‘Alguien voló sobre el nido del cuco’, de Milos Forman: ‘El placebo de la libertad’ vs ‘Desquiciados y desquiciantes’

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EL PLACEBO DE LA LIBERTAD

R. P. McMurphy (Jack Nicholson) no es un tipo de fiar. Es un estafador de tres al cuarto que además ha sido encerrado por abusar de una menor. No solo tiene problemas con la justicia, también con cualquier tipo de autoridad. De ahí que McMurphy ingrese en un psiquiátrico pensando que saldrá mejor parado haciéndose el loco que viéndose entre rejas. Nada más lejos de la realidad. La enfermera Ratched (Louise Fletcher), encargada de atender a los pacientes del pabellón que él ocupa, le demostrará que hay rutinas y terapias capaces de anular a un hombre. Cuerdo o trastornado.

Alguien voló sobre el nido del cuco es una película difícil de olvidar. Quizás sea así porque, dentro del delirio en el que viven sus protagonistas, es una historia sobria y descarnada que se atrinchera en el humor seco para amortiguar las emociones que sabe desencadenar. Quizás por su magistral y escalofriante puesta en escena o por su retrato lúcido de la demencia. Y es que el maestro, el gran director checo Milos Forman, supo atrapar en su película la certeza que hay en la locura y el miedo que produce la libertad.

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Esta película, endiabladamente original, sin género en el que verse encerrada y sin antes y después en la historia del cine, logró cinco Premios de la Academia (en todas las categorías principales) entre los que se encontraba el de Mejor Película. Fue el actor y productor Michael Douglas quien se obcecó en que Forman llevara a la gran pantalla la célebre novela de Ken Kesey en la que se basa el film. Sin embargo, fue su padre, Kirk Douglas, con un ojo clínico para los proyectos interesantes y los buenos cineastas, el que se enamoró inicialmente de la historia. Hasta el punto de que llegó a interpretar el personaje de McMurphy en una versión teatral.  Se vio demasiado mayor, sin embargo, para retomarlo en la gran pantalla.

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Visionado: ‘Too Much Johnson’, de Orson Welles. ‘Ensayando la perfección’

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En 1938, Orson Welles tenía 23 años y decidió rodar su primera película en solitario. Anteriormente ya había codirigido junto a William Vance el cortometraje The Hearts of Age, en el que asomaban tibiamente algunas de las claves posteriores de su cine. Sin embargo con Too Much Johnson, mediometraje de 66 minutos, creó una farsa muda y folletinesca donde sí que podían observarse claramente muchas de sus inquietudes tras la cámara, aquellas que le convertirían un par de años después en uno de los mejores directores de la historia con Ciudadano Kane.

Frenéticos primeros planos, sombras recortadas, enormes picados y generosa profundidad de campo son el festín del que se nutre el aleatorio montaje de esta película (obra parcial de sus restauradores), centrado en la persecución que sufre el dueño de una plantación por parte del esposo de su amante. Se trata igualmente de la primera aparición en la pantalla del magnífico Joseph Cotten, asiduo del cineasta en películas posteriores como la mencionada Ciudadano Kane o El cuarto mandamiento: resulta conmovedor descubrir su faceta chaplinesca en la sucesión de gags que componen esta inacabada película.

Es igualmente curioso poder comprobar cómo la genialidad de Welles puede desprenderse de ese halo de divinidad con el que muchos historiadores del cine han querido cubrirle. Humano y aprendiz, el cineasta estadounidense demuestra en esta película sus referencias a las películas mudas de Charles Chaplin, así como un homenaje más que evidente a El hombre mosca (1923) y a su famosa secuencia del reloj, protagonizada por Harold Lloyd.

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Too Much Johnson, debido a su carencia de final y a su ‘téorico’ montaje, no debe concebirse como una película más de Orson Welles. Por eso, aunque la hemos visto ahora, no le hemos puesto nuestras habituales estrellas de puntuación. El film se creyó perdido en 1971 durante un incendio que consumió la casa del director en España, si bien sobrevivió al fuego una copia que se ha conservado hasta hace poco en un almacén de Pordenone, en Italia. La National Film Preservation Foundation ha sido la encargada de limpiar y restaurar la copia y de estrenarla online, con música del compositor de cine mudo Michael D. Mortilla,  y de manera gratuita en todo el mundo.

Se trata de una curiosidad cinéfila, una antesala de alocadas secuencias de slapstick, surrealismo y vodevil donde Welles ensayó su perfección y donde adquirió el aprendizaje necesario que después le auparían al podio de los más grandes. Una pequeña joya cuyo regalo agradecemos y que puede visionarse al completo en este enlace.

Os dejamos un reportaje en inglés sobre el descubrimiento de la copia inédita, con imágenes de la película:

Atado en corto: ‘Un día más’, de Marcos Menéndez Hidalgo. ‘Rutinas rotas’

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Como en millones de casas de todo el mundo suena el despertador, y al igual que harían millones de personas, alguien intenta apagarlo sin conseguirlo. Con el ruido de fondo de la alarma repitiéndose una y otra vez, comienza la rutina diaria de un hombre maduro al que no parecen salirle como siempre los pequeños detalles de su cotidianidad como afeitarse, vestirse o acudir al trabajo. ¿Por qué esa ruptura con la normalidad?

