‘En la ciudad’, de Cesc Gay: ‘Elogio de la incomunicación’ vs ‘Realismo disimulado’

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ELOGIO DE LA INCOMUNICACIÓN

Cuando en España no rugía el ogro miserable de la crisis, todavía quedaba espacio para que el cine sobre los sentimientos urbanos no fuera tachado de poco comprometido con lo social. En la ciudad es seguramente uno de los retratos de la madurez amorosa más honestos y descarnados de esa etapa de la vida en que todo se pone en duda aunque estemos rodeados de certezas. Es una película metida en sí misma y en sus personajes sin más ambición que la de mostrarnos su resignación y decadencia, sin más (ni menos) escenario que esa gran urbe que es Barcelona, capaz de ahogar con su humedad la escasas decisiones y esperanzas que todos ellos pueden fabricarse para sobrevivir. Cesc Gay la compuso en 2003 tras las tragicomedias que alumbró en Hotel Room (a medias) y en Krámpack (en solitario), al borde de su propia madurez y de un giro hacia el cine mundano y dialogado que sigue hasta nuestros días.

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No es gratuita nuestra decisión de reivindicar con esta película la figura de este cineasta catalán. Valiente, realista y sencillo, con los óleos corales de En la ciudad se atrevió a contarnos los secretos de un grupo de amigos en el que nadie sabe nada de nadie. El director decidió que fuéramos los espectadores el cajón donde guardar sus vidas ocultas, sus frustraciones, infidelidades y mentiras, sabiendo de nuestra no intervención ni traición a ninguno de ellos, más allá de querer identificarnos con algunos de sus actos, buscando nosotros también una salida como inexpertos optimistas.

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Siempre nos resultó magnífico que Gay vertiera sobre esta historia la honestidad de no dejar malparada la incomunicación. Es decir, que el hecho de que Mario (Eduard Fernández) se resignara al romance de su mujer Sara (Vicenta N’Dongo), de que Sofía (María Pujalte) diera tumbos por su necesidad de ser amada o de que Irene (Mónica López) se permitiera el lujo de la tristeza incluso con una familia perfecta, no nos hiciera detestarlos o repudiarlos sino comprenderlos. Hablamos de un mundo reciente (hace poco más de una década) en el que no había redes sociales amenazando nuestra vanidad y egolatría. Es más, hablamos de la última forma de ser amigos que existió antes de las relaciones 2.0. No tan diferente como pudiéramos pensar pero sí sometida a las leyes de la vergüenza y el silencio, de la pérdida de la confianza y de la empatía con aquellos que alguna vez fueron importantes en nuestra vida.

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Visionado: ‘Magical Girl’, de Carlos Vermut. ‘Pasional estrategia, gélido resultado’

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tres estrellas

La cámara estática durante la mayor parte del metraje es una de las características de esta casi obra pictórica del historietista y cineasta madrileño Carlos Vermut. Dice mucho de la impresión final que causa en el espectador. Trasladando su trípode entre tres personajes principales enredados por obra y gracia de un mismo acontecimiento, Magical Girl cuenta la historia de un hombre (Luis Bermejo) dispuesto a cualquier cosa por cumplir el sueño de su hija enferma (debutante Lucía Pollán), marcándose un objetivo temerario que arrastrará consigo a una mujer con problemas mentales (Bárbara Lennie) y a un anciano profesor con un pasado carcelario (José Sacristán). Dentro de planos fijos y gélidos, el trío se reparte con ecuanimidad su protagonismo en la estructura narrativa, dando lugar a un puzzle interesante y nada convencional sobre el amor, la enfermedad y las relaciones humanas en la sociedad contemporánea.

El joven Vermut compone una carrera de relevos interpretativos a cámara lenta donde intenta impregnar de honestidad la personalidad cinematográfica de sus criaturas, buscando que respiremos algo de su particular pseudo-realismo y nos olvidemos de su pasado ‘friquimalista’. Lo consigue en buena parte con una dirección de actores absolutamente magistral, donde Sacristán y Lennie (sin duda la mejor de la película) brillan en cada fotograma, gracias a los ropajes de simbolismo con que el cineasta los engalana a base de miradas, heridas, puertas misteriosas, varitas mágicas, cicatrices, intimidades y tenebrosidades.

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Más que mil palabras: ‘El sur’, de Víctor Erice (1983)

Por

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– “¿Ves lo que son las cosas de este mundo? Palabras y nada más que palabras”.

Milagros (Rafaela Aparicio) a Estrella (Icíar Bollaín) en El sur.

 

Diego Cobo Ilustración: 

 

 

Visionado: ‘10.000 Km’, de Carlos Marqués-Marcet: ‘Magistral sobredosis de distancia’

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cuatro estrellas

Un plano secuencia inicial de casi 25 minutos, el más largo de la historia del cine español, es la carta de presentación de esta ópera prima del joven Carlos Marqués-Marcet, que arrasó en la última edición del Festival de Cine de Málaga. En ese transcurso de tiempo nos relata una mañana de domingo de la pareja formada por Alex y Sergi: una escena de sexo, un deseo de embarazo, dos duchas, la llegada de un correo electrónico, dos desayunos, una duda, una discución y una decisión. A lomos de un realismo maduro y cotidiano, el director se desplaza entre los rostros de ambos para abrirle la puerta a aquello que trastocará sus vidas: ella acepta una oferta para trabajar en Los Ángeles durante un año. Doce meses. 365 días.

Sin embargo, 10.000 Km es mucho más que ese experimento naturalista del principio. Es la demostración de lo lejos que se puede llegar con muy pocos recursos, y sobre todo, de la gran diferencia (aunque a veces parezca casi inapreciable) que existe entre lo cutre y lo profesionalmente modesto, recordándonos a la fabulosa Stockholm, de Rodrigo Sorogoyen. Marqués-Marcet apuesta por jugar con las elipsis temporales y marcar el ritmo a través de los días que los dos protagonistas pasan separados, haciendo magia con las pantallas de dos portátiles, conectando a los dos amantes a una conmovedora relación por Skype, y generando en el espectador una magistral sobredosis de distancia que curiosamente hace más cercana la película, y a nosotros más cómplices de ese no poder tocarse que les irá matando poco a poco.

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‘Airbag’, de Juanma Bajo Ulloa. ‘Entre irrepetibles formas y alardes’ vs ‘Erratismo en el concepto’

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ENTRE IRREPETIBLES FORMAS Y ALARDES

Ya vamos convirtiéndonos un poco en abuelos cebolleta del cine cuando viajamos a determinadas películas. Porque conviene recordar hoy en día a los más jóvenes que 18 años antes de ese maremoto taquillero que ha sido Ocho apellidos vascos, un cineasta de la tierra ya la lió parda por carreteras euskaldunas sin necesidad de recurrir a más tópicos que los de la gamberrada pura y dura. Airbag vio la luz como contrarréplica norteña de una recientemente revolucionaria El día de la bestia, y aparte de confirmar la buena salud de la comedia española por aquel entonces, dividió al público entre los que no entendieron nada de su desparramado argumento y los que lo entendimos, ay de nosotros, demasiado bien.

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Juanma Bajo Ulloa dio la campanada con esta historia de tres amigos, interpretados por las versiones jovenzuelas de Karra Elejalde, Fernando Guillén Cuervo y Alberto San Juan, un trío  que en plena celebración de la despedida de soltero del primero de ellos, se embarca en la búsqueda de su millonario anillo de compromiso, perdido en el culo de una prostituta  y requisado por el jefe de una red de prostitución y tráfico de drogas.  De puticlub en puticlub, estos hobbits de la tierras vascas se convierten en el azote de dos bandas criminales que los persiguen siguiendo su rastro polvoriento de olor a centollo (cocaína en clave gallega), sexo sin mesura e irrepetibles formas y alardes de solventar su coqueteo con el lado salvaje de la vida.

La sorpresa fue doble: el cineasta vasco venía de hacerse con un público muy especial tras las inquietantes Alas de mariposa y La madre muerta, un tipo de cine dramático y oscurantista que parecía haberse convertido en su marca personal. Pero un buen día, Karra Elejalde le habló de una historia que le rondaba por la cabeza, y junto a Guillén Cuervo,  se pusieron manos a la obra con el guion, sin pensar que les estaba saliendo una de las mejores road movies de todos los tiempos, donde hicieron el resto la improvisación, la química del trío protagonista, y los experimentos de Bajo Ulloa con los planos delirantes.

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‘El crimen de Cuenca’, de Pilar Miró. ‘La justicia bajo tortura’ vs ‘Crónica indolora y seca’

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LA JUSTICIA BAJO TORTURA

“Hay fundamentos suficientes para estimar que la confesión de los reos Gregorio Valero y León Sánchez, base esencial de sus condenas, fue arrancada mediante violencia continua inusitada (…) En vista del error de hecho que motivó la sentencia, se declara la nulidad de la misma, por haberse castigado en ella delito que no se ha cometido”. Tribunal Supremo, sentencia de juicio de revisión de 10 de julio de 1926 sobre el denominado Crimen de Osa de la Vega.

Unas coplas de ciego arrancan esta obra maestra de Pilar Miró, quien en 1979 llevó a la gran pantalla los hechos acaecidos entre los pueblos conquenses de Tresjuncos y Osa de la Vega, cuando en 1910 dos hombres inocentes fueron injustamente acusados del robo y asesinato de un tercero, que había desaparecido ocho años antes sin dejar rastro. La cineasta madrileña compuso un desgarrador guion junto a Salvador Maldonado que rompería los moldes de la supuesta libertad democrática en España y con la que se rindió a ese cine crudo y rural que ya Carlos Saura, Mario Camus o Luis Buñuel habían convertido en reflejo de la leyenda negra de España.

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Con un ritmo vertiginoso, absolutamente innovador para la época, y un reparto hoy envidiable, El crimen de Cuenca no es solamente el retrato de un suceso ocurrido hace casi un siglo, sino la fotografía áspera y rugosa de un trozo de nuestro país sumido en la miseria, en cortijos, caciques, mujeres de negro y sirvientes, donde las rencillas entre pueblos, los resultados electorales y la política hicieron de estos hechos algo más que un titular.

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Visionado: ‘Purgatorio’, de Pau Teixidor. ‘Ni miedo ni tristeza’

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Hay poco que hacer cuando ni la emoción sustituye al miedo. Si encontramos un caso de esos en los que una película sabe mantenerse en esa cuerda floja, tambaleándonos entre la indecisión de gritar de espanto o el deseo de llorar de tristeza, es que esa diferencia no está marcada y por lo tanto el embaucamiento y la sugestión son más que efectivos en nuestra psique. Purgatorio lo intenta. Lo intenta con todas sus fuerzas y hasta el final parece que incluso se canse de intentarlo de tant0 humo recubierto de intensidad con el que avanza por cada fotograma. Su visionado en una suerte de muerte en vida, como una curiosa metáfora de su historia.

Su director, Pau Teixidor, que debuta en el largometraje con este thriller psicológico tras su cortometraje Leyenda, la presentó en el último Festival de Málaga, donde tuvo una estupenda acogida que después no parece haber tenido un respaldo paralelo en la taquilla. Pensamos que, mafias de distribución y lobbies aparte, se trata de una historia sobrenatural que busca, sin éxito, convertir sus modestos recursos económicos en una carrera de fondo hacia la inmensidad agobiante de Jaume Balagueró o las claustrofobias kafkianas de Roman Polanski.

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