La luz dorada de la ciudad de Los Ángeles dura lo mismo que en casi todas las metrópolis del mundo. L.A., pese a los tópicos de sus palmeras, sus playas y su decadencia cinéfila, también tiene noches, abismos y muertes. Son todo lo contrario a las postales nocturnas, de desconocida belleza y tranquilidad, que ocupan los primeros fotogramas de Nightcrawler. Noches más oscuras, inesperadas y sucias de lo que muchos foráneos pensamos. Es una ciudad inmensa, inabarcable se mire por donde se mire, donde el aumento de la delincuencia ha convertido los informativos locales en un espectáculo de sangre y en una carrera de fondo para los buscadores de carnaza.
Entre sus calles, de chanchullo en chanchullo, sobrevive Louis Bloom (Jake Gyllenhaal), quien tras ser testigo de un accidente de tráfico, encuentra una forma de sacar algún dinero grabando sucesos pocos segundos después de haberse producido y vendiendo después los vídeos al mejor postor. Se convierte así en un rastreador, una especie de gusano nocturno (sería la traducción literal del título) que ve un filón en el exponencial crecimiento de las audiencias televisivas conforme aumenta la crueldad de las imágenes, una oportunidad de sacar provecho del amarillismo y de hacerse con un primer plano de forma que “sea imposible apartar la mirada de la pantalla del televisor”. ¿El límite? Ninguno asequible a su desaliento.
Con este brillante thriller oscuro, cínico e incómodo, debuta en el largometraje Dan Gilroy, quien también firma su guion, nominado a los próximos premios Oscar. Hermano del reputado cineasta Tony Gilroy (El legado de Bourne, Michael Clayton), para el que ya trabajó como guionista, el ahora también realizador diseña su historia sobre la absorbente y magnética personalidad de su protagonista, construyendo un personaje al que nos vamos asomando poco a poco como a un auténtico precipicio. Gyllenhaal está escalofriante, perturbador y trasnochadamente icónico en su encarnación de un joven obsesionado por escalar, retraído pero charlatán, tan tarado como inteligente, una parodia del emprendedor moderno que deja con la boca cerrada a todos los que osan llevarle la contraria.
Y con la excusa de la cacería de imágenes que Bloom emprende cada noche, Nightcrawler abre la puerta a esa parte de la Norteamérica urbana que tanto ensombrece al mejor periodismo del mundo: la retroalimentación entre sencacionalismo y ‘shares’, la deriva del periodismo hacia la deshumanización y la fabricación de noticias, las cloacas del morbo en torno a la delincuencia. Curiosamente, no es una película violenta ni sirve la sangre en menú degustación, sino que Gilroy decide que sea la cámara de su protagonista, su obsesión por el zoom, la que sugiera y juegue con nuestra imaginación, con secuencias de auténtica maestría donde es la cara de su protagonista la que nos hace adivinar la magnífica secuencia de muerte que está grabando.
El ya mítico Donnie Darko, incluso con su electrizante interpretación, consigue además dejar un espacio para la réplica de grandes secundarios. Un placer el reencuentro con la carismática Rene Russo, apartada durante muchos años del estrellato y a la que ya pudimos ver en Thor, así como la agradecida presencia de Bill Paxton (que vale lo mismo para un roto que para un descosido) y del músico y actor británico Riz Ahmed, a quien no habíamos vuelto a identificar desde la gran Four Lions. Con todo ello, solo algunos puntos de inverosimilitud y algún que otro vuelo pretencioso en el guion pueden decirse en contra de este relato sarcástico y moderno, tan actual como nuestra mirada, ya acostumbrada, ante los telediarios más morbosos que podamos imaginar.