Visionado: ‘El Gran Hotel Budapest’, de Wes Anderson. ‘Una deliciosa rareza’

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cuatro estrellas

Wes Anderson parece un cineasta que todavía confía en encontrar un mundo mejor en cada película que imagina. Asomándose a sus zooms rápidos, parece haberlo buscado en todas partes: más allá de un campamento infantil, cuando despunta el primer amor; en la extravagante redención de una familia a la que se ha desdeñado durante toda una vida y hace poco, en otra época, en una Europa inventada (pero muy reconocible) que pierde el equilibrio al borde de la guerra. Esa  mirada optimista que sostiene, con su punto de sarcasmo, esos mundos tan personales y disparatados que surgen de su cabeza pueden fascinar o irritar, pero nunca dejarte frío.

En Gran Hotel Budapest, su última película, el texano se supera a sí mismo. En ella encontramos lo mejor de su cine, pero elevado a la enésima potencia. En esta ocasión, ha construido  una especie de teatro de marionetas para contarnos la vieja historia de un hotel–balneario que vivió tiempos de esplendor allá en los años 30. En estas instalaciones de recreo, Zero (Tony Revolori), un botones ingenuo y a la vez astuto se convertirá en el fiel ‘escudero’ de su director, Gustave H. (Ralph Fiennes), todo un caballero de fina estampa.  Optimista, amable, servicial, el señor Gustave es un amante incondicional de mujeres de avanzada edad. En parte por esta honrosa debilidad, ambos se verán envueltos en un rocambolesco enredo donde entra en juego la herencia de una anciana y el buen nombre de una vetusta familia centroeuropea.

A través de su disparatado y agridulce sentido de la comedia, Wes Anderson echa mano de una estética llena de luz, colores pastel de extraña violencia y de encuadres llenos de simetría. Muchos de sus escenarios se localizan en unas fantásticas y elaboradas maquetas con las que recrea desde la fachada pastel del hotel hasta paisajes alpinos y ha sido rodada con diferentes anchos de pantalla para encuadrar las acciones de diferentes épocas. Para regocijo de sus incondicionales, en El Gran Hotel Budapest están las señas de identidad cinematográfica del cineasta: desde su zooms rápidos, que atropellan con ansia las escenas, a los dinámicos planos secuencias que parecen atracciones de feria, rebosantes de detalles curiosos e informativos.

La película, un homenaje al escritor austríaco Stefan Zweig, cuenta además con un reparto impresionante, lleno de estrellas y actores de primera, como el que, mucho tiempo atrás (en unos reales años 30) supo reunir aquel primer Gran Hotel donde se daban cita desde Greta Garbo a Joan Crawford. Es un auténtico gustazo encontrarse en el de Anderson con un Edward Norton como el perseguidor de Gustave H., muy a su pesar, o a Willem Dafoe haciendo honor a sus inquietantes rasgos o también a una inesperada Tilda Swinton en la piel de una anciana enamorada. Pero, sin lugar a dudas, los que desbordan energía interpretativa son los dos protagonistas. En especial, Ralph Fiennes, quien demuestra que no hay registro que se le resista resultando en la comedia tan intenso y memorable como en el drama.

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