Píldoras cinetarias: Pensando en los Oscar 2012. Hagan sus apuestas.

Tampoco falta tanto. Ya sabemos que un regresado Billy Crystal será el encargado de presentar la próxima gala, después del lío montado con el que fue primer candidato, Eddie Murphy. De cualquier forma, tan solo queremos olvidar la sosería con la que nos deleitaron el año pasado, con su falta de física y química, James Franco y Anne Hathaway. Basta con que salga un solo dato a la luz de la próxima gala de los Premios Oscar de la Academia de Hollywood para que los quinielistas mundiales no pierdan un segundo en hacer las primeras predicciones. Ha habido años en que asombrosamente estos primeros filtros se han convertido después en un palmarés calcado de nominaciones, y otros en que no han dado ni una.
En España nos da un poco igual, porque jugamos con desventaja. Normalmente y salvo casos excepcionales, la mayoría de las películas nominadas en las categorías principales se apelotonan en estrenos entre enero y febrero, formando en nuestra cabeza una amalgama de imágenes a veces imposible de analizar con conocimiento de causa. Sobre todo teniendo en cuenta que poco antes tenemos los nuestros, los Premios Goya, en los que, en menor medida, a veces pasa tres cuartos de lo mismo.
Pese a ello, hemos querido darnos un paseo por la rumorología cinéfila, porque de todas formas, es verdad que tales tómbolas nos sirven para ir conociendo la que se avecina de estrenos, muchos de ellos grandes éxitos en potencia y ya con fecha de llegada a nuestro país, y nunca está de más marcarse en el calendario los que más nos llamen la atención. Que al final nos gustarán o no, se lleven premios o no.
Os dejamos a continuación una relación que hemos realizado por recuento democrático de mayoría y también por deseo (a partes iguales), sobre las seis películas que podrían llegar a la categoría de Mejor Película. Nosotros no apostamos, por si acaso, que de oráculo tenemos poco, pero ahí quedan:
1. El árbol de la vida, de Terrence Malick. Ya la hemos analizado aquí y sabemos que no es una peli al uso. Llegará a los Óscar con retraso y ya con el beneplácito del Festival de Cannes. Pero no es descartable.
2. J. Edgar, de Clint Eastwood. Sí, nuestro maestro de maestros siempre está presente de una manera o de otra, pero, salvo Más allá de la realidad, no para de hacer peliculones, vaya. Si este biopic sobre el fundador del FBI es capaz de superar a Million Dolar Baby y Sin perdón, será que se lo merece.
3. Un dios salvaje, de Roman Polanski. Ésta es de las que son un deseo más que una realidad. Todavía no sabemos dónde se ha quedado el reconocimiento mundial que este director merecía por El escritor. Nunca es tarde.
4. Midnight in Paris, de Woody Allen. Que ya sabemos que no va a ser, porque habrá pasado casi un año desde su estreno y porque es Woody Allen, pero sería un acierto que la Academia de Hollywood eligiera esta obra maestra para reconocer a nuestro neoyorkino preferido, que ha llovido mucho desde Annie Hall.
5. War Horse, de Steven Spielberg. Este señor ya va a acabar por darse los Oscar a sí mismo, pero es que el año que viene, aparte de con este drama, puede meterse en las categorías de animación con la adaptación de Tintín.
6. Extremely Loud and Incredibly Close, de Stephen Daldry. El señor de The Reader, de Billy Elliot y de Las horas, es un imán de nominaciones. Ahora llega con la combinación perfecta: Tom Hanks, un drama, un niño y el 11-S.
Si la curiosidad os pide a voces investigar sobre el resto de hipotéticas nominaciones, os remitimos a dos enlaces: un blog donde se abordan también las posibles nominaciones de interpretación masculina y femenina, y otro donde se realiza un análisis más exhaustivo de cada una de las “oscarizables”, con sus puntos a favor o en contra.

Homenaje: Christoph Waltz. ‘Un virtuoso de la interpretación’

En posición fetal, sobre el suelo, y completamente desolado. Así se quedó el personaje de Cristoph Waltz, Alan Cowan, después de que su mujer, Nancy (Kate Winslet) le arruinara la Blackberry a la que estaba completamente enganchado. La secuencia ‘ocurría’ en la fabulosa encerrona de ficción con la que Roman Polanski vuelve a atraparnos (Un dios salvaje). Nancy le acababa de cortar a su marido el cordón umbilical que le unía al mundo en el que se sentía un tipo importante, un amo del universo con el poder de salvar de la quema la imagen de una gran compañía farmacéutica en apuros. Aislado del exterior, el cínico abogado Cowan, que “habla sin tapujos porque no tiene tiempo para indulgencias” (en palabras del actor sobre su personaje) se muestra vulnerable y a la intemperie, a merced de las otras tres fieras salvajes con las que comparte habitación, borrachera y catarsis, pero por poco tiempo. Lo de Cristoph Waltz, definitivamente, son los contrastes.
Waltz es un actor de los de antes o de los de siempre, no en vano pertenece a la tercera generación de una familia de trabajadores del mundo del espectáculo. Es un actor de los que considera que la interpretación es un oficio que exige dedicación, y mucha, pero en horario laboral, porque luego al personaje hay que dejarlo convenientemente colgado en el perchero antes de entrar en casa. Sigue la escuela del gran Sir Laurence Olivier quien, según cuenta la leyenda, con exquisita educación y fina ironía le aconsejaba a Dustin Hoffman, seguidor a ultranza del Método, que dejara de intentar convertirse en su personaje y se limitara a interpretar (ocurrió durante el rodaje de Marathon Mann). Para nuestro atractivo vienés es un “mito que tengas que permanecer en el personaje todo el rato”: “no creo que tengas que amar a un personaje, lo que sí necesitas es tener conocimiento de cómo hacerlo funcionar”. Una ingeniería artística que, desde luego, domina a la perfección.
Y es así porque Waltz es uno de esos raros milagros que se producen, de vez en cuando, ante las cámaras. Posee el poder de fascinación que ejercen los intérpretes con verdadero carisma, con una facilidad asombrosa para llevarnos por diferentes estados emocionales, para hacernos simpatizar y, al mismo tiempo, odiar a un buen villano, para compartir junto a él, las ganas de desenmascarar al hipócrita impostor con complejo de culpa universal. También es una apuesta segura para darle enjundia artística a personajes que no hay por dónde cogerlos.
Christoph Waltz forjó su carrera en el teatro y en la televisión alemanes y en seguida se granjeó la fama de actor solvente, con el tiempo, brillante. Tarantino le sacó del encasillamiento fronterizo de sus interpretaciones y le presentó al ‘Cazador de Judíos’, al coronel Hans Landa, de Malditos Bastardos, su pasaporte a la fama planetaria. Tarantino quedó completamente asombrado tras la prueba de rodaje que le hizo, había encontrado el alma de su película de nazis, incendiaria y justiciera. Había dado con un tipo con talento y con cuatro idiomas, todo un lujo en el Hollywood de nuestros tiempos. De este modo, Malditos Bastardos abre el telón con un homenaje al ‘espagueti western’, un marco originalísimo y perfecto para que Waltz comience a desplegar su repertorio de artista virtuoso. Landa se presenta como un señor encantador hasta la extenuación, de maneras suaves, cordial, con ramalazos compulsivos, redicho hasta la exasperación, frío en medio de la aparente campechanía y, sobre todo, “consciente de las proezas del ser humano cuando pierde la dignidad”. Sin abandonar las formas, tan sólo con un ligero endurecimiento del gesto, da rienda suelta, al poco tiempo, a la bestia más retorcidamente educada de la historia del cine. En definitiva, y ante su presencia, hemos asistido a 15 minutos de auténtica y exquisita tortura, con los que el coronel logra tirar de la lengua al granjero francés que delata a la familia de judíos que oculta bajo su cabaña.
A partir de Malditos Bastardos le llovieron los premios: Cannes, los Oscar, los Globos de Oro, los Bafta… Multitud de reconocimientos tras los que ha disfrutado de las mieles de Hollywood aupado en una serie de personajes en cintas comerciales de mayor o menor calado. Así, le hemos podido ver en la adaptación de la fantasía hecha viñeta, The Green Hornet (Michel Gondry, 2011), y encarnar al mismísimo Cardenal Richelieu en Los tres mosqueteros (Paul W. S. Anderson, 2011), versión estrambótica y tridimensional, de las hazañas gestadas por Dumas. También sorprendió cuando decidió renunciar al papel de Freud (fue a parar a Viggo Mortensen) en Un método peligroso (David Cronenberg) para acercarse con convicción al alcohólico y tirano August en la insulsa Agua para elefantes (Francis Lawrence, 2011).¿Respondía a un compromiso previo, caprichos del éxito? Quién sabe.
Mientras disfrutamos de su fantástica interpretación en la cinta de Polanski, las últimas noticias le sitúan, en estos momentos, entrando en el territorio del spaguetti wersten. El género que Tarantino se ha empeñado en desempolvar y para ello emprende viaje junto a Waltz y un buen número de estrellas de primera (DiCaprio, Samuel L. Jackson, Jamie Foxx…). Christoph Waltz está encantado. Su papel será el de un cazarrecompensas europeo que enseñará a un esclavo, que logra liberarse de su patrono, el “arte del asesinato”. Otro bombón para este vienés que, afortunadamente, nunca logró superar “ese periodo narcisista de la adolescencia” que le empujó a ser actor.
Internet está plagado de montajes que homenajean al personaje más emblemático de Christoph Waltz, Hans Landa (Malditos Bastardos). Os dejamos con uno de los que más nos han gustado; como telón de fondo, una estupenda versión de Sympathy for the devil, de los Rolling Stones.

