El puerto de Algeciras, el Estrecho de Gibraltar, el Peñón y Marruecos son escenarios con suficiente juego estético y narrativo para montar una gran película de acción. El Niño no falla en tal misión. Está configurada como un gran thriller sobre el tráfico de drogas en el que la música y las localizaciones tienen la inteligencia y el saber hacer de los expertos en cascarones, en saber armar una buena historia con esos elementos estimuladores de la adrenalina que, como mínimo, hacen que prestemos atención. Ese ha sido el principal éxito del intrépido Daniel Monzón, junto con una abrumadora (por no decir cargante) campaña promocional que creemos que está batiendo algún record guiness de duración.
El cineasta es perro viejo y con Celda 211 intentó quedarse con la copla: nada vende mejor que un personaje principal atrayente. No obstante, debió apuntarse mal la nota o la letra, porque decide que para su particular The Wire a la española lo mejor era agenciarse un actor guapetón, de ojos transparentes, cuello imposible y talento interpretativo algo más que cuestionable. Jesús Castro es ese Niño entre dos tierras. El papel de joven temerario, callado, ambicioso, cebo, partícipe y azote del narcotráfico, le queda tan grande que a ratos da hasta algo de lástima. Está a unos mil universos de nuestro concepto del carisma, y no digamos de Malamadre, a quien no podemos evitar buscar en un Luis Tosar cuyo papel de policía atormentado y obsesionado con pillar a los malos está configurado a brochazos y casi con desgana.