Visionado: ‘Snowpiercer (Rompenieves)’, de Bong Joon-ho. ‘Humanidad sin paradas’

Cartel_SNOWPIERCER

tres estrellas

El apocalipsis es un pozo sin fondo. Siempre que pensamos que la imaginería revolucionaria sobre el fin del mundo ha tocado techo en el mundo del séptimo arte, o que simplemente tiende a revisar una y otra vez los mismos recursos visuales y argumentales, acabamos encontrando una historia que, como mínimo, nos hace pasarlo bien. Y lo mismo nos da que sea un blockbuster sin mucha enjundia si, como en el caso de Snowpiercer consigue construir un universo estético y narrativo original y estimulante.

Basada en la irrepetible novela gráfica de Jean-Marc Rochette y Jacques Loeb, la película narra el recorrido sin fin de un tren donde viajan los últimos supervivientes de un planeta aniquilado por congelación debido a la utilización de una sustancia para acabar con el calentamiento global. Sobre las ruedas de la máquina que da vueltas al mundo gracias a un motor eterno, el micromundo está estructurado de forma clasista, ocupando el vagón de cola un grupo de hombres que viven como esclavos bajo un sistema totalitario y fascista auspiciado por el inventor del tren, adorado como un lider mesiánico. La humanidad sobre ruedas, en una “máquina sagrada” que no hace paradas y que sirve como metáfora en movimiento de la lucha obrera y de las revoluciones históricas.

El gran cineasta surcoreano Bong Joon-ho, director de esas maravillas llamadas Incoherence y Tokyo! (esta última junto a Leos Carax y Michel Gondry), se adentra con comodidad en esta aparentemente nada original apología del fin de los días, manejando con soltura, aunque de manera algo desordenada, a un envidiable grupo de actores encabezados por Chris Evans (nada menos que el Capitán América), líder atormentado de una revolución que tiene como objetivo llegar hasta la cabeza del tren, hacerse con el control del motor y destruir el régimen de atrocidad bajo el que viven. Evans está correcto y torturadísimo y consigue no parecer otro super-héroe y dejarse llevar por su mísero destino.

Le acompañan en esta misión un fabuloso y mutilado John Hurt, como su anciano consejero espiritual; Jamie Bell (que no le hace ascos a ningún registro desde Billy Elliot) y una sorprendente Octavia Spencer. En el lado de los represores, sobresale con creces la que por sí sola supone el punto humorístico, casi cínico, de la película: Tilda Swinton haciendo de las suyas como estrafalaria e histriónica voz de su amo. A la fiesta se unen, con un punto místico y un poco desentonado, Song Kang-ho, como yonqui experto en seguridad, y Ah-Sung Ko como su hija, así como Ed Harris, en un papel tan similar al de El show de Truman que casi parece copiado fotograma por fotograma.

Al margen del reparto, lo cierto es que Snowpiercer sabe esquivar con inteligencia las etiquetas que llevarían a convertirla en un simple producto comercial más. Juega perfectamente con sentimientos universales como la voluntad y el sacrificio, con estereotipos nada disfrazados revestidos de impuesta multiculturalidad étnica, y sus diálogos tampoco son para morirse de intensidad, pero mantiene ese punto de tensión y de sorpresa visual que transcurre entre el cómic y el espectáculo, donde parece adivinarse la mano en la producción de Park Chan-wook, el cineasta asiático que mejor está sabiendo conjugar los gustos de oriente y occidente, manteniendo en la cuerda floja la balanza de las pasiones mayoritarias.  Por eso nos quedamos con la frase del gran dictador del tren, aquella que resume la psicología sostenida de nuestra raza: “Hay que mantener el equilibrio adecuado de ansiedad y miedo para nuestra supervivencia”.

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