Visionado: ‘Whiplash’, de Damien Chazelle. ‘Inmortalidad voraz’

Whiplash

cuatro estrellas

Dicen que el legendario Charlie Parker (Bird) recibió un golpe de platillo en plena cabeza porque tuvo una mala tarde. El golpe, propinado por el baterista Jo Jones, le hizo caer en la cuenta de que se había instalado en la mediocridad y supo que aquello tenía que acabar. Dicen que de aquel oportuno toque de atención nació precisamente el genio que escondía el músico. Terence Fletcher, el impresionante y voraz director de orquesta de Whiplash, acude en varias ocasiones a esta anécdota, medio inventada, como si fuera un mantra. La utiliza para justificarse ante quien quiera escucharle, pues sus métodos pedagógicos son duros y cuestionados. Y también para explicar que quien decide consagrase al arte, tiene que pagar un paradójico precio: debe sacrificar su vida, precisamente, para lograr que ésta cobre sentido y no se diluya en el anonimato.

Fletcher (J. K. Simmons) es un director de orquesta de jazz que presiona, tortura psicológicamente a sus músicos, utiliza el dolor más profundo que está enquistado en sus almas y les anula la voluntad para arrancarles artísticamente mucho más de lo que se espera de ellos. Entre sus discípulos, hay un muchacho excepcional, Andrew Neiwman (Milles Teller), un baterista con mucho talento que, aunque se entrega en cuerpo y alma para convertirse en un virtuoso percusionista, jamás encuentra la perfección. Y esa opinión la comparte con el inquietante y carismático mentor.

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Visionado: ‘Begin Again’, de John Carney. ‘Que la música haga su trabajo’

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cuatro estrellas

Afortunadamente, todos los veranos encontramos ese resquicio cinematográfico de frescura por el que poder respirar entre una taquilla hecha a la medida de una estación tan deseada como absurda. Este año nos lo ha proporcionado el director irlandés John Carney, quien hace siete años abrió con la maravillosa Once la puerta hacia un nuevo tipo de película musical, más realista y comprometida, pero también repleta del optimismo inherente de las comedias trabajadas e ingeniosas. Begin Again, su nuevo y absoluto homenaje a la música pop-rock, no solo se ha convertido en un fenómeno aupado por el boca a boca sino que se suma sin complejos a ese listado particular de films contemporáneos que se hacen entender por los acordes de una guitarra, como lo han sido en el último año A propósito de Llewyn Davis, Alabama Monroe o el documental Searching for Sugar Man.

El quinto largometraje de Carney es una suerte de Once, pero revisada para un público más mayoritario, cambiando Dublín por Nueva York, sin que por ello pierda su fabuloso paralelismo en el núcleo de un argumento que va mucho más allá del chico conoce chica. Concretamente, una primera parte de la película la componen los dos brillantes y precisos flashbacks de sus protagonistas: el tocamiento de fondo de un productor musical recién despedido (Mark Ruffalo) y su encuentro con una compositora británica (Keira Knightley) abandonada por su novio músico, que acaba de hacerse enormemente famoso (Adam Levine, líder del grupo Maroon 5). Diferentes pero iguales, y ayudados por su compartida desolación, ambos ponen en marcha la segunda parte de la historia cuando deciden trabajar juntos en la edición de un álbum grabado al aire libre, por las calles, parques y azoteas de la Gran Manzana, fuera de la contaminación de la industria y con músicos desconocidos, para dejar que sea la música la que haga su trabajo.

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