Esta es una pequeña historia sobre un gran fracaso. No porque su protagonista ficticio sea más o menos importante que todos aquellos cantantes de folk de los años 60 hoy olvidados o que ni siquiera llegaron a ser medio conocidos, sino porque simboliza lo que pudo ser el relato de muchos de ellos. La nueva película de los hermanos Coen es el homenaje más honesto que hemos encontrado a los que, en los años de despegue de la mayoría de los grandes géneros musicales, perdieron la partida de poder vivir de su pasión por la música, en una dinámica que ya pudimos admirar con estos realizadores en O Brother!, y también en el reciente documental Searching For Sugar Man, o en la maravillosa Acordes y desacuerdos, de Woody Allen, entre otros muchos.
Esta es una pequeña historia sobre un músico de folk llamado Llewyn Davis, interpretado majestuosamente por el actor y cantante guatemalteco Oscar Isaac. Lo conocemos aferrado a su guitarra, cantando desaliñado y pidiendo que le cuelguen (“Hang Me”) en un bar del mitificado barrio Greenwich Village de Nueva York. Enseguida sabemos que vive prácticamente en la miseria, que formó dúo con otro cantante con el que rozó el éxito comercial, que duerme de sofá en sofá, que su talento está muy lejos de ser reconocido y que tiene cierta tendencia a “convertir en mierda” sus alrededores. Davis es un mal amante, un mal hijo, un mal hermano, un pusilánime y un auténtico desastre vital, pero está decidido a triunfar en solitario porque no puede comprender la vida de otra manera.
Esta es una pequeña historia donde los Coen han decidido estudiarse a sí mismos, ahondar en el arte de lo conmovedor, de lo que duele, y componer uno de sus retratos más humanos sobre la ruptura del sueño americano. Lo hacen en forma de tragicomedia “evolutiva” y separando en dos bloques muy visibles el filme. Una primera parte, con unos inconfundibles toques de humor marca de su factoría, sirve como presentación de Davis, dando tumbos de un lado a otro con su guitarra y el gato escapado de unos amigos, esquivando las consecuencias de su vida amorosa y tratando de que su inclasificable manager le pague algunos royalties y le ayude a triunfar. Su concepto de la vida es algo más que la mera existencia, es renunciar a todo por poder tocar, y arrastrar con ello todo lo que sea necesario.
Esta es una pequeña historia sobre una víctima. Porque en las raíces de su comportamiento pasota y superficial. al final Llewyn Davis no es más que un hombre que se ha quedado solo con su talento, medio muerto de frío en el invierno inclemente de la Gran Manzana, y que busca desesperadamente otra oportunidad mientras huye del destino del que fue su compañero de acordes y voz. Y en un viaje a Chicago, para gastar su último cartucho de vitalidad con un gran productor musical, es donde contemplamos toda su pérdida y realizamos un aterrizaje forzoso en el segundo bloque de la película, en del drama sin concesiones.
Esta es una pequeña historia con grandes interpretaciones, y no creemos que llegue el día en que estos cineastas dirijan mal a sus actores. Carey Mulligan es la porcelana resbaladiza de la vida del protagonista y vuelve a cantar tras dejar al público boquiabierto en Shame, Justin Timberlake se las apaña pero no resulta incómodo, John Goodman y su encarnación de un crepuscular músico de jazz es el gran regalo de la película, y nos gustó especialmente la breve pero decisiva aparición de F. Murray Abraham (nuestro amado Salieri de Amadeus) como el productor Bud Grossman.
Esta es una pequeña historia sobre la música. Y es sincera y triste. Tan triste en profundidad como eso que sentimos todos los que consideramos que una melodía, dos acordes y una voz desgarrada pueden meterse dentro de la piel. Los cineastas se inspiraron en las memorias The Mayor of MacDougal Street del músico y activista Dave Van Ronk, del cual importaron el tema que suena al final: Green, Green Rocky Road. A partir de ahí fabrican casi un álbum conceptual mediante canciones tradicionales como la mencionada Hang Me, Oh Hang Me. Al soundtrack se unen el tema Fare Thee Well (Dink´s Song), interpretado por Oscar Isaac y el líder de Mumford & Sons, Marcus Mumford, también productor de la banda sonora; Five Hundred Miles, de Hedy West, en la voz de Carey Mulligan, Justin Timberlake y Stark Sands; Please, please Mr. Kennedy, compuesta específicamente para la película; The Shoals of Herring, con los Punch Brothers; o una grabación inédita de (su sombra planea en una de las escenas finales). Con tal regalo para los oídos, las sensaciones de simpatía y desánimo se confunden con las canciones, la odisea de Davis y del gato Ulises se queda abierta y deshilvanada, y al final eso que “no suena a nuevo ni envejece” no es sólo el folk, sino el magnífico cine de los Coen.
A continuación os dejamos el rescatado tema Fare Thee Well (Dink´s Song) que interpretan Marcus Munford y Oscar Isaac, y después el trailer promocional de la película:
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