marginados, como ha demostrado en su participación en las fabulosas películas documentales Invisibles y La espalda del mundo. Esperamos ansiosamente su próxima historia ante la enorme materia prima de la que ahora dispone en nuestro país: crisis económica, recortes sociales, pobreza, miseria e indignación. Le animamos a ello. Esperamos otra obra maestra.
PRIMER PLANO
JAVIER BARDEM: Por su aspecto rudo, Javier Bardem era carne de encasillamiento interpretativo, pero su buen oficio le ha convertido en uno de los actores más versátiles y brillantes del panorama internacional. En un ‘todo terreno’ de los estados emocionales más delicados o desbordados. Curioso, viniendo de un hombre que tiene alergia al “exhibicionismo de los sentimientos”, en sus palabras. Perteneciente a una larga estirpe de artistas, Bardem primero jugó al rugby, después estudió pintura en la Escuela de Artes y Oficios y se empleó en los trabajos más variopintos, antes de decidirse a probar, pero en serio, aquello de la interpretación. En Las Edades de Lulú (1990) conoció a Bigas Luna quien le fichó como protagonista para Jamón, Jamón (1992) película que convirtió en celebridades patrias a un trío representativo de una generación de actores españoles (junto a Bardem, su futura mujer, Penélope Cruz y Jordi Mollá). En Días contados (Imanol Uribe, 1994) dejó a un lado su faceta macarra y nos fascinó, a pesar de la entrañable repugnancia que causaba su personaje de yonqui con un pie en el otro barrio. Coincidió en dos ocasiones con Almodóvar, pero fue en Carne trémula (1997) donde el manchego le regaló un papel interesante: un hombre que rehace su vida postrado en una silla de ruedas y se convierte en un jugador de baloncesto paralímpico de éxito. En 2003 nos volvería a llamar la atención con la película que hoy traemos a Cinetario, Los lunes al sol, donde dio vida al personaje de Santa. Después, llegaría otra interpretación memorable, la de un vitalista Ramón Sampedro que lucha por conseguir una muerte digna en Mar adentro (Alejandro Amenábar, 2004). En Vicky, Cristina Barcelona (2008) se hizo pintor para Woody Allen y se enredó en varias relaciones sentimentales, mientras que los hermanos Coen le hicieron componer el retrato de un villano antológico que decide, a cara o cruz, la suerte de sus víctimas. Con No es país para viejos (2007) ganó el Oscar de la Academia, un premio que le resultó esquivo, sin embargo, tras la lección magistral de interpretación que ofreció en la bellísima y desoladora película Biutiful (Alejandro González Iñárritu, 2010). Próximamente, le veremos de nuevo como malo en la última de la franquicia de James Bond, Skyfall (Sam Mendes, 2012).
LUIS TOSAR: La mirada de Luis Tosar es un lenguaje universal con capacidad para expresar todo lo que pueda esconder el alma humana. Este actor lucense, de descomunal talento, se marchó a Santiago para estudiar Historia, aunque ya por aquel entonces se le había puesto en el entrecejo la firme determinación de hacer teatro. Debutó en el largo en 1998, en Atilano Presidente, de Santiago Aguilar y Luis Guridi y mientras la década llegaba a su fin y comenzaba la siguiente, fue frecuentando cintas muy conocidas como Celos (Vicente Aranda, 1999), Flores de otro mundo (Icíar Bollaín, 1999), La Comunidad (Álex de la Iglesia, 2000) o Sin noticias de Dios (Agustín Díaz Yanes, 2001), entre otras. En 2002, deslumbra con su personaje de José en Los Lunes al sol, un secundario ‘roba planos’ que le regaló su primer Goya. Pronto nos dimos cuenta de su versatilidad y así, mientras en La flaqueza del bolchevique (Manuel Martín Cuenca, 2003) interpretaba a un tipo corriente que perdía los papeles por una pija macarra y por su hermana quinceañera, en Te doy mis ojos (Icíar Bollaín, 2003) se ponía en la piel de un maltratador infame que lograba lo imposible: despertar cierta compasión. Tras una breve incursión en el cine blockbuster, encarnando a un capo de la droga en Corrupción en Miami (Michael Mann, 2006), llegó su obra maestra, Celda 211 (Daniel Monzón, 2009). Para hacerse con su personaje, Malamadre, le pidió prestada la voz cazallera a su buen amigo, El Chino, y dejó que su instinto de intérprete hiciera el resto. Logró el retrato perfecto de un recluso carismático y violento con un estricto y particular sentido de la moralidad, un auténtico Mefistófeles que acaba tropezando con su propia redención. Tosar estuvo sencillamente, genial. Después, le hemos visto en otros filmes interesantes como en También la lluvia (Icíar Bollaín, 2011) y en la fascinante Mientras duermes (2011), de Jaume Balagueró, donde volvió a encarnar la perversidad en su estado más sofisticado.
CONTRAPICADO: La película es un espejo de la tristeza pero que raramente nos hace llorar. Las inteligentes manos de León de Aranoa, junto con Ignacio del Moral en el guión, supieron contener el llanto regalándonos en muchas escenas un sendero a la esperanza, a través de la lucha de sus personajes. Así sucede cuando Santa cierra el círculo de sus problemas con la justicia con una pedrada a una farola (historia, por cierto, basada en un hecho real) o cuando los protagonistas asaltan al abordaje la ría de su ciudad o un chalet lujoso por vía de una niñera (Aida Folch) muy espabilada. Es en estos momentos cuando todos los desempleados viven su particular lunes al sol, dibujando sus sueños a base de cosas que no conocen, de ironía, de odio tenue y mal disimulado, y de borracheras que no hacen olvidar. Ahí se encuentra, en el estupendo guión y en sus maravillosas interpretaciones la grandeza de este cuadro social del paro forzado. Porque la dignidad que observamos en ellos, su forma cruda de relacionarse y decirse las verdades a la cara, la pelea sindical que juntos abanderaron y perdieron, son los motores que siguen dando sentido a sus vidas. No lloramos, no. Porque no nos dan pena, nos dan acaso envidia, porque se comportan como seres humanos y no como héroes de pacotilla. Porque saben que tienen poco o nada que perder, y ahí siguen intentando buscar en el pasado, en una oficina de empleo, o en una repartidora de quesos un motivo para seguir en el mundo.
PICADO: Es cierto que si esta gran película pretendía colgarse la medalla de cine comprometido, no tuvo demasiada fortuna. Los protagonistas son unos tipos que no han perdido el sentido del humor, pero están completamente derrotados. Viven anclados en tiempos mejores, pasan las horas muertas en un bar con mala sombra o en un ferry que realiza viajes a ninguna parte. Eso sí, para brindarnos diálogos buenísimos, muy logrados y situaciones que son cine en estado puro. El único personaje que intenta romper la apatía que siente todo el grupo, acaba entrando en la misma dinámica negativa y de abandono que viven los demás. Pero eso no es todo. Uno se queda con la impresión de que los personajes que han encontrado un medio de vida, tras el despido, no son tratados con la dignidad que les corresponde. Parece como si tuvieran que pedir perdón por encontrar un trabajo precario o montar un negocio. El guarda del estadio de fútbol crea rechazo porque, en una secuencia, y calentito por alguna que otra copa de más, tacha a sus antiguos compañeros de vagos. ¿Es un malo previsible? En cuanto al hostelero, por supuesto, se nos da cumplida cuenta de que claudicó, aparcó la lucha por los derechos de los trabajadores y firmó un convenio antisolidario. En esta cinta, el cine social de León de Aranoa suelta cierto tufillo maniqueísta que, sencillamente, le resta humanidad al conjunto. A pesar de los buenos golpes de humor que nos reservan los diálogos, la película respira demasiado fatalismo, demasiado abandono. Y eso por momentos agota.
