Sospechamos que en esta ilusión pueril y, no en otra cosa, radica el tirón de una película que barrió en taquilla y que, aún hoy, sigue teniendo su público, aunque a muchos este fenómeno nos suene a ciencia-ficción.
Mes: enero 2012
Visionado: ‘La chispa de la vida’, de Álex de la Iglesia. ‘El indignado del hierro en la nuca’
Siempre es bueno acudir al cine haciéndote una ligera idea de lo que vas a ver. Solo ligera. Lo mínimo: el director, los actores y el argumento. Y si hay tiempo e interés, conociendo alguna que otra crítica, mejor de allegados que de eruditos. Así, independientemente de que te guste o no la película, te sentirás menos engañado en caso del repudio a lo visionado, y más gratificado (e incluso orgulloso de tu buen gusto en la elección) si la experiencia ha sido positiva. El nuestro es el segundo caso, que todavía desencantados con la historia sin pasión que nos dejó tristemente decepcionados en Balada triste de trompeta y con la chabacanada de Crimen ferpecto, ya no sabíamos en qué punto estaba nuestra relación con Álex de la Iglesia, aquel al que debemos buena parte de nuestra cinefilia.
Aunque también en esta película su protagonista aparezca colgado de un monumento (seña icónica del cine del bilbaíno), sabemos que todavía queda mucho (si acaso esos días no se esfumaron) para que volvamos al costumbrismo más negro con el que Álex de la Iglesia hizo escuela en España, y que nos dejó perplejos en El día de la Bestia, Perdita Durango, 800 balas o La comunidad. Pero no por ello vamos a echar a la hoguera una película eficaz, bienintencionada, sensata, rodada con pulso y sentimientos, y con un mensaje final que nadie se va a creer pero que a todos nos gustará mirar. Con poca o mucha dignidad, y sin hierros en la nuca, todos somos mártires de algo, y veremos ese algo nuestro en algún lugar del circo en el que Roberto se inmola.
Atado en corto: ‘Matar a un niño’, de los hermanos Alenda: ‘Fotos del fin de un mundo’
‘Drive’, de Nicolas Winding Refn. ‘Icónico y hechizante retro-thriller’
Unos títulos de crédito en rosa neón sobre vistas panorámicas nocturnas de Los Ángeles y una apertura musical moderna pero con arreglos de hace dos décadas son la primera pista para saber entrar en esta interesante película del cineasta danés Nicolas Winding Refn, que se llevó el Premio al mejor Director en el último Festival de Cannes. En todo un homenaje al cine de acción de los años ochenta (“esas películas con coches y chicas, que en realidad eran una mierda”, como dice uno de los personajes) asistimos a la historia de un icónico driver (Ryan Gosling) mecánico de profesión, que se dedica también a estrellar coches en escenas de acción para el cine y a pilotar fugas de ladrones.
El control de la historia es de su protagonista. Desde la primera y problablemente la mejor escena de la película (su trabajo como chófer de ladrones) Gosling dota a su personaje de toda la iconicidad necesaria para que lo necesitemos a cada momento: sobrio, callado, hierático, con los ojos tristes, con un mondadientes y una bomber plateada con un escorpión a la espalda (nos comenta una amiga fashionista que esta cazadora se está poniendo de moda), que porta con toda la elegencia de los héroes estilo Steve McQueen en Bullit, Clint Eastwood en Harry El Sucio o un Travis de Taxi Driver menos tarado de lo que parece. Porque aunque él no es policía ni taxista, la entrada en su vida de su vecina Irene (dulcísima Carey Mulligan) posibilitará que vayamos descubriendo el trasfondo justiciero de este personaje, entre la atosigante narración bipolar de la película: silencios, tensión y un romanticismo en voz baja (la escena del ascensor es insuperable), se entrecruzan con escenas de acción y de violencia de una exquisitez pocas veces vista.
La prueba de todo ello la tenemos en el tráiler. Fue denunciado por publicidad engañosa debido a que, como comprobaréis, parece una nueva entrega de Fast and Furious. Ni por asomo. Nunca dos minutos engañaron tanto.
A continuación el mencionado tema A Real Hero, de Collage junto a Electric Youth. Brillante.
‘Amadeus’, de Milos Forman. ‘En nombre de los mediocres’ vs ‘La licencia poética mató al genio’
EN NOMBRE DE LOS MEDIOCRES
– “Todos los hombres son iguales ante los ojos de Dios”
– “¿Lo son?”
El desafío queda en el aire. La pregunta del italiano, Antonio Salieri, con respuesta: toda una película, Amadeus (1984) que es en sí una obra maestra del checo Milos Forman. El cineasta orquesta una compleja ópera cinematográfica para contar, a través de un largo flashback, la historia de odio y devoción que sintió Antonio Salieri (F. Murray Abraham), un compositor brillante, hacia Wolfang Amadeus Mozart (Tom Hulce). Salieri reconoce en el genio de Mozart la inmortalidad que anhela para su propia obra y decide exterminarla. Poco importa que el austríaco sea un hombrecillo presuntuoso, infantil, un personaje que no muestra talento alguno para poner en orden una vida en eterno estado de caos y ruina. Salieri tiene el don de comprender que la razón de la existencia del brillante compositor se encuentra en otra dimensión. Y le envidia.
En la película, imagen y música se unen hasta lograr una perfecta simbiosis orgánica. Nos permite adentrarnos en una historia de humillaciones y envidias artísticas, sentir el terror del hijo hacia la decepción del padre y nos descubre algunos de los instantes de creación del genio. Ahí están la composición de un fragmento del Requiem por un Mozart moribundo y un Salieri desconcertado o la briosa explicación de una pieza de Las bodas de Fígaro ante el emperador. La bronca de la suegra se eleva hasta convertirse en el Aria de la Reina de la Noche y el Lacrimosa del Requiem es el único cortejo fúnebre que acompaña al cadáver del inmortal hasta la fosa común. Un momento único.
Sin embargo, la película reserva una secuencia final aún más desoladora. En su manicomio, Salieri avanza en silla de ruedas por el pasillo de los horrores bendiciendo cuerpos mutilados, rostros deformes, miradas desorbitadas, gestos demenciales. Hasta que surge la risa de Dios en la tierra. Cantarina, grotesca y descendente.
Una escena que nos adentra en el leit motiv de la obra de Forman. La rivalidad entre los dos grandes genios:
Píldoras cinetarias: Torturado bis a bis en ‘Redención (Tyrannosaur)’
Arrasó en el último Festival de Sundance y en los British Independent Film Awards, pero a España no llegará hasta el próximo mes de febrero. Redención (Tyrannosaur) está dirigida y guionizada por el hasta ahora actor Paddy Considine, y su historia amarga de dos almas descarriadas hundidas en el fango ha conquistado el corazón de quienes ya la han visto, intentando auparla desde los escalones más bajos de las pequeñas producciones.
Visionado: ‘El topo’, de Tomas Alfredson. ‘El desencanto de un espía retirado’
George Smiley no es un espía al uso. Fue enviado a una ‘prejubilación’ forzada tras haber fracasado en una misión secreta en Hungría, turbio asunto que le convirtió en la vergüenza de la mítica MI6. Smiley es un hombrecillo gris, de pocas palabras, extraordinariamente inteligente, con la actitud algo encorvada. Un tipo, en palabras de John Le Carré, “al que olvidarías inmediatamente”. Así lo concibió su creador, el escritor británico, otrora también espía, y así le da vida un Gary Oldman en auténtico estado de gracia en la película El Topo, del director sueco Tomas Alfredson.
En El Topo, Smiley ha de ‘desenmascarar’ a un traidor, alguien que filtra información a los rusos y que ostenta un cargo de relevancia en las alturas del Circus, designación que recibe el MI6. Calderero, sastre, soldado y espía son los nombres en clave de cuatro individuos, entre los que se mueve la sospecha, aunque ésta también se cierne sobre el propio protagonista. Fuera del sistema, Smiley investigará en las entrañas del servicio secreto en compañía de un joven y astuto agente, el perfecto gentleman británico, Peter Quillam (Benedict Cumberbatch).
El topo nos sumerge en plena Guerra Fría y en la primera línea de fuego de aquella época de incertidumbres donde los combatientes se encontraban, principalmente, entre las filas de los servicios secretos. Podría haber sido una película de acción, pero se trata de un filme a puerta cerrada; la mayor parte del metraje transcurre en despachos taciturnos porque esa es la historia que quería contar un escritor que siempre anduvo más preocupado por el perfil humano y el viaje interior del ‘antihéroe’ que por las tramas complejas y ‘clasificadas’ en las que se desenvolvía. Y que, por cierto, siempre han sido fascinantes. En El Topo, los personajes adquieren relieve gracias a sus contradicciones y a sus debilidades, a sus frustraciones, traiciones y deseos ocultos. Hay también mucho de Le Carré en el pilar central de la película: su visión desencantada y viciada del mundo del espionaje y, por supuesto, de la naturaleza humana.
Sin embargo, Alfredson no se limita a ser un mero intérprete de la cosmovisión del escritor. Tampoco adopta una actitud complaciente siguiendo la estela de la célebre serie que preparó la BBC, Tinker, Tailor, Soldier, Spy (John Irving, 1979), sobre la novela de Le Carré y donde Sir Alec Guinness interpretaba magistralmente a Smiley. Más allá de contribuir a la eficacia de la narración, el director sueco también deja su impronta en la película con ciertos recursos estilísticos que refuerzan el misterio que envuelve a los personajes y, sobre todo, la tensión del argumento. Especialmente efectiva resulta esa cámara alejada de los protagonistas, en ciertos momentos cumbre de intercambio de información, un distanciamiento forzado que produce nerviosismo, cierta sensación agorera de descontrol y de peligro. Ahí está también la sabia elección de la textura densa de la fotografía, donde las imágenes juegan con los claroscuros, son claustrofóbicas, atmósferas cargadas donde parece ahogarse hasta la ceniza de las colillas. Mantiene una estética deliberadamene añeja, como si las secuencias se hubieran proyectado, precisamente, desde una televisión de los años setenta.
El plantel de actores es, en sí, un espectáculo. Encontramos a los solventes y misteriosos Clarán Hinds (Bland; soldado) y Toby Jones (Alleline; calderero), a un inquietante y seductor Colin Firth (Bill Haydon; sastre) así como aun intermitente John Hurt (Control), quien a pesar de contar con escasos minutos en pantalla, deja una huella indeleble. Como sorpresa, descubrimos a un joven actor que aparece en pantalla con fuerza y sin dejarse intimidar por los pesos pesados que le acompañan, Benedict Cumberbatch.
Sin embargo, El Topo es la película que nos muestra a Gary Oldman, de nuevo, encarnando a un protagonista. Un actor que tenía el papelón de estar a la altura de la interpretación que hizo del complejo Smiley Sir Alec Guinness, pero que supo encontrar su propio camino, el matiz perfecto que le da otra vida. Alfredson dice que el actor trabajó tan esforzadamente que en muchas de las escenas fue capaz de “expresar todo lo que quiere decir el personaje sirviéndose solo de la nuca”. Y es completamente cierto: es una nuca que respira tensión y que desconfía.