PUEBLO ESPEJO DEL MUNDO
El pueblecito de Dogville está en lo alto de una colina. Apartado de todo, allí sus escasos habitantes llevan una vida tranquila, organizada y liderada por la labia incontinente de Tom (Paul Bettany) que conoce a todos, sabe sus virtudes y defectos, y se dedica a la vida contemplativa y a reflexiones intelectuales de gran calado. Pero para el espectador, en Dogville no hay paredes, ni puertas, ni árboles. Solo un escenario con líneas marcadas en blanco para indicarnos los límites de cada casa, de su paseo central, de sus pequeños jardines y de la caseta del único perro del pueblo, también dibujado. En Dogville prima la tranquilidad, la organización, la convivencia y el pacifismo, un microcosmos de moral intachable donde todo rima y es armónico hasta la náusea.
Por eso Dogville es humana, está desnuda y es una de las obras maestras del nuevo siglo. Porque simboliza la esencia del mundo al compás de una voz narradora que te habla como en un cuento, de esos fallos de racord tan intencionados que descolocan la faceta lineal de la historia, de las notas de Vivaldi recreando la tragedia agónica de Grace, su destrucción moral, su completa aniquilación mental. A todo ello unió el cineasta danés un reparto que nos dejó a todos con la boca abierta, desde sus dos conocidos protagonistas hasta las maravillosas apariciones de los “dogvillianos” Lauren Bacall, Ben Gazzara, Patricia Clarkson y Clohë Sevigny; junto con la aparición estelar y final de un James Caan absolutamente perfecto.
No le perdonamos todo a Von Trier. Sabemos que su excentricidad, verborrea y perfeccionismo ha hecho que casi ningún actor haya querido repetir con él, y que sin embargo, los grandes intérpretes, todavía vírgenes de su mano dura, le piden el protagonismo en siguientes proyectos. Eso demuestra que uno de los artífices del renombrado movimiento Dogma sea tan odiado e idolatrado a partes iguales. Siempre ha sido un exagerado convencido, desde que en Rompiendo las olas traspasara todos los límites del sufrimiento humano. Su cámara no ha dejado de hacer lo mismo y con la misma maestría hasta que decidió ponerse estupendo con Melancolía. Por eso Dogville significa tanto para muchos de sus fans. Creemos que en ella, y más concretamente en ese plano cenital imposible del final, reside todo el contenido de su cine. Que se encerró entre las cuatro paredes de un plató para que nada le distrajera de su visión transgresora, incendiaria y violenta de un mundo deshumanizado.
El conmovedor tráiler de esta película se convirtió en su momento en uno de sus principales reclamos, aunque guardando el secreto de su inhabitual localización:
FANTASÍA ABSURDA DE PIZARRA
Dogville es una fantasía absurda proyectada sobre una gran pizarra. Tan pretenciosa como el autor que la inventó, un cineasta, Lars Von Trier, que tiene la maldita manía de identificar la transgresión con la creatividad. Y lo cierto es que Dogville mata del aburrimiento. El planteamiento de su historia está hueco, carece completamente de interés, la narración está labrada con metáforas petardas y cuenta con una voz en off que no puede ser más omnipresente. Se empeña en contarnos muchas cosas: todo lo que es incapaz de explicarnos Von Trier con imágenes y diálogos inteligentes. Los personajes, en especial el protagonista, un escritor que no escribe, un pedante espiritual en posesión de la verdad, forman parte de una galería de friquis sin brillo de primer nivel. Ni siquiera el talento de Paul Bettany pudo hacer algo por su pobre Tom Edison.
Entonces, empieza a sucederse un festival de tropelías y aberraciones. Los habitantes del pueblo comienzan a chantajear a la refugiada, quien, para no ser delatada y porque quiere que los lugareños “la ajunten”, aceptará ser explotada laboral y sexualmente hasta convertirla en un guiñapo sin rastro de dignidad. Sin embargo, ¡ahí!, todavía nos reserva una sorpresa el desenlace. Inesperado, pero por tratarse de un auténtico insulto a la inteligencia. Grace, la encarnación de la generosidad, la Santa Teresa yankee con ‘cencerro al cuello’, quien tiene una capacidad sin límites para disculpar la crueldad humana y una paciencia que nada alcanza, se torna en menos de cinco minutos en una histérica mesiánica que provoca un genocidio. Se supone que la voz en off nos explica el por qué de tal transformación. En pocas palabras: cae en la cuenta de que “todos son muy malos y, además, iguales”.
Lo que, sin lugar a dudas, sigue causándonos siempre asombro es contemplar el maravilloso reparto de esta película (Lauren Bacall, James Caan, Ben Gazzara, Patricia Clarkson). No comprendemos muy bien cómo grandes e inolvidables actores, que han trabajado con algunos de los mejores directores de la historia del cine, se dejaron embaucar por un guion tan inconsistente. Quizás porque, en otra ocasión, Von Trier, fue capaz de crear una película bella y definitiva, al menos en su filmografía. Rompió las olas y se echó a dormir.
Os dejamos por último con otra de las promos de la película. El director les puso a los actores un confesionario dentro del plató para que se desahogaran. Eso ya lo dice todo. Y además después lo enseñó: