‘Dirty Dancing’, de Emile Ardolino: ‘Baila y empieza a vivir’ vs ‘La danza del patito feo’

BAILA Y EMPIEZA A VIVIRHay una génesis en el fenómeno que supuso esta película, y de la que es imprescindible partir para analizarla: el baile. Si no te gusta bailar, si no se te van los pies cada vez que escuchas algo (malo o bueno, pero con cierto ritmo), si no te escalofría el compás de un buen mambo, una balada sesentera, o un great hit de los ochenta, no tienes nada que hacer con Dirty Dancing. Y aún así, su poso en la memoria colectiva de dos generaciones es más que evidente, hasta hoy. Porque en 1987 había menos cine y menos donde elegir, sí, pero el público sabía dónde clavaba su estaca y dónde no. Hoy es fácil renegar de esta pieza tan comercial como simbólica, pero siempre nos preguntamos cómo es posible que una película que hablara de algo tan lejano a las clases medias como los lugares de vacaciones de los ricos de los años 60 que nunca vimos, las canciones que nunca escuchamos, o las moralidades estadounidenses sobre el paternalismo y las normas sociales, tuviera tanto éxito. Y es porque fue una buena película que el italo-americano Emile Ardolino (director un año después de la estupenda comedia El cielo se equivocó, por cierto) puso ante el mundo con más miedo que otra cosa.
Un sorprendente Patrick Swayze en el papel del rudo bailarín profesional Johnny Castle y una desconocida Jennifer Grey como la ingenua y bondadosa adolescente Francis ‘Baby’ Houseman, fueron el dúo protagonista de esta historia de amor imposible. Ella llega de vacaciones con su familia a un elitista balneario agarrada a la mano de su padre y referente moral, y comienza a despertar al mundo de lo supuestamente prohibido entre el bamboleo de los primeros bailes de Johnny. Para poder ayudar a una de las bailarinas, se ofrecerá a sustituirla en un mambo con el protagonista, hecho que desencadenará otros muchos y que marcará el descubrimiento de la doble moral de su padre, autoritario, contradictorio e intolerante. Así bailará y así empezará a vivir.
Planteamientos simplones aparte, la magia de la película está en el magnético poder de Swayze y en la forma en que el público se enamoró de la levemente agraciada Grey. Entre sus fotogramas de drama romántico, el proceso en el que él la enseña a bailar y muchas de las frases de este filme han pasado al imaginario común con una fuerza lo suficientemente renovadora como para competir con Pretty Woman y Cadena perpetua en proyecciones seguidas en televisión. Lo más curioso es que la química entre los dos protagonistas es tremendamente conmovedora, incluso en lo descafeinado del terreno sexual, por lo perfecto de sus interpretaciones, sobre todo con las miradas, con los gestos, con sus desencuentros nunca conseguidos.
Actuaciones aparte, es posible que la banda sonora sea una de las más desconcertantes que jamás hemos escuchado. Mambo, cha-cha-chá y merengue se entrecruzan con alguna que otra horterada ochentera, reservando las mejores escenas para las mejores canciones: los créditos con Be My Baby de The Ronettes abren paso a un inmejorable catálogo de temas inolvidables como Do You Love Me, de The Contours; In the Still of the Night, de The Five Satins; Love Man y These Arms of Mine, de Otis Redding; y Will You Love Me Tomorrow, de The Shirelles (nuestra favorita). Mención aparte, por supuesto, para el tremendo y oscarizado éxito del tema I,ve Had the Time of my Life, interpretado por Bill Medley y Jennifer Warnes, así como She,s Like the Wind, la ñoña pero inspirada cancioncilla que el Sr. Swayze compuso y cantó para la película.
Aunque se pasean por esta historia algunos secundarios nada desdeñables como la bailarina profesional Cynthia Rhodes (en el papel de Penny) y el veterano Jerry Orbach (el padre de Baby), queremos terminar brindando las últimas palabras de este post a sus dos protagonistas. Primero a la escondida y adorable Jennifer Grey, que echó a perder su carrera tras una rinoplastia tan innecesaria como mal hecha que le cambió el rostro por completo y a la que solo se puede ver de vez en cuando en algún programa o serie de televisión estadounidense. Y, por último, al mítico Patrick Swayze: con mayores o menores dotes de interpretación, este guapísimo actor levantó pasiones desde la estupenda Rebeldes, de Coppola, pasando por la serie Norte y Sur, y las inolvidables Ghost, Wong Foo o Donnie Darko, y demostró al final de su vida, mientras actuaba en la serie The Beast con un cáncer terminal, que era, por encima de todo y como en sus sucios bailes, un gran luchador.A él dedicamos este post.
LA DANZA DEL PATITO FEODirty Dancing: Dícese de aquella película en la que una jovencita inteligente (Jennifer Grey), un patito feo, pero perfectamente equipado con belleza en su interior, enamora a un macarra, tirando a guaperas y con cuatro luces en la cabeza (Patrick Swayze). Pero eso sÍ, de buen fondo. En lugar de comer perdices, se marcan un mambo y… eso es todo, amigos. Millones de muchach@s, en edad de merecer, quedaron fascinad@s en los tardíos 80 con una película que les venía a decir que por muy miserables que fueran sus vidas y muy invisibles sus encantos, en algún momento podría llegar hasta ell@s un príncipe o princesa azul o, en su defecto, un bailarín/a ‘quita penas’ capaz de darle la vuelta a su ‘tortilla emocional’.

Sospechamos que en esta ilusión pueril y, no en otra cosa, radica el tirón de una película que barrió en taquilla y que, aún hoy, sigue teniendo su público, aunque a muchos este fenómeno nos suene a ciencia-ficción.

La película transcurre en unos años 60 muy ‘descolocados'; en un limbo raro, a caballo entre la época post Kennedy (porque nos lo cuentan) y los 80 (porque es el ambiente que se respira y ésa es completamente su estética). En ella, Baby, una niña bien contestona y activista de ninguna causa en concreto, se siente atraída por los bajos fondos y sus gentes, los trabajadores de una especie de campamento de alto standing, donde está veraneando con toda la familia. Por las noches presencia cómo se divierten los empleados bailando tórridamente y decide interactuar con ellos, a modo de rebeldía doméstica.
Solucionará ‘marrones’ con dinero de papá y con buena voluntad tomará clases de baile junto a Johnny, el bailarín oficial del complejo turístico, para cubrir la baja de una empleada del resort, en estado de buena esperanza. Con el aprendizaje, en apenas unos días se habrá convertido en toda una profesional, con algún que otro paso en falso, y habrá enamorado apasionadamente al galancete de turno. O eso es al menos lo que toca imaginarnos por la propia lógica de un argumento completamente trillado y que no aporta nada nuevo bajo el sol. Si tuviéramos que dejarnos llevar por las señales que nos mandan las limitadas interpretaciones de los dos protagonistas principales (Patrick Swayze y Jennifer Grey), no sabríamos muy bien si estamos frecuentando una revisión paródica, con calentadores y cardados, de Love Story o ante un capítulo más de un culebrón venezolano.
Sin embargo, si hay algo que realmente nos ha dejado huella en este largometraje son las frases que buscan, a toda costa, conferirle cierto calado dramático a la película. “Vienes del arroyo y te seducen las mujeres”, “Los ricos son ricos y despreciables” o “Baby, no dejaré que nadie te arrincone”, son algunas de las perlas que adornan un guión infumable cuya mayor virtud son los momentos en los que deja de percibirse su existencia porque da pie al espectáculo musical. Y es que todo hay que reconocerlo, cuenta con una banda sonora llena de maravillosos hits de los 60 y unas coreografías buenas y elaboradas. Siempre dispuestas a acudir en rescate de un guión falto de imaginación y torpe en sus diálogos.Nos pasa con esta película como con Grease, que estamos seguros de que todo el mundo la ha visto. Así que ahí va el final:

Visionado: ‘La chispa de la vida’, de Álex de la Iglesia. ‘El indignado del hierro en la nuca’

tres estrellas


Siempre es bueno acudir al cine haciéndote una ligera idea de lo que vas a ver. Solo ligera. Lo mínimo: el director, los actores y el argumento. Y si hay tiempo e interés, conociendo alguna que otra crítica, mejor de allegados que de eruditos. Así, independientemente de que te guste o no la película, te sentirás menos engañado en caso del repudio a lo visionado, y más gratificado (e incluso orgulloso de tu buen gusto en la elección) si la experiencia ha sido positiva. El nuestro es el segundo caso, que todavía desencantados con la historia sin pasión que nos dejó tristemente decepcionados en Balada triste de trompeta y con la chabacanada de Crimen ferpecto, ya no sabíamos en qué punto estaba nuestra relación con Álex de la Iglesia, aquel al que debemos buena parte de nuestra cinefilia.
Pero acertamos. La chispa de la vida pone ante el espectador lo que busca su propia denominación: espectáculo. Pone un héroe, un mártir, un hombre en quien descargar toda la hipocresía, morbo y desaliento de la sociedad actual: Roberto (José Mota). Pone un escenario de tragedia griega donde podamos contemplar su agonía: el circo romano de Cartagena. Pone la fotografía rápida y apresurada de los males que recorren los intestinos de este país, en pleno proceso de pérdida de conciencia: la televisión, los bancos, el periodismo, la publicidad, la política, el dinero, el poder. El bilbaíno se recrea en un retrato social a marchas forzadas, donde todo se mueve a ritmo vertiginoso y sin piedad, en la que quizás sea la película más sucia, más oscura y menos humorística del cineasta, junto con la estupenda Los crímenes de Oxford.
Lo más interesante es que pese a su locura narrativa, propia de su estilo, al final lo que vemos es un cuadro. El de Roberto, publicista en paro, creador hace décadas del eslógan más famoso de Coca-Cola, humillado y maltratado en la actualidad, que tras sufrir un accidente se queda incrustado en la platea del circo romano con un hierro clavado en la nuca. Esa es la foto fija del mártir, a su manera crucificado, sin poder moverse, mientras circulan ante él vigilantes de seguridad, médicos, periodistas, representantes improvisados, ofertas de entrevistas, y sobrevuelan helicópteros y comienza el circo del mundo, el de El gran carnaval de Billy Wilder. Él, el indignado del hierro en la nuca, protagonista y feliz de poder vender su agonía final al mejor postor, y dejar de sentir que su vida no ha valido para nada.
Se trata de un planteamiento y de un guion simple y moralista, pero eficaz, y enriquecido con un reparto coral de interpretaciones sorprendentes, comenzando por el propio José Mota, algo acartonado al principio pero demostrando después su vis trágica muy por encima de lo que podemos esperar de un gran cómico. Junto a él todo el rato, su mujer, interpretada por una Salma Hayek absolutamente perfecta, lineal y coherente. Y pululando a su alrededor, el vigilante-amigo (incondicional Manuel Tallafé), su representante (un Fernando Tejero que por fin no hace de sí mismo), el alcalde de la ciudad (Juan Luis Galiardo de pelele mezquino), la directora del museo (Blanca Portillo entre dos aguas), un médico impotente (Antonio Garrido, siempre bienvenido), un antiguo compañero enviado a la redención (Santiago Segura, otro incondicional), una periodista con sentimientos (mucho mejor Carolina Bang que en Balada triste), un magnate televisivo con un maletín que decidirá el final de la película (Juanjo Puigcorbé); así como el divertido cameo del cineasta Nacho Vigalondo.

Aunque también en esta película su protagonista aparezca colgado de un monumento (seña icónica del cine del bilbaíno), sabemos que todavía queda mucho (si acaso esos días no se esfumaron) para que volvamos al costumbrismo más negro con el que Álex de la Iglesia hizo escuela en España, y que nos dejó perplejos en El día de la Bestia, Perdita Durango, 800 balas o La comunidad. Pero no por ello vamos a echar a la hoguera una película eficaz, bienintencionada, sensata, rodada con pulso y sentimientos, y con un mensaje final que nadie se va a creer pero que a todos nos gustará mirar. Con poca o mucha dignidad, y sin hierros en la nuca, todos somos mártires de algo, y veremos ese algo nuestro en algún lugar del circo en el que Roberto se inmola.