Píldoras cinetarias: la censura, un torpe guionista criminal


El pasado mes de octubre nos enteramos de que la actriz iraní Marzie Vafamehr había sido condenada a sufrir en sus carnes 90 latigazos y un año de prisión, confinada en un “antiguo gallinero” sin las más mínimas condiciones de higiene. Su delito: haber sido la protagonista de My Tehran for sale (2009), una cinta de la poetisa y ahora cineasta Granaz Moussali. Es todo un canto a la libertad frustrada en un país donde se pisotean los derechos humanos y aquella expresión artística que, al no comprenderse, siempre es sospechosa de subversión. La cinta, prohibida en el país, sigue siendo todo un éxito hoy en día en el mercado negro y en los circuitos internautas, lo que la ha convertido en una amenaza de dimensiones planetarias para el establishment iraní.

Junto a Marzie Vafamehr fueron detenidos varios miembros del equipo que trabajó en el filme, aunque fueron puestos en libertad al poco tiempo. Marzie tenía el agravante de ser mujer en un país donde la condición femenina apenas tiene voz propia, mucho menos posibilidad alguna de aferrarse a una ilusión más allá del acostumbrado rol de madre y esposa. Y es que el caso de Vafamehr no es el único, pues numerosas están siendo las denuncias, más o menos veladas, de mujeres artistas sobre las que se está ejerciendo una insoportable presión.

Pero, ¿cuál es el motivo del miedo de las autoridades iraníes?, ¿por qué estigmatizar al rostro que conduce el filme? Sencillamente porque se trata de una buena película, que huye del sentimentalismo barato y que, además, tiene el poder de reunir en una ficción las voces de una generación sometida que se reconocen entre sí en el desierto de una dictadura fundamentalista. El poder del individuo que piensa, decide y crea frente a la mansedumbre del rebaño atrapado en el autoritarismo. Refleja, sin ir más lejos, la fascinación que ejerce el buen cine comprometido.

My Tehran for sale narra el difícil camino hacia la libertad que emprende una joven actriz (Marzie), enmarcada en las nuevas corrientes teatrales que, primero, ve cómo su espectáculo se prohíbe y, después, asiste a la dura represión que emprenden las autoridades en una rave donde se reúnen para divertirse centenares de jóvenes obligados a llevar una doble vida. El castigo al que son sometidos los detenidos son la prisión y brutales latigazos. Tras mantener un romance con un iraní, nacionalizado australiano, la protagonista decide poner rumbo a las antípodas para alejarse del miedo. La quimera de un paraíso oculto, en algún rincón del mundo, y la inesperada cuenta atrás en la que se ve atrapada la vida de Marzie, se convertirán en la fina ironía de una película que, aunque de lectura poliédrica y compleja, tiene la inteligencia suficiente para llegar al gran público.

