Visionado: ‘El amanecer del planeta de los simios’, de Matt Reeves. ‘Tibia resurrección’

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dos estrellas

Gracias a El origen del planeta de los simios (2011) la franquicia inaugurada en los 70 tomó nuevos bríos y logró despertar el interés de un público que echaba de menos las aventuras de aquel inquietante mundo al revés donde la soberbia del hombre recibía una lección de humildad. La película de Rupert Wyatt protagonizada por James Franco nos descubrió que la propia mano del hombre, y no otra fatalidad, fue la culpable de trastocar el orden establecido por Darwin y el Evolucionismo. Y ello en medio de una película trepidante, tierna y con una estimulante acción. Por ello, la decepción ha sido importante cuando encontramos en su continuación, El amanecer del planeta de los simios, una producción con un agudo sentido de la espectacularidad, pero con un relato perezoso cuya mayor virtud es que rememora historias y resucita géneros que nos resultan demasiado conocidos.

El conflicto en la película nace de dos emociones muy humanas: el resentimiento y la envidia. Las que incuba un simio con cicatrices llamado Koba y que es una especie de lugarteniente de César, el primate protagonista de la anterior entrega. Ambos son destacados componentes de una comunidad de simios que viven en paz, en los bosques que se alejan de San Francisco y ajena a la destrucción de la especie humana que, salvo algunos supervivientes, desapareció a causa de un letal virus. En este escenario, la irrupción de un grupo de hombres que buscan nuevas fuentes de energía romperá el equilibrio de la convivencia simiesca.

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Visionado: ‘Tron: Legacy’, de Joseph Kosinski. ‘Sopor de neón’


una estrella

Seguramente fuimos legión los que nos alegramos de saber que Tron, aquella película de los años 80 que nos fascinó por su estética de neón, volvía a la gran pantalla. La aventura continuaba e incluso resucitaba en 3D para mayor deleite de esos padres que, buscando desesperadamente la complicidad de sus hijos, les inician en sus viejas pasiones… Sin embargo, volvió a suceder. Llegado el momento de que Disney cumpliera con lo prometido, Tron: Legacy nos dejó completamente fríos. Ofrece espectáculo, es cierto, pero ya no tan deslumbrante, dejando al margen un par de escenas de persecución logradas. ¿Su mayor acierto?: explotar al límite las maravillosas imágenes que antaño nos ofrecía ese fantástico universo de los videojuegos, recorrido por nervios de neón, y plagado de bellos retratos que, de alguna manera, nos hacen añorar la estética de Fritz Lang y Metrópolis. Más allá del placer visual, no hay mucho más.

El legado que nos deja el abuelo Tron es el de una película sin ritmo, tediosa, carente de contenido y basada, emocionalmente, en el reencuentro de un padre y un hijo que, lejos de conmovernos, nos incomoda, nos produce una extraña vergüenza ajena. (Menudo papelón el del pobre Jeff Bridges, quien mantiene el tipo como puede…)

Tras una larga ausencia, la trama continúa, pero no comprendemos muy bien para qué, hacia dónde se dirige. Nos quedamos con las ganas de ver nuevos retos, competiciones innovadoras que huyan del revival, echamos de menos un villano con enjundia, que no se nos quede en una mera caricatura. Y nunca mejor dicho, porque para los anales del despropósito permanecerá un Jeff Bridges, en la piel cibernética de Clu, rejuvenecido por obra y gracia de las nuevas técnicas digitales, al que se le ha enquistado una desconcertante cara de palo.

En un entorno Odisea del Espacio, Jeff Bridges cumple con el trámite de reencontrarse con su hijo. ¡Qué cosas tiene el guión!