Visionado: ‘Snowpiercer (Rompenieves)’, de Bong Joon-ho. ‘Humanidad sin paradas’

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tres estrellas

El apocalipsis es un pozo sin fondo. Siempre que pensamos que la imaginería revolucionaria sobre el fin del mundo ha tocado techo en el mundo del séptimo arte, o que simplemente tiende a revisar una y otra vez los mismos recursos visuales y argumentales, acabamos encontrando una historia que, como mínimo, nos hace pasarlo bien. Y lo mismo nos da que sea un blockbuster sin mucha enjundia si, como en el caso de Snowpiercer consigue construir un universo estético y narrativo original y estimulante.

Basada en la irrepetible novela gráfica de Jean-Marc Rochette y Jacques Loeb, la película narra el recorrido sin fin de un tren donde viajan los últimos supervivientes de un planeta aniquilado por congelación debido a la utilización de una sustancia para acabar con el calentamiento global. Sobre las ruedas de la máquina que da vueltas al mundo gracias a un motor eterno, el micromundo está estructurado de forma clasista, ocupando el vagón de cola un grupo de hombres que viven como esclavos bajo un sistema totalitario y fascista auspiciado por el inventor del tren, adorado como un lider mesiánico. La humanidad sobre ruedas, en una “máquina sagrada” que no hace paradas y que sirve como metáfora en movimiento de la lucha obrera y de las revoluciones históricas.

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‘El hombre tranquilo’, de John Ford: ‘¡¡Homérica!!’ vs ‘Entre cabestros’

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¡¡HOMÉRICA!!

Si el cine ha sido alguna vez capaz de crear un paraíso definitivo, este ha sido la Irlanda soñada por John Ford en El hombre tranquilo. La Irlanda de verdes praderas y alegría en los bares, de sabios borrachines y entrañables peleas. Y es que en esta cinta, John Ford se sacó de la nostalgia un universo divertidísimo e inolvidable.

La película gira en torno a la llegada de un forastero a un pequeño pueblecito irlandés, Innisfree. Un lugar donde la historia pasa de largo y apenas roza la plácida vida de sus habitantes que reparten su tiempo entre sus humildes quehaceres, el respeto a sus tradiciones y el pub del centro. Un buen día llega hasta allí un antiguo boxeador norteamericano, Sean Thornton (John Wayne), para comprar “Blanca mañana”,  la casa de sus antepasados, un lugar en el que pretenderá olvidar sus problemas. En Innisfree (territorio de sentimientos fronterizos), Thornton pronto se enamorará de una mujer temperamental  (Mary Kate Danaher / Maureen O’Hara) y encontrará en su hermano Will (Victor McLaglen) a un enemigo declarado. Su condición de forastero y una dote que nunca llega serán el origen de una obstinada disputa.

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Es difícil resumir cuál es el encanto definitivo de una película como El hombre tranquilo. Quizás sea su atmósfera perfecta de comedia costumbrista o el hecho de que se apoye en un guión diáfano, de pocas palabras, pero con unos diálogos tan ocurrentes y socarrones que apenas se les ve el oficio que llevan detrás. En la película aparecen unos personajes singulares, con una vis cómica irresistible, pocas veces disfrutada en la gran pantalla. Ahí está, por ejemplo, uno de los mejores secundarios de todos los tiempos, Michaleen Flynn (Barry Fitzgerald). Un achispado hombrecillo que se mete a  observante de las tradiciones irlandesas con el fin de enderezar el comportamiento asilvestrado del yanqui protagonista. O el archienemigo de Thornton, ese fabuloso Victor McLaglen que luciendo cabezonería, lista negra  y gesto torcido da vida al pelirrojo Will Danaher. Inolvidables son también el mal genio y la arrolladora vitalidad de la bellísima pelirroja Mary Kate Danaher, a la que da vida una fabulosa Maureen O’Hara.

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Dentro de la fecunda y emocionante trayectoria fílmica de John Ford, El hombre tranquilo supone un delicioso paréntesis que acabó siendo un homenaje a su origen irlandés. Es un proyecto muy personal donde el cineasta se deja llevar por un argumento que no pasa de la anécdota, pero lo aborda con mucha maestría, buenas dosis de ironía e ingenio y sin caer en el recurso fácil de la ternura. No hay espacio para el sentimentalismo.

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Visionado: ‘Aprendiz de gigoló’, de John Turturro. ‘Dos gags y una banda sonora’

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dos estrellas

Ese Nueva York que todo lo permite, que acoge sin complejos cualquier situación disparatada, grupo étnico, pandilla de amigos o familia destartalada que queramos imaginar es también la excusa para meternos de lleno en el friquismo judío de sus muros. Aprendiz de gigoló se sirve de una de las mil millones de costumbres que conviven en una ciudad rendida a todos los tópicos, aunque trata de narrarnos una situación modesta que no busca mayor trascendencia que la diversión moderada y casi respetuosa.

Sin embargo, seguimos sin encontrar en la visión indi del actor y cineasta John Turturro la chispa adictiva con la que encandila a sus fans. Le acompaña esta vez el gran Woody Allen en el reparto, sin duda un tirón indiscutible de la película, interpretando a un librero en quiebra que convence a su amigo (interpretado por el propio Turturro) para sacarse un dinero mediante el negocio de la prostitución masculina. Un punto de partida fresco y con bastante gracia que apenas sobrepasa los veinte minutos de metraje ya que se descompone entre personajes carentes de cualquier magnetismo.

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Píldoras cinetarias: Indiana Jones, homenajeado en un ‘Fan Film’

INDIANA JONES y el Enigma del Santo Oficio

Cartel del Fan Film “Indiana Jones y el Enigma del Santo Oficio”, obra del ilustrador Diego Cobo

Lo mejor de ser un fan no es solo disfrutarlo, sino también poder demostrarlo. Pero no hacerlo de cualquier manera, como si esta o aquella película, o esa saga que marcó toda nuestra cultura cinéfila, fueran simplemente objetos físicos de culto. Hay que echarle pasión y ganas. De ese sentimiento muchas veces indefinible que acompaña a la devoción por sagas inolvidables como las de Star Wars, James Bond, El Señor de los Anillos o Star Trek,  se compone el denominado “Fan Film”, un género ya muy extendido entre amantes del séptimo arte. Se trata del rodaje de un falso tráiler en honor a estas películas o personajes, con directores y actores ‘amateur’, nuevo argumento y un guion específico y diferente.

Con todos esos ingredientes cuenta el fabuloso Fan Film Indiana Jones y el Enigma del Santo Oficio. Dirigido por el ilustrador ,  todos sus fotogramas son un brillante homenaje al famoso y aventurero arqueólogo creado por George Lucas e interpretado por Harrison Ford en la gran pantalla, cuya saga se compone de cuatro películas dirigidas por Steven Spielberg. Su argumento se sitúa en Toledo en 1940, cuando el Dr. Jones recibe la llamada de un colega suyo para ayudarle en la búsqueda del Tesoro de los Cátaros, empresa en la que se enfrentarán a un grupo de cazarrecompensas, con la aristócrata Helga Müller a la cabeza.

Los dos Jones

Una de las principales curiosidades de este cortometraje es que cuenta con las voces originales de Salvador Vidal (doblador al castellano de Harrison Ford) y de José Luis San Salvador (doblador de Sean Connery en Indiana Jones y la última cruzada, la tercera entrega). De hecho, Cobo elaboró junto a Arantxa Castaño (coguionista) la historia del Fan Film seleccionando un centenar de frases de películas en las que ambos doblaron a grandes actores de Hollywood. El resto de voces fueron locutadas por actores de doblaje profesionales de manera desinteresada.

Su director explica que aunque no es cineasta, ha cuidado hasta el más mínimo detalle de esta pequeña producción, desde la historia hasta las interpretaciones, el vestuario, la fotografía, la dirección y toda su factura en general. “Al contar con medios tan escuetos, he pretendido sacar el máximo rendimiento de cada uno de ellos para que el producto final al menos sea algo digno”, comenta Cobo, quien, ante todo ha querido rendir homenaje al legado de Indiana Jones y “pasarlo genial jugando a hacer cine con buenos amigos”.

A continuación lo proyectamos (con tomas falsas incluidas), como grandes fans nosotros también del mayor aventurero del celuloide:

Visionado: ‘Seguridad no garantizada’, de Colin Trevorrow: ‘Singular viaje al más acá’

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tres estrellas

Seguridad no garantizada nos presenta a Jeff (Jake Johnson), un periodista en busca de una buena historia. Trabaja para una revista de ocio que busca nuevos temas rompedores, inéditos, de los que superan cualquier ficción. Jeff cree haber encontrado un filón periodístico en el extraño anuncio de un hombre que busca un compañero para viajar en el tiempo. Junto a dos becarios, la joven irónica Darius (Aubrey Plaza) y el tímido Arnau (Karan Soni), el periodista emprenderá la búsqueda del viajero del tiempo, Kenneth, (Mark Duplass) y su singular propuesta que vive en la misma población rural que su primer amor.

Y ahí comienza la estrambótica odisea que plantea Seguridad no garantizada. Una película refrescante, ingeniosa, de aquellas que siguen los cánones de originalidad de lo que, en tiempos, se conocía como cine indie (los productores lo fueron también de Pequeña Miss Sunshine).

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Visionado: ‘Purgatorio’, de Pau Teixidor. ‘Ni miedo ni tristeza’

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Hay poco que hacer cuando ni la emoción sustituye al miedo. Si encontramos un caso de esos en los que una película sabe mantenerse en esa cuerda floja, tambaleándonos entre la indecisión de gritar de espanto o el deseo de llorar de tristeza, es que esa diferencia no está marcada y por lo tanto el embaucamiento y la sugestión son más que efectivos en nuestra psique. Purgatorio lo intenta. Lo intenta con todas sus fuerzas y hasta el final parece que incluso se canse de intentarlo de tant0 humo recubierto de intensidad con el que avanza por cada fotograma. Su visionado en una suerte de muerte en vida, como una curiosa metáfora de su historia.

Su director, Pau Teixidor, que debuta en el largometraje con este thriller psicológico tras su cortometraje Leyenda, la presentó en el último Festival de Málaga, donde tuvo una estupenda acogida que después no parece haber tenido un respaldo paralelo en la taquilla. Pensamos que, mafias de distribución y lobbies aparte, se trata de una historia sobrenatural que busca, sin éxito, convertir sus modestos recursos económicos en una carrera de fondo hacia la inmensidad agobiante de Jaume Balagueró o las claustrofobias kafkianas de Roman Polanski.

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