Visionado: ‘El amanecer del planeta de los simios’, de Matt Reeves. ‘Tibia resurrección’

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dos estrellas

Gracias a El origen del planeta de los simios (2011) la franquicia inaugurada en los 70 tomó nuevos bríos y logró despertar el interés de un público que echaba de menos las aventuras de aquel inquietante mundo al revés donde la soberbia del hombre recibía una lección de humildad. La película de Rupert Wyatt protagonizada por James Franco nos descubrió que la propia mano del hombre, y no otra fatalidad, fue la culpable de trastocar el orden establecido por Darwin y el Evolucionismo. Y ello en medio de una película trepidante, tierna y con una estimulante acción. Por ello, la decepción ha sido importante cuando encontramos en su continuación, El amanecer del planeta de los simios, una producción con un agudo sentido de la espectacularidad, pero con un relato perezoso cuya mayor virtud es que rememora historias y resucita géneros que nos resultan demasiado conocidos.

El conflicto en la película nace de dos emociones muy humanas: el resentimiento y la envidia. Las que incuba un simio con cicatrices llamado Koba y que es una especie de lugarteniente de César, el primate protagonista de la anterior entrega. Ambos son destacados componentes de una comunidad de simios que viven en paz, en los bosques que se alejan de San Francisco y ajena a la destrucción de la especie humana que, salvo algunos supervivientes, desapareció a causa de un letal virus. En este escenario, la irrupción de un grupo de hombres que buscan nuevas fuentes de energía romperá el equilibrio de la convivencia simiesca.

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Visionado: ‘Aprendiz de gigoló’, de John Turturro. ‘Dos gags y una banda sonora’

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dos estrellas

Ese Nueva York que todo lo permite, que acoge sin complejos cualquier situación disparatada, grupo étnico, pandilla de amigos o familia destartalada que queramos imaginar es también la excusa para meternos de lleno en el friquismo judío de sus muros. Aprendiz de gigoló se sirve de una de las mil millones de costumbres que conviven en una ciudad rendida a todos los tópicos, aunque trata de narrarnos una situación modesta que no busca mayor trascendencia que la diversión moderada y casi respetuosa.

Sin embargo, seguimos sin encontrar en la visión indi del actor y cineasta John Turturro la chispa adictiva con la que encandila a sus fans. Le acompaña esta vez el gran Woody Allen en el reparto, sin duda un tirón indiscutible de la película, interpretando a un librero en quiebra que convence a su amigo (interpretado por el propio Turturro) para sacarse un dinero mediante el negocio de la prostitución masculina. Un punto de partida fresco y con bastante gracia que apenas sobrepasa los veinte minutos de metraje ya que se descompone entre personajes carentes de cualquier magnetismo.

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Visionado: ‘Purgatorio’, de Pau Teixidor. ‘Ni miedo ni tristeza’

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Hay poco que hacer cuando ni la emoción sustituye al miedo. Si encontramos un caso de esos en los que una película sabe mantenerse en esa cuerda floja, tambaleándonos entre la indecisión de gritar de espanto o el deseo de llorar de tristeza, es que esa diferencia no está marcada y por lo tanto el embaucamiento y la sugestión son más que efectivos en nuestra psique. Purgatorio lo intenta. Lo intenta con todas sus fuerzas y hasta el final parece que incluso se canse de intentarlo de tant0 humo recubierto de intensidad con el que avanza por cada fotograma. Su visionado en una suerte de muerte en vida, como una curiosa metáfora de su historia.

Su director, Pau Teixidor, que debuta en el largometraje con este thriller psicológico tras su cortometraje Leyenda, la presentó en el último Festival de Málaga, donde tuvo una estupenda acogida que después no parece haber tenido un respaldo paralelo en la taquilla. Pensamos que, mafias de distribución y lobbies aparte, se trata de una historia sobrenatural que busca, sin éxito, convertir sus modestos recursos económicos en una carrera de fondo hacia la inmensidad agobiante de Jaume Balagueró o las claustrofobias kafkianas de Roman Polanski.

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Visionado: ‘Noé’, de Darren Aronofsky. ‘A otros con ese cuento’

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dos estrellas

Es lo que tiene la Biblia, sobre todo el Antiguo Testamento. Que te lías, te lías, y ya no sabes lo que estás leyendo. Eso si eres una persona normal. Pero es que si además eres Darren Aronofsky, ese cineasta que desgarra cada emoción humana hasta ponerla al límite del trastorno, el resultado de tal lectura puede ser o una bomba de relojería de dimensiones descontroladas,  o el desconcierto más absoluto. O las dos cosas, que es el caso de Noé, una superproducción que se nos ha ido adelantando con cuentagotas milimetradas antes de su estreno, y en la que el realizador estadounidense ha decidido montarse una orgía de géneros, desde la ciencia-ficción hasta el drama telefílmico, a cual más soporífero.

El principal defecto es que desde el principio ya sabíamos que no funcionaría. Convertir la antigua Pangea, cuando los hombres no entendían de civilizaciones y se movían básicamente por instintos nómadas y animales, en una especie de Tierra Media donde hay minerales con poderes mágicos y una estirpe de Vigilantes que parecen primos hermanos de los ents de Peter Jackson y Tolkien, no es el mejor punto de partida para asentarnos en un argumento que descarrila cuando los malos empiezan a matar sin ton ni son o cuando el primer animal que vemos es una especie de ornitorrinco-zorro con escamas.