La censura en Irán ha demostrado ser un guionista torpe, un escritor con la imaginación seca y a quien no le queda más remedio que robarle las ideas a una película que triunfa clandestinamente. Pero qué le puede importar. El censor en Irán busca su éxito ante el gran público que es el mundo globalizado para lograr su blockbuster particular: dar un castigo ejemplar, recordar que saben atar en corto los amagos de revuelta social que están transformando el panorama político y social de ciertos países. Marzie Vafamehr es la triste protagonista de esta producción de miseria mental y de terror, pero también un aldabonazo a nuestra conciencia, el recuerdo de un cine que nunca deberíamos dejar de ver para saber en qué mundo vivimos.

 

Aquí os dejamos unas pinceladas de la película

 

‘La Dama de Shanghai’, de Orson Welles. ‘El genio y su delirio visual’ vs ‘Hacer el idiota por alguien’

EL GENIO Y SU DELIRIO VISUAL
“En un mundo espléndido y culpable”, La Dama de Shanghai apareció como por casualidad. Orson Welles, endeudado hasta las cejas por culpa de una producción teatral con la que pretendía volver a triunfar en Broadway, echó mano del mandamás de la Columbia, Harry Cohn, y de la primera novela comercial, If I die before I wake (Sherwood King), que se cruzó en su camino, para reflotar su maltrecha economía. La película que proponía el cineasta contaba la historia de un marinero, Michael O’Hara (Orson Welles), que es contratado por un prestigioso abogado, Arthur Bannister (Everett Sloane), marido de una bella y enigmática mujer, Elsa (Rita Hayworth) para trabajar como contramaestre en un yate de lujo que va a realizar un crucero de placer. En el mismo, O’Hara conocerá al inquietante socio de Bannister, George Grisby (Glenn Anders) y las oscuras intrigas de sus patronos.
En La Dama de Shanghai, no existe una dimensión real donde se suceden los acontecimientos, no hay cordura en la ficción de Welles porque embriaga la pesadilla. Los personajes deambulan en escenas con una tensa atmósfera claustrofóbica, respirando un aire de extrañamiento que pesa como una losa sobre las sensaciones que tenemos y nos conducen hacia el desenlace fatal. Y es así porque Welles orquesta una puesta en escena donde todos los personajes resultan sospechosos desde el principio. Los artífices de la intriga parecen estar en todas partes, observando, conspirando, da la sensación de que todos conocen lo que ha de suceder. En Chinatown, no hay habitante que no esté al tanto de cada uno de los pasos del protagonista cuando huye hasta que se ve cercado en un parque de atracciones donde la fantasía infantil se deja embaucar por la estética del expresionismo alemán y el surrealismo daliniano.

El lenguaje barroco de Welles es de una belleza y de una riqueza insuperables. Abundan los claroscuros, los escenarios complejos de filmar (el acuario) y los grandes angulares que desencajan los rostros para producirnos desasosiego. También los personajes que comparten plano fijo cuando dialogan sin comunicarse y sin mirarse, con la vista fija en un horizonte sin límites o en la frontera que marca un forzado picado.

La galería de personajes que nos brinda la película es otro de sus logros. Para sí mismo, Welles creó una estupenda rareza, Michael O’Hara, un cínico con una torpeza y una candidez antológicas que tiene la virtud de que nunca deja de ser creíble. Al mismo tiempo que emerge, donde menos te lo esperas, y de primeros planos sudorosos el inquietante Grisby con sus preguntas capciosas, inculpatorias, incitando al crimen con el ansia de un exhibicionista a la puerta de un colegio. El cineasta fue capaz también de lograr la interpretación más fascinante, torturada y mitológica de Rita Hayworth. Aunque le pese a la mismísima Gilda, envuelta en su sueño de satén negro. Las malas lenguas quisieron ver en el retrato envilecido de Elsa Bannister y en su castigo final el ajuste de cuentas de un marido fracasado. Pudo ser cierto o no; el caso es que Hayworth intentaba por aquel entonces darle una segunda oportunidad a su matrimonio con Welles, pero ante todo, abandonarse a los caprichos de un artista en quien creía ciegamente. Se dejó arrancar su emblemática cabellera pelirroja y estudió minuciosamente cada uno de los gestos, cada uno de los matices de su papel. Nunca estuvo más guapa que en La Dama de Shanghai y nunca volvió a ofrecer una interpretación como aquella, de malvada, bella y trágica.

Hay varias secuencias que son compendio de la maestría de Welles, un perfecto resumen del arte que era capaz de desplegar como guionista y como visionario de un lenguaje cinematográfico que, en su imaginación, siempre estaba dispuesto a reinventarse. Una de ellas es la noche de borrachera en Acapulco, la velada en la que el aquelarre de almas malditas formado por Grisby, Arthur y Elsa Bannister, “toman copas y se destrozan mutuamente”. Sólo unas pinceladas de diálogo que sugiere muchas cosas (las peripecias de Elsa para casarse con Bannister, las crónicas de los rencores de Arthur, todo lo que “sabe” Grisby sobre el pasado del prestigioso abogado…), bastan para comprender el veneno que recorre las relaciones entre los tres personajes. Los diálogos son ágiles y letales, como un cruce de disparos.
Las restantes, se enmarcan en el parque de atracciones abandonado donde la fatalidad se multiplica hasta el infinito por obra y gracia de un truco de magia que se saca el ilusionista Welles de la chistera de su imaginación: la sala de los espejos. En estas insuperables secuencias, la orgía de imágenes imposibles llega al éxtasis: primeros planos del rostro suplicante de Elsa compartiendo pantalla con su marido que, por partida triple, se arrastra con su bastón renqueante o los tres planos medios de Bannister envolviendo la hierática estampa de su mujer que apunta con una pistola. Una locura visual que sólo se detiene con disparos que fracturan las imágenes y nos llevan al final de la función. Los malvados encuentran su perdición y el antihéroe se aleja para “vivir tanto que tal vez llegue a olvidarse de ella”, Elsa o Rita, la única mujer que quizás le dejó alguna huella.
Y aquí va su delirante final. SPOILER, claro. Es que si no la habéis visto, ni vosotros tenéis perdón, ni nosotros la culpa.

HACER EL IDIOTA POR ALGUIEN

Orson Welles siempre tuvo en su egocentrismo parte de su genio profesional y parte de su traba para ser comprendido. Porque contaba historias donde todos sus superpoderes no podían pasar desapercibidos y en vez de dejar que los viéramos poco a poco y que nos tomaran por sorpresa como en Ciudadano Kane o Sed de mal, en el caso de La Dama de Shanghai quiso atiborrarse de egolatría y le salió un cuadro negro de frialdades, un desfile de carnaval de incoherencias y mensajes enrevesados y tan inconexos e irreales como suponemos que algunas veces él veía el mundo, muy desde arriba o muy desde abajo, que tampoco estamos muy seguros de su absentismo vital.

Por aquí entendemos perfectamente por qué esta película no tuvo el éxito esperado tras su estreno en 1947. Ese Michael O´Hara (inmutable Orson Welles), como un indolente “irlandés negro”, un serio y frío “caballero errante”, al que le falla el detector de lagartas, cayendo en la trampa más vieja del mundo tras su enamoramiento fatal de Elsa-Rosalyn Bannister (bellísima y rubia Rita Hayworth) podría haber sido todo un héroe del noir si no se hubiera empeñado en enfriar la cinta conforme avanza cada secuencia. O incluso desde el principio, con ese diálogo a pie de carruaje entre los dos protagonistas que pasa de la cursilada a la tensión incomprensible en menos de un minuto. Hasta el punto de que comienzan hablando como personas normales y terminan casi retándose a ver quién tiene la mejor parte del guion. Gana Welles, claro: es indudablemente su película más ególatra, donde aparece más galán, más víctima, más protagonista, más chulo, aunque termine siendo una simple marioneta.