Atado en corto: ‘Matar a un niño’, de los hermanos Alenda: ‘Fotos del fin de un mundo’

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Nominado a los Goya como Mejor Cortometraje de Ficción. Un conjunto de imágenes fijas, primero lentas y luego aceleradas conforman esta pequeña historia de los hermanos César Esteban Alenda y José Esteban Alenda, los autores del magnífico El orden de las cosas. Matar a un niño es una breve mañana de domingo, es el sueño de un pequeño héroe por navegar sobre un lago, es un reloj que se paraliza, es un triángulo de hechos concatenados que desembocan en una tragedia. Y es un trabajo magistral lleno de sensibilidad y sorprendentes interpretaciones, teniendo en cuenta que estamos ante un retrato de gestos, recogidos con una sensibilidad espeluznante.
El niño Roger Princep (impresionante como sigue marcando su infantil talento tras El orfanato) protagoniza este cuento trágico acompañado de Cristina Marcos y Roger Álvarez, y narrado por Manolo Solo. Le deseamos mucha suerte en los Goya, pese a la enorme calidad de sus competidores: El barco pirata, de Fernando Trullols; El Premio, de Elías León Siminiani; y Meine Liebe, de Ricardo Steinberg y Laura Pousa.
Antes de su visionado, os dejamos la sinopsis que adelanta el cortometraje: “Es domingo. Es el despertar feliz de un día desgraciado. A las diez en punto, un niño feliz va a morir”.

‘Drive’, de Nicolas Winding Refn. ‘Icónico y hechizante retro-thriller’

 

cuatro estrellas


Unos títulos de crédito en rosa neón sobre vistas panorámicas nocturnas de Los Ángeles y una apertura musical moderna pero con arreglos de hace dos décadas son la primera pista para saber entrar en esta interesante película del cineasta danés Nicolas Winding Refn, que se llevó el Premio al mejor Director en el último Festival de Cannes. En todo un homenaje al cine de acción de los años ochenta (“esas películas con coches y chicas, que en realidad eran una mierda”, como dice uno de los personajes) asistimos a la historia de un icónico driver (Ryan Gosling) mecánico de profesión, que se dedica también a estrellar coches en escenas de acción para el cine y a pilotar fugas de ladrones.

El control de la historia es de su protagonista. Desde la primera y problablemente la mejor escena de la película (su trabajo como chófer de ladrones) Gosling dota a su personaje de toda la iconicidad necesaria para que lo necesitemos a cada momento: sobrio, callado, hierático, con los ojos tristes, con un mondadientes y una bomber plateada con un escorpión a la espalda (nos comenta una amiga fashionista que esta cazadora se está poniendo de moda), que porta con toda la elegencia de los héroes estilo Steve McQueen en Bullit, Clint Eastwood en Harry El Sucio o un Travis de Taxi Driver menos tarado de lo que parece. Porque aunque él no es policía ni taxista, la entrada en su vida de su vecina Irene (dulcísima Carey Mulligan) posibilitará que vayamos descubriendo el trasfondo justiciero de este personaje, entre la atosigante narración bipolar de la película: silencios, tensión y un romanticismo en voz baja (la escena del ascensor es insuperable), se entrecruzan con escenas de acción y de violencia de una exquisitez pocas veces vista.

Es algo que contagia a sus personajes, a la dirección y al guion. Por un lado, Gosling, nuestro chico de moda, y al que estamos deseando ver en Los idus de Marzo, de George Clooney, está absolutamente perfecto en su papel de héroe contenido. Contad las veces que pestañea. La réplica de la adorable Mulligan (sin superarse tras An Education, eso sí) es magnífica, y la aparición de Christina Hendricks (la Joanny de Mad Men) y del carismático Ron Perlman (el Hellboy de Guillermo del Toro y el Salvatore de El nombre de la rosa) ayudan a su buena factura. Por otro, la dirección de Refn, desquiciante en algunas escenas, compensa en otras a base de primeros planos contrapicados y argucias scorsesianas que nos meten por las malas calles, mafiosidades y nocturnidades de lo que al final no deja de ser una triste historia. 
Tenemos  que admitir que salimos especialmente fascinados con la música. Tanto con las piezas electrónicas originales de Cliff Martínez (ex Red Hot Chili Peppers que ya musicó Traffic) como con el tema de arranque, Nightcall, del autor francés Kavinsky, y con la hipnótica Under Your Spell, de Desire. Pero por encima de todas, y tras un trasfondo musical perfectamente ensamblado en la narración, con composiciones de Brian Eno, entre otros, nos quedamos con el tema A Real Hero, de Collage junto a Electric Youth, una maravilla electrónica y hechizante que acompaña al driver protagonista, y le ayuda pilotar su coche hasta el final.
Sin embargo, y pese a todas estas virtudes, la historia disfruta o padece (según quien observe) de ese corte supuestamente indie que tanto gusta en los últimos años, y que se regodea entre ambientes oscuros, silencios alargados más de lo necesario, y comportamientos extraños, intentando conseguir un clima que huele a Crash pero que no llega. Es como un hechizo sin huella. Sabe a buen cine, es honesta, entretenida, como decíamos icónica, pero no nos dejó alucinados. Probablemente tampoco era ese su objetivo, y por eso, pese a estas últimas y leves pegas, la rescatamos de entre lo mejor de 2011. 

 

La prueba de todo ello la tenemos en el tráiler. Fue denunciado por publicidad engañosa debido a que, como comprobaréis, parece una nueva entrega de Fast and Furious. Ni por asomo. Nunca dos minutos engañaron tanto.

A continuación el mencionado tema A Real Hero, de Collage junto a Electric Youth. Brillante.

‘Amadeus’, de Milos Forman. ‘En nombre de los mediocres’ vs ‘La licencia poética mató al genio’

EN NOMBRE DE LOS MEDIOCRES

– “Todos los hombres son iguales ante los ojos de Dios”
– “¿Lo son?”

El desafío queda en el aire. La pregunta del italiano, Antonio Salieri, con respuesta: toda una película, Amadeus (1984) que es en sí una obra maestra del checo Milos Forman. El cineasta orquesta una compleja ópera cinematográfica para contar, a través de un largo flashback, la historia de odio y devoción que sintió Antonio Salieri (F. Murray Abraham), un compositor brillante, hacia Wolfang Amadeus Mozart (Tom Hulce). Salieri reconoce en el genio de Mozart la inmortalidad que anhela para su propia obra y decide exterminarla. Poco importa que el austríaco sea un hombrecillo presuntuoso, infantil, un personaje que no muestra talento alguno para poner en orden una vida en eterno estado de caos y ruina. Salieri tiene el don de comprender que la razón de la existencia del brillante compositor se encuentra en otra dimensión. Y le envidia.

Salieri es un personaje que produce un enorme impacto en la imaginación de los espectadores. El italiano se rebela y reta a un Dios sin sentido de la justicia, tan irónico, que en realidad no existe, sin embargo cree ciegamente en él porque le justifica. Quizás así puede olvidar que se encuentra desamparado ante su propia naturaleza. Salieri se autoproclama el “santo patrón de los mediocres del mundo” y “nos absuelve” intentando matar al genio que siempre inquieta, el que recuerda la triste condición de todo aquel que alguna vez se estremeció al sentir la belleza de una obra artística y comprendió que nunca podría crear algo semejante. Dio voz a un sentimiento universal y sin época.
No está de más decir algo que todo el mundo ya sabe. La película no es un biopic al uso. Está basada en una obra de teatro del británico Petter Shaffer. Salieri no era tal medianía sino un autor brillante con éxito en su época y perfectamente recordado hoy por los amantes de la música clásica. Tampoco hay rigor histórico a la hora de afirmar que Salieri provocara, de alguna manera, la muerte de Mozart. Pero a quién le puede importar si es ficción o fue realidad ante el soberbio espectáculo cinematográfico que tenemos delante. La vida y la figura de Mozart son tan grandes, resultan tan provocadoras que cualquier fantasía sobre su vida se merece un hueco en nuestra frágil memoria.
Amadeus cuenta con un guion complejo compuesto de secuencias minuciosamente construidas. Desde los pequeños ‘divertimentos’, repletos de un humor fino, en los que el emperador y su corte de maestros italianos se encuentran con Mozart, al poderoso arranque inicial donde el rostro agonizante de Salieri se funde con la arrebatada, bellísima e insolente Sinfonía Número 25. Pocas veces hemos encontrado en una película una dirección artística y una fotografía más elocuentes que las de Amadeus. Buena muestra de ello son las atmósferas logradas de una época idealizada, el vestuario y los decorados barrocos, con sus anacronismos llenos de encanto, y  la iluminación habitada por los contrastes. Toda la reconstrucción resulta apasionante. Desde la fiesta colorista y ebria de disfraces, pasando por el delirio visual de la puesta en escena de La Flauta Mágica a la oscuridad negra de ultratumba, envuelta en llamaradas, de la representación de Don Giovanni. Momento cumbre de la película, pues da paso a la locura. Empieza la venganza de Salieri: una misa para muertos, un pacto sin diablo que se firma al calor de un crucifijo que arde.

En la película, imagen y música se unen hasta lograr una perfecta simbiosis orgánica. Nos permite adentrarnos en una historia de humillaciones y envidias artísticas, sentir el terror del hijo hacia la decepción del padre y nos descubre algunos de los instantes de creación del genio. Ahí están la composición de un fragmento del Requiem por un Mozart moribundo y un Salieri desconcertado o la briosa explicación de una pieza de Las bodas de Fígaro ante el emperador. La bronca de la suegra se eleva hasta convertirse en el Aria de la Reina de la Noche y el Lacrimosa del Requiem es el único cortejo fúnebre que acompaña al cadáver del inmortal hasta la fosa común. Un momento único.

Sin embargo, la película reserva una secuencia final aún más desoladora. En su manicomio, Salieri avanza en silla de ruedas por el pasillo de los horrores bendiciendo cuerpos mutilados, rostros deformes, miradas desorbitadas, gestos demenciales. Hasta que surge la risa de Dios en la tierra. Cantarina, grotesca y descendente.

Una escena que nos adentra en el leit motiv de la obra de Forman. La rivalidad entre los dos grandes genios:

LA LICENCIA POÉTICA MATÓ AL GENIO

 

 

Es una pena que la imagen más extendida que existe de uno de los artistas más sobresalientes de la Historia sea la ofrecida por el personaje absurdo e inhumano que representa a Mozart (Tom Hulce) en Amadeus, de Milos Forman. Sobre todo teniendo en cuenta que Wolfang Amadeus Mozart fue un artista enormemente disciplinado. Trabajó mucho y de manera concienzuda para alcanzar la genialidad en sus obras. El ‘elegido por Dios’ para “cantar a un mundo asombrado” tenía un gran oído y una gran memoria musical, pero no dejaba de ser un hombre que se esforzaba.
 
Según se dice, entre Salieri (F. Murray Abraham) y Mozart tampoco existió una rivalidad enconada y manifiesta más allá de algunos roces, por así decirlo, domésticos, ciertos celos artísticos que no llegaron a mayores. El supuesto deseo que albergaba Salieri de asesinar a Mozart se atribuye, en realidad, a un cotilleo que fue alimentado primero, por las fantasías que, cercano a la muerte, encendían la imaginación del austríaco, quién llegó a creerse envenenado por los italianos de la corte de José II. Pero también, según se dice, por un Salieri moribundo que, trastornado, se acusaba a sí mismo de haber propiciado el final del compositor de Salzburgo. En buena medida, obsesionado porque se había extendido el rumor de la acusación de Mozart. Los historiadores rechazan de plano la existencia del intento de asesinato. Pero el delirio se hizo chisme, hizo mella en el ánimo de un viejo enajenado y se extendió como la pólvora hasta caer en manos de otros creadores con talento. Inspiró, entre otras, una obra de Pushkin (Mozart y Salieri, 1830), una ópera del mismo nombre de Rimsky Korsakov (1897) y la pieza teatral de Shaffer (1979). Hoy, el impulso homicida de Salieri es una verdad colectiva que comparten millones de personas, fascinadas por la historia contada en el film de Milos Forman.
 