SIMBIOSIS SONORA: El tono musical se rebajó un punto en este largometraje tras el festival de canciones con el que el cineasta acompañó las andanzas de los tres protagonistas de Barrio. En Los lunes al sol, su director apostó por reservar la mayor parte de su largometraje a las maravillosas e intimistas piezas instrumentales del prolífico compositor Lucio Godoy, cuya escucha completa y sin diálogos recomendamos a todo amante de la música. Reservó así otros temas para momentos estelares, como es el caso del On the Other Side of the World de Tom Waits, que aparece tanto en su versión instrumental como cantada; o la escena del karaoke, una de las más brillantes por su fotografía de un momento de felicidad, con los temas Ni tú ni nadie, de Alaska y Dinarama, y Nel Blu Dipinto Di Blu (Volare) de Domenico Modugno, en su versión española. Por descontado, el momento de Santa en su soledad solo pudo haber sido complementado con La Mer de Charles Trenet, tema cinematográfico donde los haya que siempre consigue el objetivo de hacernos oler a sal y a sueños.
OJO AL DATO: Fernando León necesitó pocas palabras para convencer a Elías Querejeta de que financiara su película. Todo estaba en orden y perfectamente encajado en su cabeza, hasta que se encontró con un imprevisto que ni sospechaba: la inmensidad que Javier Bardem, quien personalmente le pidió trabajar con él, le dio al personaje de Santa. Aparte de engordar diez kilos, dejarse una barba que no hemos vuelto a ver, y bordar un acento gallego que dos años después perfeccionaría en Mar adentro, el que probablemente comenzó a ser el mejor actor español del nuevo siglo, lo dio todo en Los lunes al sol, se dejó la piel y contagió a sus compañeros de reparto, especialmente a Luis Tosar, creándose una amistad inquebrantable que todavía dura. Todos vistieron con una creatividad cercana y espontánea la historia del derrumbamiento de sus vidas. Desde el inicio de la película, con imágenes reales de una protesta de trabajadores asturianos de los astilleros, hasta su final, los tres párrafos que el cineasta envió al productor vasco se convirtieron en una de las mejores películas del cine español.
RETRATO DEL HÉROE: De nuevo el carisma hizo al héroe. Sincero, chulo, borde, cínico, caradura, filósofo de serie B, mujeriego, a ratos dentro y fuera de la realidad, ácido, inventor de los significados de las cosas, y testigo de la historia más triste de toda la película, Santa es casi por entero el líder de este drama social. Un Marlon Brando menos atractivo que en La ley del silencio, pero también más cachondo, pendenciero y lleno de un cabreo natural y necesario para admirarlo, y por tanto, amarlo. Su revisión del cuento de La cigarra y la hormiga, sus fantasías sobre Suiza o sobre las antípodas, sus disertaciones sobre el criterio, y su orgullo a cuenta de una farola son las armas para que este personaje se haya sumado a la lista de los más recordados de los últimos años. Sabemos que hoy el mundo está plagado de personas así. Hace diez años, este grupo de compañeros ya eran los indignados de principio de siglo. Santa, defendiendo las protestas por el empleo que perdió, les transmite un mensaje a sus amigos que hoy en día debería estar vigente siempre que se nos olvide por qué protestamos y alzamos las manos: “Conseguimos que la gente se enterara y conseguimos estar juntos. Eso a mí no se me ha olvidado”. A nosotros tampoco, cada día, cada lunes, cada sol.
Es difícil seleccionar una escena de esta película sin caer en un SPOILER, porque cada diálogo es una maravilla. Pero os dejamos con la disertación de Santa sobre Australia, escena que además da título a la película:
Y para terminar el maravilloso tema instrumental de Lucio Godoy que acompaña a casi toda la historia:
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