Visionado: ‘Nightcrawler’, de Dan Gilroy. ‘Sin apartar la mirada’

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cuatro estrellas

La luz dorada de la ciudad de Los Ángeles dura lo mismo que en casi todas las metrópolis del mundo. L.A., pese a los tópicos de sus palmeras, sus playas y su decadencia cinéfila, también tiene noches, abismos y muertes. Son todo lo contrario a las postales nocturnas, de desconocida belleza y tranquilidad, que ocupan los primeros fotogramas de Nightcrawler. Noches más oscuras, inesperadas y sucias de lo que muchos foráneos pensamos. Es una ciudad inmensa, inabarcable se mire por donde se mire, donde el aumento de la delincuencia ha convertido los informativos locales en un espectáculo de sangre y en una carrera de fondo para los buscadores de carnaza.

Entre sus calles, de chanchullo en chanchullo, sobrevive Louis Bloom (Jake Gyllenhaal), quien tras ser testigo de un accidente de tráfico, encuentra una forma de sacar algún dinero grabando sucesos pocos segundos después de haberse producido y vendiendo después los vídeos al mejor postor. Se convierte así en un rastreador, una especie de gusano nocturno (sería la traducción literal del título) que ve un filón en el exponencial crecimiento de las audiencias televisivas conforme aumenta la crueldad de las imágenes, una oportunidad de sacar provecho del amarillismo y de hacerse con un primer plano de forma que “sea imposible apartar la mirada de la pantalla del televisor”. ¿El límite? Ninguno asequible a su desaliento.

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