No somos unos puristas defensores del rigor histórico en la ficción, simplemente manifestamos nuestra decepción al comprobar cómo la realidad, la grandeza de un hombre, que se entregó en cuerpo y alma a un oficio, la creación musical, queda difuminada para una mayoría por obra y gracia de la forma artística más universal de la historia, el cine.
 
El film de Milos Forman pretende clasificar a los hombres en dos grandes categorías: la del genio y la del mediocre, o mejor dicho, el genio frente a la gran masa de mediocres en la que se ahoga el común de los mortales. Un discurso pueril que parece no haber superado las inseguridades de la adolescencia. Aunque el personaje de Salieri diera con sus huesos en un manicomio, en cierto modo, por sostener hasta las últimas consecuencias esta visión deprimente de la realidad, Peter Shaffer, el autor de la obra de teatro en la que se basa la película, no puede ocultar que cree fervientemente en esta lucha de antagonistas que de algún modo ha dado impulso a la historia.
 
Tom Hulce fue nominado al Oscar por una interpretación que es un solemne despropósito. Ofrece un repertorio antológico de muecas forzadas y un insostenible acento de las Américas del Norte muy poco apropiado para un hijo del viejo continente. Hay demasiada caricatura en la composición de los personajes de Mozart y de Salieri. Sin embargo, mientras Hulce lleva a la última expresión su interpretación manierista, F. Murray Abraham hace lo propio, pero de un modo magistral y totalmente convincente. ¿Por qué resulta así? Es un misterio insondable, quizás entre ambas interpretaciones exista la distancia que hay entre el talento y el genio. En cualquier caso, Murray Abraham sí logró el reconocimiento: la preciada estatuilla.
 
Amadeus ganó otros siete Oscar de Hollywood, consolidó la brillante trayectoria de Forman en Estados Unidos y fue un rotundo éxito comercial. Casi treinta años después de su producción, sigue resultando una obra cautivadora que no ha caído en el olvido. Y la imagen que nos deja de Mozart, la voz de Dios en la tierra, se mantiene como una realidad cómoda y fácilmente etiquetable en nuestra memoria, siempre celosa de sus mitos.
 
Como siempre, un casi SPOILER para finalizar. Pero es que es una maravilla de la Historia del Cine. Cómo sale de la cabeza de Mozart (y vamos escuchando) la misa de muertos, mientras va muriendo:

Píldoras cinetarias: Torturado bis a bis en ‘Redención (Tyrannosaur)’

Arrasó en el último Festival de Sundance y en los British Independent Film Awards, pero a España no llegará hasta el próximo mes de febrero. Redención (Tyrannosaur) está dirigida y guionizada por el hasta ahora actor Paddy Considine, y su historia amarga de dos almas descarriadas hundidas en el fango ha conquistado el corazón de quienes ya la han visto, intentando auparla desde los escalones más bajos de las pequeñas producciones.

La opera prima de Considine (al que recordaréis por sus interpretaciones en 24 Hours Party People o en Cinderella Man, entre otras muchas) cuenta nada más y nada menos que con el escocés Peter Mullan en el papel protagonista de hombre devastado, sin moral y al filo de la frontera con la muerte, en pleno bis a bis de sabores agrios y torturados con una fabulosa y aclamada Olivia Colman.
Para hacer más amena la espera de esta pareja aferrándose a un muro escarpado de supervivencia, os dejamos el tráiler en español, recién salido del horno, y esperamos que su corte indie no la deje reposando en las salas más escondidas de nuestro país.

Visionado: ‘El topo’, de Tomas Alfredson. ‘El desencanto de un espía retirado’

 

tres estrellas


George Smiley no es un espía al uso. Fue enviado a una ‘prejubilación’ forzada tras haber fracasado en una misión secreta en Hungría, turbio asunto que le convirtió en la vergüenza de la mítica MI6. Smiley es un hombrecillo gris, de pocas palabras, extraordinariamente inteligente, con la actitud algo encorvada. Un tipo, en palabras de John Le Carré, “al que olvidarías inmediatamente”. Así lo concibió su creador, el escritor británico, otrora también espía, y así le da vida un Gary Oldman en auténtico estado de gracia en la película El Topo, del director sueco Tomas Alfredson.

