Visionado: ‘El Hobbit: un viaje inesperado’, de Peter Jackson. ‘De nuevo la ilusión’

cuatro estrellas

 
Cinetario no existía cuando hace ya nueve años salimos de la sala totalmente conmocionados tras ver El Retorno del Rey, la última de las tres entregas que Peter Jackson realizó para la adaptación de la novela de J. R. R. Tolkien El Señor de los Anillos. Habíamos crecido y madurado con esos tres libros, sus historias y personajes formaban parte de nuestra experiencia vital, y la emoción de poder disfrutar de su insuperable salto a la gran pantalla dio paso a un gran vacío: el que experimentamos cuando nos dimos cuenta de que nunca volveríamos a ver algo así. El listón estaba tan alto, lo que habíamos contemplado era de tal magnitud, que todo lo visto después solo sería un espejismo, una burda imitación. Así pensábamos hasta que nuestra esperada ilusión se renovó cuando supimos del inicio del rodaje de , el inicio de todo, en las mismas manos del director neozelandés, nuestro pequeño gran alquimista.
 
Después de muchos tropiezos, de la guerra contra los herederos de Tolkien, de los cambios en la distribuidora, de la la huida de Guillermo del Toro, de nuestra casi total certeza de que el proyecto no saldría adelante, finalmente fue posible. Nuestra última visión cinematográfica de la novela ya no sería la despedida de Frodo en los Puertos Grises. Ya no lo es. Peter Jackson nos lo está diciendo al comienzo de : se remonta al inicio de La Comunidad del Anillo para que entendamos que aquello que el viejo Bilbo Bolsón (Ian Holm) comenzaba a escribir ocultándolo a su sobrino Frodo (un placer reencontrar a Elijah Wood) tenía algún sentido. Es la precuela, el viaje que siendo un ingenuo y comodón hobbit, 60 años atrás, realizó con el mago Gandalf y con doce enanos para recuperar el Reino bajo la Montaña, usurpado por el dragón Smaug.
 
Tan fuerte es el lazo que une esta película a la trilogía de El Señor de los Anillos que el director ha apostado por prescindir, salvo al principio, del tono enormemente infantil de la novela original para hacer la historia más madura, más profunda, dotándola de una épica y una trascendencia que pasa del todo desapercibida en la lectura. De hecho, como ya hiciera hace más de una década, no ha adaptado solo sino que ha abierto los valiosos Apéndices de Tolkien para que conozcamos las historias legendarias del enano Thorin Escudo de Roble, la naturaleza del mago bardo Radagast, la historia del Bosque Sagrado (luego Bosque Negro), las predicciones de Galadriel de Lòrien sobre el nacimiento de fuerzas oscuras, y la introducción de la pérdida del Reino de Thrór. 
 
Es esta mimetización y sensibilidad de Peter Jackson con la historia de la Tierra Media lo que le convierte ya en el único director posible a nuestros ojos. Es realmente sorprendente que haya conseguido volver a hacer enmudecer por entero a las grandes salas de cine con escenas de acción tan espectaculares como la lucha de los gigantes de piedra, el ataque de los wargos o la huida de las mazmorras de los trasgos (hay que ver cómo nos recordó a las minas de Moria). Por supuesto, la escena más esperada por los fans, el hallazgo del anillo de poder por parte de Bilbo, su encuentro con Gollum (portentoso, hechizante, trastornado y esperpéntico de nuevo) y los acertijos en la oscuridad, superan con nota la expectativa, no solo por su trascendencia en la historia sino por respetar casi al dedillo el diálogo frenético y desquiciante que ambos personajes mantienen en la novela.
 
Pese a que Gandalf (el gran Sir Ian McKellen) tiene todas las papeletas de convertirse al final en el gobernante de toda la saga, no podemos dejar de alabar la elección del británico Martin Freeman para interpretar al joven Bilbo. Si no fuera porque ya le amamos por su papel de Tim en la serie británica The Office y como Watson en la versión moderna de Sherlock, habríamos pensado que nació hobbit. Su carisma, sus muecas, su pasmo, sus arrebatos de valentía desconocidos hasta para él, su aprendizaje, quedan grabados en su rostro de manera tan perfecta que consigue que le acojamos en nuestro corazón como ya hicimos con Frodo. Pero otro personaje se descubre en bajo el mencionado Thorin, líder destronado de los enanos, con la soberbia y triste mirada del actor Richard Armitage, en un paralelismo con el Aragorn de Viggo Mortensen no exento de astucia. Bien hallados son también los “retocados” Elrond (Hugo Weabing), Galadriel (Cate Blanchett) y Saruman (Christopher Lee) y la caracterización de todos los enanos, valientes, guasones, guerreros y cantarines.
 
Y nada hubiera sido lo mismo tampoco sin Howard Shore. Siguiendo las mismas premisas que en la trilogía anterior-posterior, consigue dotar a cada escena de su personalizado pulso musical. Tras repetirse temas como The Shire para los hobbits, The Ring para el anillo o Rivendel para el reino elfo, el compositor canadiense nos deslumbra con una retumbante partitura exclusiva para los enanos, la de su canción de regreso al reino perdido y la de las escenas de aventuras. Lo mismo realiza para los trasgos (todavía no existen las manadas de orcos de Sauron), para Radagast y para la escena del vuelo final, haciéndonos flotar y vibrar con el ritmo frenético del relato, casi sin tregua, convirtiendo en un pestañeo casi tres horas de metraje.
 
Cinetario no existía cuando en un agujero, en el suelo, vivía un hobbit. Pero ahora sí. Y podemos expresar con alegría nuestra renovada ilusión. Es como tomar el mejor plato de comida de tu vida, y que puedas repetirlo con avidez pasado un tiempo. ¿Quién podría negarse? Quizás muramos de empacho, quizás con dos películas hubiera bastado. Pero el propio Jackson ya se encarga de justificar por boca de Gandalf su nueva trilogía: “Hasta las historias más pequeñas merecen ser adornadas”. Con nació hace veinte años nuestra segunda vida en la Tierra Media, lejos de nuestra mera existencia, descubriendo que pequeños seres pueden hacer grandes cosas. Ahora podemos seguir viviéndola y con eso nos basta.
 

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