Es en torno a la trama de esta pareja donde La Dama de Shanghai nos deja fríos. No vemos el enamoramiento de los dos por ningún lado, si acaso un poco más en ella con esas miradas que le suelta en bellísimos planos sobre las rocas, en una tumbona, sobre el yate cantándole casi al oído. Pero el irlandés, más que enamorado parece enfadadísimo todo el rato con ella, con bofetadas que no vienen a cuento (a la Hayworth debía no dolerle ya la que recibió de Glenn Ford un año antes en Gilda), preguntas que nunca se responden, bailes de dolor que no nos llegan, y travesías riberianas de “ahora me voy”, “ahora me quedo”, sin que entendamos muy bien su ritmo de ruleta rusa. Un “ni contigo ni sin ti” fuera de onda dramática. De hecho, preferimos olvidarnos de estos dos personajes y centrarnos en la intriga del cruce de asesinatos en tela de araña que el protagonista contempla bajo la mano que mece la cuna del lisiado marido de ella, Arthur Bannister (genial Everett Sloane), aunque comencemos a respirar mejor una vez desaparecido el personaje de George Grisby (Glen Anders) solo para que Welles deje de mostrarnos sus agobiantes primeros planos sudorosos y desquiciantes.

Son de agradecer, desde luego, los constantes cambios de escenario que se suceden en la película, desde Nueva York, pasando por Acapulco, hasta la maravillosa San Francisco, y en esto Welles no cejó en su empeño de sacar adelante una película muy costosa que no podía permitirse. Lo agradecemos pero nos tememos que ni de lejos fue su mejor película, ni desde luego su mejor papel, eclipsado a lo loco por un conjunto de idas y venidas del guion que desembocan en algo mucho más complejo pero menos mágico que el estupor que supone el indescifrable final con el que Raymond Chandler y William Faulkner regaron El sueño eterno, de Howard Hawks.

Al final, puede que todo tenga una explicación, o al menos una parte. Si conocemos un poco el trasfondo de esta película, sabremos que el matrimonio Welles-Hayworth estaba por entonces en su canto del cisne, y esa situación insostenible traspasó los límites de la película. Quizás primero el cineasta quiso verla como la veía al principio de su tormentosa relación en la vida real: humana, bella, inalcanzable, vulnerable. Y después vengarse de su desamor, de su separación inminente, llevándola en la película a la Casa de los Locos de un parque de atracciones vacío, y mostrarla, tras la magnífica secuencia de los espejos, deformada, fea, agonizante, muerta de miedo. Familiarizado con la locura, con las miserias humanas, su relación con Hayworth pudo haber contaminado su genio e incluso pudo ser consciente de ello todo el rato que estuvo tras las cámaras, cuando O´Hara, el personaje, inmutable y ególatra, como en casi toda la película, afirma: “Todo el mundo hace el idiota por alguien”. Diagnóstico de su película y de su fallido matrimonio.

Os volvemos a dejar, como en casi todos los clásicos, con el montaje dedicado a esta película que realizaron los compañeros del blog del canal TCM 50 películas que deberías ver antes de morir:

Visionado: ‘La voz dormida’, de Benito Zambrano. ‘Luminosa memoria femenina’

cuatro estrellas


Sí, es otra película más sobre nuestra Guerra Civil, sobre sus consecuencias, y una muestra más de su alargada sombra en la cultura y en el arte. Pero es una historia soberbia, luminosa en lo que supone para la memoria histórica femenina, pese a su honda y asfixiante tristeza, todo hay que decirlo. En comparación inevitable con Las 13 rosas, de Emilio Martínez Lázaro, sale ganando en realización, en guion, en ambientación, en empatía y en la turbiedad de unos años marcados por el miedo, la desesperación y el silencio obligado so pena de muerte. Y desde luego, guarda entre sus planos momentos más emocionantes, trágicos y naturales que la incomprensiblemente idolatrada y aupada Pa Negre.
Zambrano despierta las voces que la desaparecida escritora Dulce Chacón ya acunó en el libro homónimo que la hizo famosa. Lo hace con dos interpretaciones inmejorables de Inma Cuesta (Hortensia “Tensi”) y María León (Pepita) dándole a cada una la oportunidad de llevarse un trozo del alma del espectador: la primera, encarcelada y embarazada en 1940 por su militancia comunista; y la segunda, testigo, mensajera, víctima y superviviente de los años oscuros. María León (Concha de Plata en el Festival de San Sebastián) es sin lugar a dudas la soberana de la película. Solo con ella, con su chispa, sensibilidad y valentía ya la historia funciona como un mecano perfecto. Pero el director sevillano deseó también que el personaje de “Tensi” tuviera su recompensa, a costa de alargar un melodramático final que igual nos sirve para romper la contención de la primera mitad de la película.
Por supuesto que el maniqueísmo no falla, a la hora de mostrarnos a esas malvadas guardianas de las celdas, a esas monjas de acero que no ven el dolor en la “chusma que merece morir”, en esos jueces hitlerianos que dictan sentencia a golpe de sumarísimo decreto. Pero Zambrano, incluso en eso, ha querido darse un respiro (al contrario que otros directores) y dejar un hueco a personajes atenuados como el contable-médico de familia franquista que luchó en el bando que no debía, su mujer atormentada entre su devoción al Régimen y la compasión, y esa bedel (espléndida Ana Wagener) que marca el rumbo del final de la película.
También tenemos que decir que de Zambrano no esperábamos otra cosa. Estupendo director de mujeres, mimador de personajes secundarios que se convierten en protagonistas casi sin darnos cuenta, como ya demostró en Solas, el cineasta no ha querido achantarse ante su objetivo, y bajo la factura fúnebre y azul de la posguerra más irrespirable, se desenvuelve de la manera más natural, como si hubiera estado allí, en ese Madrid de fachadas apuntaladas y de mujeres de negro mirando al suelo.
Ha sacado con ello lo mejor del libro de Chacón, toda su ternura y espíritu, todos los bellísimos diálogos entre las presas, esperando el golpe de gracia no se sabe cuándo y cumpliendo lo que la escritora quería: defender la memoria de las mujeres que bajaron encañonadas de las montañas a las cárceles para terminar sus vidas entre miseria y desesperanza, sacando como triste conclusión que las guerras no sirven para nada. Si al final ese mensaje, que se repite varias veces durante la película, contribuye a borrar unos cuantos afanes de belicismo en este país, bienvenido sea.
Os dejamos el tráiler, y aprovechamos para mandar nuestro cariño póstumo a Dulce Chacón, a quien tuvimos el placer de conocer y disfrutar personalmente.
   

Atado en corto: ‘El curioso caso del corredor paulatino’, de David Sainz. ‘¿Y si te pilla?’

Como una diabetes, una alergia, o una bacteria incansable. Un día un hombre con cara de enajenado no deja de perseguirte. Quizás puedas aguantar, puesto que siempre que aparece para correr detrás de ti, lo hace a cámara lenta, pero hasta cierto punto. Al final condiciona tu vida, tus fiestas y tus coitos, y sabes que tarde o temprano tendrás que enfrentarte a él o arrojarle de tu vida para siempre, porque ¿y si te pilla?. Así se las compuso para este cortometraje David Sainz, ese gurú canario que bajo el sello Different Entertainment está realizando todo un compendio de nuevo humor a la española, entre lo surrealista, lo costumbrista y lo grotesco.

Su carta de presentación vino en 2008 con la serie de Internet Malviviendo, la historia de un grupo de colegas (el propio David interpreta al protagonista, ‘El Negro’), cuyas vidas transcurren en un barrio ficticio de Sevilla y cuya motivación vital ya viene abanderada en el título de la serie. Convertida en todo un fenómeno, los chicos de las malas vidas ya van por su segunda temporada, además de ofrecer de vez en cuando a sus fans, que son hordas en blogs, foros y webs, una serie de minicapítulos en forma de cortometrajes, como Kazakievo, Puto destino puto o Mortal Topic. Sainz, de hecho, asegura que “la serie surgió como las grandes cosas de la vida, rodeado de buenos amigos y buena cerveza”.