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Visionado: ‘El poder del dinero’, de Rober Luketic. ‘Cansino espionaje industrial’

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dos estrellas

El poder del dinero, de Robert Luketic, es una de esas películas preocupantes que muestran el agotamiento de ideas que sufre, en muchas ocasiones, la industria del cine de Hollywood. En esta ocasión, nos acercamos a una de espionaje industrial que cuenta con dos reclamos, dos actores con suficiente poderío como para que caigamos en la trampa y paguemos la entrada de cine con cierto entusiasmo gratuito. Hablamos de Harrison Ford (luciendo una tímida calva de anciano que quiere hacerse respetar) y del magnético e imprescindible Gary Oldman.

La película narra la historia de un joven, Adam Cassidy (Liam Hemsworth), que ambiciona llegar a lo más alto en alguna de las grandes corporaciones tecnológicas que dominan el mercado. Para ello, y presionado por Nicholas Wyatt (Oldman), se presta a realizar labores de espía industrial en una de las firmas más punteras del sector, propiedad de Jock Goddard (Ford). De este modo, Adam alcanza sus sueños más materialistas: reconocimiento profesional, una novia espectacular y un gran tren de vida. Como no podía ser de otra forma, sobre el tablero de este peligroso juego nada es lo que parece, o tal vez sí para muchos espectadores.

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Visionado: ‘Caníbal’, de Manuel Martín Cuenca. ‘Psicopatía en frío’

 
 
dos estrellas
 
No es la primera vez, ni será la última, que asistimos a un retrato casi deshumanizado de algún asesino en serie. Hace décadas que muchos realizadores se dieron cuenta de que la mejor manera de mostrarnos a un psicópata era metiéndonos en su cabeza, suponiendo que su contemplación de la vida era tan aséptica como desprovista de moral. En el caso de Caníbal, somos testigos de esta técnica, y de una revisión del mito nacido al amparo del famoso personaje Hannibal Lecter. Una lectura a la española que, por aquello de marcar la diferencia, pretende conseguir todo aquello con lo que tropieza.

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Visionado: ‘Pacto de silencio’, de Robert Redford, ‘Falta de compromiso’



dos estrellas

En Pacto de silencio, Robert Redford es Jim Grant, un abogado experto en casos relacionados con los derechos civiles y un hombre viudo que vive centrado en la educación de su niña preadolescente. Grant, sin embargo, no es lo que parece. Oculta un pasado como activista dentro de los movimientos radicales antibelicistas de los años 70. El arresto de una antigua colega permitirá que un periodista (Shia LaBeouf) desenmascare a Grant, lo que le obligará a poner tierra de por medio y huir. Grant es un hombre al que le arrebataron su causa, pero que no está dispuesto a renunciar al respeto de su hija.
Robert Redford explicó en la campaña promocional de Pacto de Silencio que le había fascinado la conexión que existía entre el argumento de su película y la novela Los Miserables, de Víctor Hugo, pues en ambos casos el protagonista vivía bajo el peso de su pasado. Sin embargo, cualquiera que vea la película comprenderá que este ‘irresistible’ referente está cogido con pinzas, apenas tiene su reflejo en un Grant al que, para empezar, le falta la emoción y la desesperación de Valjean (protagonista del texto del autor francés), quien nunca dejó de sentirse atormentado del todo por su propia conciencia.
Intentando descubrir por qué llega a despertar cierta indiferencia una película a todas luces interesante, uno puede llegar a percibir que en el film de Robert Redford hay mucha narración rutinaria y poco margen para la sorpresa. Es imposible no darse cuenta que los personajes se desenvuelven en comportamientos, hasta cierto punto, predecibles y la tensión argumental apenas llega a ser consistente. Quizás sea porque el juego del ratón y el gato, en el que se ven inmersos los protagonistas (Redford y LaBeouf), tiene mucho de épica descabellada desde su mismo planteamiento

Apenas resulta creíble que un antiguo activista a favor de los derechos humanos, un antisistema con ideales puros y métodos ‘presuntamente’ cuestionables, logre convertirse en cualquier hijo de vecino durante treinta años, aun siendo un objetivo que nunca dejó de ser buscado por el FBI. Tampoco resulta convincente un desenlace que reposa en una decisión incoherente con la larga trayectoria de una vida. Ni siquiera el componente emocional más poderoso de la película, y que por supuesto no desvelaremos, ayuda a facilitar del todo la comprensión de las acciones de los personajes. Es una película, en definitiva, cargada de medias tintas a la que le falta compromiso.
Otra de las consecuencias de este tono ambiguo, es que no logra despertar ese componente de curiosidad y atracción que podríamos sentir hacia una época en la que el mundo se permitió el lujo de soñar con una sociedad más justa. Un tiempo que parecía vivir sus contradicciones sin complejos y cuyos protagonistas podían llegar a nacer de movimientos que pretendían combatir injusticias como la Guerra del Vietnam con sus mismas armas, la violencia. Un estupendo caldo de cultivo para un thriller o un film de corte político apasionante.
En definitiva, en esta huída catártica, que es Pacto de Silencio, Redford se queda en  tierra de nadie, como si tuviera miedo a resultar políticamente incorrecto, envuelto en un extraño conservadurismo narrativo. A lo mejor, pensó que estos no eran tiempos para recordar con cierta nostalgia a los héroes / antihéroes de carne y hueso, con sus luces y sus sombras, aquellos que pueden llegar a asustarnos por ser humanos y salvajes hasta las últimas consecuencias.