Un plano secuencia inicial de casi 25 minutos, el más largo de la historia del cine español, es la carta de presentación de esta ópera prima del joven Carlos Marqués-Marcet, que arrasó en la última edición del Festival de Cine de Málaga. En ese transcurso de tiempo nos relata una mañana de domingo de la pareja formada por Alex y Sergi: una escena de sexo, un deseo de embarazo, dos duchas, la llegada de un correo electrónico, dos desayunos, una duda, una discución y una decisión. A lomos de un realismo maduro y cotidiano, el director se desplaza entre los rostros de ambos para abrirle la puerta a aquello que trastocará sus vidas: ella acepta una oferta para trabajar en Los Ángeles durante un año. Doce meses. 365 días.
Sin embargo, 10.000 Km es mucho más que ese experimento naturalista del principio. Es la demostración de lo lejos que se puede llegar con muy pocos recursos, y sobre todo, de la gran diferencia (aunque a veces parezca casi inapreciable) que existe entre lo cutre y lo profesionalmente modesto, recordándonos a la fabulosa Stockholm, de Rodrigo Sorogoyen. Marqués-Marcet apuesta por jugar con las elipsis temporales y marcar el ritmo a través de los días que los dos protagonistas pasan separados, haciendo magia con las pantallas de dos portátiles, conectando a los dos amantes a una conmovedora relación por Skype, y generando en el espectador una magistral sobredosis de distancia que curiosamente hace más cercana la película, y a nosotros más cómplices de ese no poder tocarse que les irá matando poco a poco.
El director parece conocer algunas carencias del guion, coescrito con Clara Roquet, como su previsibilidad en cuanto a los problemas que surgen en la pareja, y sabe compensarlo explotando con un acierto detallista, casi impresionista, todos los recursos que hoy en día ofrecen las nuevas tecnologías, con una madurez narrativa realmente sorprendente. Las conversaciones de ambos por todos los medios posibles, PC, whatsapp, móvil, email, juegan al aturdimiento de las emociones conforme ambos se niegan a darse cuenta de que todo se está transformando en un imposible que les sobrepasa, que cambia las prioridades, que no guarda nada para la espera.
Misión imposible que esta película consiga que casi toquemos con las manos ese lazo invisible que une a dos personas por muy lejos que estén la una de la otra, sin las asombrosas interpretaciones de la cantante y actriz británica Natalia Tena (muy alejada de su Nymphadora Tonks de Harry Potter y de Osha de Juego de tronos) y del debutante David Verdaguer (recién llegado de la televisión). Asombrosas por una naturalidad que anula cualquier impostura que queramos buscarle y porque consiguen que algunos planos cortados, mensajes no contestados y declaraciones de amor en minipantalla arrasen con siglos de romanticismo.
En escenas como las de las primeras y simpáticas conexiones en la distancia, la del impotente y doloroso polvo virtual, la del email reescrito una y otra vez, y la del impoluto final, descubrimos que siempre hay un espacio para intimar con la cada vez más complicada sencillez cinematográfica. Es el motivo por el que deseamos que 10.000 Km pueda recorrer al menos esa distancia por el mundo, contagiar colectivamente su superación del melodrama convencional, y transmitir su traumatizada y velada crítica al tiempo 2.0 que nos ha tocado vivir, cercanos pero intocables.
Os dejamos el tráiler. Suena de fondo Nothing Matters When We’re Dancing, de Magnetic Fields, con su propio papel en la película: