POR UNA ALFOMBRA MEADA
PANORÁMICA: En 1998, en Europa había guerra. Aunque fue el año en el que Croacia tuvo la oportunidad de recuperar el último territorio que había quedado bajo dominio serbio, la policía de este país iniciaba también sus ataques contra el Ejército de Liberación en Kosovo. En Irlanda del Norte, se produjo el atentado de Omagh con 29 muertos y 200 heridos y Centroamérica fue víctima de dos huracanes devastadores, el Georges y el Mitch. EEUU encajó otro gran temporal: una oleada de piratas informáticos asaltó el Pentágono en el que ha sido, hasta el momento, el mayor ataque registrado. Sin embargo, en el ámbito de las nuevas tecnologías no todo eran malas noticias: se abría una ventana más para asomarse al mundo gracias a la creación de Google, el buscador de Internet más potente. En España, mientras le decíamos adiós a la peseta, el Gobierno tramitaba la petición de extradición de Augusto Pinochet, solicitada por el juez de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón. En Hollywood, Titanic recibía 11 Oscar de la Academia, mientras en los confines del Universo, se descubría un nuevo océano líquido, bajo una rotunda capa de hielo, en una luna de Júpiter. Se llama Europa.
EL MEOLLO: Una voz en off nos presenta la historia de un hombre “cuya historia merece la pena contar” mientras un salicor del desierto recorre las calles de Los Ángeles. Jeff Lebowski (Jeff Bridges) es un vago, un fracasado, un pasota. Pacisfista, porrero y amante de los bolos, le gusta que le llamen “Nota” (“Dude” en inglés), y aunque algo desarrapado e indolente en un principio, pequeños defectos (o virtudes) que le permiten ir a comprar leche para su White Russian en albornoz y sandalias, su pequeño orgullo de hombre insignificante se ve trastocado cuando un grupo de matones irrumpe en su casa confundiéndole con un millonario del mismo nombre. En realidad solo le asustan, y ahí podría haber quedado la cosa, pero hay un problema: uno de ellos se mea en su alfombra, un objeto que “armonizaba con el salón”. En ese momento y estimulado por su amigo y compañero de bolera Walter Sobchak (John Goodman), judío impostado, violento, obsesionado con Vietnam y revienta-operaciones, decide acudir a casa del otro Lebowski para exigirle daños y perjuicios. A partir de ahí, la película compone un trazado de comedia esperpento, a ratos thriller, a ratos policiaca, a ratos friqui, a ratos sofisticada, y a ratos simplemente con elementos inconfundibles de la factoría Coen: surrealismo, gamberrismo, drogas, extorsión, chantaje, contraofertas, pornografía, arte, chapuzas y discursos muy profundos pero sin sentido. La cinta se convirtió en 1998 en una de las películas más populares y aclamadas de los hermanos norteamericanos, justo dos años después de Fargo, que les congraciaría con la Academia de Hollywood, pese a que anteriormente ya habían rodado auténticas maravillas como Muerte entre las flores. De cualquier forma, el “Nota”, personaje que bebía de esa filmografía anterior, se convirtió en icono de masas y la película sirvió para demostrar que en Estados Unidos existía una nueva comedia, con nombres y apellidos.
DETRÁS DE LAS CÁMARAS: Joel David Coen y Ethan Jesse Coen son el pilar indestructible del cine mal llamado “independiente”, y el perfecto ejemplo de una estructura única de talento de familia. Aunque en ocasiones uno firma como director y otro como guionista, la realización de sus películas es bicéfala total, así como su producción, y su montaje, para los que suelen utilizar seudónimos. Su apellido es ya una marca de éxito, y su prolífica producción bebe de las fuentes del primer Woody Allen y de las comedias de Peter Bogdanovich, aunque han sabido desligarse de todo y crear su propio tipo de comedia: llana, sin demasiado artificio, cercana pero con un surrealismo o ‘marcianismo’ sutil, que han ido perfeccionando tanto que en sus últimas películas apenas se deja ver. Desde luego, han conseguido como ningún otro cineasta estadounidense parir una filmografía de montaña rusa, intercalando en el tiempo la comedia disparatada (Arizona Baby, El Gran Lebowski, O Brother, Ladykillers, o Quemar después de leer) con elegantes ejercicios de estilo que suponen auténticas joyas del género negro o del western (Muerte entre las flores, El hombre que nunca estuvo allí, No es país para viejos o Valor de ley). Siempre manteniendo su seña común: sacar al escenario al americano profundo, con cosas que decir, algo chiflado o desequilibrado, y dispuesto a meterse en una tragicomedia que le supere por todas partes, rodeado de personajes de toda casta y sentido, procedentes de un universo coral que solo los Coen han sabido formar a lo largo de casi un cuarto de siglo.