El curioso caso del corredor paulatino no forma parte de la serie, es un proyecto aparte de este guionista y director canario y queremos ofrecéroslo por su tremenda frescura y originalidad. Ha recibido numerosos premios, entre ellos el de El Festivalito de La Palma, y ha traspasado fronteras, entrando a lo grande en el palmarés del Festival Iberoamericano de Reportajes ABC (FIBABC). De hecho, en Hispanoamérica es donde ha recibido un mayor número de visitas por el Canal Youtube, y aquí os lo dejamos para que sintáis la angustia del proselitismo durante cinco minutos.

Visionado: ‘Mientras duermes’, de Jaume Balagueró. ‘Borra esa sonrisa de tu cara’

 

cuatro estrellas


Esta es sin duda la película más perfecta y asombrosa de Jaume Balagueró. Y lo es sin haber descubierto en ningún callejón oscuro la fórmula para el perfecto cine de suspense y terror, el que ya llevaba años haciendo desde que con Los sin nombre resucitó la posibilidad de que en España también se pudiera aterrorizar al patio de butacas sin provocar la carcajada. Él mismo se lo ha ido fraguando, esta vez soltando la mano de su compañero de la legendaria [Rec], Paco Plaza, con un guion casi perfecto de Alberto Marini, una electrizante música de Lucas Vidal y reparto casi completo a la española. Y precisamente ahí ha encontrado su grandeza, en la figura del todopoderoso Luis Tosar. La película es suya, recreando uno de los personajes más escalofriantes que encontraremos en los manuales de cine español. A ver quién se atreve a elegir entre el Malamadre de Celda 211 y este villano desalmado.

En un espacio prácticamente sin exteriores, en una comunidad de vecinos como la de [Rec], el virus infeccioso viene esta vez en forma de portero, César (Luis Tosar), un hombre infeliz, sin motivos para levantarse cada mañana, que hace equilibrismos en la azotea del edificio y que tan solo es capaz de esbozar media sonrisa si consigue torturar al dichoso, al que con más alegría le da los buenos días por la mañana, precisamente a ella, a la vecina del 5ºB, a Clara (Marta Etura), la que mejor le trata y más le sonríe. Que nos digan si hay maldad peor. No sabemos el trasfondo de su psicopatía, de su necesidad de decapitar la felicidad ajena, pero lo cierto es que viendo cómo disfruta con las fechorías a las que la somete en la sombra, tampoco hace falta mucho más. Porque solo quieres que pare.

Es casi imposible destacar ninguna secuencia de esta película sin destripar sus mejores golpes de efecto, que aparecen desde el principio. Solo queremos resaltar la parte en que Tosar se ve involuntariamente atrapado en el apartamento de Etura junto a su regresado novio (Alberto de San Juan). Por un extraño cortocircuito de la mente, o truco maligno de Balagueró que nos tensa los músculos hasta el infinito, quieres que el portero pueda salir de la casa. Quizás porque la psique nos dice que lo contrario sería impensable, que no es que queramos salvar al malo, sino evitar que todo se precipite, y al final la oscuridad venza a la luz.

Pero nada nos impide afirmar que Mientras duermes es una historia cruel, macabra hasta el final, de una atmósfera que, pese a algunos golpes (creemos intencionados) de humor, se va oscureciendo y haciéndose irrespirable ante la incomprensión que produce que una persona tan aparentemente normal pueda torturar de esa manera la mente de su madre enferma, estamparle a una anciana del edificio su verdad más deprimente (tremenda esta escena) o amenazar a una niña, solo para que borren la sonrisa de su cara.

Es la tesis del terror psicológico, del espectador impotente, el que todo lo sabe y nada puede hacer por salvar a los náufragos, dejándoles que se ahoguen sin más, y quedándose con la cara de pavor y miedo que el portero Tosar quiere que tengamos. Ya tuvimos nuestra dosis de felicidad cuando disfrutamos de la adorable Amelie repartiendo alegrías a su vecindario para darle sentido a su vida, como la cultureta portera de la novela La elegancia del erizo. Pero esta es otra historia. Es negra. Es terrible. No concede. Que no se os ocurra ser felices.

 

Os dejamos el tráiler. Todo un prodigio para contar solo lo necesario sin desvelar absolutamente nada.