Visionado: ‘Mindscape’, de Jorge Dorado. ‘La tensión como objetivo’

 
 
tres estrellas
 
La ciencia-ficción y el thriller de vuelos sencillos están de moda. Es de lo más normal que tras una década sometidos a los avances tecnológico-digitales que han hecho posible casi todo en el cine, los espectadores agradezcamos no sólo las películas híbridas en su género, como es el caso de Mindscape, sino la capacidad de insertarse en nuestra mente sin grandes efectos especiales. Esta película viene a refutar precisamente eso: que la tensión no bebe únicamente del estrépito sonoro-visual, sino que puede objetivarse con una buena historia y una dirección de actores medianamente correcta.
 

No es una película sobresaliente y tememos que se quedará en olvidable, pero nos debemos a la honestidad de concebir este debut en el largometraje del joven realizador madrileño Jorge Dorado, desde su buena factura, sus trucos para no aburrir y lo que significa como promesa de la carrera de este cineasta, nominado en Dirección Novel para los próximos Premios Goya. Se trata también del debut de la producta Ombra Films, fundada por el cineasta catalán autoexiliado a Hollywood Jaume Collet-Serra.

 

‘Doce hombres sin piedad’, de Sidney Lumet. ‘Anatomía de la duda razonable’ vs ‘Conductismo sin retorno’

 
ANATOMÍA DE LA DUDA RAZONABLE
 
El cine ha bebido del teatro desde su cuna. Miles de guiones pensados para el escenario alcanzaron mayor repercusión mundial a través de la gran pantalla, una práctica que tuvo su eclosión en los años 40 y 50 y que todavía hoy sigue siendo una magnífica práctica, sobre todo en el cine de autor. Doce hombres sin piedad puede considerarse, quizás junto a Un tranvía llamado deseo, uno de los filmes que mejor representan esa comunión entre el guión teatral y las cámaras. El dramaturgo Reginald Rose escribió la historia original (representada en casi todo el mundo) y la adaptó también para el cine, dejando en manos del gran Sidney Lumet la realización de este relato sobre la verdad y sus aristas, que se convertiría en uno de los dramas judiciales más intachables de la historia.
 
 
Ante los doce miembros de un jurado, un magistrado da por finalizado el juicio a un joven de 18 años por haber matado a su padre, y les pide que se retiren a deliberar el veredicto. Si es culpable, será enviado a la silla eléctrica por homicidio en primer grado. La cara del acusado se superpone sobre la sala a la que todos acuden a reflexionar su dictamen y donde se desarrolla el resto de la película. Cuatro paredes para que una docena de hombres decidan sobre lo que al principio parece un caso sencillo de culpabilidad. Pero hay uno de ellos, el número 8, interpretado por Henry Fonda, que tras la primera votación manifiesta su desacuerdo, no por creer en la inocencia del muchacho, sino por tener dudas y considerar justo que se debata sobre la cuestión, debido a que la vida del acusado está en sus manos.

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Visionado: ‘El lobo de Wall Street’, de Martin Scorsese: ‘Que siga el espectáculo’

 
cuatro estrellas
 
“Me reconocerás por mis triunfos, no por mis derrotas”. Esta es una de las frases-eslogan pronunciadas en El lobo de Wall Street con las que podría resumirse la desenfrenada adaptación que el maestro Martin Scorsese y el guionista Terrence Winter (Los Soprano) han realizado de las memorias del broker y gurú comercial Jordan Belfort, interpretado en la gran pantalla por Leonardo DiCaprio. No es una forma gratuita de encumbrar al cineasta (como si lo necesitara) sino de dejar clara la impronta de este señor, que lleva más de cuarenta años sacándose obras maestras de todas las partes de su cuerpo, y consiguiendo que hasta sus mayores fiascos sean recordados por un mínimo de tres o cuatro escenas legendarias. Y ni siquiera este es el caso. Precedida de sus recientes nominaciones a los Oscar, su llegada a la cartelera ha sido tan accidentada como la vida de sus personajes, con problemas de distribución, de censura, y un tira y afloja de su exhibidora con las principales salas comerciales de Madrid.
 
De un humor desatado, caótico, ilimitado y plenamente consciente, Scorsese firma una gran película donde vuelve a beber de las altas esferas del vicio desplegadas en Casino y donde parece haberse restregado bien la autocensura que ejerció en El Aviador. Porque del cineasta Howard Hughes al broker Jordan Belfort hay los suficientes pasos hacia delante como para haber compuesto uno de los retratos humanos (¿humanos?) más grotescos, divertidos y delirantes de los últimos años. Ni siquiera acordándonos de ese maravilloso Woody Harrelson en El escándalo de Larry Flynt podemos encontrar una forma de espectáculo tan frenética y truculenta en torno al sexo, las drogas, la decadencia y el poder del dinero.

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En plano fijo: un paseo entre estatuas de Philadelphia

El gran director de actrices George Cukor no fue conocido de ese modo por simple etiqueta. Disponía de una sensibilidad especial para dirigir los talentos femeninos y llevarlos hacia interpretaciones que consagraron a muchas estrellas. En el caso de Historias de Philadelphia ya contaba con una gran carrera a sus espaldas. 
 
Este filme tan sólo vino a confirmar su don para crear auténticas diosas de la gran pantalla, siendo su mayor escalón el papel de Katharine Hepburn como Tracy Lord en una de las mejores comedias de todos los tiempos. Un paseo entre las estatuas durante el rodaje, y la adorable pelirroja ya estaba lista para la siguiente escena.:

 

Visionado: ‘A propósito de Llewyn Davis’, de Joel & Ethan Coen: ‘El invierno de un perdedor’

 
cuatro estrellas
 
Esta es una pequeña historia sobre un gran fracaso. No porque su protagonista ficticio sea más o menos importante que todos aquellos cantantes de folk de los años 60 hoy olvidados o que ni siquiera llegaron a ser medio conocidos, sino porque simboliza lo que pudo ser el relato de muchos de ellos. La nueva película de los hermanos Coen es el homenaje más honesto que hemos encontrado a los que, en los años de despegue de la mayoría de los grandes géneros musicales, perdieron la partida de poder vivir de su pasión por la música, en una dinámica que ya pudimos admirar con estos realizadores en O Brother!, y también en el reciente documental Searching For Sugar Man, o en la maravillosa Acordes y desacuerdos, de Woody Allen, entre otros muchos.
 
Esta es una pequeña historia sobre un músico de folk llamado Llewyn Davis, interpretado majestuosamente por el actor y cantante guatemalteco Oscar Isaac. Lo conocemos aferrado a su guitarra, cantando desaliñado y pidiendo que le cuelguen (“Hang Me”) en un bar del mitificado barrio Greenwich Village de Nueva York. Enseguida sabemos que vive prácticamente en la miseria, que formó dúo con otro cantante con el que rozó el éxito comercial, que duerme de sofá en sofá, que su talento está muy lejos de ser reconocido y que tiene cierta tendencia a “convertir en mierda” sus alrededores. Davis es un mal amante, un mal hijo, un mal hermano, un pusilánime y un auténtico desastre vital, pero está decidido a triunfar en solitario porque no puede comprender la vida de otra manera.
 
Esta es una pequeña historia donde los Coen han decidido estudiarse a sí mismos, ahondar en el arte de lo conmovedor, de lo que duele, y componer uno de sus retratos más humanos sobre la ruptura del sueño americano. Lo hacen en forma de tragicomedia “evolutiva” y separando en dos bloques muy visibles el filme. Una primera parte, con unos inconfundibles toques de humor marca de su factoría, sirve como presentación de Davis, dando tumbos de un lado a otro con su guitarra y el gato escapado de unos amigos, esquivando las consecuencias de su vida amorosa y tratando de que su inclasificable manager le pague algunos royalties y le ayude a triunfar. Su concepto de la vida es algo más que la mera existencia, es renunciar a todo por poder tocar, y arrastrar con ello todo lo que sea necesario.
 
Esta es una pequeña historia sobre una víctima. Porque en las raíces de su comportamiento pasota y superficial. al final Llewyn Davis no es más que un hombre que se ha quedado solo con su talento, medio muerto de frío en el invierno inclemente de la Gran Manzana, y que busca desesperadamente otra oportunidad mientras huye del destino del que fue su compañero de acordes y voz. Y en un viaje a Chicago, para gastar su último cartucho de vitalidad con un gran productor musical, es donde contemplamos toda su pérdida y realizamos un aterrizaje forzoso en el segundo bloque de la película, en del drama sin concesiones. 
 
Esta es una pequeña historia con grandes interpretaciones, y no creemos que llegue el día en que estos cineastas dirijan mal a sus actores. Carey Mulligan es la porcelana resbaladiza de la vida del protagonista y vuelve a cantar tras dejar al público boquiabierto en Shame, Justin Timberlake se las apaña pero no resulta incómodo, John Goodman y su encarnación de un crepuscular músico de jazz es el gran regalo de la película, y nos gustó especialmente la breve pero decisiva aparición de F. Murray Abraham (nuestro amado Salieri de Amadeus) como el productor Bud Grossman.
 
Esta es una pequeña historia sobre la música. Y es sincera y triste. Tan triste en profundidad como eso que sentimos todos los que consideramos que una melodía, dos acordes y una voz desgarrada pueden meterse dentro de la piel. Los cineastas se inspiraron en las memorias The Mayor of MacDougal Street del músico y activista Dave Van Ronk, del cual importaron el tema que suena al final: Green, Green Rocky Road. A partir de ahí fabrican casi un álbum conceptual mediante canciones tradicionales como la mencionada Hang Me, Oh Hang Me. Al soundtrack se unen el tema Fare Thee Well (Dink´s Song), interpretado por Oscar Isaac y el líder de Mumford & Sons, Marcus Mumford, también productor de la banda sonora; Five Hundred Miles, de Hedy West, en la voz de Carey Mulligan, Justin Timberlake y Stark Sands; Please, please Mr. Kennedy, compuesta específicamente para la película; The Shoals of Herring, con los Punch Brothers; o una grabación inédita de  (su sombra planea en una de las escenas finales). Con tal regalo para los oídos, las sensaciones de simpatía y desánimo se confunden con las canciones, la odisea de Davis y del gato Ulises se queda abierta y deshilvanada, y al final eso que “no suena a nuevo ni envejece” no es sólo el folk, sino el magnífico cine de los Coen.
A continuación os dejamos el rescatado tema Fare Thee Well (Dink´s Song) que interpretan Marcus Munford y Oscar Isaac, y después el trailer promocional de la película: