Visionado: ‘Los juegos del hambre’, de Gary Ross. ‘El pariente violento del Gran Hermano de Orwell’

 

 
 
tres estrellas


No hemos leído ninguno de los libros de la trilogía de Suzanne Collins, es decir, hemos ido vírgenes al cine y sin dejarnos tampoco intimidar por las cifras de taquilla norteamericanas que están anunciando un nuevo blockbuster.  Así que procurando acercarnos al cine sin ideas preconcebidas, hemos sido capaces de apreciar un respetable producto de entretenimiento. Aunque en la historia de Los juegos del hambre no haya nada nuevo bajo el sol. En ella nos encontramos con el concepto de espectáculo del circo romano, con la sombra omnipresente de un Gran Hermano  (remoto pariente del que ‘habitaba’ en la novela de Orwell) y con un toque de crueldad trágica que, para qué nos vamos a engañar, es en el que se fundamenta el tirón de la película. Lo más impactante de la historia es que nos descubre una sociedad en la que se retransmiten en directo los ‘sacrificios’ de unos jóvenes, con el fin de mantenerla sometida bajo el yugo del terror psicológico.
 
Los juegos del hambre parten de una buena idea, de un argumento que despierta interés, pero sucumbe en un desarrollo irregular. Cuenta la historia de Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence) una joven que se ve obligada a participar en los Juegos del Hambre, un programa de televisión de culto donde 24 jóvenes tienen que enfrentarse a muerte para lograr la supervivencia. Everdeen cuenta con un compañero de peripecias y de distrito, Peeta Mellark (Josh Hutcherson), aunque los dos son conscientes de que no hay aliados que valgan en el ‘concurso’ en el que participan.
 
La película tiene sus instantes de emoción como la llamada a la rebelión de las masas de Katniss, tras la muerte de la pequeña Ruth o el tierno afán de protección de la heroína ante su hermana y una madre ‘ausente’. Cuenta además con unos paisajes naturales muy sugerentes y con una urbe de estética cool y estrafalaria. Resulta curioso el retrato de la sociedad decadente de la capital de Panem (una norteamérica futurista) que se llena de habitantes, con poses afectadas y unos trajes  muy divertidos, un cruce textil entre el estilo Maria Antonieta y el hilo anárquico de Vivienne Westwood. También es cierto que reconforta ver un personaje femenino, en una de acción, que luce inteligencia, insolencia y fuerza sin tener que pagar el peaje de vestir trajes recauchutados y adoptar una actitud sexy.
 
Sin embargo, resulta bastante simplona la manera en la que nuestra heroína sale airosa de algunas pruebas a las que ha de enfrentarse. No cuadra con la película que han tratado de vendernos, con el espíritu de supervivencia en una historia épica. Sabemos que la muchacha tiene muchas cualidades:  es sagaz, tiene una puntería prodigiosa y el temple suficiente para afrontar cualquier tipo de dificultad. Sin embargo, nos quedamos con las ganas de verla realmente en acción porque logra sobrevivir, en gran medida, gracias a su buena estrella y, sobre todo, a la intervención providencial de ciertos ángeles de la guarda que nos huele a falta de imaginación.
 
Os dejamos con el trailer oficial.

Atado en corto: ‘La leche y el agua’, de Celso García. ‘El amor y una vaca’

Sí, tiene dos títulos. Este multipremiado cortometraje dirigido hace seis años por el mexicano Celso García habla de la leche y del agua, pero también de una vaca y de un amor perdido. Rodado en Jalisco (México) cuenta la historia de una anciana viuda (Tara Parra) que vive en medio de una nada desértica en una casa pequeña y con una vaca como sustento. Come pan y leche y contempla embelesada la fotografía del que fue su marido, suponemos que durante décadas.

Pero un suceso inesperado, protagonizado por una tormenta y la vaca, hará que la mujer tenga que enfrentarse a una situación imposible. O posible, según sea el estímulo, el recuerdo del amor sentido, la forma de aferrarnos a lo último que queda en la vida. Entonces todo será leche y agua, entre la vaca y el amor, y la heroína tomará una decisión. Se trata de una historia íntima, triste y tremendamente mística, que dejó pasmados a los asistentes de unos cuantos festivales de renombre. 

 
En su haber tiene las distinciones del Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, del Festival Internacional de Nuevo Cine Latinoamericano, y del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias, además de numerosos reconocimientos e incluso estrenos en grandes salas en su país de origen. Os dejamos que lo disfrutéis y que compartáis con la viuda su aventura, su impotencia y su última decisión.

Píldoras cinetarias: el baile sin baile de ‘Gato negro, gato blanco’



Matka es un soñador. Vive con su armónica viendo pasar las embarcaciones en una población suspendida sobre el río junto a su lamentable padre. Pero Matka correrá una aventura cuando se vea envuelto en una trama de mafiosos gitanos debido a las malas artes de su padre y al chantaje de Zarije, propietario y magnate (a su manera) de unas obras de cemento. La aventura se convertirá más bien en un festín bizarro de ocas multitudinarias que aparecen por todas partes, personajes caricaturescos y barrocos, situaciones absurdas llevadas hasta el límite, resurrecciones a golpe de caídas de techos, cerdos que comen coches, orquestas que fondean el río, romances exaltados entre campos de girasoles, y una de las más divertidas y surrealistas bodas que ha dado luz el séptimo arte.


Así sucede en Gato negro, Gato blanco, esa maravilla del cine balcánico que el cineasta serbio Emir Kusturica rodó en 1998, después de haber dado su particular y enclaustrada visión sobre la guerra de su tierra tres años antes en Underground. En esta película, como posteriormente en la maravillosa La vida es un milagro y en la alegórica Todos los niños invisibles, el director de los gitanos, el amante de las fiestas sin final, que terminan en soleadas resacas encima de una mesa devastada por el alcohol, se acompañó de su The No Smoking Orchestra para llevarnos por tales derroteros.


De esta forma, no solo estamos partiéndonos de la risa con el banquete de disparates que te ofrece la historia sino que tus pies se están moviendo al mismo ritmo de esta banda, gritona, exagerada, “primitivista” y gitana con la voz desgarrada del Dr. Nele. El número de sus composiciones roza los dos centenares desde su creación en los años 80 (Kusturica se unió al grupo ya en 1986) pero hemos querido seleccionar el tema Bubamara de Goran Bregovic, porque es nuestra favorita, porque no tiene baile, solo el que nosotros inventemos, y porque acompaña a Matka en cada paso desesperado que da para conseguir su sueño final: embarcarse con su amada por su querido río junto a un gato negro y otro blanco.


El tema Bubamara va acompañado de las mejores escenas de la película. Sin exagerar, es para escucharla unas tres veces seguidas.

Y para que sigáis disfrutando de las maravillas de esta banda rendida al cine festivo de Kusturica, os dejamos también el tema Moldavian Song, que forma parte de La vida es un milagro:

Visionado: ‘Grupo 7′, de Alberto Rodríguez. ‘En los límites de la conciencia’

 
cuatro estrellas


Sevilla también es un laberinto. De calles asfixiantes y tortuosas, de descampados sin alma donde cualquier crimen es posible y de colmenas que son casas donde familias marginales se hacinan para vivir como la picaresca, el puterío y la droga les da a entender. Sevilla tiene algo del Bronx más arrastrado y tiene también ese aire maldito de las calles de Chicago, de los años 20, pero sin perder brillo, luz, ni color. Es una ciudad que tiene un pulso especial, acelerado, el de las persecuciones frenéticas que se producen en la última película de un tipo que ha mamado esta ciudad y se la ha imaginado en los tiempos anteriores a la Expo 92: el escenario perfecto para una de policías que cruzan los límites de la Ley. Este tipo, que se llama Alberto Rodríguez, deja de ser una promesa del cine español para convertirse en un gran cineasta gracias al filme Grupo 7.
 
El Grupo 7 es, en realidad, una banda de cuatro policías encargados de limpiar las calles de droga y camellos en la época en la que Sevilla se vestía de largo para recibir la Expo 92. En el Grupo 7 mantendrán una extraña complicidad Ángel (Mario Casas), un buen tipo, pero también un ambicioso policía que quiere ser inspector y Rafael (Antonio de la Torre), un agente implacable y silencioso que arrastra una pena del pasado. Tras tomar una decisión peliaguda, el Grupo 7 iniciará una espiral de detenciones brillantes que les hará subir a lo más alto del prestigio profesional.
 
Alberto Rodríguez no nos plantea un dilema moral al uso. Los policías del Grupo 7 saben lo que se hacen y apenas flaquean. En la calle, en los barrios marginales donde habita la droga dura, no sobrevives, si no aceptas ciertas reglas del juego. Nadie se plantea si existe el bien o el mal. Porque además esa no es su historia, porque ya se está viviendo en los límites de la conciencia, como Rafael, o porque una enfermedad te convierte en ‘medio hombre’ y no hay espacio para la debilidad, al menos cuando uno ambiciona comerse el mundo, como Ángel…
 
Grupo 7 será, seguramente, una de las mejores películas españolas del año. Cuenta con un guión sólido, que sabe medir muy bien la acción trepidante (espectacular, al nivel de una gran superproducción) y equilibrarla con las turbulencias interiores, en especial, de los dos protagonistas, Ángel y Rafael. Aún a riesgo de caer en la indefinición (en la que cae, en algunos casos) nos convence la sobriedad que utilizan Rodríguez y Cobos (guionistas) para, con dos pinceladas, dos diálogos certeros, darle cuerpo y alma a los secundarios, en especial, el que define al agento Mateo (tronchante Joaquín Núñez); y el que le da mala vida al personaje encarnado por una joven actriz tan guapa como convincente, Laura Guerrero.
 
En materia de interpretaciones, le pondremos un ‘pero’ a la de Mario Casas, quien tiene una presencia sólida como héroe/antihéroe de acción, pero a quien le siguen faltando recursos interpretativos. En especial, en todo cuanto se refiere a su endeble dicción. Hay mucha entrega, aunque le falta aplomo a su trabajo.
 
Y le daremos un sobresaliente al personaje de Rafael, el gran hallazgo de la película, y al actor que lo encarna, De la Torre, un monstruo de la interpretación contenida. Tiene un carisma especial que va más allá del simple trabajo bien hecho. Hay mucha soledad en su manera de tomarse unas cañas, una tristeza brutal en su forma de apalear camellos. Y demasiada desesperación en su manera de aliviar culpas ante un Cristo de callejón y velas.

 

 
Podéis haceros una idea de las espectaculares escenas de acción con este trailer. Aunque lo mejor de la película, os espera en el cine.

Disección: ‘El gran dictador’, de Charles Chaplin. ‘Hacia la felicidad’

 

 
 
PANORÁMICA: En 1940, Europa está en Guerra. Alemania ocupa las naciones neutrales de Dinamarca y Noruega y entra en París. Henri Pétain firma un armisticio con los alemanes. En el exilio, Charles de Gaulle insta a los franceses a mantener patrióticamente la lucha contra el invasor. 1940 es también el año de la ‘Batalla de Inglaterra’. La aviación británica protagonizó algunos de los capítulos más heroicos y sobresalientes de la Historia bélica, ante el demoledor ataque germano. Londres resiste con fuerza a pesar de ser asolada por los incesantes bombardeos. La Catedral de San Pablo permanence en pie así como buena parte de la City y el ánimo de un pueblo que se volcó en la ayuda a los heridos y en la reconstrucción de su vida cotidiana. Hitler comienza a fraguar la invasion de la Unión Soviética (Operación Barbarroja) y se reúne con Franco en Hendaya (Francia). Mientras el Gobierno español redacta una Ley para la represión de la masonería y el comunismo, se publica, póstumamente, Poeta en Nueva York, del malogrado genio Federico García Lorca. En 1940, nacieron John Lennon y Ringo Starr, Bernardo Bertolucci, Al Pacino y Pilar Miró. En Hollywood, Lo que el viento se llevó fueron ocho Premios Oscar de la Academia, pero dejó una leyenda cinematográfica.
 
EL MEOLLO: Un barbero judío, veterano de la Gran Guerra y sosias de Charlot, y el dictador de Tomania (trasunto de la Alemania Nazi), guardan un enorme parecido. Mientras el primero retoma su negocio en un gueto judío, tras superar 20 años de feliz amnesia, el segundo prepara su primera invasión a una nación colindante, aunque ambiciona apoderarse del mundo. Tras enamorarse de su indómita vecina (Paulette Goddard), sufrir una serie de encontronazos con las fuerzas de asalto y esconder a un alto dirigente del régimen (Reginald Gardiner), caído en desgracia, el Charlot barbero va a dar con sus huesos en un campo de concentración. Mientras que Hynkel se las ve con un divertidísimo Bencino Napolini (Mussolini), antes de dar rienda suelta a sus ansias expansionistas. Los destinos del judío y el dictador acabarán cruzándose, propiciando un final lírico e inesperado.
 
DETRÁS DE LAS CÁMARAS: Charles Chaplin parió al cine y el cine parió a Charles Chaplin. Criado entre los music-hall de principios del siglo pasado, con apenas seis años ya realizaba números para los espectáculos que montaban sus padres, y desde muy joven abrazó con fuerza el cinematógrafo en Estados Unidos para rodar sus primeros cortometrajes, creando, al torpe, pingüinesco y adorable Charlot, todo un símbolo inmortal para la galaxia de ese arte que por entonces ya comenzaba a ser querido, llorado y reído. Y todo eso le dio al público el productor, director, guionista, músico y actor inglés: risas, lágrimas, amor, compasión, ternura, esperanza y voluntad. Fue pionero del gag, de la mímica, de la comedia visual, de la sátira y la burla, con decenas de cortos como Todo por un paraguas o Charlot en el baile, donde el payaso de bombín y bastón no paraba de liarla a la mínima contrariedad. Después, el espíritu de este personaje quedó impregnado para siempre en la carrera de Chaplin. Todavía en el cine mudo, con las fabulosas La quimera del oro, El chico, Luces de ciudad y Tiempos modernos, regalaría al mundo un espacio para la tragicomedia con mensaje que nadie más ha sabido superar, quizás porque sólo él se negó a ver la miseria occidental de entre guerras como la sociedad de masas lo veía. Por eso nació en 1940, ya iniciada la Segunda Guerra Mundial, El gran dictador. El payaso inocente se desdobló entre un dictador y un barbero judío, y el actor habló (por primera vez) a las cámaras en un alegato escalofriante que ha quedado tatuado para siempre en el celuloide universal. Pero su mensaje no fue bien escuchado por todos, y la paranoia anti-comunista impidió que, tras acudir al estreno de la triste y agónica Candilejas (1952) en Londres, no pudiera volver a Estados Unidos, estableciéndose finalmente en Suiza. La irregular comedia La condesa de Hong Kong, en 1967, fue su canto del cisne, con Sofía Loren y Marlon Brando de protagonistas, y donde realizó un cameo como viejo camarero de barco. Pese al agravio al que se vio sometido durante una etapa de su vida, Chaplin fue mundialmente reconocido y propuesto para Premio Nobel de la Paz. Murió en 1977. Murió su cuerpo, claro. En todos los que hemos recorrido una y otra vez sus historias, está cada vez más vivo. Nos sonríe, se cae, se levanta, nos guiña un ojo y sigue patizambo hacia adelante.
 
PRIMER PLANO 
 
CHARLES CHAPLIN: Los andares abiertos, el bombín chico y el mostacho ocurrente. Son las señas de identidad del personaje más emblemático de la historia del cine: Charlot. Pura poesía gestual firmada por Charles Chaplin. El cineasta creó a un ser pícaro, despistado y endiabladamente libre para acompañarle durante buena parte de su carrera. Aquel vagabundo que siempre estaba en el lugar equivocado, se dejó caer en nuestras vidas para arrojarnos a la cara, con la fuerza de un sartenazo en la cabeza, su simpática anarquía. Pronto se convirtió en el rey indiscutible de la comedia. Las películas de Charlot arrasaron en las taquillas de los años 20 arrancando las carcajadas del respetable con su dominio del slapstick más extremo y su ingenio abrumador para crear gags. Chaplin, en el pellejo de Charlot, improvisaba hasta la extenuación en frente de la cámara, a veces, contando con tan sólo un apunte en el guión. Las tomas se sucedían incansablemente, pero alcanzaba, paradójicamente, la espontaneidad perfecta y el tempo cómico medido al milímetro. De la mano de su mundo imaginario, vimos al vagabundo ser más Chico que el niño al que adoptó en medio de una bella historia tragicómica sobre el abandono. Nos divertimos viéndole tropezar y huir hasta alcanzar a sus perseguidores; sufrimos encantados sus tics nerviosos, enroscando tuercas imaginarias (Tiempos modernos) y se nos hizo la boca agua al verle comer, con deleite, los espaguetis con los que se anudaba las botas, en la fabulosa La Quimera del Oro. Cuando en El gran dictador se despidió de Charlot, el actor abordaría otros personajes fascinantes, más amargados, como, por ejemplo, el “Barba Azul” Monsieur Verdoux, un parado y seductor fatal de ancianas millonarias que, en su tiempo libre, ejercía de abnegado marido y padre de familia. Pero recordaremos, de manera especial, al viejo Calvero cuando siente, sobre el escenario, cómo se le apaga el amor del público. Sus Candilejas.
 
PAULETTE GODARD: Lista, culta, trabajadora precoz y belleza pícara, esta fantástica actriz neoyorquina se murió a los 78 años en Ronco, Suiza. Dejó este mundo sin descendencia pero ofreciendo un generoso mensaje de amor hacia la interpretación: legó una gran fortuna, 20 millones de dólares, a la Escuela de Artes de la Universidad de Nueva York. Durante sus últimos años había estado casada con el novelista Erich María Remarque y vivió muy cerca de su ex pareja, Charles Chaplin, en el país centroeuropeo. Eso sí, nunca llegaron a hacerse una visita. Sin embargo, en otros tiempos, fue Chaplin quien le brindó a Goddard su gran oportunidad y la fama proporcionándole un papel en Tiempos Modernos (1936). Fue la chica huérfana y libre de ataduras que encandilaba al vagabundo. La película fue un gran éxito y el ‘ojeador’ por excelencia de Hollywood de aquella época, David O. Selznick, la tuvo en cuenta para el papel de Escarlata O´Hara, el más codiciado de todos los tiempos. Sin embargo, pasó a un segundo plano debido a la incomprendida relación que mantenía con Chaplin (nunca se llegó a saber si estaban casados realmente), no muy bien vista en ciertos círculos conservadores con notables influencias. Aquel rechazo no truncó la carrera de Goddard quien vivió en los 40 una época de esplendor: trabajó con Cecil B. de Mille (Piratas del Mar Caribe) y Jean Renoir (Memorias de una doncella). En 1943, además, consiguió su única nominación al Óscar, a la mejor actriz de reparto, por Sangre en Filipinas, un filme propagandístico, en tiempos de Guerra, que narraba las peripecias de un grupo de enfermeras en el país del sureste asiático que da nombre a la película.
 
CONTRAPICADO: Probablemente estamos ante una de las sátiras más demoledoras sobre cualquier forma de totalitarismo. El humor disparatado, más humanista que nunca, se pone al servicio de una película que arremete, con inteligencia y una imaginación alocada, vibrante, contra el nazismo de un Hitler que desafiaba al mundo. Confeccionada a base de secuencias, que funcionan con el vigor cómico de un sketch, reserva momentos mágicos. Desde el discurso del dictador, en ese alemán ladrado, que acaba torciéndose, al final de las frases, en una coletilla que ‘se tose’, a los inventos bélicos chapuceros que muestran el poder tecnológico de Tomania, pasando por las inolvidables escenas protagonizadas por Bencino Napolini (Jack Oakie) y Hynkel. Dos niños absurdos que juegan a echarse un pulso para ver quién tiene el ejército más grande. Por no hablar de esas dos joyas visuales donde Chaplin se despide con nostalgia de la belleza gestual del cine mudo. Nos referimos al baile con la bola terráquea y a la Danza Húngara que se marca el barbero judío al afeitar a un cliente desconfiado. Como colofón inolvidable, el discurso final donde Chaplin se despoja de su doble mascarada (barbero / Hynkel) para hablarnos, cara a cara, a los hijos de todos los tiempos, y recordarnos las enfermedades que arrastra la humanidad. La caricatura que realiza Chaplin es dolorosamente real y sus palabras, tan necesarias como fácilmente ignoradas por la memoría distraída de los hombres.
 
PICADO: Cuando la demagogia no tenía el sabor de pecado verbal que le han otorgado durante años malos políticos y líderes sociales, el señor Chaplin fue el gran demagogo universal. Y en El gran dictador se desquitó para siempre. Por eso, alguien que la viera, actualmente, por primera vez, pudiera pensar que la película es fácil, moralista y buenista, y no estaría equivocado. Sus recursos y giros son anunciados, sus frases grandilocuentes e ingenuas. Pero estamos seguros de que esa misma persona no pensará lo mismo en los últimos siete minutos de la película. Quienes vean en ello algo de simpleza, algo que les chirríe, algo que no puedan comprender ya en el siglo XXI, no podrán tampoco formar parte de la estela interminable que legó el mayor cineasta de todos los tiempos. El gran demagogo, rodeado de micrófonos, gritando su discurso, justificará cada gesto inocente o absurdo, cada incoherencia que quieran encontrar en todo el minutado anterior, y quedará para siempre entroncado en nuestra visión del mundo.
 
SIMBIOSIS SONORA: El gran dictador fue la primera película hablada de Chaplin. Aunque renegó durante años del futuro del cine sonoro, finalmente se plegó a las circunstancias del estupendo guion que había escrito, pero solo a las palabras, es decir, la película apenas tiene lo que conocemos como “efectos de sonido”. Y esto se debe a que la importancia de la música había sido tan importante en sus anteriores largometrajes mudos (Tiempos modernos es casi una ópera musical), que no quiso “contaminar” los pasajes hablados y con música con ningún otro ruido. Nos encontramos así con la mítica escena de Hynkel bailoteando con su globo del mundo con el Preludio del Acto I de Lohengrin de Wagner, o la soberbia secuencia del barbero judío afeitando a un asombrado cliente al ritmo (perfectamente encuadrado) de la Danza Húngara Número 5 de Brahms. Al margen de las piezas clásicas, la melodía inicial y la final, que brilla en los ojos de Paulette Godard mirando hacia un nuevo mundo, es obra del propio Chaplin y del compositor Robert Meredith Wilson, estrecho colaborador del cineasta que después se haría famoso en las tablas de Broadway.
 