Así funciona Un día más, cortometraje de animación del cineasta y escritor cubano , que ha sido recientemente galardonado con el premio Latinoamérica en Corto de la XII edición del JamesonNotodofilmfest. Con una asombrosa sencillez, diseñada en forma de collage y de un color grisáceo y angustioso, cuyo motivo no encontramos hasta el final, esta historia resume, en apenas tres minutos, un triste y minimalista alegato existencial:

Visionado: ‘El amanecer del planeta de los simios’, de Matt Reeves. ‘Tibia resurrección’

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dos estrellas

Gracias a El origen del planeta de los simios (2011) la franquicia inaugurada en los 70 tomó nuevos bríos y logró despertar el interés de un público que echaba de menos las aventuras de aquel inquietante mundo al revés donde la soberbia del hombre recibía una lección de humildad. La película de Rupert Wyatt protagonizada por James Franco nos descubrió que la propia mano del hombre, y no otra fatalidad, fue la culpable de trastocar el orden establecido por Darwin y el Evolucionismo. Y ello en medio de una película trepidante, tierna y con una estimulante acción. Por ello, la decepción ha sido importante cuando encontramos en su continuación, El amanecer del planeta de los simios, una producción con un agudo sentido de la espectacularidad, pero con un relato perezoso cuya mayor virtud es que rememora historias y resucita géneros que nos resultan demasiado conocidos.

El conflicto en la película nace de dos emociones muy humanas: el resentimiento y la envidia. Las que incuba un simio con cicatrices llamado Koba y que es una especie de lugarteniente de César, el primate protagonista de la anterior entrega. Ambos son destacados componentes de una comunidad de simios que viven en paz, en los bosques que se alejan de San Francisco y ajena a la destrucción de la especie humana que, salvo algunos supervivientes, desapareció a causa de un letal virus. En este escenario, la irrupción de un grupo de hombres que buscan nuevas fuentes de energía romperá el equilibrio de la convivencia simiesca.

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Más que mil palabras: ‘Uno, dos, tres’, de Billy Wilder (1961)

Por

Uno, dos, tres

 

– “¡Schlemmeeer!”

Mr. MacNamara (James Cagney) en Uno, dos, tres.

Diego Cobo Ilustración: 

Visionado: ‘Begin Again’, de John Carney. ‘Que la música haga su trabajo’

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cuatro estrellas

Afortunadamente, todos los veranos encontramos ese resquicio cinematográfico de frescura por el que poder respirar entre una taquilla hecha a la medida de una estación tan deseada como absurda. Este año nos lo ha proporcionado el director irlandés John Carney, quien hace siete años abrió con la maravillosa Once la puerta hacia un nuevo tipo de película musical, más realista y comprometida, pero también repleta del optimismo inherente de las comedias trabajadas e ingeniosas. Begin Again, su nuevo y absoluto homenaje a la música pop-rock, no solo se ha convertido en un fenómeno aupado por el boca a boca sino que se suma sin complejos a ese listado particular de films contemporáneos que se hacen entender por los acordes de una guitarra, como lo han sido en el último año A propósito de Llewyn Davis, Alabama Monroe o el documental Searching for Sugar Man.

El quinto largometraje de Carney es una suerte de Once, pero revisada para un público más mayoritario, cambiando Dublín por Nueva York, sin que por ello pierda su fabuloso paralelismo en el núcleo de un argumento que va mucho más allá del chico conoce chica. Concretamente, una primera parte de la película la componen los dos brillantes y precisos flashbacks de sus protagonistas: el tocamiento de fondo de un productor musical recién despedido (Mark Ruffalo) y su encuentro con una compositora británica (Keira Knightley) abandonada por su novio músico, que acaba de hacerse enormemente famoso (Adam Levine, líder del grupo Maroon 5). Diferentes pero iguales, y ayudados por su compartida desolación, ambos ponen en marcha la segunda parte de la historia cuando deciden trabajar juntos en la edición de un álbum grabado al aire libre, por las calles, parques y azoteas de la Gran Manzana, fuera de la contaminación de la industria y con músicos desconocidos, para dejar que sea la música la que haga su trabajo.

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Visionado: ‘La Venus de las pieles’, de Roman Polanski: ‘Someterse también es dominar’

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cuatro estrellas

Lo que nos pasa con Roman Polanski ya roza lo devocional. Para qué vamos a negarlo. No hay ni una sola película ni cortometraje suyo de los últimos 15 años que nos haya decepcionado. Sus obras maestras están más alejadas en el tiempo (de muchas ya hemos hablado aquí) pero serpenteadas por otros tantos aburrimientos. Por eso consideramos que es esta última trayectoria, concretamente desde ese fabuloso apocalipsis personal que fue El pianista, la realmente grandiosa de toda su carrera debido a la continuidad en los aciertos. La producción franco-polaca La Venus de las pieles es, por tanto, otra maravilla polanskiana del siglo XXI, donde el cineasta realiza una declaración de amor al teatro llena de veneno interpretativo, tremendamente ingenioso, tramposo y analítico.

Estirando hasta el desquiciamiento la introspección literaria que ya brillaba en Un dios salvaje o El escritor, el director agarra por las costuras la ambigüedad lacerante del libro homónimo del escritor austriaco Leopold von Sacher-Masoch (cuyo nombre ha quedado para siempre ligado al término ‘masoquismo’), para realizar una desencorsetada apología de las fantasías sexuales, de la psicología teatral y del análisis literario. Narrada prácticamente en tiempo real, el filme cuenta el descenso hasta sí mismo de un escritor teatral (Mathieu Amalric) que tras un día frustrado de castings, encuentra en una chabacana, malhablada, descarada y aparentemente ignorante actriz (Emmanuelle Seigner) la candidata perfecta para protagonizar su adaptación teatral del polémico libro decimonónico.

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