Lo que nos pasa con Roman Polanski ya roza lo devocional. Para qué vamos a negarlo. No hay ni una sola película ni cortometraje suyo de los últimos 15 años que nos haya decepcionado. Sus obras maestras están más alejadas en el tiempo (de muchas ya hemos hablado aquí) pero serpenteadas por otros tantos aburrimientos. Por eso consideramos que es esta última trayectoria, concretamente desde ese fabuloso apocalipsis personal que fue El pianista, la realmente grandiosa de toda su carrera debido a la continuidad en los aciertos. La producción franco-polaca La Venus de las pieles es, por tanto, otra maravilla polanskiana del siglo XXI, donde el cineasta realiza una declaración de amor al teatro llena de veneno interpretativo, tremendamente ingenioso, tramposo y analítico.
Estirando hasta el desquiciamiento la introspección literaria que ya brillaba en Un dios salvaje o El escritor, el director agarra por las costuras la ambigüedad lacerante del libro homónimo del escritor austriaco Leopold von Sacher-Masoch (cuyo nombre ha quedado para siempre ligado al término ‘masoquismo’), para realizar una desencorsetada apología de las fantasías sexuales, de la psicología teatral y del análisis literario. Narrada prácticamente en tiempo real, el filme cuenta el descenso hasta sí mismo de un escritor teatral (Mathieu Amalric) que tras un día frustrado de castings, encuentra en una chabacana, malhablada, descarada y aparentemente ignorante actriz (Emmanuelle Seigner) la candidata perfecta para protagonizar su adaptación teatral del polémico libro decimonónico.