Sin lugar a dudas la mayor sorpresa que reserva Crónicas diplomáticas es la capacidad que tiene la película para tomarse en serio a sí misma, pero echándose unas risas. Es decir, es una cinta que tiene un punto de disparate despreocupado y surrealista y, sin embargo, en ella todo parece responder a una cuidada planificación cómica que intenta buscar la identificación con la realidad del enorme aparato burocrático del llamado Estado.
Tiene como epicentro a un personaje hilarante por su elevada simpleza. Se trata, ni más ni menos, que del ministro de Asuntos Exteriores francés, interpretado con alegría y brillantez por Thierry Lhermitte. Es un tipo que se siente llamado por el destino para liderar grandes gestas diplomáticas, aunque la actualidad política mundial se le quede corta. Un pedante que hace gala de su incultura, se pierde en un laberinto de pensamientos abstractos, frases hechas y esnobismos de medio pelo. Más que caricaturesco, que lo es, resulta un divertidísimo boceto perfilado para reconocer en él rasgos de muchos de los tipos que ocupan el primer plano de la vida pública. A su alrededor, giran sus satélites: una corte de asesores a cual más peculiar, real y estrambótico.