Afortunadamente, todos los veranos encontramos ese resquicio cinematográfico de frescura por el que poder respirar entre una taquilla hecha a la medida de una estación tan deseada como absurda. Este año nos lo ha proporcionado el director irlandés John Carney, quien hace siete años abrió con la maravillosa Once la puerta hacia un nuevo tipo de película musical, más realista y comprometida, pero también repleta del optimismo inherente de las comedias trabajadas e ingeniosas. Begin Again, su nuevo y absoluto homenaje a la música pop-rock, no solo se ha convertido en un fenómeno aupado por el boca a boca sino que se suma sin complejos a ese listado particular de films contemporáneos que se hacen entender por los acordes de una guitarra, como lo han sido en el último año A propósito de Llewyn Davis, Alabama Monroe o el documental Searching for Sugar Man.
El quinto largometraje de Carney es una suerte de Once, pero revisada para un público más mayoritario, cambiando Dublín por Nueva York, sin que por ello pierda su fabuloso paralelismo en el núcleo de un argumento que va mucho más allá del chico conoce chica. Concretamente, una primera parte de la película la componen los dos brillantes y precisos flashbacks de sus protagonistas: el tocamiento de fondo de un productor musical recién despedido (Mark Ruffalo) y su encuentro con una compositora británica (Keira Knightley) abandonada por su novio músico, que acaba de hacerse enormemente famoso (Adam Levine, líder del grupo Maroon 5). Diferentes pero iguales, y ayudados por su compartida desolación, ambos ponen en marcha la segunda parte de la historia cuando deciden trabajar juntos en la edición de un álbum grabado al aire libre, por las calles, parques y azoteas de la Gran Manzana, fuera de la contaminación de la industria y con músicos desconocidos, para dejar que sea la música la que haga su trabajo.