Homenaje: Elena Anaya. ‘Pasión soñada’

Candidata a la Mejor Interpretación Femenina. Premios Goya 2011. Elena Anaya (Palencia, 1975) contaba en una entrevista que sueña con los personajes que interpreta, tal es la intensidad con la que quiere atraparlos, para luego ‘habitar su piel’ frente a las cámaras. Quizás de estos encuentros furtivos, de este ‘método noctámbulo’, con el que adivinamos a la artista obsesiva, surge su talento para hacernos tan reales sus interpretaciones de mujeres caídas en desgracia.
De esta guisa, doliente, la encontramos hace ya una década. Era el momento en el que la bella y menuda palentina tuvo el coraje suficiente de enfrentarse a Belén, la niñera morbosa y trágica, a partes iguales (como su mirada bicolor) en Lucía y el Sexo (Julio Medem). El suyo fue todo un reto pues debía encarnar de manera convincente a una ‘Scherezade’ que erotizaba al protagonista a base de relatos porno con acento maternal; a una ‘Lolita’ martirizada por el sentimiento de culpa.
Elena ya contaba con una interesante trayectoria, pero fue en esta mágica película cuando supimos con certeza que no era tan sólo una cara bonita. Descubrimos a una actriz joven española, de fabulosa expresividad, para quien usar la voz a la hora de interpretar era un añadido que redondeaba un talento, en lugar de suponer problema. Sin embargo, alguna otra intérprete, con una dicción más atropellada, ha sabido incluso hacer las Américas con fortuna y alcanzar la gloria globalizad. Lo suyo con Hollywood no ha pasado del coqueteo; encarnó, por ejemplo, a una vampiresa voladora en una superproducción: Van Helsing. Nos encanta saber que, si cruza el charco, es también para asumir retos tan fascinantes como encarnar a Gelsomina en la versión teatral de la La Strada, que se estrenó en Nueva York en 2005. Volvió a demostrar que tenía los arrestos suficientes como para interpretar un papel que hizo inmortal a Giulietta Masina, en la película del gran Fellini. Y cuentan que estuvo a la altura.
El pasado año, Elena Anaya sorprendió por su osadía en Habitación en Roma (Julio Medem), donde se pasa casi toda la película como dios la trajo al mundo. Así, nos contó cómo sucumbió a un flechazo, por culpa de una bella rusa, una noche de borrachera y sexo de alto voltaje. A medida que iba sucediéndose la historia, comprendimos que aquella desnudez era anecdótica, pues ambas protagonistas se descubrían realmente vulnerables cuando transitaban por sus biografías inventadas y sus pequeños infiernos vitales. De esta película intimista le viene su nominación a la Mejor Interpretación Femenina en la próxima gala de los Premios Goya. Y es que Elena, a corazón abierto, está fantástica, como acostumbra.
Almodóvar acaba de trabajar con la actriz. Ya lo hizo hace años cuando le concedió un rol secundario en Hable con Ella. En septiembre podremos ver cómo se adentra en el universo del manchego por la puerta grande, como protagonista de La piel que habito, un filme negro, que bordea la ciencia ficción y el terror: una extraña y prometedora alquimia. El papel iba destinado, cómo no, a Penélope Cruz, pero los compromisos internacionales de la madrileña hicieron inviable su participación en el rodaje.
Un sueño prestado que Elena, seguramente, habrá hecho suyo pues nadie se deja ‘atormentar’, con tanto talento y tanto gusto, por los personajes que interpreta.

Homenaje: Colin Firth, caballero de la toma redonda

Candidato a los Globos de Oro, 2011. Le descubrimos a finales de los 80, en la piel seductora del Vizconde de Valmont, y fuimos suyas. Corrían los tiempos en los que las productoras no dejaban de pisarse proyectos y, de dicha competitividad clandestina, nacieron dos bellas versiones de Las Amistades Peligrosas. Firth protagonizaba la espléndida y preciosista visión de Milos Forman (Valmont). Con permiso del soberbio Malkovich, nos rendimos a sus maneras elegantes, aunque frívolas, a su mirada indiferente, pero abrasadora, a su gesto seguro, pero abrumado por mil y un matices de sentimientos encontrados.
Tiempo atrás, Firth había brillado en su querida patria, Gran Bretaña, como el arrogante Mr. Darcy de la serie Orgullo y Prejuicio que la BBC regaló a sus compatriotas. Y fue entonces cuando se hizo la luz en la cabecita de una escritora de libros en serie, una tal Helen Fielding, que se enamoró perdidamente del personaje/actor (tanto monta, monta tanto) y concibió a Mark Darcy. A la sazón, el chico demasiado perfecto de El Diario de Bridget Jones, el yerno que toda madre querría tener y, desde luego y sólo por esa vez, habría que darle la razón. Hete aquí que Firth volvía a ser universal porque si de la tele saltó al papel, de la novela pronto se nos escapó para convertirse otra vez en protagonista en la película homónima para la gran pantalla.
El año pasado Firth nos condujo al abismo en Un hombre soltero (Tom Ford, 2009). Sufrimos junto a él la pérdida del ser amado en ese terreno fronterizo emocional donde el infierno se confunde con la existencia. Su labor interpretativa estaba por encima de los Oscar y, de hecho, Jeff Bridges se lo arrebató. Hoy se nos anuncia otra vez como firme candidato a la ‘mejor interpretación masculina’ en los próximos Globos de Oro, antesala de los Oscar. En esta ocasión, su hazaña ha sido la de interpretar a un tartaja de manera convincente. A un monarca por accidente (George VI) molesto ante la homérica labor de que un país te tome en serio, en vísperas de la II Guerra Mundial, y para más inri, con un elocuente Winston Churchill al lado, como compañero de viaje. La película se llama El discurso del Rey (Tom Hooper, 2010).
La soberbia interpretación del tartamudo regio bien merece que colguemos el tráiler de la película en su lengua materna. Pero si os puede la curiosidad y queréis conocer, en cristiano, de qué va la película, justo debajo encontraréis la versión española. Nadie tiene por qué saber cuál habéis visionado. Por cierto, se estrena el próximo 22 de diciembre en España.