PRIMER PLANO
JEFF BRIDGES: Un californiano de pura cepa, amante de la música, de la fotografía, y de pasar las horas muertas frente al ordenador, dejándose devorar por Internet y las cosas que le suceden al mundo. Pero al otro lado de la pantalla, Jeff Bridges es un encantador de serpientes que siempre ha sabido repartir su carisma e inteligencia en un amplio abanico de registros. De sonrisa sardónica y mirada pequeña, como de tipo que acaba de aterrizar del limbo, Bridges es un actor que lo tuvo fácil, sólo al principio, por ser ‘hijo de papá’, o más bien de ‘papás’. Sus progenitores eran actores (Doroty Dean y Lloyd Bridges). Sin embargo, en seguida mostró que tenía aptitudes para hacerse un hueco en el cine por derecho propio. Debutó con Odio en las aulas (Paul Bogart, 1970), pero fue en La última película, de Peter Bogdanovich, filme grande y nostálgico, donde se convirtió en un actor celebrado. Llegó a trabajar bajo las órdenes de John Huston en Fat City, ciudad dorada (1972), donde Bridges fue un aspirante a boxeador en medio de una historia de perdedores. También fue cómplice de una revuelta en el cine fantástico, la que se produjo al estrenarse la originalísima Tron (Steven Lisberger, 1982). Sin embargo, de su larga carrera, no exenta de altibajos, nos acordamos especialmente de sus armas de seducción en Los fabulosos Baker Boys (Steve Kloves, 1989) donde conquistó sin miramientos a la mismísima Michelle Pfeiffer; de su caída a los infiernos para buscar el Santo Grial en la película El Rey Pescador (Terry Gilliam, 1991) y de su fantástica interpretación en Crazy Heart (Scott Cooper, 2009), donde fue un cantante de country, alcoholizado y perdedor, que tuvo la suerte de encontrarse con una ‘segunda oportunidad’. Dado su brillante talento, es muy difícil ser categóricos a la hora de elegir su mejor interpretación. Probablemente sea la que realiza en esta película, El Gran Lebowski, donde da vida al “Nota”. Nadie como él le dio el tono adecuado a un ‘colgado’, amante de los bolos y de tomarse la vida con calma, al que se le pierden las reflexiones en frases atolondradas. De aquellos mimbres neohippies, confesaría el actor, nacería otro de sus personajes más simpáticos, Bill Django, en Los hombres que miraban fijamente a las cabras (Grant Heslov, 2009).
JOHN GOODMAN: Walter Sobchack es un ex-combatiente en Vietnam, también judío y un solemne ‘pringao’, pero por amor. Un mete-patas de órdago y el típico brasas que tiene teorías manidas (o marcianas) para todo con las que empaquetar y solucionar las cosas que tiene la vida. Walter es también el mejor amigo del “Nota” y uno de los mejores papeles de John Goodman, un tipo de Missouri que iba para deportista (fue jugador de fútbol americano) hasta que una lesión le llevaría por los derroteros de la vida artística. Aunque Goodman comenzara en Broadway y en sus alrededores (participó en shows y anuncios comerciales) fue la televisión la que le daría la fama que hoy sigue manteniendo. Su participación en la serie Roseanne, durante casi una década, (1988-1997) le abriría muchas puertas, aunque un año antes los Coen ya se habían fijado en él contratándole para la película Arizona Baby (1987). Junto a los hermanos cineastas participó también en O Brother! (2000), El Gran Salto (1998) y tiempo atrás, en 1991, en Barton Fink donde tuvo la oportunidad de ofrecer su mejor y más inquietante interpretación. Actuando como Charlie Meadows, un vendedor de seguros rotundo y solícito, vecino de Barton Fink en el destartalado y surrealista Hotel Earl, Goodman nos disparó a quemarropa con lo mejor de su arsenal: todo un abanico de matices interpretativos del mejor calibre. Recientemente hemos tenido la oportunidad de volver a verle en la fantástica y oscarizada The Artist (Michel Hazanavicius, 2011).
STEVE BUSCEMI: Al desconfiado señor Rosa le echamos el ojo en Reservoir Dogs y ya no quisimos perderle de vista. De aspecto frágil y quebradizo, descubrimos que el actor que lo interpretaba era un neoyorkino de ojos saltones y rostro imposible. Tenía hechuras de gran intérprete y algunos de los directores de cine del momento supieron reconocerlo y sacarle partido. Buscemi ha estado bajo las órdenes de Jim Jarmusch, de Tim Burton, de James Ivory, de Martin Scorsese y muchas veces bajo las de los hermanos Coen. Con ellos ha participado, por ejemplo, en Muerte entre las Flores (1990), Barton Fink (1991), El Gran Salto (1994), o Fargo (1996). En El Gran Lebowski es Donny, un hombre pegado siempre a una pregunta, sin personalidad, inocentón, lo que se dice un niño atragantado en el buche de un tipo que ronda la mediana edad. Y el sacrificio perfecto para la parodia del cine negro que quisieron poner en escena los Coen con este espectáculo. Buscemi también es director. Su debut, con Trees Lounge (1996) tuvo un éxito notable, aunque también ha llevado la batuta en otros filmes como Animal Factory (2000), Lonesome Jim (2005) o Interview (2007).
CONTRAPICADO: El Gran Lebowski es lo que son sus numerosos personajes en cada momento. No solo el “Nota”, dando explicaciones sin sentido a matones que le crecen como pulgas, o Walter y Donny tratando de resolver la encrucijada mientras pelean en un torneo de bolos. La película es también David Huddleston (el gran Lebowki del título); un irritante Philip Seymour Hoffman como su asistente; una Julianne Moore (Maude Lebowski) sensual, raruna y con su propio plan procreador; un John Turturro (Jesús Quintana) bailongo, desafiante y hortera; un Ben Gazzara (Jackie Treehorn) como productor de películas porno y dueño de matones; la banda chapucera de Los Nihilistas alemanes que inician el enredo; un Jon Polito (Da Fino) siguiendo la estela ¿detectivesca? del “Nota”; y un Sam Elliot, vaquero narrador de la historia, voz de los Coen, que se cuela entre sus fotogramas para conocer de primera mano la desternillante historia y que sentencia la película alabando la “comedia humana” transmitida de generación en generación, y con un fabuloso “El Nota está con vosotros”.
PICADO: Pero precisamente, si hay algo que aborrecemos en El Gran Lebowski es el sabor de boca final que nos deja la película. Y todo es por culpa de las últimas palabras de ese narrador omnipresente, petardo, con pinta de texano justiciero y sabelotodo, que en lugar de aportar algo al fantástico dibujo de los personajes o a la historia misma (Made in Coen), resulta redundante y crea rechazo. ¿Por qué convertir al “Nota” en un héroe de nuestros tiempos en posesión de la gran verdad? ¿A qué viene ese epílogo que nadie ha pedido? El “Nota” es tal y como es, un desastre humano que vive a su aire, un ‘pringao’ entrañable cuya principal virtud es que la sociedad de ciudadanos ocupados y estresados del mundo ha aprendido a ignorarlo. Después de la aventura que ha tenido que sufrir, ¿para qué vamos a llevarle la contraria? No le demos una importancia que no quiere. Descanse en paz y mullidito sobre su bigote mojado en ruso blanco.
SIMBIOSIS SONORA: Aunque en sus películas más serias, los Coen apuestan por un casi mudismo musical, por aquello de la profundidad inherente de sus personajes, en sus comedias siempre hemos encontrado la banda sonora perfecta para el lío más enrevesado. El soundtrack de El Gran Lebowski es probablemente de los mejores de su filmografía siendo el hilo conductor de su inicio el “la, la, la” de The man in me de Bob Dylan, que casi parece escrita para el “Nota”. Se suceden durante la historia otros temas de lo más variopinto, de los que queremos destacar, sobre todo, la rockera My Mood Swings de Elvis Costello, el apasionado I Got it Bad de Nina Simone, o la impagable Lujon de Henri Mancini (todo un homenaje al cine negro, de espías, de chantajes). Y por encima de todo, hay que resaltar los temas que acompañan a dos de las mejores escenas: Just dropped in to see what condition my condition was in, de Kenny Rogers & The First Edition, para el sueño psicodélico del “Nota”, y Hotel California, versión Gipsy Kings, la rumba que se marca Turturro para peor gloria de The Eagles, a los que, como todos sabemos, el “Nota” odia profundamente. Por cierto, que en la película se escuchan dos temas de Creedence Clearwater Revival que brillan por su ausencia en la banda sonora.
OJO AL DATO: Que el arranque de la película es un claro homenaje a Con la muerte en los talones de Alfred Hitchcock es algo que los propios hermanos defendieron a capa y espada y que no escapa a un cinéfilo que se precie, salvando las diferencias entre un Cary Grant, también confundido con otro, resolviendo con elegancia y coraje su problema, y un Jeff Bridges más bien arrastrado por la estupidez propia y ajena. La comedia está plagada de curiosidades a cual más sorprendente, como el hecho de que el “Nota” esté inspirado en un hombre real que los Coen conocieron mientras buscaban distribuidora para otra de sus producciones, o los cameos de la actriz porno Asia Carrera en el vídeo que Maud Lebowski le muestra al “Nota”, y de la cantante Aimee Mann como novia de uno de Los Nihilistas, siendo precisamente uno de ellos el bajista de los Red Hot Chili Peppers. Y un último apunte: algunas teorías apuntan a que la estructura narrativa de la película es calcada a la de la novela (que no la película de adaptación) El sueño eterno de Raymond Chandler. Ni afirmamos ni negamos, pero el enrevesamiento, desde luego, es el mismo.
RETRATO DEL HÉROE: Pese a que no hemos dudado de tachar al “Nota” de antihéroe al inicio de esta disección, es indudable que este personaje forma parte de esa caterva de fracasados, malnacidos, desgraciados, torpes y con mala estrella a los que el espectador termina amando con todas sus fuerzas, no tanto por su desamparo, sino porque, como en este caso, afrontan sus vicisitudes, traspieses y malaventuras con estoicismo, buscando una solución mientras intentan continuar su vida normal, llena de leches agriadas y polvo de tres dedos. Y ése es también el “Nota”. Por una alfombra meada se ve sometido a dos o tres palizas, a más de una humillación, a la amenaza aterradora de la castración genital, a dar explicaciones espatarradas que ni él mismo comprende y a un laberinto de sinsentidos que no es capaz de resolver. Pero aún así, va a la bolera, se pide su White Russian, y se sienta, resignado, a esperar a ver qué pasa. La pequeña parte de héroe que habita en su mente se aprecia en un magnífico diálogo: el Gran Leboswki, el millonario, le pregunta al principio “¿Qué hace a un hombre ser un hombre?¿Estar preparado para cumplir con su obligación cuando llegue el momento”. El “Nota” le contesta: “Bueno, eso… y un par de cojones”.
Nada mejor para interpretar el espíritu de esta gran comedia, como una de sus grandes conversaciones. Las tres mentes pensantes en acción:
Y para terminar, ahí dejamos a Jesús Quintana demostrando sus dotes de horterismo:
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