Visionado: ‘La gran belleza’, de Paolo Sorrentino. ‘La interminable decadencia’

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tres estrellas

Una interpretación musical sobre monumentos históricos, una fiesta vip de compases discotequeros, un perturbador montaje para mostrarnos un carrusel de personajes tambaleantes entre lo sofisticado y lo friqui, y un pasillo a lo cabaret para la presentación del protagonista principal, son el impresionante arranque de La gran belleza, la nueva niña bonita del cine italiano que se hizo con el Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa en la última edición de los Premios Oscar. Se trata de un prólogo con una fuerza visual muy conseguida y que no se acompleja en situarnos en el petardeo veraniego de las élites culturales de Roma, en un tiovivo grotesco donde todo es lo que parece y nada importa más allá del amanecer.

El gran Paolo Sorrentino echa mano de su facilidad para el pasacalles coral con este videoclip introductorio, que se interrumpe con la aplastadora presencia del gran rostro de la película: Jep Gambardella. El escritor de un solo libro, el relator “de pasos breves”, el periodista cínico y consciente de su propia mediocridad, el vividor de muertes ajenas, el espigón cultural de una época gloriosa que agoniza de puro aburrimiento, el hombre que roza ya la tercera edad con esa soberbia y chulería que solo legitiman la buena vida y las malas costumbres. Una interpretación deliciosa y bravucona del actor y cineasta Toni Servillo que se ha convertido en icono contemporáneo del nihilismo cultureta.

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Visionado: ‘Ocho apellidos vascos’, de Emilio Martínez-Lázaro. ‘A golpe de tópicos’

tres estrellas

Al cierre de este post, el nuevo fenómeno del cine español superaba los diez millones de euros de recaudación en taquilla. Todo un acontecimiento que no se repetía desde la revolución de Lo imposible. Cuesta adentrarse en Ocho apellidos vascos dejando ese dato al margen, como si fuera algo extrapolable o irrelevante, que no lo es. La comedia cinematográfica en España necesita de vez en cuando que el público le pegue un buen subidón de adrenalina para que no se nos olvide que es un género que se nos da muy bien, aunque tengamos que recurrir a la autoparodia, a la incombustible etiquetadora de caracteres españoles.

Y así sucede con esta nueva película de Emilio Martínez-Lázaro. El director madrileño se ha puesto en manos de esos magos de la carcajada que son Borja Cobeaga y Diego San José (creadores de Pagafantas y de esa maravilla del humor ácido que es el programa de la EiTB Vaya semanita) para seguir demostrando su dominio del gusto mayoritario del público español, como ya demostró hace ya más de diez años con El otro lado de la cama.

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Píldoras cinetarias: ¿es posible condensar mil películas en diez minutos?

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La respuesta es sí. No cuenta como haberlas visto, ni muchísimo menos. Pero puede servirnos como ejercicio visual para todos aquellos que no nos cansamos de encontrar estos fabulosos montajes cinematográficos en Internet. Hablamos del vídeo creado por el usuario de Youtube Jonathan Keogh basándose en el libro recopilatorio de Stephen Jay Schneider. En el vídeo se condensan en una duración de diez minutos nada más y nada menos que un millar de películas, de esas que hay que ver antes de morir.

Para un montaje de tales características, su realizador no ha tenido más remedio que agrupar decenas de películas en varias secuencias hechas en ventanas de imagen, que tan solo podremos descifrar si vemos el vídeo unas cincuenta veces o si le damos al “pause” cada cinco segundos.

Queremos decir que en realidad estamos ante una obra que necesita más de diez minutos para disfrutarla de verdad y en el que resulta totalmente absurdo elegir cuáles son las mejores películas seleccionadas. Son 1.001 y muy bien elegidas. Decidid vosotros:

Visionado: ‘El poder del dinero’, de Rober Luketic. ‘Cansino espionaje industrial’

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dos estrellas

El poder del dinero, de Robert Luketic, es una de esas películas preocupantes que muestran el agotamiento de ideas que sufre, en muchas ocasiones, la industria del cine de Hollywood. En esta ocasión, nos acercamos a una de espionaje industrial que cuenta con dos reclamos, dos actores con suficiente poderío como para que caigamos en la trampa y paguemos la entrada de cine con cierto entusiasmo gratuito. Hablamos de Harrison Ford (luciendo una tímida calva de anciano que quiere hacerse respetar) y del magnético e imprescindible Gary Oldman.

La película narra la historia de un joven, Adam Cassidy (Liam Hemsworth), que ambiciona llegar a lo más alto en alguna de las grandes corporaciones tecnológicas que dominan el mercado. Para ello, y presionado por Nicholas Wyatt (Oldman), se presta a realizar labores de espía industrial en una de las firmas más punteras del sector, propiedad de Jock Goddard (Ford). De este modo, Adam alcanza sus sueños más materialistas: reconocimiento profesional, una novia espectacular y un gran tren de vida. Como no podía ser de otra forma, sobre el tablero de este peligroso juego nada es lo que parece, o tal vez sí para muchos espectadores.

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Visionado: ‘Vivir es fácil con los ojos cerrados’, de David Trueba. ‘Como en las canciones’

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tres estrellas

La gran ganadora de los últimos Premios Goya es de esas buenas películas cuya corrección es su mejor y peor baza. Es una historia contada con una gran sensibilidad, buen gusto y cierto preciosismo que incluso resulta original a la hora de remontarnos a nuestra todavía reciente historia franquista. Basada en una historia real,  la de un profesor de inglés que viajó en 1966 a Almería para conocer a su ídolo, John Lennon, que rodaba allí la antibelicista Cómo gané la guerra, Vivir es fácil con los ojos cerrados es probablemente la mejor película hasta el momento de su realizador, David Trueba. Y lo es porque desprende una sencillez y sutilidad tan visibles, en una época tan complicada para España, que apenas deja espacio para la crítica por lo naif y delicado de cada fotograma.

Una breve introducción por separado de sus tres personajes principales deja espacio más que suficiente al cineasta para permitir que el soñador y beatlemaniaco Antonio (Javier Cámara) y sus improvisados compañeros de viaje, Belén (Natalia de Molina) y Juanjo (Francesc Colomer) se den a conocer poco a poco a través de un guion que adolece de algunos cambios de rasante pero que parece ir corrigiéndose a sí mismo cuando lo necesita, a través de detalles que son más notables en los gestos de los actores que en sus palabras. Cámara es el gran orador y gurú de la película, el que aporta toda su sencilla y simpática filosofía. Un Premio Goya más que merecido (y que ya tocaba) aunque su personaje peque a ratos de ingenuidad.

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