“PURA VIDA, HERMANO”
Eso le dice un traficante de cocaína a Wyatt-Capitán América (Peter Fonda) al principio de la película tras pasarles, a él y a Billy (Dennis Hopper), un alijo de cocaína. Se trata de la secuencia inicial de Easy Rider, en la que los dos protagonistas llegan con dos motos destartaladas a algún lugar de Estados Unidos para hacerse con tal mercancía, que luego revenden para conseguir una gran cantidad de dinero. El objetivo: comprarse dos motos (las otras dos protagonistas: dos chopper exclusivamente diseñadas para la película) y acudir al Carnaval de Nueva Orleans. En el momento en el que ambos inician la marcha, el Capitán América tira su reloj al suelo, y comienza el Born to be Wild de Steppenwolf, y los títulos de crédito de esta joya del género road-movie que se adentró por los terrenos de la psicodelia de finales de los años 60.
Con el dinero metido en un tubo dentro del motor de una de las motos, los trasuntos de Billy The Kid y Wyatt Earp conocerán en su camino a un compendio de personajes para el contra-aprendizaje. Algo así como la joven Norah Jones en My blueberry nights pero con menos azúcar, si acaso mucho polvo y mucha droga, más cerca de aquella bizarrada despótica en que se convirtió Miedo y asco en Las Vegas o del viaje en cortacésped del anciano voluntarioso de Una historia verdadera. El guapísimo Peter Fonda produciendo, el siempre revolucionario Dennis Hopper en la dirección, y con un guion obra de ambos junto al escritor y ensayista americano Terry Southern, hicieron de este viaje por la América más profunda un alegato de defensa de la libertad, del destino, de un dejarse llevar por lo que venga y aceptar a los demás como son, sean hippies, drogatas, borrachos, violentos o simplemente flipados.
Billy nervioso, hablador, derrochador, cínico y siempre colgado. El Capitán América introvertido, pragmático, elegante y optimista. Dos cabalgando juntos en sus motos de última generación mientras suenan los hits extraídos de la conocida melanomanía musical de Dennis Hooper: The Weight, de The Band; Wasn`t Born to Follow de The Byrds; If You Want to be a Bird, de The Holy Modal Rounders; If 6 was 9, de Jimi Hendrix Experience o Ballad of Easy Rider de Roger McGuinn, entre otros. Todos reservados solo para las escenas de carretera, salvo el tema de los Byrds, utilizado para una preciosísima secuencia de un baño de los protagonistas con dos mujeres en una piscina natural.
Se trató de un tándem irrepetible. Pero tras visitas a comunas de hippies, conversaciones delirantes sobre lógica existencial, y ensayos fumados sobre lo difícil de ser libre, la película se completa cuando en su ecuador se topan con un jovencísimo (pero ya apuntando muecas y zumbamiento) Jack Nicholson para interpretar George Hansen, un abogado borracho que les saca de la cárcel y se une a ellos en su camino al Carnaval. Es ésta probablemente la parte más interesante del guion (que no de la película), con Nicholson disertando sobre sociedades venusinas, libertad y violencia, favor que Hooper le hizo a su amigo, regalándole las frases más reveladoras y friquis.
Hooper, acostumbrado ya a la marginalidad en Hollywood y metido hasta el cuello en la carrera sin frenos que fue toda su vida, hizo una película independiente que se convirtió en un taquillazo, que enarboló como bandera de su desdicha toda una generación de psicodélicos amarrados a la nada y que después de llevarse un premiazo en Cannes marcó parte del cine contracultural que se reproduciría como los conejos en Estados Unidos durante la década de los 70. Y es que no lo hizo mal. Su dirección, a primera vista simple y algo rústica, esconde detalles muy novedosos para aquellos tiempos, muchos mensajes subliminales y superposición de secuencias muy originales. Fonda y Hopper, tras el festín de buen cine a base de LSD que supone la escena del cementerio con las dos prostitutas, quisieron cerrar la historia respondiendo a la pregunta ¿qué hay al final del camino cuando eres realmente libre? Pero no hemos querido hacer caso de ese final. Porque estos dos cowboys moteros vivieron en un mundo que ya no existe y hoy solo podemos imaginarlos recorriendo eternamente las carreteras interminables de la América más profunda, como espectros de una generación de pura vida, pero muerta para siempre.
De las mejores conversaciones. Nicholson apuntando maneras de sonado, con su visión del mundo:
GRAN FUMADA PASADA DE MODA
Dice la leyenda que Easy Rider apareció en la gran pantalla como un canto a la libertad. A estas alturas de la película quizás nos resulte más un gorjeo afónico, ya que el planteamiento y el desarrollo del filme, con la perspectiva de los años, forman una historia tan absurda y lisérgica como muchas otras producciones que se prodigaron a finales de los 60, principios de los 70. Nos presenta a dos motoristas, camellos de ‘drogas semiblandas’ (Dennis Hopper y Peter Fonda) cuando les apetece trabajar, que deciden recorrer el sur de los EEUU, desde Los Ángeles, para disfrutar del Carnaval de Nueva Orleans. En el viaje, se irán encontrando con una serie de personajes pintorescos que ofrecerán un retrato anodino de la América más profunda. Se sumará a su ‘periplo’ un abogado alcoholizado (Jack Nicholson) que se empeña en conducirles al mejor prostíbulo de Nueva Orleans.
La película, mortalmente aburrida y pasada de moda, se podría considerar, siendo condescendientes, como una travesura de juventud, un ejercicio experimental, en formato road movie, hijo de la contracultura y de los movimientos contestatarios que surgieron en una década marcada por la Guerra de Vietnam. Es una película con personajes muy ‘cool’, de esos que van a contracorriente y critican el estilo de vida consumista que les ha tocado en suerte para luego esnifárselo, sin ningún tipo de complejo, y seguir retroalimentando el sistema; también su pose, de pretendidos outsider. Los personajes de Hopper y Fonda no buscan la libertad, ni encontrarse a sí mismos, buscan, sencillamente, sensaciones con las que matar el aburrimiento. Esa es su gesta y su ‘búsqueda de un destino’. Perfecto, pero no intentemos encontrar más lecturas donde no las hay.
Vamos, que la película es tan sólo una ‘gran fumada’, una party a lomos de Choppers que se dirigen hacia ninguna parte. Sintoniza, eso sí, con una banda sonora en estado de gracia. Y he ahí donde radica todo el aliciente del filme. También habría que destacar la siempre barroca interpretación de un Jack Nicholson que, aun cuando se las ve con un personaje sin muchas luces, transmite cierta sensación hipnótica que nos deja boquiabiertos y sin movernos de la butaca.
La fotografía es espléndida. Valles, montañas sagradas, desiertos rocosos, atardeceres de belleza imposible. Hay muchos escenarios diferentes que son fantásticas estampas. También hay espacio para alguna ingeniosa ocurrencia cinematográfica como los cambios de secuencia, que arrancan poco a poco, fundiéndose de manera intermitente con la escena anterior.
Sin embargo, aunque Hopper demostró con los años que era un buen actor, su primera incursión como cineasta, en Easy Rider, produce cierto sonrojo. En cuanto a Fonda, hace de la inexpresividad un arte. Pero lo más sorprendente es el dibujo que él mismo hizo de su personaje: un Capitán América que parece un ser dotado con una clarividencia extrasensorial, que filosofa como quien se lía un pitillo. Así le salen las reflexiones. Y es que la supuesta frescura de los diálogos, tan celebrada para muchos en esta película, nos suena a pitorreo y, sobre todo, a pereza. La que da escribir una historia en condiciones, sin mensajes que buscan a toda costa intrigar y sin lugares comunes del ideario hippy. En su época pudo tener su punto.
Y otro pequeño discurso sobre la libertad:
No podemos finalizar este ‘versus’ sin dejar que sus protagonistas recorran una vez más las carreteras norteamericanas a ritmo salvaje:
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Hey, esta creo que os la pedí hace tiempo ¿ o no? De cualquier forma, gracias por darle tanto recorrido. Es una peli que se presta tanto a lo bueno como a lo malo, pero para mi es un clasico entre los clasicos. Y me encantan vuestras reflexiones, como siempre.Saludos desde BCN
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