El lenguaje barroco de Welles es de una belleza y de una riqueza insuperables. Abundan los claroscuros, los escenarios complejos de filmar (el acuario) y los grandes angulares que desencajan los rostros para producirnos desasosiego. También los personajes que comparten plano fijo cuando dialogan sin comunicarse y sin mirarse, con la vista fija en un horizonte sin límites o en la frontera que marca un forzado picado.
La galería de personajes que nos brinda la película es otro de sus logros. Para sí mismo, Welles creó una estupenda rareza, Michael O’Hara, un cínico con una torpeza y una candidez antológicas que tiene la virtud de que nunca deja de ser creíble. Al mismo tiempo que emerge, donde menos te lo esperas, y de primeros planos sudorosos el inquietante Grisby con sus preguntas capciosas, inculpatorias, incitando al crimen con el ansia de un exhibicionista a la puerta de un colegio. El cineasta fue capaz también de lograr la interpretación más fascinante, torturada y mitológica de Rita Hayworth. Aunque le pese a la mismísima Gilda, envuelta en su sueño de satén negro. Las malas lenguas quisieron ver en el retrato envilecido de Elsa Bannister y en su castigo final el ajuste de cuentas de un marido fracasado. Pudo ser cierto o no; el caso es que Hayworth intentaba por aquel entonces darle una segunda oportunidad a su matrimonio con Welles, pero ante todo, abandonarse a los caprichos de un artista en quien creía ciegamente. Se dejó arrancar su emblemática cabellera pelirroja y estudió minuciosamente cada uno de los gestos, cada uno de los matices de su papel. Nunca estuvo más guapa que en La Dama de Shanghai y nunca volvió a ofrecer una interpretación como aquella, de malvada, bella y trágica.
HACER EL IDIOTA POR ALGUIEN
Orson Welles siempre tuvo en su egocentrismo parte de su genio profesional y parte de su traba para ser comprendido. Porque contaba historias donde todos sus superpoderes no podían pasar desapercibidos y en vez de dejar que los viéramos poco a poco y que nos tomaran por sorpresa como en Ciudadano Kane o Sed de mal, en el caso de La Dama de Shanghai quiso atiborrarse de egolatría y le salió un cuadro negro de frialdades, un desfile de carnaval de incoherencias y mensajes enrevesados y tan inconexos e irreales como suponemos que algunas veces él veía el mundo, muy desde arriba o muy desde abajo, que tampoco estamos muy seguros de su absentismo vital.
Por aquí entendemos perfectamente por qué esta película no tuvo el éxito esperado tras su estreno en 1947. Ese Michael O´Hara (inmutable Orson Welles), como un indolente “irlandés negro”, un serio y frío “caballero errante”, al que le falla el detector de lagartas, cayendo en la trampa más vieja del mundo tras su enamoramiento fatal de Elsa-Rosalyn Bannister (bellísima y rubia Rita Hayworth) podría haber sido todo un héroe del noir si no se hubiera empeñado en enfriar la cinta conforme avanza cada secuencia. O incluso desde el principio, con ese diálogo a pie de carruaje entre los dos protagonistas que pasa de la cursilada a la tensión incomprensible en menos de un minuto. Hasta el punto de que comienzan hablando como personas normales y terminan casi retándose a ver quién tiene la mejor parte del guion. Gana Welles, claro: es indudablemente su película más ególatra, donde aparece más galán, más víctima, más protagonista, más chulo, aunque termine siendo una simple marioneta.
Es en torno a la trama de esta pareja donde La Dama de Shanghai nos deja fríos. No vemos el enamoramiento de los dos por ningún lado, si acaso un poco más en ella con esas miradas que le suelta en bellísimos planos sobre las rocas, en una tumbona, sobre el yate cantándole casi al oído. Pero el irlandés, más que enamorado parece enfadadísimo todo el rato con ella, con bofetadas que no vienen a cuento (a la Hayworth debía no dolerle ya la que recibió de Glenn Ford un año antes en Gilda), preguntas que nunca se responden, bailes de dolor que no nos llegan, y travesías riberianas de “ahora me voy”, “ahora me quedo”, sin que entendamos muy bien su ritmo de ruleta rusa. Un “ni contigo ni sin ti” fuera de onda dramática. De hecho, preferimos olvidarnos de estos dos personajes y centrarnos en la intriga del cruce de asesinatos en tela de araña que el protagonista contempla bajo la mano que mece la cuna del lisiado marido de ella, Arthur Bannister (genial Everett Sloane), aunque comencemos a respirar mejor una vez desaparecido el personaje de George Grisby (Glen Anders) solo para que Welles deje de mostrarnos sus agobiantes primeros planos sudorosos y desquiciantes.
Son de agradecer, desde luego, los constantes cambios de escenario que se suceden en la película, desde Nueva York, pasando por Acapulco, hasta la maravillosa San Francisco, y en esto Welles no cejó en su empeño de sacar adelante una película muy costosa que no podía permitirse. Lo agradecemos pero nos tememos que ni de lejos fue su mejor película, ni desde luego su mejor papel, eclipsado a lo loco por un conjunto de idas y venidas del guion que desembocan en algo mucho más complejo pero menos mágico que el estupor que supone el indescifrable final con el que Raymond Chandler y William Faulkner regaron El sueño eterno, de Howard Hawks.
Al final, puede que todo tenga una explicación, o al menos una parte. Si conocemos un poco el trasfondo de esta película, sabremos que el matrimonio Welles-Hayworth estaba por entonces en su canto del cisne, y esa situación insostenible traspasó los límites de la película. Quizás primero el cineasta quiso verla como la veía al principio de su tormentosa relación en la vida real: humana, bella, inalcanzable, vulnerable. Y después vengarse de su desamor, de su separación inminente, llevándola en la película a la Casa de los Locos de un parque de atracciones vacío, y mostrarla, tras la magnífica secuencia de los espejos, deformada, fea, agonizante, muerta de miedo. Familiarizado con la locura, con las miserias humanas, su relación con Hayworth pudo haber contaminado su genio e incluso pudo ser consciente de ello todo el rato que estuvo tras las cámaras, cuando O´Hara, el personaje, inmutable y ególatra, como en casi toda la película, afirma: “Todo el mundo hace el idiota por alguien”. Diagnóstico de su película y de su fallido matrimonio.
Qué rica estaba Rita Hayworth, pardiez
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Genial e irrefutable apreciación, Raúl, como siempre. Un saludo!
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Me encanta cuando analizáis los clásicos, sobre todo porque también estoy de acuerdo con algunas cosas, solo algunas, de la segunda versión… Pero es una obra maestra, eso es indiscutible,eh?
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En realidad todo es discutible. Pero desde luego es una película emblemática. Un saludo!
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Reto a alguien a que diga en que película no sale bella Rita Hayworth…jajaja
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