En El Topo, Smiley ha de ‘desenmascarar’ a un traidor, alguien que filtra información a los rusos y que ostenta un cargo de relevancia en las alturas del Circus, designación que recibe el MI6. Calderero, sastre, soldado y espía son los nombres en clave de cuatro individuos, entre los que se mueve la sospecha, aunque ésta también se cierne sobre el propio protagonista. Fuera del sistema, Smiley investigará en las entrañas del servicio secreto en compañía de un joven y astuto agente, el perfecto gentleman británico, Peter Quillam (Benedict Cumberbatch).

El topo nos sumerge en plena Guerra Fría y en la primera línea de fuego de aquella época de incertidumbres donde los combatientes se encontraban, principalmente, entre las filas de los servicios secretos. Podría haber sido una película de acción, pero se trata de un filme a puerta cerrada; la mayor parte del metraje transcurre en despachos taciturnos porque esa es la historia que quería contar un escritor que siempre anduvo más preocupado por el perfil humano y el viaje interior del ‘antihéroe’ que por las tramas complejas y ‘clasificadas’ en las que se desenvolvía. Y que, por cierto, siempre han sido fascinantes. En El Topo, los personajes adquieren relieve gracias a sus contradicciones y a sus debilidades, a sus frustraciones, traiciones y deseos ocultos. Hay también mucho de Le Carré en el pilar central de la película: su visión desencantada y viciada del mundo del espionaje y, por supuesto, de la naturaleza humana.

Sin embargo, Alfredson no se limita a ser un mero intérprete de la cosmovisión del escritor. Tampoco adopta una actitud complaciente siguiendo la estela de la célebre serie que preparó la BBC, Tinker, Tailor, Soldier, Spy (John Irving, 1979), sobre la novela de Le Carré y donde Sir Alec Guinness interpretaba magistralmente a Smiley. Más allá de contribuir a la eficacia de la narración, el director sueco también deja su impronta en la película con ciertos recursos estilísticos que refuerzan el misterio que envuelve a los personajes y, sobre todo, la tensión del argumento. Especialmente efectiva resulta esa cámara alejada de los protagonistas, en ciertos momentos cumbre de intercambio de información, un distanciamiento forzado que produce nerviosismo, cierta sensación agorera de descontrol y de peligro. Ahí está también la sabia elección de la textura densa de la fotografía, donde las imágenes juegan con los claroscuros, son claustrofóbicas, atmósferas cargadas donde parece ahogarse hasta la ceniza de las colillas. Mantiene una estética deliberadamene añeja, como si las secuencias se hubieran proyectado, precisamente, desde una televisión de los años setenta.

El plantel de actores es, en sí, un espectáculo. Encontramos a los solventes y misteriosos Clarán Hinds (Bland; soldado) y Toby Jones (Alleline; calderero), a un inquietante y seductor Colin Firth (Bill Haydon; sastre) así como aun intermitente John Hurt (Control), quien a pesar de contar con escasos minutos en pantalla, deja una huella indeleble. Como sorpresa, descubrimos a un joven actor que aparece en pantalla con fuerza y sin dejarse intimidar por los pesos pesados que le acompañan, Benedict Cumberbatch.

Sin embargo, El Topo es la película que nos muestra a Gary Oldman, de nuevo, encarnando a un protagonista. Un actor que tenía el papelón de estar a la altura de la interpretación que hizo del complejo Smiley Sir Alec Guinness, pero que supo encontrar su propio camino, el matiz perfecto que le da otra vida. Alfredson dice que el actor trabajó tan esforzadamente que en muchas de las escenas fue capaz de “expresar todo lo que quiere decir el personaje sirviéndose solo de la nuca”. Y es completamente cierto: es una nuca que respira tensión y que desconfía.

El trailer de El Topo imprime un ritmo al planteamiento de la trama que nada tiene que ver con el real de la película, mucho más acertado. Entendemos que son cosas del formato. Sin embargo, ofrece la oportunidad de disfrutar de otra asombrosa banda sonora de Alberto Iglesias.

 

 
No hemos podido resistir la tentación de mostrar otro trailer de otros tiempos. Esta vez pertenece a la serie de la BBC Tinker, Tailor, Soldier, Spy.