PURA CREACIÓN
Algo así tenia que ser inventado. Esta increíble película de Christopher Nolan deslumbra, plantea infinidad de lecturas y de desafíos metafísicos a todos aquellos espectadores que alguna vez se sintieron intrigados por los misterios que encierran nuestros sueños y por el frágil refugio de nuestra memoria. El Nolan de Memento volvía, hace un año, con su lenguaje barroco y apasionado a proponernos Origen, un difícil juego para el que hay que estar dispuesto a dejarse llevar por laberintos existenciales, espejos enfrentados y escaleras que conducen a ninguna parte con el fin de encajar todas las piezas que nos completen la historia. No es nada fácil en un primer visionado, pero la película cuenta con tantas imágenes hipnóticas, con un ritmo tan vertiginoso y una historia de amor trágico de tal intensidad, que cualquier tropezón a la hora de seguir la trama, apenas tiene importancia, pues navegamos por ella como por instinto, comprendiendo lo esencial, aprehendiendo lo universal. Cada secuencia es una joya que asombra, cada miseria y tragedia, destapada del pasado del protagonista, una droga de emociones fuertes.
No estamos seguros, pero quizás la clave de la efectiva narración del guión de Nolan consiste en focalizar en objetos, en imágenes, en pequeñas ideas repetidas como un mantra, las claves de su historia. Así, nos encontramos con una caja fuerte en la que se esconde un secreto, también el desenlace de la película; con un laberinto como estrategia de asalto, con los rostros esquivos de unos niños como ideal de una felicidad que creímos codiciar, con una peonza para preguntarnos si somos intrusos de un sueño ajeno.
El reparto es impecable. Leonardo DiCaprio, Marion Cotillard y Cillian Murphy lo encabezan, pues son ellos los que recorren los estados emocionales más vulnerables. Nunca deja de asombrarnos la capacidad expresiva de un Leonardo DiCaprio que nunca ha parecido un intérprete al uso, sino una especie de antropófago que devora sus personajes con una naturalidad que sólo puede salirle de lo mas oscuro de las vísceras, como los grandes, como Brando. No parece método sino pura intuición. Una vez más, pura creación, origen.
Siempre que revisitamos esta película nos sentimos un poco niños. No deja de ser una historia irresistible que deja al descubierto algunos de nuestros deseos más ocultos. Como los ‘yonkis’ africanos de Origen, nos encantaría despertarnos en los sueños, en instantes sin principio ni fin, en estepas vírgenes donde cualquier placer o sufrimiento es posible, lugares perfectos para ocultarnos de la realidad aunque nos persiga la mala conciencia
La explicación más clara de la filosofía onírica sobre la que se asienta toda la película la aporta el siempre sorprendente DiCaprio en una de las secuencias más didácticas.
EL SUEÑO SE VIENE ABAJO
Nunca está de más darle una nueva vuelta de tuerca, crear un nuevo punto de partida para recrearnos en ese filón creativo que pueden ser los sueños así como la realidad alternativa que construyen: el salvaje y prometedor territorio de lo irracional. Sin embargo, tras ver Origen no podemos evitar pensar que los sueños están mejor tranquilos y dormitando en el limbo del subconsciente y no tratando de imponerles reglas o puertas de fácil acceso, ni mucho menos encorsetarlos en un guión plagado de excesos narrativos que buscan desesperadamente rodearlos de un cerco de lógica. Sí, ya sabemos que son churras y son merinas, pero una película como El Ángel Exterminador (Luis Buñuel) funciona, asombra, desarma y se disfruta con naturalidad, sin necesidad de grandes fanfarrias ni señores que nos expliquen la fantasía. Las dos tienen ‘lo onírico’ como coartada.
Nos dicen que Origen es un soberbio ejercicio de inteligencia y no somos quién para desmentirlo. Como gimnasia neuronal, nos parece muy respetable. Pero hasta el espectador más pintado, el que ha resistido el primer visionado cazando todo lo que se le cuenta, se siente agotado después del viaje por los laberintos oníricos que propone y encima, sin disfrutar del buen cine (ese que se desarrolla con economía de recursos) ni tampoco de las fabulosas imágenes que nos ofrece esta misma película. Y es que Origen abruma al espectador con una sobrecarga de información sobre el mecanismo de la fantasía concebida por Christopher Nolan. Sobran conceptos, sobran paradojas, sobran lecciones aceleradas de psicoanálisis y, en definitiva, sobran explicaciones, de esas que se han metido con calzador en unos diálogos de enciclopedia.
Excesivo es también ese largo y sostenido desenlace en el que convergen cuatro niveles de sueños con sus laberintos, con sus propias batallas y con una bella historia de redención que se nos ahoga entre el estruendo de los tiros, explosiones y una Edith Piaf que no tiene por qué lamentarse de nada (menuda era ella). Prácticamente la única concesión al humor para una película a la que le sobra solemnidad. ¿No os parece que los personajes resultan demasiado rígidos, demasiado ensimismados en su homérica misión o en sus asignaturas pendientes vitales? No es que reivindiquemos a un Han Solo en toda película que se nos tercie, pero un poquito de humor sarcástico se habría llevado a las mil maravillas con una historia de estas características, de corte grandilocuente. Más allá de la distracción de las escenas de acción, no hubiera estado de más humanizar el sueño o la pesadilla para aligerarnos de la enorme responsabilidad que supone asumir este complejo argumento y sus paradojas…
Llama la atención contemplar cómo Nolan se ha esmerado en la construcción de la historia de corte más fantástico, mientras todo ese arrebato creativo languidece en la idea idiota de que un tipo echará abajo un inmenso imperio energético para darle gusto a un padre senil y superar, ya de paso, un complejo de inferioridad de adolescente.
Lo mismo le sucede a la fantástica banda sonora de Hans Zimmer, imponente, poderosa, de órdago si su presencia hubiera sido más discreta y hubiera servido para enfatizar tan solo ciertos instantes de la narración. Hay momentos en que su omnipresencia resulta un chiste.
Sin embargo, hemos de ponernos en la piel de ese genial cineasta que es Christopher Nolan (y lo decimos con el corazón en la mano, sin sorna) después de haberse convertido en un cineasta de culto tras Memento y en el salvador de un Batman que regresa a la oscuridad que le es propia. Nolan ha debido sentirse una especie de elegido, tocado por los dioses, a quien sólo le quedaba rematar su entrada en el Olimpo de los mejores cineastas del momento. De ahí que Origen fue concebida a lo grande, para marcar una época en la historia del cine, un objetivo que perdió su horizonte en la ampulosidad de su propuesta. Eso sí, nos quitamos el sombrero hacia la idea original de la que parte, ante su intención de llevarla al ámbito de un futurible espionaje industrial, así como ante lo laborioso que le ha debido resultar construir el armazón argumental sobre el que se sostiene. Y sobre todo, nos rendimos ante ese Nolan de 16 años que comenzó a rumiar esta idea que nunca abandonaría a pesar de las grandes superproducciones y las nuevas historias fascinantes que, seguramente, le habrán hecho cosquillas en la imaginación durante todos estos años.
A continuación, un montaje de lo más interesante sobre los cuatro niveles de sueños que se suceden en tiempo real y en paralelo durante el segundo bloque de la película. Solo es un ejemplo de la comedura de tarro que supone ingerir este culebrón sobre la arquitectura de la ciencia onírica.
Si te invitaran a un banquete exquisito y pantagruélico, te hartaras de comer por no ser capaz de rechazar tantas delicatessen, terminaras empachado, pesado, con ardor de estómago, y alguien te preguntara qué tal lo has pasado, no sería fácil dar una respuesta.
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Muy gráfico, sí. Viene a resumir prácticamente todo lo que hemos dicho aquí y la dificultad de analizar esta película.
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