Cuando William Friedkin y William Peter Blatty echaron su mano a mano para realizar y adaptar, respectivamente, el libro del segundo, en El exorcista (1973), no olvidaron su componente más valioso: el convertir la figura del padre Karras en alguien cercano, con sus propios problemas, temeroso de lo divino y cuestionando su fe. No sabemos si los hermanos Chad y Cary Hayes bebieron de estas fuentes para elaborar el guion, basado en hechos reales, de Expediente Warren, pero es indudable que esa es para nosotros su premisa más atractiva. En este caso, es el matrimonio formado por Ed y Lorraine Warren, investigadores de fenómenos paranormales, el que pone rostro humano al exorcismo más bestia que podamos imaginar.
La intervención de esta pareja en los extraños sucesos que en los años 70 se produjeron en una casa de Rhode Island, habitada por la familia Perron (matrimonio y cinco hijas), son el epicentro emocional de la historia. No hablamos de excéntricos parapsicólogos que aparecen de la nada para inquietarnos con el misterio de sus poderes. Aquí asistimos a la cotidianidad de dos familias (afectados y exorcistas) cuyos destinos se verán unidos por los seres sobrenaturales y demoníacos que se pegan a ellos a través de los objetos y las emociones. Ahí reside su originalidad y el halo de sentimentalismo que hace de su sufrimiento algo más cercano y también solapado a nosotros.
Pero no podemos ignorar que es James Wan quien capitanea el barco. El cineasta malayo, aunque en esta ocasión algo más comedido con la cámara que en Saw o en Insidious, se deja ver por los guiños malabares de sus planos y por la enorme coctelera que se fabrica para la fiesta. Imágenes eficazmente espeluznantes, música de infarto, tópicos del género que ya provocan fatiga infinita y algunos recursos aterradores pero desaprovechados (como las tres palmadas de burla a la “trinidad”) hacen la fotosíntesis juntos para que al final el resultado no pase de ser (tristemente) un producto digno de olvido inmediato.
Se suceden además en Expediente Warren algunos intentos de superar el cine centrado en las posesiones infernales y la demonología, yendo más allá de los clichés heredados de los clásicos como la mencionada El exorcista, La profecía o Posesión infernal, o de otras más recientes y pretenciosas como El último exorcismo. Nos referimos a la concepción profana que pretenden inculcarnos al dejar que el matrimonio de parapsicólogos actúe sin autorización vaticana y sobre niños no bautizados. Lo curioso es que al final esta supuesta transgresión no deja de parecernos todo lo contrario, puesto que patina con el castigo bíblico de la condenación y la locura con la que parece sentenciada la familia afectada.
Pese a todo, es evidente que no se trata de una mala película. Al primer factor humanista que destacábamos y a su innegable tensión histérica, debemos añadir la estupenda interpretación de sus dos actrices principales. Solamente por ver la manera en que Vera Farmiga transmite la intensidad de la poderosa y frágil Lorraine Warren merece la pena su visionado, así como por el sorprendente rol de Lily Taylor como madre coraje, sufridora y poseída hasta límites realmente espeluznantes. Ellas son el genio que, como apuntan en la película, hubiéramos querido mantener dentro de la lámpara para perpetuar su magnífico arranque. Pero al final se desata y se convierte en pasto del artificio sin fundamento, caído a los pies de algo muy humano, sí, pero también roto, ahorcado y agotado.
Y a continuación el curioso tema In The Room Where You Sleep, de la banda de Ryan Gosling, Dead Man´s Bones, incluido en la película:
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