‘Deseando amar’, de Wong Kar-wai. ‘Un latido diferente’ vs ‘De cuello para arriba’

 
UN LATIDO DIFERENTE
 
Deseando amar es una sensación, un estado de ánimo agotado por la melancolía, es la belleza del gesto cotidiano y un secreto liberador que se oculta en un agujero. Es mucho más que una película, es un sentimiento intenso y apasionado. Es un filme que habla sobre el amor, pero no es uno de tantos. El amor surge del desgarro, del profundo dolor que supone el rechazo. Nace entre dos vecinos de un piso de Hong Kong: la señora Li-Zhen, secretaria de una empresa de exportación y el señor Chow, redactor jefe de un diario local. Son dos personas tristes, solitarias, a pesar del compromiso legal que las mantiene atadas a unos terceros que acaban traicionándoles. 
 
El despecho es el responsable del acercamiento de nuestros protagonistas, quienes se atraen y, en un principio, se aferran a ese deseo porque, de alguna manera, les mantiene unidos a sus historias rotas. Mientras tanto, juegan a ser sus parejas, los que engañan, y simulan rupturas o conversaciones tensas y en ese morboso entretenimiento, se descubren y se hacen amigos. Los encuentros se hacen cotidianos y, poco a poco, los protagonistas se van liberando de su soledad hasta recuperar su dignidad y darse cuenta de que se habían enamorado. La vida, sin embargo, con su cinismo particular, tendrá la última palabra en este relato. 
 

 

 

Wong Kar-wai nos ofrece esta historia de una manera muy elegante, preciosista, sin apenas diálogos que den explicaciones, con la elocuencia de unas imágenes de gran belleza y minuciosamente estudiadas. Cada gesto sutil, cada encuentro casual o deliberado, cada mirada huidiza y cada forma de caminar están llenos de múltiples significados. Los colores vivos y los taciturnos, los cuerpos enfundados en vestidos ceñidos, el humo melancólico del cigarrillo, los largos pasillos de pesadas cortinas rojas, la lluvia resbalando sobre una piedra desbordada. Todo objeto cotidiano adopta, gracias a la fascinante fotografía y a la mirada detenida de Kar-wai una belleza tan extraña, tan singular, que el mundo a través de sus ojos nos parece nuevo. Produce un efecto hipnótico del que resulta muy difícil escapar.
En su narración, el director utiliza unos interludios donde el ritmo de la película busca otro latido diferente. Son unos interludios que se dejan ver a cámara lenta y donde suena de fondo, con la cadencia de un valls, una increíble melodía (Yumeji´s Theme, de Shigeru Umebayashi) que va dibujando la evolución de los sentimientos de los protagonistas. Y es que la banda sonora tiene un protagonismo esencial en la película. Así, frente al llanto de los violines del tema de Yumeji, se encuentran las canciones que hiciera inolvidables Nat King Cole (Quizás y Aquellos ojos verdes), una música que devuelve la alegría de vivir o abre una puerta a la esperanza. Por unos breves instantes, como acostumbra a dejarse ver la felicidad.
Wong Kar-wai es un orfebre que pule la imagen de su película hasta dar con el encuadre acertado. Le gusta colocar la cámara utilizando un estilo indirecto que encierra en sí mismo un rico código de lecturas diversas. De este modo, observamos a nuestros protagonistas a través de espejos ‘desenfocados’ o en escenas donde cobra protagonismo la fachada en escorzo de un edificio. O les espiamos tras las sombras de unos barrotes. La cámara atraviesa, en ocasiones, los muros del edificio para unir emocionalmente a nuestros protagonistas mientras oscila de uno a otro, con una sinuosa danza. Incluso nos obliga a robarles su intimidad para observarles, como a hurtadillas, debajo de una mesa.
Mirarles de frente, sentirles cerca resulta muchas veces difícil. A lo mejor porque, como el mismo protagonista nos dice, en los instantes finales de la película, “todo lo que se recuerda es borroso y vago”.
Uno de los juegos de la pareja y muestra del apasionado acercamiento de ambos desengaños:

 

 

DE CUELLO PARA ARRIBA

Wong Kar-wai tiene esa especial manera de ver las relaciones amorosas cubiertas de colores glucosos y lentitudes somnolientas. Aunque es cierto que su intensa carrera como cineasta nos ha permitido descubrir la concepción del amor como elemento transfronterizo y exportable, la mayoría de las veces solo nos hemos encontrado con una lánguida representación de las pasiones más ñoñas y acompasadas hasta el sopor. A lo mejor es fallo nuestro, pero no sabemos captarlo de otra manera después de haber seguido parte de su prolífica carrera incluso en sus abundantes cortometrajes.
Deseando amar, esta aclamada historia de encuentros pictóricos entre dos vecinos -el director de un diario local, Chow (el premiado Tony Leung), y la administrativa Li-Zhen (Maggie Cheung), ambos traicionados por sus respectivas parejas, contribuye como ninguna a dejarnos claro el decálogo del cineasta de Hong Kong a la hora de plasmarnos un guion de telefilme como si de un melodrama histórico se tratara. Quizás la desatada euforia que provocó en la crítica mundial tuvo más que ver con la puesta en escena, con sus trucadas elipsis y saltos en el tiempo, y con el hermetismo hipnotizador de su dirección, pero aquí no nos andamos con cribas estilísticas.
Con algo menos de disimulo que años después demostraría en la más aceptable My Blueberry Nights, Kar-wai decidió que las tristes existencias de estos personajes en el Hong Kong de los años 60 merecían ser lloradas y admiradas por el público tendente al desasosiego. Para la tarea utilizó una ambientación vecinal urbana y cosmopolita muy conseguida y se afanó en enredar las secuencias de los dos personajes en planos que parecen repetidos pero que no son el mismo si atendemos al vestuario de la protagonista femenina: todo un catálogo de vestidos apatronados en manga corta y cuello alto que nos sitúan en diferentes momentos del tiempo a modo de brújula emocional. Y entre este caótico baile de despistes se quedan las pasiones de ella y él, en sus miradas eternas, sus frases sacadas casi con presión arterial y una expresividad de cuello para arriba que nos lleva hasta el ahogo, en su sentido más negativo.
Mientras ambos suben y bajan escaleras en busca de cuencos de arroz, se cruzan por el mismo pasillo, se apoyan una y otra vez en la misma pared, se empapan sin parar con la misma lluvia, se repiten las mismas palabras cual amnésicos crónicos, suena de manera enfermiza el Yumeji´s Theme, del compositor japonés Shigeru Umebayashi, que la película convirtió en casi un hit publicitario mundial. Diez replays, ni uno más ni uno menos, le hacen falta a War-kai para que consigamos odiar esta bellísima pieza instrumental como si nos anunciara un nuevo retroceso en la historia. Eso no se hace. Porque ya no hay quien nos cure.
No nos creemos insensibles a la belleza cotidiana que desprenden muchas de sus imágenes. Su diseño artístico es original y llamativo. Otra cosa es que no nos resulte suficiente para comprender su continente sentimental, si aceptamos que existe, que de alguna manera que se nos escapa hay un trabajo narrativo que llena la película de algo pasional, de ese eterno “lo que pudo ser y no fue” que no podemos ver.
Resulta que la mayoría de los defensores de Deseando amar creen asistir a una representación cultural del amor, es decir, asumen que están aprendiendo la percepción asiática de las pasiones. No lo vamos a negar, pero no lo consideramos atractivo irrevocable para su elogio. Ni siquiera ese paseo final del triste Chow entre las ruinas de un templo, susurrando sus secretos a un hueco en la pared nos pareció convincente o rashomoniano. Al final viajamos a su título original, Fa yeung nin wa, y nos encontramos con que significa “la magnificencia de los años pasa como las flores”. Casi nada. Una especie de Esplendor en la hierba al estilo maduro, sofisticado y contenido. Tanto que ni sientes que termina, cuando consigue terminar.

El final de la película. Avisamos de SPOILER, aunque no es muy determinante sobre el argumento de la historia:

Y, cómo no, el tercer protagonista, la maravillosa pieza musical de Umebayashi, con escenas del filme:

 

 

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