En Pacto de silencio, Robert Redford es Jim Grant, un abogado experto en casos relacionados con los derechos civiles y un hombre viudo que vive centrado en la educación de su niña preadolescente. Grant, sin embargo, no es lo que parece. Oculta un pasado como activista dentro de los movimientos radicales antibelicistas de los años 70. El arresto de una antigua colega permitirá que un periodista (Shia LaBeouf) desenmascare a Grant, lo que le obligará a poner tierra de por medio y huir. Grant es un hombre al que le arrebataron su causa, pero que no está dispuesto a renunciar al respeto de su hija.
Robert Redford explicó en la campaña promocional de Pacto de Silencio que le había fascinado la conexión que existía entre el argumento de su película y la novela Los Miserables, de Víctor Hugo, pues en ambos casos el protagonista vivía bajo el peso de su pasado. Sin embargo, cualquiera que vea la película comprenderá que este ‘irresistible’ referente está cogido con pinzas, apenas tiene su reflejo en un Grant al que, para empezar, le falta la emoción y la desesperación de Valjean (protagonista del texto del autor francés), quien nunca dejó de sentirse atormentado del todo por su propia conciencia.
Intentando descubrir por qué llega a despertar cierta indiferencia una película a todas luces interesante, uno puede llegar a percibir que en el film de Robert Redford hay mucha narración rutinaria y poco margen para la sorpresa. Es imposible no darse cuenta que los personajes se desenvuelven en comportamientos, hasta cierto punto, predecibles y la tensión argumental apenas llega a ser consistente. Quizás sea porque el juego del ratón y el gato, en el que se ven inmersos los protagonistas (Redford y LaBeouf), tiene mucho de épica descabellada desde su mismo planteamiento.
Apenas resulta creíble que un antiguo activista a favor de los derechos humanos, un antisistema con ideales puros y métodos ‘presuntamente’ cuestionables, logre convertirse en cualquier hijo de vecino durante treinta años, aun siendo un objetivo que nunca dejó de ser buscado por el FBI. Tampoco resulta convincente un desenlace que reposa en una decisión incoherente con la larga trayectoria de una vida. Ni siquiera el componente emocional más poderoso de la película, y que por supuesto no desvelaremos, ayuda a facilitar del todo la comprensión de las acciones de los personajes. Es una película, en definitiva, cargada de medias tintas a la que le falta compromiso.
Otra de las consecuencias de este tono ambiguo, es que no logra despertar ese componente de curiosidad y atracción que podríamos sentir hacia una época en la que el mundo se permitió el lujo de soñar con una sociedad más justa. Un tiempo que parecía vivir sus contradicciones sin complejos y cuyos protagonistas podían llegar a nacer de movimientos que pretendían combatir injusticias como la Guerra del Vietnam con sus mismas armas, la violencia. Un estupendo caldo de cultivo para un thriller o un film de corte político apasionante.
En definitiva, en esta huída catártica, que es Pacto de Silencio, Redford se queda en tierra de nadie, como si tuviera miedo a resultar políticamente incorrecto, envuelto en un extraño conservadurismo narrativo. A lo mejor, pensó que estos no eran tiempos para recordar con cierta nostalgia a los héroes / antihéroes de carne y hueso, con sus luces y sus sombras, aquellos que pueden llegar a asustarnos por ser humanos y salvajes hasta las últimas consecuencias.
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