OJO AL DATO: Dice la leyenda, confinada en los anales de la historia, que el productor, Alexander Korda, fue quien le sugirió la idea de la película a Chaplin al quedar fascinado por el parecido ‘geométrico’ del bigote de Hitler y el de Charlot. La idea se fue cociendo en la imaginación del cineasta británico hasta que se convirtió en entusiasmo cuando descubrió que él “podía arengar a las multitudes en una jerga de su invención y hablar todo lo que quisiera”: “Y en mi otro papel de vagabundo, podía permanecer más o menos callado. Una parodia de Hitler era la ocasión para la burla y la pantomima”, en sus palabras. Ya de paso, se despedía del cine mudo y de su fantástica criatura, su vagabundo Charlot, tejiendo una enternecedora venganza hacia un cine sonoro que despreció, en un principio. Sin embargo y como trasfondo comprometido, el cineasta pretendía alertar sobre la amenaza nazi ante la apatía británica y la indiferencia inicial de los Estados Unidos. No olvidemos que empezó a gestar su obra antes de la Segunda Guerra Mundial. Tan ‘peligrosa’ resultó la advertencia que incluso antes de estrenarse su producción encontró un sinfín de obstáculos y boicots liderados por grupos pronazis. Los periódicos de Hearst, el magnate que odiaba a Chaplin por otros asuntos más mundanos, llegaron a llamarle comunista en una nación y una época en la que se entendía como el colmo de la subversión.


RETRATO DEL HÉROE: El barbero judío ha tenido que huir del gueto junto con el ex nazi Schultz tras ser ambos perseguidos por traición. Llegando a Austerlich, que acaba de ser conquistada por las tropas de Tomania, le confunden con el dictador Hynkel y se ve abocado a dar un discurso ante las masas, un discurso que cambiará el mundo, que significará la primacía de la raza aria para siempre. El barbero, asustado, se levanta, sube hacia el atril, devuelve con una reverencia el saludo “hynkeliano” que le dirige su ministro de Propaganda y se coloca ante los micros. Mira a la cámara, nos mira, y empieza diciendo: “Yo no quiero ser emperador”. El barbero judío, combatiente herido de la Primera Guerra Mundial, que perdió la memoria, y luego la recuperó, que recuperó su barbería y luego la perdió, que se enamoró de la criada, y que se vio arrastrado a huir por ser quien es, va subiendo el tono, alza la voz y lanza su mensaje a las masas, a Hannah, al mundo, sin música, sin adornos: “Luchemos ahora para hacer realidad lo prometido. Todos a luchar para liberar al mundo. Para derribar barreras nacionales, para eliminar la ambición, el odio y la intolerancia. Luchemos por el mundo de la razón. Un mundo donde la ciencia, el progreso, nos conduzca a todos a la felicidad”. 
 
Aquí queda el discurso del barbero ante el mundo. A cámara, sin sonido, sin música. Estremecedor:

 

 

Despedimos la disección con la mejor secuencia de la película. Afeitado a la húngara, en perfecta sincronía:

 

Visionado: ‘Extraterrestre’, de Nacho Vigalondo. ‘Lo de menos, la invasión’

 

tres estrellas


La ventaja que tiene el polifacético Nacho Vigalondo es que todavía no ha hecho su gran obra maestra, y lo más seguro es que ni siquiera tenga en mente hacerla. Es una ventaja porque así puedes disfrutar de su forma de hacer cine y dejar que te desconcierte con su friquismo y su artesanía guionística retorcida y rocambolesca. Extraterrestre no aporta gran cosa en la carrera del cineasta cántabro, salvo la confirmación de su indiscutible sentido del gag, y la interpretación que tiene del héroe españolito común. Se trata de una comedia marciana, pero donde lo de menos es la invasión o una nave espacial que solo vemos de refilón. Los marcianos de verdad son los cuatro humanos que protagonizan la historia hilarante y casi de sainete que desata ese acontecimiento.
 
Julio (Julián Villagrán) despierta en casa de Julia (Michelle Jenner), sin recordar muy bien qué sucedió entre los dos la noche pasada. Ambos se miran como desconocidos, y se dan cuenta al mismo tiempo de que las comunicaciones no funcionan y de que una enorme nave espacial flota sobre el cielo de Madrid. Aparece en escena un vecino cotilla y enamorado de Julia (Carlos Areces), y también el novio de ésta (Raúl Cimas), formándose un cuadrilátero de equívocos, diálogos entrecruzados, situaciones absurdas y sinsentidos que al final hace estallar la película en varios géneros entre la comedia romántica, el thriller o la ciencia-ficción. 
 
El caso es que no estamos ante una película al uso, y que por original no falla. La ciencia-ficción no suele prestarse al cachondeo, salvo alguna excepción con mala baba como la de Tim Burton en Mars Atttacks o de manera involuntaria con Independence Day, que todo el mundo sabe que es una comedia más que otra cosa. El truquillo de Vigalondo es que nuestros protagonistas no se ponen a perseguir seres azules, verdes o amarillos como la pandi de Super 8 o Attack the Block, si no que se enredan entre ellos en una madeja de confusiones e infiltrados que provocan la carcajada, consiguiendo la cámara del cineasta que hasta te olvides de la situación en la que se encuentran.
 
Así que original es. Pero (sí, se acercaba un pero) la película tiene un ritmo no del todo convincente debido fundamentalmente a imperdonables fallos de montaje y fotografía, algunos errores técnicos y rupturas en la continuidad que no nos gustaron nada, porque además son muy perceptibles. Y no creemos que Vigalondo se haya vuelto anárquico o dadaísta y estas cosas le den igual. Porque en Los cronocrímenes, su primer largometraje, demostró una gran profesionalidad en el rodaje y mucha más profundidad en el ritmo y en el guion. También subyacían algunas cutrerías, como en Extraterrestre, pero no de manera tan evidente, y también en esta ocasión opta por el final desinflado, ganso, creemos que por influencia de sus múltiples colaboraciones con Muchachada Nui (a quienes admiramos sinceramente, pero no les alabamos su capacidad para cerrar gags). Aprovechamos eso sí para aplaudir el trabajo de los chanantes Areces y Cimas (con el primero te mueres de la risa), de la guapísima Jenner, de Villagrán (que anda multiplicado por la cartelera española con Grupo 7) y de Miguel Noguera, mago del ultrashow, prácticamente haciendo de sí mismo. 
 
De cualquier forma, y como al final esto de criticar y valorar se encuentra muchas veces con las afinidades mal disimuladas, creemos que esta comedia sobresale de entre todos los pretendientes al género en España, salvando a Daniel Sánchez-Arévalo, al que adoramos. Por eso, queremos dejar reservado a Vigalondo ese hueco de expectativas que nos abrió cuando vimos por primera vez su cortometraje 7:35 de la mañana, y le damos un aprobado alto a su paranoia marciana con la convicción de que un día se atreva de verdad a ponerse a la altura de los estupendos guiones que sabemos que tiene trasegando por su cabeza.

Píldoras cinetarias: cine-terapia para días nublados

 
Todos hemos oído alguna vez en una película aquella frase que nos ha marcado en un momento determinado de nuestra vida, sintiendo incluso que estaba dirigida a nosotros en ese preciso momento. Frases grandilocuentes, ambiguas, contradictorias, agoreras, espirituales o simplemente geniales se han entrecruzado en nuestra psique desde que el cine empezó a hablar. En Cinetario también escogemos de vez en cuando una que nos guste para incluirla junto a la presentación de nuestro blog. Es nuestra forma de tener siempre presente un pensamiento que nos afloró cuando la escuchamos.
 
Sabedores de nuestra pasión por las frases cinéfilas, nuestros seguidores nos han hecho llegar un vídeo que reúne decenas de frases de obras cinematográficas muy conocidas, casi todas muy breves, y que en la mayoría de los casos resumen la esencia de la historia que nos contaron. Entre sus siete minutos de duración encontraremos la sabiduría poderosa de Cadena perpetua, El Club de los poetas muertos, Troya, Star Wars, El Rey León, Forrest Gump, En busca de la felicidad, Troya, Star Trek y Harry Potter, entre otras muchas. Incluso todas juntas, entrecruzadas, conforman una suerte de discurso espiritual del que podremos extraer alguna conclusión.
 
Elegid vuestra favorita para colocarla junto a vosotros, como una terapia de cine destinada a curar los males más indómitos: