Basada en la celebérrima novela de Noah Gordon, El médico es una gran superproducción repleta de atracciones para entretener nuestro tiempo libre. Tiene buen ritmo, al menos en su primera parte, cuenta con un sofisticado envoltorio visual pero también con un gran inconveniente: tiene poca garra en algunos de los instantes clave en los que se debería haber puesto especial cuidado en mimar la atención del espectador. Película y libro, sin embargo, cuentan con un mismo sistema nervioso, un tema que despierta grandes pasiones (el amor al saber en tiempos de oscuridad) que se desenvuelve a través de aventuras emocionantes.
Aborda la historia de un joven habitante de la Inglaterra del siglo XI, Rob Cole (Tom Payne), que tiene un don especial para curar a sus semejantes además de una sed de sabiduría insaciable, fruto del dolor que le produjo la muerte de su madre a causa de una enfermedad incurable. Dicho suceso trágico le impulsa a recorrer medio mundo con el fin de encontrar respuestas en manos de un sabio doctor, Ibn Sina (Ben Kingsley), que vive en una ciudad persa regida por un Sha ambiguo y decadente (Olivier Martínez).
Entre los principales logros de la película, impactan la ambientación y la fotografía así como una deliberada búsqueda del placer estético mostrada en en la belleza de las imágenes de los paisajes y de las poblaciones recreadas. Algo que siempre se agradece cuando se observan mundos pretéritos desde la gran pantalla. Los trabajos de los veteranos Stellan Skarsgard y Ben Kingsley reservan además algunos de los mejores instantes de la película así como ciertos momentos de especial fuerza (ese primer cuerpo humano que se abre al conocimiento revelando el ‘milagro’ de su funcionamiento) que el director del film, Philipp Stölzl, resuelve con contenida, pero brillante emoción.
Sin embargo, en El Médico se produce un extraño fenómeno cinematográfico por el cual la película va perdiendo intensidad narrativa conforme va creciendo el interés de la trama. Esta cualidad ‘raruna’ e inversamente proporcional a lo esperado, se evidencia en un desenlace pobre, a pesar de que se lanzan fuegos artificiales melodramáticos como puntos de inflexión que buscan una solución automática. Y aunque, según dicen, las desgracias nunca vienen solas, en esta película lo hacen por partida doble ya que da la sensación de que se apelotonan en su capítulo final en un intento desesperado en cerrar líneas argumentales con premura. Treinta años después de su publicación, el best seller de Gordon sigue vigente, entusiasmando a lectores de todas las edades, pero mucho nos tememos que esta película aventurera, a pesar de sus méritos, pasará de largo por nuestra memoria.